Wednesday, November 19, 2014

LAS NOTICIAS EN CONTEXTO Y LOS PROBLEMAS DEL MUNDO ACTUAL.


Al enfrentarnos a la realidad por intermedio de la información de lo que acontece cotidianamente, la interpretación puede parecer tarea cuesta arriba. Es evidente que la inmediatez de la noticia debe estar limitada a la exposición de los hechos y cuando entra en el juego la opinión todo comienza a cambiar.

A quien le interesa el periodismo de opinión se le hace ineludible enfrentarse al análisis de los hechos y llegar a conclusiones que no siempre  son coincidentes. Ello no implica que la especulación –especie de vicio carente de sentido, pero no de culpa- tenga cabida como parte de un análisis serio y mesurado. La superficialidad, atributo del desconocimiento, es hoy algo como “la ganga” –materia inservible- en el mineral, difícil de purificar y sólo a través del proceso que lo hace técnicamente posible en la comparación aludida.

Voy a referirme a tres hechos que han hecho titulares importantes recientemente y los siguen generando: 1.-La matanza de Iguala, 2.-El Estado Islámico y el asunto de las decapitaciones, 3.-La vinculación entre corrupción y narcotráfico. En cualquier caso, la afectación de las noticias en su ámbito de consumo inmediato, parecen ser hechos aislados. En la práctica el análisis obliga a establecer una vinculación entre los tres problemas principales del mundo actual: narcoterrorismo, religión y corrupción.

Al incluir la religión, la interpretación etimológica no es el problema. Todos los efectos negativos comienzan a manifestarse cuando se deja de lado la relatividad del concepto canónico e incluyente, para hacer del mismo alimento de la ortodoxia agresiva y excluyente. Aunque puede parecer algo punible, injustificado y hasta sacrílego que sectores radicales dentro de distintos grupos religiosos asuman determinadas actitudes es, sin embargo, inevitable. Sólo en ese sentido el asunto religioso se convierte en problema cuya solución no parece alcanzable y no debe inducir a poner el grito en el cielo y rasgarse las vestiduras. La cuestión no es en blanco y negro, aunque los grises tampoco suelen colorear el panorama.

En occidente parece existir el consenso de que el Islam es el ejemplo más evidente de lo anterior y en efecto teólogos y teósofos, independientemente de su filiación, dan argumentos válidos que, unidos al testimonio de la noticia in situ, refuerzan sus conclusiones. Pero los problemas que se derivan del enfrentamiento entre religiones de diverso origen cultural y por añadidura ancestral; no pueden considerarse zanjados por la coexistencia de cultos aún dentro de un mismo escenario. La coexistencia anima la convivencia pero no incluye la aceptación conceptual que, quiérase o no, sigue siendo esencialmente excluyente. Sin hacer comparaciones, baste decir que entre fieles católicos hay diversidad de criterios que los enfrentan desde su perspectiva con relación a lo que debe ser posible o no en la visión a futuro de su Iglesia.

En el mundo actual, paradójicamente atribulado por el caudal de la información y su fluidez, parece posible afirmar que lejos de resolverse cualquier asunto relacionado con la concomitante religiosidad de los hombres, ello es un problema que se agrava al poner distancia entre las diferentes concepciones de la deidad absoluta y diversa, dicotomía original que subyace en la historia de las religiones y cuyos efectos no ha sido posible atenuar y sólo circunstancialmente parece ser paliada mediante la asunción de una actitud, cuando menos melifluamente hipócrita.

Hoy el extremismo de la ortodoxia con el que se abanderan los sectores más radicales del Islam enfrenta a los musulmanes entre si y a su vez y sin ambages, a otros grupos humanos practicantes de otras religiones cuyo consenso no es intrínsecamente coincidente. Parece ser que los teólogos –expertos en explicar estas contradicciones- están en acuerdo en cuanto a las raíces históricas e insolubles del problema, en tanto lo es y da origen al hecho matizado con el terror, en un mundo global y formando parte de una “red” (informática) en la que en gran medida está capturado por la imagen, argumento básico de la información y testimonio de su inmediatez.

Lo expresado puede ser graficado con cientos de ejemplos que rebasan las posibilidades del objetivo de éste trabajo, pero pensar en las razones subyacentes en el enfrentamiento entre el radicalismo musulmán y el resto de la visión amparada en la diversidad religiosa del resto del mundo, no parece descartable ni discutible. Únicamente en ese sentido la religión se torna en el principal avatar de un problema que, en el nombre de Dios (dioses) los hombres –fieles- no parecen querer resolver, mientras, se agrava bajo los efectos de su propia y mundana falta de ética y amoralidad. Como en ecuación, la cancelación de tales factores engendra la antítesis de la religiosidad: el vil asesinato que degenera en la guerra y en el meollo, el problema de las religiones que ha hecho correr ríos de sangre a través de los tiempos y en el que la civilidad no parece haber propiciado grandes cambios, más bien, ha introducido argumentos que hacen la crueldad más evidente.

Los otros dos asuntos a los que se hace inevitable considerar como problemas que desencadenan sus secuelas y durante un tiempo que es difícil precisar cronológicamente, tienen una correlación manifiesta.

La incidencia nefasta de su vinculación se ha desenvuelto de la mano de coyunturas políticas y económicas que han variado en apariencia pero en las que corrupción, narcotráfico y narcoterrorismo (su peor secuela) siempre han encontrado los mecanismos de imbricación apropiados. Sin ser exclusivo de territorios del denominado tercer mundo el “clandestinaje” del cultivo, la elaboración y producción de narcóticos en ese ámbito geopolítico han sido y son, un secreto a voces. El poder del dinero crea los mercados y de la misma manera financia la producción, mientras la entronización de la corrupción se encarga de completar un panorama funcional de los carteles que proyectan, promueven, magnifican y controlan la producción y los mercados de drogas y estupefacientes.

