Saturday, October 20, 2012

LOS NUEVOS DICTADORES SE VISTEN DE ROJO.



La segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica representa una etapa en el desenvolvimiento político del continente ante todo corroborativa de los devaneos, escarceos y desatinos provenientes de una herencia relacionada con la interpretación del poder y su ejercicio muy alejada de los principios democráticos. Prácticamente en todos los países del continente raigalmente vinculados a la herencia caudillista, las dictaduras militares ejercieron el control del poder y laceraron la posibilidad del acopio de experiencias dignas de ser consideradas como acervo para ser tenido en cuenta hasta nuestros días.
Mucho se ha escrito tratando de entender y vincular el período referido a las políticas de expansión fundamentalmente económica y comercial de los Estados Unidos de Norteamérica y en efecto hubo mucho de ello. Pero no es algo tan simple acreditar a la expansión imperialista, entendido el término en el sentido de la explotación de recursos naturales y el establecimiento de relaciones comerciales ventajosas y como política y visión de la nación norteamericana, convirtiéndola en la única razón; en la mayoría de los casos la aparente coincidencia de intereses ayudó a la definición del asunto en el marco del establecimiento de regímenes militares –encabezados por “gorilas” según se alegaba- incapaces de entender la sustitución por la vía electoral de esa salvaje e inescrupulosa especie de perpetuos ejecutores del poder.
Latinoamérica ha sido la evidencia de una marcada y perdurable omisión de la democracia y, en cierto sentido, aún lo sigue siendo. Razones poderosas son, sin dudas, las secuelas del pasado descrito: influencia de las oligarquías y su control sobre la propiedad territorial y su carácter hereditario elementalmente fundado en la relación familiar, la carencia de instituciones educativas capaces de promover el acceso de sectores amplios de la población al desarrollo técnico y científico equiparable a otras zonas del planeta alejadas del criterio elitista promovido por las referidas oligarquías y amparadas desde el poder entre otras.
De las referencias anteriores nace la conceptualización, muy conveniente y facilista además, de establecer una vinculación con la teoría de la lucha de clases entronizada con fuerza a partir de la década del 60 por los marxistas y sus compañeros de viaje; así como de otros conceptos (el de Tercer Mundo, el desarrollo diferenciado entre norte y sur) en extremo simplificadores de una problemática histórica mucho más compleja, al menos en el caso latinoamericano. Sin dudas y como bien apunta en uno de los estudios más completos y serios al respecto Carlos Rangel en su libro “Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario” tuvo mucho que ver en esta simplificación conceptual el triunfo de la revolución cubana en 1959.
Mi objetivo en este trabajo no es reincidir –menos en el estrecho margen que un artículo posibilita- en la descripción histórica del fenómeno del nacimiento, afianzamiento y consecuencias de la tiranía como máxima expresión del totalitarismo bajo cualquier signo político. En ese sentido una mínima revisión de la historia continental nos pone frente a evidencias irrefutables. Lo medular ahora es entender las razones por las cuales se viene produciendo en la actualidad una trasmutación de los gobiernos dictatoriales y los tiranos, o aspirantes a serlo; de la derecha hacia la izquierda, algo que parecería ilógico si se tiene en cuenta que este cambio de ropaje tiene lugar en el mundo de hoy donde impera la globalización a la que nuestros socialistas del siglo XXI caracterizan como neoliberalismo rampante y rapaz; y después del estrepitoso derrumbe del socialismo en Europa oriental y en la extinta URSS y la terminación de la guerra fría.
