Tuesday, April 24, 2012

ILEGALIDAD O LEGALIDAD: HE AHÍ EL DILEMA.


Al igual que tratándose de cualquier otro producto, el comercio de la droga está sujeto a reglas que tienen validez permanente. El hecho de ser un rubro ilegal, potencialmente letal y ampararse en un comercio clandestino, no impide que la oferta y la demanda se manifiesten complementariamente cuando todo queda referido a cualquiera de los “productos” dentro de este patético mercado.
El primer  argumento a discutir: generar la legalidad en lo relacionado con la producción y venta de las drogas tiene aristas muy peligrosas. Algunos piensan en una comparación que parece pueril y cuando se analiza el asunto solo en términos clínicos; la adicción a la cocaína y otros estupefacientes de alto e inmediato efecto en los seres humanos, es mucho más demoledora que la del alcohol, por ejemplo. El uso excesivo y cotidiano –adictivo- del alcohol, puede originar una cirrosis, úlceras estomacales, duodenales o esofágicas y terminar matando a una persona en un plazo de tiempo más o menos largo y a consecuencia de otros padecimientos colaterales; algo que también resulta posible en el cuadro clínico de los afectados  por diversas adicciones.
La cocaína y sus derivados, las metanfetaminas o las drogas sicotrópicas, así como las que se inyectan directamente en el torrente sanguíneo elevadas al consumo motivado por una adicción, pueden acabar con la vida de una persona sólo después de un simple exceso –lo que es bastante común- y producir un infarto masivo, o un accidente cerebro-vascular de efecto terminal.
Para los países productores el mantenimiento de la ilegalidad representa una amenaza permanente a su estabilidad y en consecuencia la tendencia es a promover, al menos por el momento, un clima de discusión donde se pueda introducir el tema y filtrar las opiniones favorables a la legalización de forma paulatina. Hasta ahora los recursos invertidos en combatir los carteles de la droga y las mafias que los controlan, es una guerra de muchos años que no se ha podido ganar, y en la que se han empeñado cuantiosos recursos que cuestan enormes sacrificios a la población, incluido el imperio del terror exacerbado a un grado superlativo.
En el caso de los países consumidores y que regularmente cuentan con mayores recursos –América del Norte y Europa- el principal efecto de la amenaza es social. Mientras mayor sea la oferta y se abarate el costo del producto, mayor será la demanda y peores los efectos generales en el sentido aludido. Junto a las mafias encargadas de comercializar la droga al nivel de la calle, los esfuerzos policiales se atomizan a la vez que se multiplican y se minimizan haciéndose vulnerables. El esfuerzo gubernamental se vuelve mucho más costoso y junto a la secuela que deja éste fenómeno, la única manera de paliarlo entre los sectores menos pudientes, contradictoriamente los más afectados por la marginalidad donde la droga se enseñorea, tienen que ser cubiertos por el estado cuyos recursos desviados a conseguir ese objetivo, provienen de otros servicios que resultan siendo seriamente afectados o cancelados.
Imaginemos entonces un medio en el que la adquisición de drogas –en algunos países como Holanda, ya no es necesario imaginárselo- no constituyera un delito, o que en los países productores, los gobiernos pudieran establecer normativas para el control de la producción a cambio de perder la facultad de cancelarla por entero. ¿Eliminaría esto el jugoso negocio de producir, elaborar y comercializar la droga? Evidentemente no. Tampoco es el objetivo; llegado ese momento se establecería una competencia atroz entre personajes acostumbrados a delinquir y en virtud de lograr los mayores dividendos. Es algo que ha estado sucediendo por años entre las familias de mafiosos en control, por ejemplo, del negocio de la prostitución y en predios donde ésta es legal.
Un cambio radical en lo relacionado con el consumo de drogas y estupefacientes implica, por último, una profunda reorganización en el aspecto judicial relacionado con las violaciones previamente producidas y anteriores a la pretendida legalidad en el caso de producirse. Quienes hayan incurrido en graves delitos –algo que sería muy común y prácticamente la norna- seguirían estando sujetos a la persecución y condena por violaciones derivadas de sus actividades anteriores y que en la mayoría de los casos no prescriben. ¿Pudiera resolverse semejante situación mediante una amnistía? No parece posible.
En el ámbito de la correlación entre países productores y en los que el nivel de consumo tampoco es descartable; y los consumidores, que padecen el flagelo de uno de los problemas más acuciantes de estos tiempos, se levantan muchas barreras que son, todavía, insalvables. La necesidad de conversar es una realidad, llegar a conclusiones sorteando numerosos obstáculos en la mitad del camino, algo muy diferente y aún poco probable.
Mientras, la gravedad de los hechos, aupada por la guerra de los carteles que a la larga se ha convertido en una guerra asimétrica contra el estado en algunos lugares  donde se les combate sin cuartel, aunque sin resultados definitivos; una población exhausta, maltrecha y en calidad de rehén –activo o potencial- supervive, a la vez que clama por una solución que aminore las consecuencias del problema.
José A. Arias. 

Monday, April 23, 2012

EL PICARO CUBANO DE HOY. Roberto Prats Sariol

EL PÍCARO CUBANO DE HOY.
Roberto Prats Sariol.

