Si nos atenemos a los hechos y sus evidencias actuales, es decir, a los
resultados; la desaparición física de Fidel Castro no representa legado alguno.
Muchos se empeñaran en afincar sus opiniones en tiempos en que la revolución
que lo condujo al poder en 1959 podía parecer un acto de desafío matizado de
esperanzas y catapultado luego, coyunturalmente, a una dimensión universal.
Tendrán que mencionar su nombre; ¿para bien o para mal? A lo primero, es a lo
que personalmente apostó cuando pensó que la Historia lo absolvería. La Historia,
sin embargo, cuenta con el tiempo para concretar juicios que deben ser
mesurados y eso, a largo plazo, debe incluir muchas definiciones
inconvenientes.
Aunque forme parte de una especulación, habría que decir que si en 1952 la
Isla de Cuba hubiera seguido un derrotero verdaderamente democrático tras el
período de los gobiernos sucesivos del autenticismo (1944-1952) y sobre todo,
tras la aprobación de la Constitución de 1940 y su aplicación, nada de lo que
sucedió después del golpe de estado protagonizado por Fulgencio Batista,
hubiera tenido lugar. El hecho revolucionario protagonizado por Fidel y su
guerrilla, no hubiera ocurrido y menos, nada de lo que vino después.
No se trata de contar la historia una vez más, tampoco de tratar de
encausarla de manera que se le haga coincidir con presupuestos inexistentes o
personales. El fenómeno del castrismo en Cuba ocurre, sin embargo, a
consecuencia de la transgresión de la democracia de la misma forma que sucedió
en 1930 cuando Gerardo Machado se convirtió en dictador tras maniobrar para
hacerlo, mediante la reforma constitucional de 1929.
La toma del poder por la guerrilla fidelista en el 59 es, más bien,
consecuencia directa de la ruptura de un proceso democrático con errores superables
aun dentro del contexto político vigente en aquel momento y, en muy poca medida
según suele argumentarse, de un sentimiento antimperialista enraizado entre la
población. De haber sido así, y según los que defienden la chouvinista
hipótesis de “la continuidad histórica” el proceso que estalla en los treinta
debió producir otras consecuencias. Lo que me parece cierto es que dadas las
circunstancias que coincidieron en el 59 en torno a la figura de Fidel y lo que
él representó para la opinión pública nacional
― por cierto de variopintos colores políticos ―, le conjuntaron un
diapasón amplio y perfecto para poner en práctica sus ideas personales.
Es, precisamente ahí, donde comienza la traición de Fidel a los ideales de
libertad bajo democracia a los que el pueblo cubano apostó con él al frente.
Tempranamente Castro se convirtió en un antagonista inclemente y desafiante de
Estados Unidos― “imperialismo yanqui”, como lo llamó desde el principio ― y con
el que pudo haber interactuado de forma mucho más conveniente evitando la
confrontación y sin mella para la soberanía nacional (en las innumerables
versiones que se dan hay mucho de fabulación) Eso, aunque algunos discrepen y
no lo vean así, pudo ser posible. Pero no eran sus propósitos. Su plan, estaba en
su concepción personal que el imaginaba como la gran obra revolucionaria que
lo convertiría en caudillo de un antagonismo que hasta hoy se mantiene vigente.
Desde su punto de vista, muy afín con su carácter y temperamento, Cuba le
quedaba chiquita a Fidel y, sin parar en las consecuencias, decidió que todo
podía ser justificable en aras del alcance de sus propósitos personales. En
medio de la guerra fría, la respuesta de su anunciado enemigo fue la de oponer
la fuerza de la contención ante la “acción revolucionaria” de Fidel: el choque,
pareció entonces inevitable y la primera gran consecuencia, la frustrada
intentona de Girón; otro argumento que puso el viento soplando a su favor.
Luego, Fidel entendió que su inserción como participante activo y
vociferante en la correlación de fuerzas internacional, necesitaba de una
alianza con el poder en la antípoda de su retórica inflamada y lo demostró
durante la crisis de octubre en 1962 convirtiéndose en protagonista de una
alianza que frustró la soberanía nacional desde entonces y hasta la desaparición
de la URSS en 1992, poniendo aquella vez a la pequeña Isla de Cuba en el
epicentro de una posible confrontación nuclear. Sólo el papel que pretendió
jugar, lo hace responsable de poseer una conciencia enajenada.
El anunciado proyecto social de reivindicaciones al interior de la Isla que
tantos adeptos le ganó, sobre todo a nivel continental, empezó a desfigurarse
poco a poco y se distendió en el tiempo a consecuencia de una relación
impostada en la que nunca Cuba, su líder y su revolución dejaron de ser un
peón en el difícil ajedrez de la confrontación bipolar para las décadas finales
del siglo XX.
Luego Fidel, (él, y nadie más) decidió convertirse en dilapidador a
ultranza de cualquier beneficio que en lo económico pudo acarrear la
dependencia y la gravitación en la órbita soviética. Montones de ideas, planes,
propuestas descabelladas y la configuración de un estado militar capaz de
transgredir los límites del territorio insular fueron fin y colofón de su
quehacer político. Para él su gloria, la suya y no la de Cuba y los
cubanos, seguía siendo lo más
importante. Es, como el caso del mitómano, ― caracterización que se le aviene ― que cree
la historia que se inventa y obliga a los demás a que la crean.