Parece ser que el poder y su ejercicio “ad infinitum” constituyen un estímulo demasiado poderoso y que los revolucionarios al darse cuenta de ello y experimentarlo de primera mano no han renunciado al favor de su ejercicio frente a un modelo al que, sin razón, califican de corrupto e inspirado en sociedades que según argumentan son los pilares de un pasado que se hace irrepetible (en éste sentido la demagogia encuentra pasto reverdecido en los antecedentes históricos de muchas naciones en que la democracia ha sido poco conocida y, cuando ha existido, ha sido víctima de muy malos manejos)
Ya el encaramiento serio y profundo del problema comienza a convertirse en objeto de debate. Recientemente escuchaba al ex-secretario de estado norteamericano para asuntos latinoamericanos Arturo Valenzuela, llamar la atención al respecto y en la reciente reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), celebrada en Sao Paulo algunos concurrentes y oradores invitados se hicieron eco del tema.
Pero lo más significativo de este asunto es que la campaña antiimperialista que sirvió de base para actuar contra las oligarquías y las seculares tiranías de derecha sigue siendo el ariete de ocasión para justificar, ahora, las tiranías de izquierda. La revolución de 1959 en Cuba, de resultados que anulan en la práctica todo lo que originalmente estuvo planteado no puede seguir constituyendo un modelo a seguir; lleva además en su propio origen el pecado del acceso al poder por la vía de las armas cuando ello era aún óbice principal en el quehacer político de los líderes revolucionarios. He aquí que, sin dejar a un lado el objetivo principal: la conquista del poder, se deba promover el objetivo de su consecución por otra vía; el uso de las urnas que de alguna manera parece no alterar el statu quo de la democracia a la vez que proporciona un argumento de legalidad que según se evidencia es perfectiblemente alterable a partir de la acción de gobierno. (*) En consecuencia de lo anterior, me atrevería a asegurar que cualquier vinculación con el proceso cubano en la actualidad por parte de los abanderados del socialismo del siglo XXI es más simbólica que otra cosa, aunque no deja de ser extremadamente peligrosa. Es la evidencia de lo que en definitiva colma el ánimo de sus hacedores y ejecutores en un plazo que solo ellos pueden determinar.
Pudiera parecer riesgoso predecir lo que puede acontecer a corto plazo. En sintonía con un análisis basado en la relación causa-efecto algo se puede, quizás, atisbar. ¿Cómo puede ser posible sustentar la idea de que una supuesta relación de sometimiento a elementos foráneos es la causa de incidencia de niveles de participación en el crecimiento económico de los amplios sectores populares que se dicen defender y representar?, ¿cómo explicar que tras prolongadas gestiones de gobierno de los mismos partidos políticos, representados por las mismas personas y produciendo el mismo demagógico y aletargante discurso, siga existiendo la imperiosa necesidad de echar mano al antiyanquismo para permanecer en el poder? En gran medida Cuba y su fracaso constituyen una contundente respuesta a esas interrogantes. Si lo que ayer pareció el camino adecuado para superar problemas hoy se ha convertido en callejón sin salida, lo más probable ha de ser que a pesar de su gestión, los propulsores de estos nuevos y raros modelos revolucionarios de “Socialismo del Siglo XXI” se encuentren con el mismo destino y al que de alguna manera han de llegar por efectos de la insuperable necedad que los caracteriza.

