Wednesday, November 30, 2016

EL "LEGADO" DE FIDEL CASTRO.

Si nos atenemos a los hechos y sus evidencias actuales, es decir, a los resultados; la desaparición física de Fidel Castro no representa legado alguno. Muchos se empeñaran en afincar sus opiniones en tiempos en que la revolución que lo condujo al poder en 1959 podía parecer un acto de desafío matizado de esperanzas y catapultado luego, coyunturalmente, a una dimensión universal. Tendrán que mencionar su nombre; ¿para bien o para mal? A lo primero, es a lo que personalmente apostó cuando pensó que la Historia lo absolvería. La Historia, sin embargo, cuenta con el tiempo para concretar juicios que deben ser mesurados y eso, a largo plazo, debe incluir muchas definiciones inconvenientes.

Aunque forme parte de una especulación, habría que decir que si en 1952 la Isla de Cuba hubiera seguido un derrotero verdaderamente democrático tras el período de los gobiernos sucesivos del autenticismo (1944-1952) y sobre todo, tras la aprobación de la Constitución de 1940 y su aplicación, nada de lo que sucedió después del golpe de estado protagonizado por Fulgencio Batista, hubiera tenido lugar. El hecho revolucionario protagonizado por Fidel y su guerrilla, no hubiera ocurrido y menos, nada de lo que vino después.

No se trata de contar la historia una vez más, tampoco de tratar de encausarla de manera que se le haga coincidir con presupuestos inexistentes o personales. El fenómeno del castrismo en Cuba ocurre, sin embargo, a consecuencia de la transgresión de la democracia de la misma forma que sucedió en 1930 cuando Gerardo Machado se convirtió en dictador tras maniobrar para hacerlo, mediante la reforma constitucional de 1929.

La toma del poder por la guerrilla fidelista en el 59 es, más bien, consecuencia directa de la ruptura de un proceso democrático con errores superables aun dentro del contexto político vigente en aquel momento y, en muy poca medida según suele argumentarse, de un sentimiento antimperialista enraizado entre la población. De haber sido así, y según los que defienden la chouvinista hipótesis de “la continuidad histórica” el proceso que estalla en los treinta debió producir otras consecuencias. Lo que me parece cierto es que dadas las circunstancias que coincidieron en el 59 en torno a la figura de Fidel y lo que él representó para la opinión pública nacional  ― por cierto de variopintos colores políticos ―, le conjuntaron un diapasón amplio y perfecto para poner en práctica sus ideas personales.

Es, precisamente ahí, donde comienza la traición de Fidel a los ideales de libertad bajo democracia a los que el pueblo cubano apostó con él al frente. Tempranamente Castro se convirtió en un antagonista inclemente y desafiante de Estados Unidos― “imperialismo yanqui”, como lo llamó desde el principio ― y con el que pudo haber interactuado de forma mucho más conveniente evitando la confrontación y sin mella para la soberanía nacional (en las innumerables versiones que se dan hay mucho de fabulación) Eso, aunque algunos discrepen y no lo vean así, pudo ser posible. Pero no eran sus propósitos. Su plan, estaba en su concepción personal que el imaginaba como la gran obra revolucionaria que lo convertiría en caudillo de un antagonismo que hasta hoy se mantiene vigente.

Desde su punto de vista, muy afín con su carácter y temperamento, Cuba le quedaba chiquita a Fidel y, sin parar en las consecuencias, decidió que todo podía ser justificable en aras del alcance de sus propósitos personales. En medio de la guerra fría, la respuesta de su anunciado enemigo fue la de oponer la fuerza de la contención ante la “acción revolucionaria” de Fidel: el choque, pareció entonces inevitable y la primera gran consecuencia, la frustrada intentona de Girón; otro argumento que puso el viento soplando a su favor.

Luego, Fidel entendió que su inserción como participante activo y vociferante en la correlación de fuerzas internacional, necesitaba de una alianza con el poder en la antípoda de su retórica inflamada y lo demostró durante la crisis de octubre en 1962 convirtiéndose en protagonista de una alianza que frustró la soberanía nacional desde entonces y hasta la desaparición de la URSS en 1992, poniendo aquella vez a la pequeña Isla de Cuba en el epicentro de una posible confrontación nuclear. Sólo el papel que pretendió jugar, lo hace responsable de poseer una conciencia enajenada.

El anunciado proyecto social de reivindicaciones al interior de la Isla que tantos adeptos le ganó, sobre todo a nivel continental, empezó a desfigurarse poco a poco y se distendió en el tiempo a consecuencia de una relación impostada en la que nunca Cuba, su líder y su revolución dejaron de ser un peón en el difícil ajedrez de la confrontación bipolar para las décadas finales del siglo XX.

Luego Fidel, (él, y nadie más) decidió convertirse en dilapidador a ultranza de cualquier beneficio que en lo económico pudo acarrear la dependencia y la gravitación en la órbita soviética. Montones de ideas, planes, propuestas descabelladas y la configuración de un estado militar capaz de transgredir los límites del territorio insular fueron fin y colofón de su quehacer político. Para él su gloria, la suya y no la de Cuba y los cubanos,  seguía siendo lo más importante. Es, como el caso del mitómano, ― caracterización que se le aviene ― que cree la historia que se inventa y obliga a los demás a que la crean.

