Wednesday, March 6, 2013

EL CHAVISMO, LOS CREYENTES Y LA MITOMANÍA.


Es común y además fácil, entender la fascinación que causan los caudillos en vida y después de su muerte. En estos procesos de raíz popular siempre se conjuntan factores que suelen ser invariables: se atizan las contradicciones entre los diferentes sectores que integran a la sociedad (lucha de clases), se fustiga sin distinciones de origen la riqueza creada comúnmente agrupada bajo el calificativo de “oligarquía opresora y explotadora”, se propugna la ficción de un enemigo en verdad inexistente y, mezclando los ingredientes sin mucha proporción, se crea una necesidad entre “las masas” de ser gobernadas por su jefe máximo.
Posteriormente cuando todo lo anterior es más que un proceso "políticamente lógico" se produce la creación de un hiato donde el caudillo comienza a fortalecer su posición apareciendo como el único capaz de llevar a vías de hecho la propuesta que paradójicamente no viene de “la masa” gobernada, sino de quienes se erigen sin pudor, ni trámites válidos, en sus únicos y posibles representantes.
Se lleva a cabo un proceso de simplificación que casi matemáticamente elimina de la ecuación los factores óbices de cualquier viabilidad a futuro; la simplificación conlleva a que las instituciones marchen al lado y representando los intereses del caudillo. Éste suele entrar en una especie de trance en que su voluntad no sólo lo parece; es omnímoda. Da órdenes, quita y pone funcionarios a su antojo, crea una imagen de institucionalidad que no le interesa en realidad y él es el primero en vulnerarla. El efecto más rotundo entre sus seguidores no es la aparición de un sentimiento de respeto y consideración; el caudillo inspira el miedo, lo sabe y se regodea en ello, es una manifestación del narcicismo político, tan común a todos los de su especie.
¿Quién se atrevería a dudar de que esta historia siempre se repite y que es común a todos los dictadores? Pero en el caso de los socialistas marxistas y comunistas hay más; el misterio, el secretismo, la duda, la confusión, el desasosiego, son parte de la estrategia gubernamental aún cuando se trata de manejar los problemas más acuciantes; el destino impredecible, los pone a prueba y como ahora en el caso de Hugo Chávez, los sitúa en evidencia, y frente a realidades que cotidianamente no les son comunes. Se hace insuperable confrontar la realidad de la debilidad.
No merece la pena entrar en detalles de un proceso cuyo final era de esperar, ahora lo cáustico para quienes se atrevieron a irle dando vida de manera rayana en el ridículo, les obligará a encontrar una respuesta que parece conducirse por el mismo inexplicable e inconcebible derrotero de la mentira. No les será del todo difícil y utilizando los mismos argumentos de siempre volverán a la carga para crear el mismo desaguisado. ¿A quién, con un ápice de sentido común, podrán convencer de los aciertos de una política sin resultados y retrograda en todos los sentidos? Hay una respuesta, pero en cualquier caso es fatalmente deleznable: sólo a los desinformados, aquellos que piensan y actúan motivados por la inmediatez de sus pasiones, son, en fin; los que con orgullo injustificado se auto designan como parte de “las masas” de seguidores del caudillo, vivo o…muerto. Ya lo dijo el señor Cabello “…cuando estemos ante un problema o una dificultad, habrá que preguntarse ¿qué haría Chávez?

Ya en una ocasión me referí al alto costo de la revolución socialista, pero insisto en ello: ninguno de los procesos que se abanderaron con las ideas del socialismo marxista y colectivista resultaron a la larga bendecidos por sus propias propuestas; ni siquiera en el caso de países que gozaban de una larga tradición histórica y cultural o de los “reinos fundacionistas” de la tradición más ortodoxa. ¿Cuál ha sido entonces la realidad? Dictaduras aferradas al poder, hombres que adorados como semi-dioses postulan sus deseos de morir en el ejercicio del mismo, agotamiento de cuantiosos recursos que cuando no se tienen en demasía suelen ser despilfarrados al ser obtenidos sin mucho esfuerzo.
Después de haber conocido la experiencia en primera persona y por víctima más que por usufructuario, las expuestas son las evidencias de que puedo disponer y a su vez exponer a los que dudan y no se explican del todo por qué los caudillos no son tan buenos como parecen o como otros alegan; también a ellos la fidelidad a priori les produce dudas  y una repugnancia muy similar al empalagamiento que las edulcoradas teorías han producido en otras ocasiones, otros territorios y con similares resultados.
Hoy se habla de legado en Venezuela y aún fuera de ese país por parte de los que no son, a mi modo de ver, muy capaces de entender lo que ello significa y representa. Si por legado entendemos lo que se ve y no se puede esconder en los predios en que la acción de todos nuestros “buenos señores” ha dejado su huella, solo habría que esperar a que el paso del tiempo diga la última palabra cuando los carcamanes de la inmortalidad política vayan transitando por el camino hacia el ocaso de sus días. Coincidencias del destino, es posible, también un 5 de Marzo, hace 60 años (1953) murió Joseph Stalin otro que se creyó omnímodo e inmortal y al que en poco tiempo después de su muerte, sus ex-camaradas se ocuparon de defenestrar y al que sólo unos locos, defensores de lo indefendible, se atreven a alabar entre descabelladas, infundadas y malintencionadas opiniones expuestas en esas que se han dado en llamar “redes sociales”
José A. Arias