La mayor ruina de la Cuba actual es el ser humano.
Cafetería estatal 'El Paraíso', Holguín, enero de 2012. (REUTERS)
"¡Ahora sí mejoraremos!" —exclama con firmeza Guzmán (por el pícaro de la novela Guzmán de Alfarache) tras la pasada Conferencia del Partido, como si más de medio siglo en el Poder no hubiera servido para descalificar a los ochentones. Exclama para que se sepa. Exclama no para ir escapando o inventar… Exclama porque un cambio real lo dejaría colgado de la brocha.
El pícaro cubano de hoy apuesta a una transición algodonosa. Y muy lenta. Entre más despacio mejor. Aquellos antihéroes de la novela picaresca española de los siglos XVI y XVII, de la hispanoamericana en el siglo XIX, casi son honorables buscones ante las destrezas y habilidades del Guzmán cubano de ahora mismo.
Una amiga que llegó de La Habana el pasado 2 de febrero —fue por dos semanas, a ver a su padre, hermana y sobrinos— me cuenta tanto que aún no llena mi curiosidad. Los guzmanes-catrines encabezan el panorama humano, entre las conocidas ruinas.
Indagación del choteo (1928), el tan caracterizador ensayo de Jorge Mañach; La isla en peso (1943), el poema de Virgilio Piñera que sí desentraña Lo cubano en la poesía —entre otras referencias necesarias, no solo cubanas— parecen escritos para el pícaro del 2012.
La mayor ruina de la Cuba de hoy es el ser humano. No la Constitución o el aparato estatal. No la industria, el comercio, la agricultura… No las ciudades ulceradas o las casas donde se hacinan tres generaciones con los muebles de la abuela. Nada se asemeja a la ruina moral, mucho más difícil de reconstruir que el sistema educacional o los servicios médicos o las redes culturales y deportivas.
A esa desoladora conclusión hay que enfrentarse. Sin políticas de avestruz. Crear una nueva sociedad civil debe partir de la familia, y desde luego que dentro de ella de cada integrante, sobre todo de los jóvenes. Lo demás huele a demagogia, otra politiquería.
Guzmán de Alfarache sonríe: otro teque quimérico, otro iluso más que cree en la perfectibilidad de la especie, como quizás Mateo Alemán en 1599… Tal vez tenga razón. Sus burlas, sin embargo, no invalidan que los pícaros proliferen en caldosas —no ajiacos— más propicias que otras. Y la sociedad cubana actual es casi la perfecta para que las vilezas engorden, sean tan habituales como la escasez de guaguas chinas o de un CUC para un triángulo de pizza.
Mientras tanto él —según mi amiga y sus cuentos que aquí integro— casi escribe en el respaldar de su cama aquella vieja máxima: "El vivo vive del bobo, y el bobo de su trabajo". Y Guzmán es cualquier cosa menos bobo. El cuchillo en la boca con la compra-venta de casas, arañando la peseta hasta por el retrovisor del mini Fiat polaco que acaba de legalizar.
Y sus primos hermanos también. Hay un Guzmán policía de circunscripción. Los boliteros del barrio son sus amigos, igual que la holguinera que recoge cada día las apuntaciones por la charada china. Son 100 pesitos diarios, aunque le da 20 al teniente. Más lo que cae de la hermana del pescador que desde Batabanó trae langosta o bonito, siempre en el fondo de un saco de yute, arriba relleno de malanga, boniato, yuca. Y ni hablar de lo que suelta el rastrero cuando llega con los sacos de café, directamente del Escambray.
Otro Guzmán, más arriba, tiene lo suyo en un hotel de La Habana vieja. Ahí sí hay. Sobre todo con las muchachitas por teléfono y los cigarritos de marihuana. Ni lo que saca del bar le interesa ya mucho, porque el guarapo está en la doble contabilidad, en las habitaciones declaradas vacías pero rentadas.
Mi amiga me contó de un tercer pariente de Guzmán, al doblar de su antiguo edificio de apartamentos. Este sí vuela entre nubes de billetes. Y hasta con menos riesgo. Trabaja en una empresa mixta, de una corporación vinculada a los militares. Ya hasta tiene su cuentecita en Panamá.
Los Guzmanes forman parte de la aguerrida militancia en el Partido, de esos 800.000 y tantos que defienden "la obra de la revolución". En sus casas hablan del hambre en Somalia o de los desempleados en España. Si acaso. Lo normal es conversar de la serie de béisbol o de la telenovela. A veces de que Raúl Castro tiene la mano pesada, pero con el índice en las sienes, como si estuviera loco, fuera de la Isla, con una muela cariada.
Aunque los hay que han armado el tinglado con los de Miami, sin dejar de aplaudir o callar, mirar para otro lado o aceptar que así es la vida. Se adelantan a lo inexorable, pero con la misma falta de escrúpulos y el mismo deseo de que la transición sea suavecita y lenta, con tiempo para cuadrar la caja chica y la grande, pagando pero guardando el vuelto.
Pero mi amiga, como la mayoría de nosotros, no tuvo acceso a los Guzmanes decisivos. La información está más compartimentada que en el Departamento Técnico de Investigaciones de la policía. Sobre ese minúsculo sector sólo caben especulaciones, comparaciones con los millonarios "herederos" de la antigua Unión Soviética o juzgar por algunos datos que han sido verificados.
Son los Guzmanes de la alta oficialidad del Ministerio de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior. Son el Poder, junto a las escasas familias de los "históricos". No los coroneles, comandantes o capitanes, donde también hay cientos de Guzmanes de poca monta: playa, gasolina, bonos de compra, salarios elevados…
Francisco de Quevedo y Villegas escribiría jugosos sonetos sobre esta crápula, aunque la hipérbole tendría que asentarse en el diccionario de otra galaxia. No hay exageración posible. Lo tienen todo, manejan al país como los señores feudales. Manipulan a partir del miedo y del secretismo, dentro y fuera, dividiendo y aprovechando cualquier ingenuidad o esperanza: visita del Papa o elecciones en los Estados Unidos, chavismo o ayatollas, naciente imperialismo brasileño o nuevo acceso del PRI en México…
Quizás —pensamiento desiderativo— en algún momento se presente entre estos Guzmanes algún conflicto de intereses que desencadene el fin del castrismo-leninismo. Una chispa por alguna concesión en el nuevo puerto de Mariel o en la comercialización de la gasolina que se exporta desde Cienfuegos… Tal vez algunos de ellos ya conspiran por una tajada mayor, mientras esperan por la muerte de los "históricos".
Lo único seguro en el tenebroso juego de los pícaros cubanos de ahora mismo no es que haya una doble moral. Es que no hay ninguna. Guzmán de Alfarache ríe. Ríe y se enorgullece de estos tataranietos. Cuba otra vez espera, con el mismo verso que Virgilio Piñera escribió en 1943: "Todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste".


