Sunday, July 31, 2011

LA TRAICIÓN: UN ARGUMENTO EN DEFENSA DE LA IDEOLOGIA Y EL TOTALITARISMO.

Comúnmente el argumento de la traición facilita, bajo condiciones convenientes y especificas, una acusación; y si se trata de poner en vilo la posición asumida por alguien, mucho mejor aún. Si la actitud manifestada por  quien sea victimizado por traidor es política, mucho más justificada e inexorable se hace la revancha  contra  quien es señalado por el índice acusador en el contexto de una sociedad basada en el totalitarismo.

Ahora nos ocupa el tema de los que han sido o son víctimas de una acusación de traición política. En realidad es pocas veces admisible considerar esta “cuasi figura” de diabólica creación totalitaria, en términos del funcionamiento de un ambiente político democrático; de hecho y aún entre los enemigos más contumaces, no tiene cabida el argumento de considerar a alguien traidor porque no coincide con su antípoda o alienta una dicotomía en torno a una interpretación conceptual. 

Muy diferente resulta cuando desde una actitud que de por sí nace tarada por el ocultismo generado por la autocensura, alguien va desnudando su pensamiento a partir de un injustificado pudor social y termina dejando al descubierto lo que realmente piensa, siente y cree. De inmediato y sin  contemplaciones, ante el impúdico juicio ideológico, el reo se convierte en traidor.

Bajo la aplastante realidad de semejante acusación-categoría el reo pasa a ser, como bien decía Orwell, una “no persona”. Para quienes siempre han vivido en democracia y cuya voluntad cognoscitiva no ha sido empañada por los efectos ideológicos de una formación impuesta entre rígidos cánones que conforman su único universo, lo que afirmo y trato de explicar, es poco posible  que pueda suceder.

No se trata aquí de abordar teorías y procedimientos devenidos de ellas, para castrar la voluntad de los seres humanos e inducir actitudes ante la vida. La modernidad implica muchos riesgos y de hecho todos los mecanismos de genética social que se conocen y se aplican, pueden constituir una amenaza, cuando menos, potencial. Pero de lo que si se trata, es de llamar la atención acerca de cómo la impunidad de la práctica ideológica determina lo que es bueno o malo, aceptable o refutable, permisible o condenable.

Cualquiera de los anteriores dilemas contractuales suelen dirimirse a tenor de la imperatividad del condicionamiento ideológico en términos de traición (vocablo que en política, tiene un estricto valor semántico) para quien decida disentir – aun genéricamente- de lo establecido. El recurso es la vía para hacer desaparecer la idea, que es lo que importa y resulta en una acusación de traidor al individuo, cuyas alternativas se reducen al inculpamiento o salir de escena mediante el destierro, para seguir arrastrando el estigma original e injustificado donde quiera que decida permanecer. Si es justo o no, es lo de menos para los acusadores; el anatema dentro del medio de imposición ideológica sigue teniendo el mismo valor. Colateralmente, he ahí una posible respuesta a la ineficacia de la crítica, cuyos valores y posibles resultados se ven limitados por la posibilidad potencial de la acusación de traidor.

Desde finales del Medioevo hasta la actualidad, el patrón se conserva casi intacto, solo con las variantes que una actividad basada en cierto relativismo (cínicamente) social,  ha ido generando para condenar al supuesto traidor; de tal suerte los mecanismos se han hecho mucho más sofisticados. La traición es además un argumento de basta aplicación que suele imbricarse con facilidad en cualquier tema. Sin dudas, el más gráfico es la “traición a la patria”.

Suele suceder que en tiempo de guerra se constituya en acto de traición a la nación –eludo el término patria, con toda intención- el  actuar en contra de los intereses que se han jurado defender y que el soldado deba pagar por ello un precio que en situaciones muy extremas, puede hasta costarle la vida. Esa ha sido práctica conocida  y de alguna manera vinculada a la jurisprudencia militar bajo la cual deberá ser juzgado el reo, sin excepción, y en cualquier caso. La aplicación de consecuencias definitivas y que dependen de la famosa “decisión de dedo”-como sucede bajo las dictaduras- nunca podrán ser consideradas justas y siempre son culposas y deleznables, amén de cualquier subterfugio dizfrazado de legalidad y que diste mucho  de colmar los presupuestos más elementales en ese sentido. En tal caso el asumir la defensa, basada en un acto legal y jurídicamente arraigado, también llega ser considerado una traición.