Con el desarrollo de un papel tan inadecuado para un país como Cuba, sobre
todo por la influencia del factor geopolítico, no hubo otro destino que el
deterioro paulatino que primero condenó al país a la dependencia en todos los
órdenes, para terminar congelándolo en el tiempo hasta ofrecer la imagen que
hoy proyecta más allá de exabruptos, demagogia tendenciosa e interpretaciones
cuyo resultado a corto plazo no pueden ni deban conducir a creer que Cuba
constituye un modelo. Cabría preguntarse ¿de qué?
No voy a repetir aquí lo que ya es bien conocido; la forma en que un
proyecto ―que de haber sido entendido como tal ―, y que pudo ser viable tras
siete años de dictadura (1952-1959), se convirtió en catástrofe. Al parecer, en ese proceso no hubo
ni la búsqueda de una oportunidad en términos racionales y no
confrontacionales, ni inteligencia, ni buena administración, ni consecuencia,
ni honestidad. Sólo prevaleció el ego de un hombre sobre las esperanzas de un
pueblo y ahora que ya no está (y por cierto desde mucho antes de morir) lo deja
sumido en las consecuencias de su irresponsable actuación.
La Cuba de hoy es el resultado de la guerra de Fidel contra los molinos y
que consiguió proyectar mediante la intuición de oportunidad que desde su
óptica le hicieron aprovechar cuantos vectores estuvieron a su alcance para materializar
sus pensamientos revestidos de una doctrina ideológica ajena a la democracia y
a la que festinadamente llamó y, aún sus seguidores insisten en llamar,
democracia socialista, marxista y leninista ―sui generis y a la medida de su
personal interpretación. De ahí, el afán estalinista de no parar mientes en
establecer un poder unipersonal, unipartidista (es esencialmente lo mismo) y,
en su caso y por añadidura, nepotista y que lo confirmara ante el pueblo como decidieron
llamarle desde siempre: “el máximo líder” el único capaz de entender,
interpretar y desarrollar la voluntad de la nación en él encarnada.
¿Cómo lo hizo?; pues de la peor manera: pagando un precio incosteable y
sobredimensionado que no iba a afectar a otros que no fueran los pobladores del territorio del que se
convirtió en dueño y señor. Puede parecer pueril e ininteligible para muchos
desde una óptica bajo el ingrediente de la propaganda sesgada y tendenciosa del
fidelato. Eso, no es nada extraño si se tiene en cuenta que mediante argucias
semejantes, la desaparecida URSS y las “democracias socialistas”
euro-orientales fueron también fuente de inspiración de la izquierda en tiempos
de su radicalización hasta que se produjo el derrumbe y las condiciones les
obligaron al repliegue estratégico y factual. ¿Tendríamos que preguntarnos,
además, por qué y fuera de la influencia directa de Fidel otros cubanos
alcanzan el éxito? No son humanamente diferentes, sólo independientes de la
voluntad omnímoda que prefigura y sentencia los destinos de los que no pueden
desentenderse y los lacera. Más allá del concepto de libertad y su amañada
interpretación, estos últimos sufren del voluntarismo de uno sobre todos (de
eso que se define como tiranía)
Cuba, aún bajo Fidel, quedó huérfana y desamparada, sorteando escollos
mediante la incongruente estrategia del día a día, el período especial ―reflejo
de la inexistencia absoluta de condiciones mínimas para la supervivencia, de 50
años perdidos entre la algazara de la confrontación. Siempre a mano, el asunto
del bloqueo/embargo, condimentado con la parafernalia de la batalla de ideas,
la guerra de todo el pueblo, la autodeterminación y la no injerencia en los
asuntos internos de la nación… de Fidel (¡Pa´lo que sea).
¿Cómo puede prosperar, crecer y desarrollarse una sociedad bajo semejantes condiciones?,
viviendo de consigna en consigna, viendo como se marchan del país millones de
personas y se deterioran las alternativas de vida de los que se quedan de forma
acelerada. La respuesta es evidente: no se puede, faltan los ingredientes y lo
peor, la voluntad que padece el deterioro de un imaginario chapuceramente
re-elaborado. La Cuba de hoy, que fue la que “construyó” Fidel Castro demonizándolo
todo para terminar escribiendo “sus reflexiones” y morirse a los 90 en la cama
de un hospital, es la respuesta.
Pero lo peor es lo que deja, una cuerda de insensatos en el poder que
apostaron a él, para vivir como él; perpetuándose en su supuesto magisterio y con
la fatuidad atemporal de una idolatría cuasi religiosa. Entiendo que muchos se
llenen de esperanza, que hablen de la “desaparición del cerebro que engendró el
mal” y que crean que con esto, a lo que llaman “fin de una era” el problema
empieza a resolverse. No parece ser así, y si de alguna manera la influencia de
las condiciones económicas que son infalibles, vuelven a poner la soga al
cuello a los cubanos, esta caterva de personajes, con Raúl al frente,
encontrarán la forma de hacer valer sus intenciones. Seamos realistas, ¿quién o
qué, se lo va a impedir? Es un asunto de Cuba y los cubanos. Sólo nos importa,
a los que cargamos con el gentilicio como un pesado fardo al que a nadie le interesa
ayudar a compartir la carga.
Mientras, ligeros y caminando como los faquires de marras, sobre cristales
rotos, andarán unos de bota para imponer su voluntad, mientras otros, descalza
la esperanza, se disponen a encontrar soluciones inmediatas en otras latitudes.
Triste, muy triste, “el legado” de Fidel.
José A. Arias-Frá.