NOTA.-Este artículo apareció en "Diario de Cuba". su contenido me parece interesasnte. Quienes lo lean, están, al menos; en capacidad de arribar a sus propioas conclusiones.
José A. Arias. 

Tuesday, April 17, 2012

RETRATO DEL MINISTRO ADOLESCENTE. Roberto Madrigal.


La novela más reciente de Abel Prieto (Pinar del Río, 1950) fue lanzada a bombo y platillo, en febrero de este año, a propósito de la XXI Feria Internacional del Libro de La Habana. Allá en el Pabellón Cuba, la obra fue presentada por los escritores Eduardo Heras León y Graciela Pogolotti, sentados junto al ministro y al editor del libro, Rinaldo Acosta. Un par de semanas después se anunciaba que Prieto cesaba como Ministro de Cultura, cargo que ocupó desde 1997. Unos meses atrás, durante el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, Prieto había sido absuelto de su puesto en el Buró Político del Comité Central de dicho partido.
Los viajes de Miguel Luna es la primera obra que publica Prieto desde 1999, año en que se editó su novela El vuelo del gato. Ambas novelas están enclavadas en la nostalgia de una adolescencia perdida y nunca superada, mediante la cual los altos temas de la ética y la política pueden simplificarse y abordarse con una perspectiva ingenua.
“Respondía al armonioso nombre de Miguel Luna, aunque sus contemporáneos, siempre imaginativos, preferían llamarlo Mick o Mike o Miki o Mickey Moon o simplemente Mikimún.” Se lee ya en la página de apertura y ese apodo juvenil será con el cual se nombrará al personaje central por el resto del libro. En entrevista reciente a Cubahora, Prieto expresa: “Solo tiene algunos rasgos autobiográficos…Mikimún no encuentra su lugar, es como un intelectual descolocado, un poquito resentido, medio paranoico… es la historia de parte de mi generación”. Autobiografía ciertamente no es, pero la novela es una meditación autobiográfica. Es también un tímido ajuste de cuentas.
Narrada como relato diacrónico, la novela alterna sus capítulos sucesivos contando por una parte la historia contemporánea y trama principal, el viaje de Mikimún a Mulgavia y por la otra la historia de la vida del protagonista desde su nacimiento pinareño, pasando por su llegada a La Habana y terminando en su viaje actual.
Mikimún se ha pasado la vida soñando con viajar pero le ha sido imposible. Finalmente, en el señero año 1989 le anuncian que ha sido seleccionado “…por la Presidencia de la UNEAC para viajar a la República Socialista Popular Democrática Obrero-Agrícola-Pastoril de Mulgavia”, donde su deber era fortalecer “los lazos culturales” entre Cuba y Mulgavia. Este país imaginario es una isla “rodeada por las aguas azulosas y algo renegridas del Mar Negro”.
Mulgavia en la realidad de este libro, es Cuba, norcoreanizada y presentada ante un espejo cóncavo. No es más que una versión algo exagerada de los ritos, protocolos, instituciones, intrigas y traiciones que existen en la Cuba de Prieto. El autor es minucioso al desarrollar un lenguaje, unas costumbres, unas tradiciones, unas entidades gubernamentales y unos personajes que malviven, con pretendido optimismo y en agitación constante, en una pesadilla infantil manipulada por ególatras inescrupulosos. Las posibilidades temáticas que abre Prieto son innumerables, pero parece que cuando se enfrentó a su engendro le cogió miedo. La trama se va limitando a las borracheras de Mikimún y sus deseos de adolescente tardío y lúbrico por la traductora que le asignan. Lo que pudo ser cuestionamiento serio se resuelve como tragicomedia superficial y la meticulosidad de los detalles a veces agota hasta el cansancio. El personaje de Willy, el cónsul cubano, se presenta inicialmente como un tipo esquemático, machista obtuso, inculto y craso, pero siempre se le perdona como buena gente y al final resulta una especie de salvador. Es el macho cubano práctico, presentado con puerilidad.
La historia personal de Mikimún, que si no en letra, refleja en espíritu la trayectoria familiar, educacional y laboral del propio Prieto, deja mucho más que desear. Las intrigas de la Cuba en la cual crece el protagonista están minimizadas y simplificadas al extremo que la Cuba de los sesenta y los setenta parece un país como otro cualquiera. Lo peor no es solamente que lo que dice está narrado con dejadez, sino lo imperdonable de lo que no dice. Su empleo abundante de intertextualidades y de alusiones se queda en lo superficial. Su ajuste de cuentas queda disfrazado y se limita a bajezas que ocurren dentro del sistema, realizadas por algunos aprovechados sin talento, que se escudan en la burocracia para ejercer sus odios personales y dirimir sus rencillas de envidiosos empedernidos. Pero ese es un sayo que sirve a muchos y que aquí no tiene mucha trascendencia. Criticar a la burocracia no es nada peligroso y es prácticamente tarea de burócratas.
Donde más molesta el escamoteo es en la superficialidad con la cual Prieto trata una etapa significativa en su formación intelectual. Me refiero a su amistad con tres individuos, uno de los cuales era el fallecido escritor Carlos Victoria (me reservo los otros dos nombres, así como de un cuarto, pero no menos importante personaje, porque no tengo su autorización y que sean ellos quienes cuenten su parte), que en el libro se nombran como Hugo, Paco y Luis. La amistad de Prieto con estos tres fue notoria, entre otras cosas por la actitud contestataria de todos ellos y porque culminó en expulsiones de la Escuela de Letras que los marcaron para siempre. Prieto pudo continuar pero tras graduarse fue enviado a Isla de Pinos, quizá para que la gente se olvidara de él por un tiempo. La homosexualidad de los tres echaba una sombra sospechosa sobre la orientación sexual de Prieto en un momento en el cual, en pleno apogeo del “quinquenio gris”, el homosexualismo era considerado como un crimen contra el estado. Aquí tuvo Prieto la oportunidad de narrar algo interesante y de presentar un tema controversial con complejidad temática, pero todo lo resuelve diluyéndolo en una pretendida inocencia y restándole importancia al asunto. Conozco a Prieto desde 1962, estudié con él en el Pre-Universitario. Nos mantuvimos en contacto hasta que me fui de Cuba en 1980. Lo recuerdo como un buen jugador de ajedrez, un tipo muy inteligente, simpático, irónico y con gran sentido del humor. Nunca conocí al ministro, pues lo fue mucho después de mi partida. Recuerdo que tras su nombramiento, Victoria y yo sostuvimos varias conversaciones en las cuales nos preguntábamos cómo ese hecho fue posible, pues la trayectoria que de él conocimos no apuntaba para nada en ese sentido. En un viaje que hizo a Cuba, Victoria se reunió con Prieto, pero a su regreso confesaba una gran tristeza al respecto, ya que siempre le profesó un gran cariño. Nunca resolvimos la incógnita.
Hay muchos otros momentos perdidos. Mikimún es un escritor que recibe algunos premios pero que no es reconocido por sus colegas. Ocupa cargos en algunas editoriales y transita por los pasillos de la UNEAC, pero aquí tampoco encuentra Prieto tema que explotar y lo que pudo haber sido otra oportunidad para elaborar la complejidad de las intrigas palaciegas que mienta, se queda en la epidermis de la trama. Por supuesto, si el libro se hubiera enfrentado a esos temas como debió y por su experiencia personal pudo haber hecho, nunca se hubiera publicado. En un comentario tan comedido como superficial, Miguel Barnet, el nuevo presidente de la UNEAC y flamante miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, lo resume con hipócrita justicia: “Abel nos quiere enseñar que no somos perfectos ni inmaculados, todos tenemos un lado feo, todos hemos tenido una piedra en el zapato, o hemos estado debajo de la piedra alguna vez”. Todo se resume en esa intrascendencia, la ya vieja cantilena del revisionismo oficial.
Al final del libro, como se veía venir desde el principio, Mulgavia sufre el desmembramiento del antiguo “bloque soviético”, pero lo único que Prieto ve en este cambio es la súbita transformación de lo peor del ser humano, la usura, la aparición de los McDonald’s como un gran castigo, la violencia desorganizada y el oportunismo de los políticos. Este pesimismo, que pudo también tener su filo, se decanta al trasladar al moribundo Mikimún a La Habana.
Quizá Mikimún representa lo que Prieto hubiera querido ser, un escritor sin responsabilidades políticas, pero a su vez por ello, lo caricaturiza y termina eliminándolo. Como en sus libros anteriores, y ya esto es una tendencia alarmante, sus personajes mantienen una mentalidad pubescente aún cuando ya tienen más de cuarenta años. Puede que con esto Prieto anuncie los peligros de una sociedad en la cual el hombre no madura mentalmente dada su lucha diaria por la supervivencia. Lo cierto es que esa misma adolescencia mental aprisiona las características expresivas de su prosa y la forma en que resuelve su temática. El libro queda como una desdibujada caricatura generacional, muy parecida a las caricaturas de su cosecha que el autor incluye en el libro. Un intento de crítica gentil, inmadura y aceptable para las autoridades. Parece una rescritura del viejo grito: “¡Ave César, aquellos que van a sobrevivir te saludan!”.
. Autor: Abel Prieto. Editorial Letras Cubanas. La Habana 2011. 537 páginas.

