Si hay algo de
lo que no se puede dejar de hablar hoy, es del regreso de un presidente
norteamericano a Cuba; por cierto, sólo el segundo en esa azarosa historia de
enconadas relaciones desde la inauguración de la república. Por razones
lógicas y en el contexto, en situación muy diferente.
Para los
empecinados amantes de la defensa del “socialismo cubano” y para decirlo según
se proponen, lo único que se puede apreciar es la intención de establecer un
hito a destiempo entre Calvin Coodlidge en 1928 y Barack Obama en 2016; si como
han hecho algunos, se revisa lo publicado en Cuba en las vísperas de la
presencia del actual presidente, pronto se descubre la intención de insistir en
los propósitos espurios de un “procónsul”, que sigue siendo el principal
representante del “imperialismo yanqui” Como si el tiempo no hubiera
transcurrido, ni las cosas hubieran cambiado, al menos, en el resto del mundo.
Esa
persistente vocación de congelar en el tiempo las circunstancias tiene hoy, sin
dudas, su principal representante, no en el gobierno norteamericano, la persona
de Obama, su presidente, o la actual correlación a nivel mundial; por el
contrario es el estado cubano y su gobierno de más de medio siglo, lo único que
no ha cambiado. Un hecho tan simple como la escenografía insular debería darnos
la razón. Cuba es hoy un país congelado en el tiempo y según la opinión de los
que se empeñan en justificar que así sea, una especie de oxímoron que no se
justifica: mientras más se insiste en que 1959 fue un año de ruptura con el
pasado y en que todo cambió para, según ellos, ser mejor; la imagen es la misma
y en realidad, mucho peor.
En 1928,
gobernaba una dictadura, la de Machado; que maniobraba para prorrogar el
mandato del tirano valiéndose de aquella argucia anticonstitucional del
cooperativismo, hoy, una dictadura de partido único enquistada en el poder desde
hace poco más de medio siglo convierte a su máximo representante, también un
general, en anfitrión del actual presidente norteamericano y, aunque no vaya en
un acorazado de la marina, ellos prefieren insistir en comparaciones fuera de
lugar. Así se ha enfatizado en Cubadebate, Granma, Juventud Rebelde,
Trabajadores y por boca de periodistas voceros e intelectuales, cuya única
función es evitar a toda costa que los hielos se derritan.
Creo que desde
el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, el gobierno cubano debió
pensar que el presidente norteamericano iba a materializar su propósito de ser
el primero en pisar suelo cubano después de 1959, para Obama es parte de su
pretendido legado que rebasa el hecho de ser el primer presidente negro en la
historia de la Unión, pero para Cuba es el tremendo dolor de cabeza con que
tienen que lidiar sus gobernantes.
Si como se ha dicho, Obama es más popular
hoy en Cuba que Raúl Castro –heredero designado por Fidel- ello responde las
interrogantes en torno a la manera en que se proponen manejar la visita y lo
que pretenda hacer, o no, el visitante. Tratarán de asumir una actitud
displicente y diplomática, pero la imagen, aquello que se observa desde adentro
y desde afuera, hace aquí más valedera aquella propuesta de que “vale más que
las palabras” ¿O es que en la post-modernidad, los “asnos” se liman las “garras”?
Por supuesto
que en la integración del quórum del Teatro Nacional los que allí estarán, habrán de aplaudir lo que diga el presidente norteamericano sin la más mínima
muestra de entusiasmo; ellos no representan al pueblo, como tampoco el pueblo
que llena las gradas del “Latino” para acudir en apoyo de Industriales, estará
representado en el icónico estadio del Cerro, remodelado a paso de carga para
sentar a Obama en el “palco presidencial” y ver a la selección nacional cubana
enfrentar a los Tampa Bays Rays. Para observar con sus propios ojos lo que hace
un gobierno de farsantes, cuando quiere y lo necesita, los asiduos miembros de
la peña beisbolera capitalina del Parque Central, tendrán que esperar que todo
pase. Al cabo, de algo sirvió, dirán.
¿Por qué no se
convocó a la población, que sin mucho esfuerzo lo hubiera hecho, a dar al
presidente Obama un recibimiento masivo? El observar los resultados hubiera
sido algo así como aumentar la dosis de la cicuta. Recuerdo muy bien aquellos
tiempos en que la Avenida de Rancho Boyeros se llenaba de gente a quienes se le
cancelaban las labores, se cerraban las escuelas y se paralizaba el país para “dar
la bienvenida” a los representantes de cuanto territorio se consideraba amigo:
desde Brezhniev –un procónsul del comunismo- hasta cualquier dirigente de una
entidad comprometida con los intangibles éxitos del socialismo.