Otra cosa, es el concepto que se induce e infiere de traidor dentro de un ambiente ideológicamente conformado y al que se somete a vivir a los ciudadanos abatidos y aplastados por la acción de la injusticia. El juicio personal que es por naturaleza inevitable, conformado a partir de niveles tendenciosos de información, se convierte en la primera evidencia de una libertad de expresión coartada, basada en un criterio conscientemente deformado del concepto de libertad en su acepción para quedar convertido en su negación manifiesta.  

De lo anterior se desgaja una actitud socialmente hipócrita que desemboca en la doble moral: las personas no dicen lo que realmente piensan y actúan, en consecuencia, en contra de sus principios mediante un enmascaramiento de su realidad individual que desfiguran a propósito, sin importar el costo que en el plano de las frustraciones y contradicciones personales semejante actitud puede acarrearles. La ideología es en todos los casos el principal gestor de semejantes evidencias y en el caso específico del totalitarismo político, la única  e insoslayable razón de su aplicación.

En las condiciones de funcionamiento de esas sociedades totalitarias la polea trasmisora entre la ideología y la sociedad es la amenaza representada por el "acto de traición" que, como espada de Damocles, pende sobre las cabezas de cada ciudadano a cualquier nivel. Parece poco discutible y probable que semejante esquema pueda ser diferido, sorteable o evitable sin que desaparezca su condicionamiento. La traición como acusación es demoledora y definitiva; aun en los casos en que un supuesto o real arrepentimiento pudiera producirse, siempre será excluyente. Para los intelectuales y en condiciones como las descritas, hay numerosos ejemplos, los conocemos y no es necesario entrar en detalles.

Para quienes ejercen el poder dictatorialmente la acusación de traidor con respecto a sus enemigos manifiestos y potenciales es algo muy fácil de dilucidar e imputar, en tanto les sirve  como definición y advertencia de lo que puede suceder al traidor pero, como no existe causa sin efecto, la traición aplicada como un boomerang en el caso de algunos dictadores, se ha convertido en su propia  y única alternativa. De ello también existen numerosos ejemplos conocidos y ciertamente gráficos y donde la connotación manifiesta de traición -como en el caso del soldado- ha pasado por el tamiz de la legalidad basada en una jurisprudencia que sea capaz de reivindicar los derechos legales del acusado e independientemente de los resultados. Esa es la verdadera justicia.

Es importante establecer la diferencia entre la traición como instrumento y la definición del vocablo, ya que muchas veces en la confusión generada a partir de su aplicación se comete el error de cometer un acto de injusticia. Uno de los principios más loables del derecho anglosajón es el que se basa en la no culpabilidad del acusado, mientras no se demuestre la culpa. Creo que aun en el caso de los que sistemáticamente demuestran su culpabilidad fehacientemente mediante la comisión de actos delictivos flagrantes, la misma tiene que ser demostrada para que exista la justicia.

Lo anterior define, dentro de los conceptos y objetivos de este trabajo, la abismal y tremenda diferencia entre condenar a una persona bajo la simple acusación de traidor y, en consecuencia, producir su descalificación ante la sociedad de cualquier manera y el establecimiento de una legitima culpabilidad demostrable en los términos de la verdadera legalidad. Sabemos, empero, que la ideología basada en el totalitarismo nunca es sinónimo de justicia y legalidad, y por ello habrán muchas victimas acusadas de traición por los modernos zares del discurso insensato y atropellado. Parece evidente que todas esas víctimas están muy lejos de merecer semejante calificativo y que estarían en condiciones  de poder demostrarlo plenamente, sobre todo, entre tantos confundidos.

Jose A.Arias.


1 comment:

  1. cuanta razon, la ideologia justifica los abusos y la traicion es la acusacion favorita de los tiranos.

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