RobertoMadrigal
Cincinnati.

Sunday, April 15, 2012

EL REALISMO SOCIALISTA EN LA LITERATURA Y EL SILENCIO DE LOS CARNEROS.


Más que desde un punto de vista propiamente literario, aunque sí en un sentido histórico; y en el que no se pretende agotar un período tan prolijo en hechos y acontecimientos muy importantes; abordar éste tema constituye una corroboración acerca del porque el socialismo marxista no únicamente, y como bien se sabe, constituye un fiasco y un paréntesis que no debe ser paradigmático más allá del referente que puede constituir para demostrar las causas de su propia debilidad, su ineficacia y el colofón determinado por su desaparición. Tratar de entender las razones, no es, como se afanan aún algunos de sus defensores en aparentar, un capricho vinculado a un simple “debate de ideas” El verdadero enfrentamiento se nos presenta como la fuerza impuesta de la ideología totalitaria, y en un período cronológicamente determinable; frente a la razón del pensamiento liberal presente en la evolución de las ideas a lo largo de la Historia. Es evidente que entre el propósito (causa) y los pretendidos resultados (efecto) y en medio del conflicto creado –y en gran medida superado- la interpretación, no la simple justificación, debe ser una necesidad.
EL ESCENARIO HISTÓRICO.
En lo político, el país más atrasado económicamente, esparcido en un vasto territorio entre dos continentes: Europa y Asia; la Rusia de la época imperial; la servidumbre caracterizaba la relación entre terratenientes y campesinos –siervos de la gleba. Integrado por inmensos territorios dedicados a la agricultura, y en los que la jerarquía política se basaba en una tradición absolutista y monárquica; diferente, por ejemplo, a la de Inglaterra; las condiciones para buscar y encontrar alternativas para el cambio social, se presentaron con claridad. El primer error de interpretación, muy común, ha sido atribuir a las ideas de “líderes de la clase obrera” –muy poco desarrollada- y limitada a algunos centros de producción pre-capitalista, consecuentemente muy embrionarios y geográficamente localizados; la dirección del movimiento que derrocó el imperio zarista y que, con el éxito de la revolución de 1917, llevó al poder al proletariado.
Los dirigentes de la revolución fueron intelectuales, en todos los casos vinculados a las ideas del socialismo revolucionario, que militaban en atomizadas y disímiles tendencias que no siempre eran de inspiración marxista. Ello explica el desasosiego y las contradicciones que hubo entre sus principales representantes durante las últimas décadas del siglo XIX y el triunfo bolchevique en 1917.
Con la revolución de 1905 primero y la de 1917 después, se simplificó la ejecución para el establecimiento de lo que tendenciosamente se ha denominado el poder político de la clase obrera. Lenin –que era uno de esos intelectuales- elaboró su teoría del “eslabón más débil” la cual, sin dudas, refuerza el argumento expuesto en el contexto de uno de sus “aportes teóricos” más conocidos: “El Imperialismo Fase Superior del Capitalismo” y en tanto la Primera Guerra Mundial, comenzada en 1914, fue un asidero importante en ese sentido. El otro gran teórico marxista, co-protagonista del suceso revolucionario de Octubre: León Trostki –también un intelectual revolucionario- argumentó con éxito acerca de las contradicciones del capitalismo en occidente (había estallado ya la Guerra de 1914) por intermedio de su “Teoría de la Revolución Permanente”
Lenin, el líder seudo-proletario, se convirtió entonces en el primer gran revisionista de la teoría marxista original. El “eslabón más débil” contradijo abiertamente los preceptos planteados por Marx y Engels sobre el triunfo de la revolución proletaria en Inglaterra, Alemania, Francia o los países del Benelux. La práctica (muy encumbrada a posteriori por el concepto de “praxis” por los neo-revisionistas de la post-modernidad) se encargó de evidenciar los fallos de los “precursores” cuando teorizaron al respecto en algunas de sus obras más conocidas como “La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra” (Engels), o “La Contribución a la Crítica de la Economía Política” (Marx). El enfrentamiento que protagonizaron Marx y Proudhon en el seno de la Internacional Socialista, debió quedar caracterizado como una especie de radicalismo, representado por el primero, frente a un conservadurismo revolucionario, más bien de centro izquierda, que resumía las ideas de Proudhon. Atenidos a la lógica promovida por los hechos y en consonancia con condiciones políticas impredecibles, la teoría político-revolucionaria de Marx resultó equivocada. (1)
En los albores del siglo XX la “revolución proletaria” no fue protagonizada por los obreros más explotados ni peor pagados (es importante recordar aquí, la persistente causa-razón que Marx atribuye a su elaboración teórica sobre el concepto de salario), vino a ser, por el contrario, la necesaria liberación de quienes aún no habían sido víctimas de la explotación en las condiciones del capitalismo moderno. Los campesinos rusos, sujetos a otros mecanismos más virulentos y severos de condicionamiento social y productivo, arrastrados por el incipiente proletariado de las zonas urbanas, protagonizaron un intento de liberación nacional antimonárquico y anti- feudal en lo económico, y sin que las contradicciones referidas del capitalismo en el occidente europeo, tuvieran demasiado que ver al respecto. De hecho, la posición ante la guerra a la que Lenin consideraba imperialista, tampoco fue unánime y motivó exacerbados debates entre los dirigentes de la revolución.
Con el triunfo revolucionario de 1917 en la Rusia de los zares, enjundioso ejemplo de corrupción aupado desde la monarquía; tiene lugar, ante todo, el triunfo de una revolución nacionalista de aliento esencialmente económico y cuyos preceptores –intelectuales versados en la teoría- se encargaron, ipso-facto, de complementar políticamente con sus ideas. “El eslabón más débil” y la “teoría de la revolución permanente” fueron las bases de los decretos revolucionarios puestos en práctica inmediatamente después de la toma del poder. El país de efímera existencia (75 años) creado bajo el nombre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas –URSS- nació a la Historia en medio de una concepción teórica vinculada a una inmediatez que en la práctica, nunca le permitió ser otra cosa que el gigante de pies de barro sobre cuyos hombros se pretendió hacer descansar el enorme peso de la nueva, redentora y promisoria sociedad; condenada a desaparecer bajo la influencia de sus pecados de origen.