En versión que denota el éxito y a su vez el fracaso de limitar el negocio, los carteles de la droga han expandido sus redes de influencia hacia otros sectores dentro de la economía conceptualizada como normal. En esto último el poder corrosivo y corruptor del dinero que se filtra a través de operaciones de “lavado y limpieza” contribuye a ampliar los niveles de corrupción, incluidos amplios sectores de grupos bancarios, industriales, comerciales y estratégicamente políticos.

Todo lo anterior se ha hecho tan evidente que ponerle freno recuerda la imagen de echar agua al canasto y, en lo tocante a lo que pueden hacer las autoridades para evitar el crecimiento, es ostensiblemente paradójico que quienes pueden obtener y han obtenido dividendos de tales circunstancias, pretendan ser los mismos que intenten ponerle freno. No se trata de una generalización que pueda involucrar gobiernos permisivos y tolerantes, pero sí de poner en evidencia que quienes se mueven tras los elementos representativos del poder están, al menos, bajo la amenaza permanente del narcoterrorismo. ¿De no ser así, cómo entender que los cabecillas puedan actuar con la impunidad que les caracteriza?

La matanza de los cuarenta y tres estudiantes de Ayotzinapa incluye todos los ingredientes que pueden conjuntarse para demostrar lo argumentado: abusos reiterados de autoridades militares y policiales que no son excepción del empobrecido estado de Guerrero, participación de operativos de un cartel hasta el presente considerado de menor envergadura pero que fue en su momento ejecutante de otro muy poderoso el de los Beltrán Leyva y cuyo nombre está en el centro de la matanza: los Guerreros Unidos, la vinculación de las autoridades municipales por intermedio de la pareja conformada por el alcalde pederreísta y su mujer y la timorata y dilatada gestión de las autoridades federales en la actuación llevada a cabo para encontrar respuesta a un hecho de semejante envergadura.

Lo más preocupante al respecto, es que durante las labores de investigación hayan sido descubiertas más de treinta fosas comunes conteniendo restos de personas asesinadas a mansalva mediante ejecuciones masivas y cuya desaparición no parece haber sido investigada consecuentemente. Entre la política del estado mediante la llamada guerra contra el narcotráfico, primero de Calderón y ahora, según se afirma, bajo diferentes presupuestos anunciados por Peña Nieto, la categorización de los resultados en materia de salvaguarda de los derechos humanos desciende a los pormenores de una evaluación en la escala negativa. Frente a ello, la respuesta de la autoridad aparece festinadamente envuelta en argumentos de carácter ineficaz, mientras la proporción entre el terror y el crimen y la incapacidad de los funcionarios adquiere un carácter inversamente proporcional: a más terror, menos límites operativos y el desplazamiento de los carteles a actividades que en el marco de la permeada legalidad les está permitiendo operar nuevos negocios. De ello hay evidencias alarmantes.

No hay necesidad de graficar los hechos con cifras, son terribles y sólo desde las tribunas, “absolutamente inaceptables” respuesta de políticos que no pueden actuar en consecuencia por arrastrar un  nivel de compromiso que permea hoy a los principales partidos que representan una democracia gravemente dañada y enferma por una tradición de corruptela y compadrazgo que viene de muy lejos; de ahí que la nimiedad de la respuesta: “no es aceptable e investigaremos hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga” enfrenta otra directa, certera y elemental de la población que sufre las consecuencias: “estamos cansados, ni un crimen más, queremos soluciones” Entre los sectores que no son beneficiarios pero si victimizados, la reacción representada en actos de violencia inmediata es, si no justificada, lógica; una respuesta a la concupiscencia y la complicidad de las autoridades.

Es cierto que cualquier producto capaz de crear mercado redituable y aún más, uno como el que nos ocupa, mercado cautivo a través de la dependencia; promueve altos incentivos para su creación y desarrollo. El asunto del narcotráfico ha servido a muchos propósitos, todos de naturaleza espuria; desde fomentar la desestabilización política en gran escala como ha sido en el caso colombiano, hasta promover el deterioro social en países del primer mundo en que el poder de compra alienta el interés por el negocio de la comercialización. Siendo justo al evaluar el resultado, habría que concluir que los mecanismos puestos en funcionamiento para lidiar con el problema han fracasado y aunque algunos traten de justificar el crecimiento de la producción y su secuela mediante el alegato de que el consumo lo alienta, el resultado de la interacción es, hasta hoy, inefectivo e incapaz siquiera de paliar los peculiares efectos colaterales manifiestos en el caso mejicano.

Revisando toda la información brindada sobre esta última masacre se hace fácil encontrar los elementos que han desembocado en los hechos y hay en ellos argumentos que el propio Estado hace valer como pertinentes de su soberanía, siendo así, algo que no debería ponerse en tela de juicio; habría que preguntarse: ¿debe ser defendida la soberanía entendida como autoestima y jerarquía máxima del poder del Estado frente a la ilegalidad, la corrupción y el compadrazgo? Si la respuesta es afirmativa, según se infiere, entonces habría que concluir que en el caso, exabrupto de la norma, la soberanía ha devenido en escudo del chauvinismo, la demagogia y el populismo.

En lo relativo al análisis de los flagelos más acuciantes para la humanidad hasta hoy, es indudable que hay demasiadas preguntas sin respuesta; mientras, seguimos amparándonos en logros que parecen producir un regocijo demasiado pírrico. Es como quien compra al crédito sin haber pensado como pagará.

José A. Arias Frá.