(*).-Existe consenso entre los observadores de esta temática, que muy posiblemente el cambio de estrategia para el acceso al poder después del fracaso de la aventura guerrillera de Ernesto “Ché” Guevara en Bolivia en 1968, se discutió por vez primera, tomando importancia la idea de un cambio de objetivos en el Foro de Sao Paulo cuya primera convocatoria tuvo lugar en la susodicha ciudad en 1990.

José A. Arias.



 

Monday, October 8, 2012

EL ABOMINABLE HOMBRE DE LOS CERROS.



Es realmente difícil comprender la verdadera mentalidad de un sector mayoritario de la población que en Venezuela votó por el candidato de su predilección Hugo Chávez y le hizo ganar en las urnas y después de su tercera reelección, un nuevo mandato de seis años.
Nada, hasta donde alcanza mi experiencia, me hace recordar un caso similar y cuando me refiero a la experiencia; incluyo la de provenir de un territorio que políticamente ha sido feudo de una familia, creadora de un partido político, el único reconocido como oficial, y donde se alega que las elecciones son las “más democráticas, reales y gozan de verdadera fluidez y un carácter sumamente espontáneo y sin un ápice de malsana politiquería burguesa” Allí los resultados que regularmente se obtienen hablan de un 98 % (a veces más) de participación en las urnas y de apoyo popular al imperecedero candidato, que alguna vez alegó que su elección había tenido lugar el 1 de enero de 1959.
Es historia conocida, pero sugiero recordarla porque se trata a todas luces de un concepto muy peculiar de democracia; la democracia socialista y comunista, a la que sólo catalogándola de excluyente se le puede hacer verdadera justicia y en la que nadie cree incluidos quienes la padecen. Pero el caso de Venezuela no ha sido éste que refiero, y es eso lo que lo hace negativamente excepcional, aquí existe una especie de masoquismo político, al menos entre ese 54.9 % de electores que le dieron su voto al candidato Chávez bajo circunstancias que hubieran podido permitir que el número fuera más reducido y las cosas diferentes.
¿Cómo puede ser posible? Únicamente exorcizando todo lo que realmente tiene que ver y se relaciona con un proceso electoral verdaderamente democrático. Lo único que Chávez ha logrado con rotundo éxito en sus hasta ahora catorce años de gobierno ha sido el acto de crear condiciones para producir a perpetuidad su acto de estafa colectiva con relación a sus seguidores; primero envenenando la conciencia de ese supuesto y mayoritario sector de la población que le da el voto incondicionalmente y en segundo lugar, construyendo las bases de su poder a perpetuidad.
Pensemos en las palabras de la presidenta del Consejo Nacional Electoral al presentar los resultados y alegar que “en medio de un proceso verdaderamente democrático y de plena participación popular, los electores, con una participación de más del 80 % de los votantes inscritos eligieron a Hugo Chávez para un nuevo mandato de seis años” y, me pregunto: ¿qué se puede decir –con justicia- de los antecedentes de ese proceso clasificado por esta señora de “limpio y ejemplar”?
Un país convertido en feudo político del mandatario cuyo Partido controla el gobierno, su Asamblea Nacional, todas las magistraturas y al propio CNE, además de compulsar a la institución castrense a rendirle pleitesía (hace ya casi un año en mi trabajo “El Cáncer en Campaña Política” escribí sobre esta anormalidad que le viene costando cara a la nación venezolana) y donde no solo desde la primera magistratura se denigra a un contrincante que ahora sabemos cuenta con el respaldo de un 45 % de la población, pero donde se le pone en ridículo, se pisotea su dignidad, se desdice de sus orígenes y se la estigmatiza a él y a sus seguidores con el despectivo epíteto de “majunches”
¿Es democrática una elección donde el candidato oficial cuenta con recursos ilimitados para llevar a cabo su campaña?, dónde la correlación de fuerzas determina qué puede o no decir a sus seguidores el candidato de la oposición, dónde y cuándo; siempre sujeto a una estricta vigilancia oficial, se puede presentar ante los medios de comunicación y, en aras de la defensa de los “intereses nacionales” se limita sin ambages su campaña. Podrá alegarse cualquier argumento en contra de lo que digo; pero, en cambio, la “democracia chavista” es un desconocido y tendencioso engendro que, según me parece, nada tiene que ver con la verdadera esencia del concepto.
Parece poco creíble que puedan haber personas incapaces de aislarse de criterios tan elementales como los de imparcialidad y justicia y votar por un candidato a perpetuidad y en cuyo caso no es difícil predecir cual será su actitud en breve plazo. Limitación de la libertad de expresión, elevado índice de inflación, despilfarro de más de 100,000 millones de dólares acopiados durante una época de verdadera bonanza petrolera, establecimiento de relaciones y vínculos internacionales con países de dudosa reputación y con sus gobernantes atizando la bandera del antiyanquismo, llamando “escuálidos y pitiyanquis” a quienes no comparten su proyecto y exhibiendo un índice de criminalidad manifiesto en cifras que sitúan al país entre los de más elevada tasa en ese nada envidiable rubro.
La demagogia, el populismo y sobre todo la falta de claridad entre sus seguidores acerca de los verdaderos objetivos que se esconden detrás de las llamadas “misiones”; hechos que el gobierno presenta como logros sociales y que suenan como canto de sirenas al oído de sus seguidores, han servido para minimizar los efectos de la acción de un gobierno en que la corrupción, el compadrazgo, el chantaje y las prebendas han estado y seguirán estando a la orden del día.
He escuchado con interés, pero sobre todo con mucha paciencia, los argumentos brindados por todos el día después y la única conclusión a la que puedo llegar, con el respeto de quienes no compartan mi criterio; es que en nuestras dañadas e irregulares estructuras políticas latinoamericanas este oscuro personaje, golpista en su momento, mitómano compulsivo y conmilitón de las peores causas, logró hacerse con el poder utilizando las urnas, pero jamás habrá de abandonarlo por esa misma vía. Desde un reino en ruinas, en medio de un oscuro lugar como el que casi siempre rodea a los moribundos, su maestro en La Habana lo ha expresado clara y contundentemente: “…el poder es algo demasiado importante para ponerlo en juego mediante unas elecciones”
José A. Arias.