La URSS, fue un país creado por decreto: el de “Nacionalidades” propuesto por Lenin y ratificado en 1921 y el “Decreto sobre La Tierra” avalado por la Nueva Política Económica –NEP- puesta en marcha en 1923. No podía ser de otro modo en el diverso y vasto territorio, atenazado entre las diversas interpretaciones políticas, religiosas, culturales y la diversidad geográfica desde las áridas estepas siberianas a los territorios climáticamente más benévolos del sur.
A la muerte de Lenin en 1924, sobrevino un período en el que “el infantilismo izquierdista” que el propio Lenin había criticado, se convirtió en norte del estalinismo y que con el exilio forzoso de Trostki, acabó con la influencia de los revolucionarios más conspicuos. El estalinismo, bajo las ideas del “gran líder”, condujo a la joven Unión Soviética a protagonizar la historia de un experimento que en todos los órdenes, y a pesar de su indiscutible protagonismo en el siglo XX, no le impidieron acreditarse, como nación, la imagen fundada en el ostracismo y bajo la absurda y personalista voluntad del “líder revolucionario” –cuestión a la que ya me he referido- y que se conformaron como argumentos principales y negativos de su trascendencia. No hay nada en la historia soviética, ni en la de los territorios que se agruparon bajo su égida después de terminada la Segunda Guerra Mundial, que pueda ser caracterizado como paradigmático; y si para algunos sovietólogos a destiempo, la afirmación puede parecer exagerada, ¿Cómo explicar, sin caer en diatribas o argumentos triviales, el derrumbe? Dialécticamente, el socialismo marxista y su consecuencia inmediata, el Comunismo, se convierten casi de forma original en la némesis del marxismo teórico de los “precursores”, llegando a transformarse en la práctica en una ideología impregnada de una ortodoxia política cuyo único y posible fin es el establecimiento de un orden y un poder totalitarios. Hoy parece que, sin amañadas intenciones, nadie puede ser capaz de rebatir esta conclusión.
EL REALISMO SOCIALISTA: EXPRESIÓN DE UNA CULTURA BAJO EL TOTALITARISMO.
El proceso descrito se convirtió en el marco para la entronización, desarrollo y desenvolvimiento de una nueva política –eso es en esencia- cultural. La nueva cultura soviética, debía avenirse, y por intermedio de la razón impuesta, a mecanismos de control derivados del poder. El aglutinamiento del aliento creador, tan esencial y naturalmente individual, debió afinarse en la práctica con los parámetros impuestos y no aptos para ser desbordados por los “desvaríos” de una élite pensante de pretendido origen burgués (aunque no fuera siempre el caso) vitalmente capaz de generar nuevas ideas a través del acto de creación. Enfrentados al dilema que la libertad de expresión presupone, la acción colectivista y revolucionaria impone la uniformidad del pensamiento y utiliza como arma la censura con el fin de conseguirla. El intento de generar una nueva estética en connivencia con la llamada cultura de masas, el Realismo Socialista, se convirtió en la expresión única de ese propósito.
El estalinismo –Lenin no tuvo tiempo de conseguirlo- fue el crepúsculo de la vida cultural de la Rusia pre-revolucionaria categorizada como un rezago del pasado capitalista y burgués. Para la crítica encabezada por los órganos estatales y la “Unión de Escritores Soviéticos” liderada por Máximo Gorki el aspecto prioritario de la creación bajo el socialismo debió estar caracterizado por el apego irrestricto a las directrices partidarias. Gorki, cuya vida intelectual anterior a 1917 le proporcionaba un reconocimiento nacional, rindió banderas y enfocó los esfuerzos de su actividad personal al ejercicio de una especie de comisariado recomendado por el propio Yosef Stalin que solía referirse a los escritores como “ingenieros de almas” y definió la política del estado soviético bajo el “Decreto de las Organizaciones Literarias y Artísticas” de 1932. Sólo tres años después se produciría el supuesto suicidio del hijo del autor de “La Madre”, la novela más importante de Gorki escrita dentro de los cánones del realismo socialista y obra por la que en gran medida, trascendió como escritor. Un año después en 1936, el propio Gorki falleció.
Con el impulso del estado a la alternativa de los creadores literarios bajo el realismo socialista nombres como los de Pushkin, Dostoievski, Chéjov y Tolstoi se convirtieron en lápidas de un pasado promiscuo y obsceno y de no ser por la trascendencia de sus respectivas obras y el papel de occidente envuelto sin ambages en su rescate, hubiesen quedado como un mero argumento referencial para ser utilizado como ejercicio docente capaz de demostrar las debilidades del pasado pre-revolucionario y poner en tela de juicio la moral “burguesa” y en consecuencia, altamente criticable de los propios autores.
Una opinión muy autorizada como la del novelista y autor teatral de origen inglés William Somerset Maugham (1874-1965) le concede un imperecedero valor a la obra de Dostoievski y Tolstoi; en su opinión “La Guerra y la Paz” de éste último, puede ser considerada una de las mejores novelas en el género en todos los tiempos e incluye en su lista “Crimen y Castigo” y los “Hermanos Karamazov” del primero de los dos autores citados. Pero la falta de “pureza ideológica” en la vida de ellos, a los que el propio Gorki – así como también al famoso dramaturgo y cuentista Antón Chéjov- conoció, y con los que compartió su actividad anterior al triunfo de la revolución, les hizo víctimas ante su nueva óptica recién estrenada de comisario y, con el subsecuente y posterior advenimiento del estalinismo; pasaron a ser considerados como parte de un pasado “superado” por la historia.