Pero los de a
pie en Cuba se encargan de manifestarse con esa empecinada admiración por lo
que quieren ocultarles y a sus pretendidos dirigentes sólo les queda
representar el papel de anfitriones que corroboran con su actitud, que no están
dispuestos a cambiar, ya es muy tarde y en fin, lo que piensa y dice el pueblo,
no les interesa. Creerán que exagero, pero hasta la escenografía escogida posee
un simbolismo que pretende cumplir el objetivo de vincular al pasado y en consecuencia
a los hielos del tiempo, al glaciar tropical (otro oxímoron) que los Castro y
su gente no quieren derretir. Sin embargo, la bandera ausente por años de las
barras y las estrellas no sólo permanece izada en los predios de la embajada,
está a la vista, contra cualquier propósito, en las camisetas de los jóvenes,
en los balcones remozados del casco histórico y hasta en las voluptuosas nalgas
de las jineteras recorriendo La Rampa, el Malecón y el Paseo del Prado.
La gran diferencia
es que esto sucede después de nueve presidentes norteamerianos (algunos de
ellos ocupando la Casa Blanca en períodos consecutivos) y el mismo gobierno que
le ha impuesto a los cubanos la familia Castro. Estoy seguro que si la
trinchera no se hubiera convertido con los años en especie de un cráter lunar,
carente de agua y muchas otras cosas, los aguerridos representantes del
socialismo cubano la hubieran preferido, es más, aún no la abandonan del todo y
si salen de ella para vestirse con otros colores, la desean para desempolvar
los obsoletos uniformes y volverse a meter, metralleta en mano, en su interior.
¿A quién le cabe duda? Para quien tenga la paciencia de leerse las memorias del
viejo Castro, quedará despejada cualquier duda.
Esperemos a
que todo pase, que Obama y la primera familia de su paseíto por el casco
histórico acompañados por el leal Leal y complete su agenda capitalina por los
preconcebidos predios preparados con los vivos colores de la lechada para
ocultar la churre y, que después de reunirse con un grupo de disidentes, los “históricos”
suelten a alguno de sus perros amaestrados y…”tronados” –entre los cuales los
hay de todas las épocas y por variopintas razones- para decir que “el imperio”
en la figura de su principal representante, le “paro bola” a un “grupúsculo
anodino” que en Cuba nadie conoce –claro, el “WIFI” no es suficiente y la gente
en su uso limitado prefiere ver la imagen de sus familiares en el exterior por “IMO”-
que son un invento de la prensa norteamericana y que se “dejen de ese cuento”
(cita de Alarcón, a la periodista Jackie Nespral y de factura muy reciente)
Ahora, una
cucharadita más, el concierto de los Rolling Stones; me imagino que allí estará
en primera fila Abel Prieto exhibiendo su melena multiuso, al cabo que se
inscribe en el mismo estilo de los chicanos que se amontonan para ver las
bandas de la “raza” entonar corridos que glorifican al Chapo y al narcotráfico,
pero que en Cuba y en su tiempo, eran motivo suficiente para ir a parar al
invento del comandante “educativamente” concebido para corregir a los melenudos
y los “traficantes” (UMAP) de todo lo que pudiera representar “diversionismo
ideológico”, incluidos los Stones.
No quiero enfatizar
en el pasado, pero debo hacer la salvedad de que si lo hago, no me aparto de la
Historia, y de la más reciente –aún sus protagonistas detentan el poder. No
como en el caso del Dr. Martínez Heredia, que se mandó un largo artículo en
Cubadebate que leí hasta el final, para contar la historia del “imperialismo
yanqui” en Nicaragua, Sandino y otras “glorias” (por supuesto sin mencionar el “corte
chaleco” –averigüen los interesados y sabrán de lo que se trata)
A mí, lo que
me molesta de todo esto no es que Obama llegue a La Habana, eso de que con su
presencia condone lo injustificable, me huele a cierto plattismo que aún no nos
quitamos de encima en ambos lados del estrecho; lo peor, es que sus anfitriones
sean una cuerda de cínicos a quienes todo el mundo conoce y nadie se atreve a
denunciar. Sin embargo, tengo la esperanza puesta en que desde una macrovisión
del problema, la gente entienda que los papas, los mandatarios de países
importantes (ojo, no hay aquí cipayismo, ellos mismos lo reconocen), no son los arquetipos de los tiempos de “la ayuda solidaria y desinteresada” de la
Unión Soviética, el campo socialista y sus seguidores tercermundistas. Pensar
de tal manera sería añadirle más hielo a los fantasmas de un período que,
precisamente, ha pasado a la Historia como “Guerra Fría”. ¿Casualidad?
José
A.Arias-Frá