Vivimos rodeados de “expertos” y en un país donde la experticia va de la
mano de la realización y de una apreciación que se asume, la mayor de las
veces, a priori. Es cierto que entre los espacios favorecidos de la
cultura debe considerarse la posibilidad a su acceso y en tanto el desarrollo
social lo permita en mayor grado. Para quienes interpretan esa relación con
pleno conocimiento de causa, el resultado es, al menos; potencialmente válido.
Lo contrario, es como caminar voluntariamente al cadalso tras haber dejado que nos
venden los ojos.
Pero en el asunto de la supuesta experticia no siempre se cumple tal relación y, son
muchos los casos en que suele ponerse la carreta delante de los bueyes;
cualquiera emite opiniones festinadas, echa mano de estadísticas alteradas o
crea historias amañadas con el único fin de refrendar una versión, pasto
reverdecido entre los ignorantes (utilizo el adjetivo atribuyéndole la
benignidad relacionada con el conocimiento, no más)
Por tales razones, cualquiera y por esta vía, puede llegar a parecer un
“orientador de opinión” un “profundo conocedor de esto o aquello” y sentar pauta,
sin dejar de ser un papanata. Las consecuencias, de la mano de la proliferación
de la “experticia”, pueden llegar a ser muy peligrosas y esos a quienes podemos
descubrir y catalogar como verdaderos hacedores de la farsa y perennemente a la
caza del combustible de su quehacer, van, vienen, se regodean y se realizan
conjugando la insensatez no culposa de sus seguidores para hacer de su discurso
un medio de vida.
En el asunto de la sobre-dimensión del ego ―un caso de trastorno psicológico―,
ni que decir. Tal trastorno, exacerbado en extremo (adopción de un lenguaje
gestual para “posar” incluido) nunca deja de ser el denominador común. No
importa lo que diga, más bien lo que suele hacer. El “experto” juega a las
versiones ―sus versiones― y enajena la realidad confiado en la falta de
verificación de las fuentes, del desconocimiento de la Historia, de las
verdaderas estadísticas ― que deben ser ante todo originales e imparciales― y
le deja el producto a la confiabilidad de sus seguidores. Puede dormir
tranquilo, porque hasta la apostasía se vuelve meritoria ante el empuje de su
impunidad. No, no… yo tenía entendido tal o cual cosa, pero estaba equivocado;
fulano, que es un profundo conocedor del tema, lo “explicó” como realmente
es. ¿Y cómo es en realidad?, porque alegato de “expertos”, no deja margen a las
dudas.
El otro contrasentido exhibe tal grado de elementalidad, que si no fuera
―por sus resultados― tan trágico, sería cómico. ¿Qué nos dicen los expertos de
tribuna que no sepamos? Para responder acertadamente hay que distinguir entre
la verdadera experticia, esa que no se pregona, que viene de la mano del
verdadero conocimiento y que; ni se compra en boticas o bodegas y es el
producto de un verificable conocimiento refrendado por la experiencia
intelectual de su poseedor y exponente.
El saber engarzar, más o menos, un discurso salpicado de verborrea
incontinente y alguna que otra “cita” traída por los pelos, establece la
diferencia entre quien en verdad sabe de lo que habla (experticia, entre otras
cosas) y el que crea aquel famoso “coro
de grillos que cantan a la luna” (“Retrato”.- A. Machado)
A favor de la humanidad; quien no esté preparado, sea incapaz de exhibir un
currículo en su respaldo que garantice
la eficacia de su juicio, es mejor que calle, estudie y no suelte el
libro ni para ir al baño. Wikipedia; un magnífico instrumento, pero se sabe que
no puede ser citado, no precisamente por derechos de autoría; hay allí también,
datos erróneos, sujetos a modificación. ¿Y cuántos “expertos” de “Wiki” no nos
encontramos a diario?
Pensaba en estas cosas y arribé a conclusiones elementales. Resulta que en
los montones de versiones que suelo escuchar y leer sobre otros tantos temas,
el resultado era el indicado de antemano en consecuencia del desenvolvimiento
de los acontecimientos; no había que ser ni adivino, estratega (político,
militar… ― ésta, la de “estratega”, es otra “etiqueta” que se las trae) Tampoco
hacedor de conclusiones, de eso que en ciencia pedagógica se conoce como “recurso
nemotécnico” hilvanando experiencias o graficando explicaciones a partir de
entuertos cuando no han lugar y la información tiene una verificación teórica y
práctica que hace evidente el análisis.
Por eso he aprendido a desconfiar de ciertos “entendidos”, generalmente
afincados en una polivalencia abarcadora que los convierte en “capitanes de
todo y soldados de nada” Prefiero hacerme al propósito de empacar mis dudas ―que
siempre existen― en la envoltura del conocimiento convincente, el que está
refrendado en los originales, en los textos, los libros (ficción y no ficción)
en el estudio afín a mis intereses y mis propósitos. Luego, me convenzo o no;
es, después de todo, algo más sencillo y menos arriesgado que montarse en el tren
de los “seguidores”
José A. Arias-Frá