El fenómeno de ruptura interpuesto sin condicionamientos y de forma inclemente e intempestiva, ha sido parte de la creación de una estructura psicológica que, vinculada al aspecto sociológico, tiende a borrar el pasado en el pensamiento del nuevo hombre protagonista de la revolución. La experiencia cultural, resulta, cuando menos; deformada, y en el peor de los casos, eliminada, mediante lo cual se establece un método de conceptualización artificial de la realidad (que de ser socialista, debe ser también, culposamente tendenciosa) encaminada a quebrar la verdadera realidad; hito vinculante entre el hombre y su pasado. Sobreviene entonces, un maniqueísta esfuerzo de creación que no ofrece más alternativa que la de tratar de superar el espíritu esencialmente liberal de la creación por medio de la cantidad en detrimento de la calidad. Ello se patentiza mucho más en el orden de la creación literaria que en otras manifestaciones de las bellas artes; la palabra escrita es testimonio indeleble y consciente y su interpretación no puede ser coartada, se impone la censura como único camino y en ese caso el vacío debe ser llenado por la abyección y el compromiso.
Si esa no es la historia de la contemporaneidad en los predios del socialismo marxista; ¿Cómo explicar la condena al anonimato de los creadores fuera de los páramos del parnaso proletario? El revestimiento propagandístico que caracteriza al arte promovido por la revolución, comienza presentándose a través de la glorificación de los nuevos símbolos característicos de una pretendida estética, que en su esencia, no existe: repetitiva, vociferante y vocinglera, conectada a una estructura de pensamiento excesivamente existencial a través del colectivismo facilista siempre presente en estos intentos (2).
Somerset define la trascendencia de la novela –género muy gráfico al respecto- como el único de expresión que en la narrativa, ya sea en el plano omnisciente o personal, debe ser capaz de alcanzar su trascendencia. Cualquier obra, explica, que no sea capaz de encontrar un espacio en la intemporalidad, estará condenada a poco menos que el olvido, junto al nombre de su autor. El condicionamiento temporal y la inmortalidad son valores inversamente proporcionales desde el punto de vista literario, y el autor, aun a pesar de tomar como referente inmediato las circunstancias que le rodean debe tener la habilidad literaria, junto al propósito para conseguir la permanencia asociada a la voluntad de sus congéneres. En este sentido es evidente que la obra de escritores que primero se consideran revolucionarios y relegan a un segundo plano el espíritu de la obra y el aliento de su creación, solo pueden escribir para satisfacer voluntades personificadas en entes amparados bajo coyunturas circunstanciales, negándose a si mismos la inmortalidad de su obra y de su nombre.
El Realismo Socialista coincidente con el estalinismo y vigente aun después de la muerte de Stalin, es un perfecto ejemplo de intolerancia. En la historia del período soviético el Nobel de Literatura fue concedido a tres autores rusos: Boris Pasternak, Mijaíl Shólojov y Alexander Solzhenitsin, si partimos de lo que estrictamente este galardón significa y se dejan a un lado polémicas alentadas por mezquinos intereses; en esa distribución para las letras soviéticas, dos de los autores, Pasternak y Solzhenitsin fueron declarados en su momento apóstatas de las ideas de la revolución y traidores a los intereses del pueblo y el estado soviéticos, y por ello criminalmente condenados. El tercero; Shólojov, un fiel representante de los susodichos intereses y, convertido además en “aparachitk” del Partido en cuyo Comité Central permaneció hasta su muerte en 1984. ¿Es posible, me pregunto, ocultar qué en este juicio diferencial y de valor se pone de manifiesto una marcada intención de carácter político? Tanto en la serie de Relatos del Don, y en el que el más conocido fue publicado bajo el título de “El Don Apacible” de Shólojov, como en “Doctor Zhivago” de Pasternak, o “Archipiélago Gulag” de Solzhenitsin se describe la realidad del mundo circundante e inmediato de sus autores, pero la diferencia está en que la realidad para Shólojov es la del triunfo del socialismo entre un mundo alentado por slogans y consignas, mientras que en los otros casos se trata de la realidad avasalladora e inconveniente del totalitarismo ideológico. Dentro del Realismo Socialista la explicación puede ser fácilmente interpretada, pero no por ello menos tendenciosa, justificativa y falaz.
Hay un último aspecto que no debe excluirse de este análisis: el reiterativo presupuesto argumental de la monotemática obra de sus autores más conocidos, tanto dentro del territorio soviético como posteriormente en los países de Europa Oriental, hace del Realismo Socialista una corriente poco o nada competitiva vista fuera de la rigurosidad esencialmente técnica de algunos de sus principales exponentes (el Nobel de Shólojov puede constituir una evidencia de ello). Desde Joyce, Faulkner, Caldwell, Hemingway o los magníficos escritores del Realismo Mágico hispanoamericano y hasta Salman Rushdie enfrentado al conservadurismo del Islam con sus “Versos Satánicos”; y considerando los clásicos de la literatura universal anteriores a esa mitificación de la verdadera realidad que se materializó bajo el denominativo de Realismo Socialista – sobreviviente en muy pocas, pero bajo particulares y peculiares circunstancias- la diferencia, pero más la relación entre la obra literaria y la verdad como esencia intrínseca y fundamental del pensamiento, parece un hecho irrebatible que proyecta su expresión a favor de la verdadera cultura que debe estar despojada de una intención medularmente política.
José A. Arias.
Notas.-
(1).-Ha sido una práctica sistemática la referencia a los cambios que amparados bajo el materialismo dialéctico, son dables bajo el imperio de las llamadas “condiciones objetivas”, las que junto a las “subjetivas” pueden justificar el origen, desarrollo y desenvolvimiento del acontecimiento histórico que, sin embargo, nunca pierde su vinculación inmediata con las condiciones vigentes manifiestas en la acción de los protagonistas del hecho histórico en sí.
(2).-Son muy dables, bajo las circunstancias referidas, la creación de entidades colectivas y representativas de intereses políticos relacionados con organismos e instituciones a través de las cuales se ejerce el poder.