Con el desarrollo de un papel tan inadecuado para un país como Cuba, sobre todo por la influencia del factor geopolítico, no hubo otro destino que el deterioro paulatino que primero condenó al país a la dependencia en todos los órdenes, para terminar congelándolo en el tiempo hasta ofrecer la imagen que hoy proyecta más allá de exabruptos, demagogia tendenciosa e interpretaciones cuyo resultado a corto plazo no pueden ni deban conducir a creer que Cuba constituye un modelo. Cabría preguntarse ¿de qué?

No voy a repetir aquí lo que ya es bien conocido; la forma en que un proyecto ―que de haber sido entendido como tal ―, y que pudo ser viable tras siete años de dictadura (1952-1959), se convirtió en  catástrofe. Al parecer, en ese proceso no hubo ni la búsqueda de una oportunidad en términos racionales y no confrontacionales, ni inteligencia, ni buena administración, ni consecuencia, ni honestidad. Sólo prevaleció el ego de un hombre sobre las esperanzas de un pueblo y ahora que ya no está (y por cierto desde mucho antes de morir) lo deja sumido en las consecuencias de su irresponsable actuación.

La Cuba de hoy es el resultado de la guerra de Fidel contra los molinos y que consiguió proyectar mediante la intuición de oportunidad que desde su óptica le hicieron aprovechar cuantos vectores estuvieron a su alcance para materializar sus pensamientos revestidos de una doctrina ideológica ajena a la democracia y a la que festinadamente llamó y, aún sus seguidores insisten en llamar, democracia socialista, marxista y leninista ―sui generis y a la medida de su personal interpretación. De ahí, el afán estalinista de no parar mientes en establecer un poder unipersonal, unipartidista (es esencialmente lo mismo) y, en su caso y por añadidura, nepotista y que lo confirmara ante el pueblo como decidieron llamarle desde siempre: “el máximo líder” el único capaz de entender, interpretar y desarrollar la voluntad de la nación en él encarnada.

¿Cómo lo hizo?; pues de la peor manera: pagando un precio incosteable y sobredimensionado que no iba a afectar a otros que no fueran  los pobladores del territorio del que se convirtió en dueño y señor. Puede parecer pueril e ininteligible para muchos desde una óptica bajo el ingrediente de la propaganda sesgada y tendenciosa del fidelato. Eso, no es nada extraño si se tiene en cuenta que mediante argucias semejantes, la desaparecida URSS y las “democracias socialistas” euro-orientales fueron también fuente de inspiración de la izquierda en tiempos de su radicalización hasta que se produjo el derrumbe y las condiciones les obligaron al repliegue estratégico y factual. ¿Tendríamos que preguntarnos, además, por qué y fuera de la influencia directa de Fidel otros cubanos alcanzan el éxito? No son humanamente diferentes, sólo independientes de la voluntad omnímoda que prefigura y sentencia los destinos de los que no pueden desentenderse y los lacera. Más allá del concepto de libertad y su amañada interpretación, estos últimos sufren del voluntarismo de uno sobre todos (de eso que se define como tiranía)

Cuba, aún bajo Fidel, quedó huérfana y desamparada, sorteando escollos mediante la incongruente estrategia del día a día, el período especial ―reflejo de la inexistencia absoluta de condiciones mínimas para la supervivencia, de 50 años perdidos entre la algazara de la confrontación. Siempre a mano, el asunto del bloqueo/embargo, condimentado con la parafernalia de la batalla de ideas, la guerra de todo el pueblo, la autodeterminación y la no injerencia en los asuntos internos de la nación… de Fidel (¡Pa´lo que sea).

¿Cómo puede prosperar, crecer y desarrollarse una sociedad bajo semejantes condiciones?, viviendo de consigna en consigna, viendo como se marchan del país millones de personas y se deterioran las alternativas de vida de los que se quedan de forma acelerada. La respuesta es evidente: no se puede, faltan los ingredientes y lo peor, la voluntad que padece el deterioro de un imaginario chapuceramente re-elaborado. La Cuba de hoy, que fue la que “construyó” Fidel Castro demonizándolo todo para terminar escribiendo “sus reflexiones” y morirse a los 90 en la cama de un hospital, es la respuesta.

Pero lo peor es lo que deja, una cuerda de insensatos en el poder que apostaron a él, para vivir como él; perpetuándose en su supuesto magisterio y con la fatuidad atemporal de una idolatría cuasi religiosa. Entiendo que muchos se llenen de esperanza, que hablen de la “desaparición del cerebro que engendró el mal” y que crean que con esto, a lo que llaman “fin de una era” el problema empieza a resolverse. No parece ser así, y si de alguna manera la influencia de las condiciones económicas que son infalibles, vuelven a poner la soga al cuello a los cubanos, esta caterva de personajes, con Raúl al frente, encontrarán la forma de hacer valer sus intenciones. Seamos realistas, ¿quién o qué, se lo va a impedir? Es un asunto de Cuba y los cubanos. Sólo nos importa, a los que cargamos con el gentilicio como un pesado fardo al que a nadie le interesa ayudar a compartir la carga.

Mientras, ligeros y caminando como los faquires de marras, sobre cristales rotos, andarán unos de bota para imponer su voluntad, mientras otros, descalza la esperanza, se disponen a encontrar soluciones inmediatas en otras latitudes. Triste, muy triste, “el legado” de Fidel.


José A. Arias-Frá.