Saturday, April 7, 2012

CHÁVEZ CON LA CRUZ...PERO DESDE "MIRAFLORES".


Aunque hace algunos meses me referí al tema y pensé no volver a hacerlo, la noticia es para comentarla, máxime cuando como en éste caso, demuestra lo que todos, aun sus partidarios, conocen: la obsesión de Chávez por el poder.
Lo que llama la atención no es el contexto en que se orquesta el último espectáculo en esta urdimbre relacionada con el presidente venezolano, su enfermedad y sus aspiraciones de ser reelecto: la realización de una misa junto a su familia y sus principales adláteres del PSUV, al regreso de su penúltimo viaje a Cuba para recibir tratamiento. El espectáculo del presidente y sus públicas súplicas es lo que me parece totalmente un acto de egoísmo y falta de modestia. Viene de él y no admite un ápice de benevolencia interpretativa.
Estoy seguro que cualquiera aquejado de una enfermedad seria y de pronósticos clínicos no muy halagüeños y aun cuando su propia fe no haya exhibido una constancia permanente, debe encontrar en ella un apoyo como alternativa, que junto a la ciencia, pueda paliar el mal de su cuerpo y dar tranquilidad a su espíritu. Esto no sólo es justo, es también un acto de humanidad.
Chávez, sin embargo, escogiendo como escenografía el momento culminante de la Semana Santa: la víspera del viernes santo; y como trasfondo de su retablo, la celebración de una misa en su estado natal, Barinas, eleva sus peticiones al Altísimo para que le de más vida, no importa si es dolorosa; alega que cargará con las espinas de su corona,- que no es la de Cristo en la cruz empinada en la cima del Gólgota- y que le dé su sangre porque todavía tiene mucho que hacer por su pueblo… Si esa es la idea del peticionario, me parece un acto de soberbia llevado a cabo fuera de contexto.
Hay, después de todo, una consecuencia característica en los actos del teniente coronel (que para parecerse más a su paradigma, prefiere disminuir su alcurnia castrense y llamarse “comandante”); mientras, no actúa como le sería dable a un presidente responsable, informando con claridad sobre su situación a los ciudadanos y designando personas capaces de mantener al país fuera de la zozobra que el mismo crea, lo único que se le ocurre es utilizar la fe como atributo de su propio poder que no concibe más allá de su gestión personal. ¿No es eso un acto de egoísmo?
Se ha repetido constantemente lo de que “no hay chavismo sin Chávez” y la corroboración de la propuesta proviene del propio Chávez. En un caso sin precedentes, el comandante arranca con su gabinete para Cuba y desde los olorosos salones a formol de una clínica en el extranjero actúa como presidente a distancia, no importa la Constitución que lleva en edición de bolsillo junto a su chequera. El es, porque así se considera, un elegido, más que un presidente, esa, es una denominación para “mejunches” y “escuálidos” y Chávez se ve a sí mismo como un rey cuya corona, no importa que sea de espinas –como la de Cristo- tendrá que llevar permanentemente.
Chávez no sólo quiere aferrarse a la vida por un humano instinto de conservación, sino por el afán desmedido de ejercer el poder y estoy seguro que si sobrevive y puede, se las arreglaría para continuar usufructuándolo.
Para tratar de remedar situaciones como estas, la fraseología del comunismo ha develado fórmulas que la historia se ha encargado de desmitificar y aquello de que “los hombres mueren, pero el partido es inmortal” no es otra cosa que una especie de puente para el mandato que sin dudas tiene más de inspiración absolutista y monárquica que de realidad. No nos olvidemos, el “líder”, llámese como se llame y reine donde reine, se atribuye la capacidad de un ser políticamente vitalicio porque el aliento de su poder –y su mandato- son parte de una concepción personal, única, indivisible e imperecedera. La cuestión de la inmortalidad del Partido se parecerá más entonces a aquella frase de Luis XV, “deseado” como Rey y aborrecido como político: “…después de mi, el diluvio”.
La humana súplica de Chávez, aliento de fe como la de cualquier otro ser se vuelve onerosa, en tanto queda auto justificada por un interés originalmente mezquino y su santificación no lo es menos. ¿Cuántos en las mismas circunstancias no estarían dispuestos a llevar a cabo la misma petición y en su momento lo han hecho? La pregunta es válida, pero el interés manifiesto es injustificable aun en medio de los impredecibles designios de la voluntad divina. Parece que lo principal en este caso no es conseguir más vida, aunque sea dolorosa, sino conservarla para sacrificar la de los demás. 

José A. Arias.  






Thursday, April 5, 2012

LA DEBILIDAD DE LAS FARC Y LA ESTRATEGIA DE SANTOS.


Los guerrilleros andan por la selva y en una especie de prolongación de su propia agonía, que entre el elemento de fila, tiene más de supervivencia económica que de principios políticos; todo lo que pueden hacer es obtener un poco más de tiempo que ni se traduce en victorias, –ya ni siquiera capaces de ser catalogadas como pírricas- ni en el alcance de supuestos objetivos políticos que nunca alentaron la idea de endosar la democracia.

Grosso modo, fue evidente que finalizada la presidencia de Pastrana y tras el posterior arribo al poder de Uribe, las cosas para las FARC fueron de mal en peor. La “política de seguridad democrática” adelantó al país una especie de garantía de supervivencia social de la que había dejado de disfrutar en medio de la zozobra propiciada por el terrorismo en la época inmediatamente anterior. Conseguido ese primer objetivo, el gobierno fue a la ofensiva en contra de los guerrilleros y decidió confrontarlos en su propio medio, con toda la fuerza y el poder de sus instituciones armadas y organizadas a través del acopio de una valedera experiencia castrense de más de cuatro décadas en esas lides.

Los resultados no se hicieron esperar: cabecillas (parece un acto de condescendencia llamarles líderes, aun refiriéndonos al entorno de sus propios elementos de fila) que habían impuesto el terror entre sus subalternos y en los medios en que operaron con relativa libertad de movimiento y entera impunidad, fueron cazados y “dados de baja” –como suele decirse en los partes gubernamentales- uno tras otro. Ahora y bajo la dirección de otro “alias”, el camarada “Timochenko”, las FARC son un grupo revolucionario en extinción, abatido por los reveses que consecutivamente les han sido asestados, pero que ávidamente está buscando la forma de supervivir. Es posible que las tácticas se inspiren en esas conspicuas y teóricas mañas bajo el nombre de “retiradas estratégicas”, en las que los revolucionarios modernos alegan tener gran experticia desde Lenin a nuestros días.

El nicho de la guerrilla, políticamente excavado entre el soporte principal del dinero proveniente del narcotráfico y el apoyo, a veces no tan explícito, aunque si implícito de los gobiernos de la actual izquierda radical a nivel continental y que en el caso del gobierno de Hugo Chávez en Venezuela desempeña un rol de primer orden; permiten a la guerrilla el mantenimiento de una especie de compás de espera que les hace factible maniobrar en función de una estrategia diferente. En fin, que donde único asoma la cabeza de “tirofijo” Marulanda es en ese “homenaje” execrable del busto erigido para “recordarle” entre los pobladores marginados del “23 de enero” y con cuya secular pobreza el gobierno del impoluto Chávez no ha podido terminar.

Parece que el actual presidente Santos, manejando con destreza las alternativas, y en cuya hoja de servicios a la nación colombiana obran hechos importantes en el defenestramiento de la malhadada entidad guerrillera; ha tratado de combinar varias vertientes en el tratamiento de la problemática. Esa nueva expresión de Santos acerca de Chávez y que a tantos irrita, de llamarle “nuevo mejor amigo”, no es más que una inteligente alternativa para neutralizar un bribón de la catadura del venezolano. Quizás, lo más seguro, es que Chávez lo haya intuido; pero no le es posible pelearse con quien le tiende una rama de olivo, que para los colombianos representa muchos y válidos intereses, incluido el continuar adelante con la idea de mantener a la guerrilla neutralizada y bajo control, a la par que se conjura la posibilidad de altibajos en la relación económica entre Colombia y Venezuela.

Explicando de cierta manera lo que pudiera convertirse en manifestación de una peculiar variante para distorsionar y distraer la democracia al estilo de los mesiánicos profetas del ALBA, se anuncia para los términos del presente mes de abril, la creación de un “movimiento político" que deberá hacer uso, y sin declararse abiertamente partidario de las FARC –lo que en Colombia sería pecado de origen- del abierto juego democrático. Nadie puede ser capaz de predecir que puede prevalecer en la mente de Timochenko –siempre se ha dicho que es un tipo más político que sus antecesores- o de la inveterada amiga de la guerrilla, la ex senadora Piedad Córdoba, perenne liaison con los radicales pasados y presentes. Sin dudas, este será un nuevo reto para Santos en medio  del ejercicio de su presidencia y hacer prevalecer la democracia, a veces obliga a sacar conejos de la chistera.

José A. Arias