He leído recientemente varios trabajos escritos en Cuba –el escenario
vigente de las contradicciones- donde se enfoca y en algunos casos se “teoriza”
sobre el tema del necesario y ya inapelable enfrentamento entre la crítica y
la censura. Desgraciadamente y a pesar de algunas verdades expresadas con
honestidad por algunos de los autores, se sigue deslizando una opinión que no pone
el dedo en la llaga.
En realidad hay una gama de gradientes de interpretación que van desde
posiciones de los defensores del socialismo marxista a ultranza, hasta otros
que asumen la palabra –aún velada y sujeta al hecho de “leer entre líneas” lo
que en verdad quieren decir. Pero en cualquier caso los argumentos contribuyen
a develar y encarar la magnitud del desastre que los motiva, ora para remover
esqueletos de la tumba, ora para ahuyentar la presión de los que siguen vivos. Si
nos atenemos a los que asumen la crítica desde una posición muy cerca del
revisionismo y de la que ya en otras ocasiones fueron víctimas, nos asomamos a
una crítica fundamentalmente basada en hechos de un pasado que parece remoto y atemporal;
siempre es dable culpar a gente que por la infalible razón biológica, ya no
existen. El empleo de un método, aparentemente dialéctico y que sin embargo
raya en el cartesianismo basado en estructuras condicionantes e inamovibles, se
convierte en la práctica en una contradicción.
Digamos que esa es una “crítica blanda”, historicista; típica de quienes
quieren enmascarar lo que piensan asegurando que los culpables debían ceñirse a
las “condiciones vigentes en un tiempo de presiones –inexorablemente orquestadas
y provenientes de los “enemigos de la revolución y desde el exterior”- y esa
figura retórica del oxímoron tan socorrida, es la mejor manera de expresarlo:
la crítica entraña un sabor “agridulce” es “como el ave que trata de volar a lo
alto sin poder evitar su descenso” ¿Acaso tratar de enaltecer la valía de tales
argumentos ante las condiciones, aún prevalecientes, ¿no significa continuar “echando
la culpa al totí?
Llamemos a las cosas por su nombre: o los muertos son útiles después de
fallecer, como en el título de aquella novela de Carlos Manuel Pellecer –“Útiles
Después de Muertos”- o son el escudo intelectual de una hipócrita y ladina
manera de tratar de parecer estulticios defensores de una nueva y posible
actitud revolucionaria que se desprende de la vulgaridad –también kitsch, en lo
político- de los tiempos de la defensa a
ultranza de lo indefendible y argumento de la pureza raigal e invariable de las
“ideas” en las que debió fincarse el contenido de la obra y la creación y que
no tienen que ver (más allá del realismo socialista y para contribuir a
invalidar su influencia) con nada de lo anterior.
Hay quien acota, no sin razón –y desde una actitud más sincera- que la
entrega de los neo-marxistas (que se atribuyen con exclusividad la idea de “teorizar
la revolución cubana desde dentro”) que aquellos tiempos de la “parametrización”,
el “quinquenio gris” y su “guerrita de los correos electrónicos”, en cualquier
caso devenidas en muro de contención a una confrontación que apuntaba a la
descarnada realidad actual, son el argumento previo e inmediato de la desidia
social de las nuevas generaciones de cubanos en la Isla y su único resultado
visible, la cual me atrevo a resumir en la analogía simple del “juego del
sapito en la feria”
Mientras alguien se afana por martillar la cabeza del sapo que se asoma al
agujero –y cree neutralizarlo- descuella por otra oquedad del barril y convierte
al sapo en escurridizo argumento de entretenimiento para el que paga por un
límite de tiempo el supuesto conjuro de descabezarlo definitivamente –sin conseguirlo-
y la historia ponga el mazo en otra mano para volver a repetirse. Entretanto, el
titiritero masculla con malsana paciencia la rentabilidad de su oferta, burlona
y pretensiosamente invulnerable.
Pero si bien aquellos que consiguen poner a consideración contenidos
realmente críticos, aunque limitados en un espacio que la propia desidia a que
hacen referencia no incluye, como uno en “El
Caimán Barbudo” bajo el título: “Cuando la Institución Condiciona la Creación”
o se habla de la censura flagrante al film “Regreso
a Itaca”; de otro lado, la jerarquía intolerante, e irremediablemente
perdida en aras de la permanencia a destiempo en el parnaso de los dioses de la
revolución y sus voceros que dirigen la UNEAC y sentencian de “contrarrevolucionarios,
agentes de la CIA y el imperialismo yanqui”, que descalifican a priori mediante
esos credos llamados “comunicados” a un grupo de jóvenes que se atreven a
hacerse presentes en una discusión de cineastas en la sala Fresas y Chocolate;
el cineasta y crítico cinematográfico Enrique Colina escribe un artículo
(noviembre 29, 2015) donde habla del miedo (¿a qué o a quiénes?, Sr. Colina),
de responsabilidades evadidas culposamente, del acto de maceración intelectual
en la persona del teatrista Juan Carlos Cremata (es posible, aunque alega que
prefiere no abundar, que olvidara los casos de Padilla, o el más reciente de
Tanya Bruguera). Bien que se denuncie, pero; ¿y qué con los jueces de dedo
acusador y brazo, aún más largo?
Las dos vertientes que claramente definen la crítica desde dentro y sin correr
el riesgo del disenso político, (algo que no siempre logran conseguir y ha
sucedido, porque para la censura la línea que separa una cosa de la otra, es
fina y vulnerable) tienen un denominador común. Aunque en apariencia se
presenten como contrapuestas e irremediablemente irreconciliables en su
contexto y sólo dentro de él (he aquí cierta vigencia, aun para los “críticos y
teóricos” in situ, de una frase, literalmente
lapidaria…ya sabrán a que frase me refiero) siguen constituyendo argumentos
tangenciales al evadir la identificación, absolutamente racional, del argumento
que las origina.
Sabemos los cubanos demasiado de miedo y de terror, el miedo lo hemos
sentido como el efecto de una imposición ideológica que acalambra el cerebro y
el terror es el efecto manifiesto sobre los que se han atrevido a desafiar la
inercia provocada por el catatonismo ideológico, mediante el desafío sin
ambages. Ahora sí, amigo Colina, la lista es demasiado larga e innecesario
mencionar los nombres de los intelectuales
“fusilados” política y moralmente, sólo por atreverse a desconocer los avatares
a ultranza e impuestos mediante “parámetros” a la verdadera creación, cuya
motivación real le es ajena. En tiempos de otros fusilamientos, llevados a cabo
en la prehistoria de esa revolución, también se hizo necesario prescindir de nombres
como el de Lezama, Cabrera Infante, Virgilio Piñera o Reinaldo Arenas y se
torció, aherrojándola, la voluntad de muchos a los que usted se refiere, sin
mencionar sus nombres, alegando que se convirtieron en representantes de la
lírica revolucionaria. ¿Fue todo esto en razón del miedo, o por conveniencia?
No me queda claro.
De acuerdo, existe un valor –entendible, tanto como reconocible y
rescatable- en ciertos argumentos que
apuntan al desafío del “statu quo”
pero hasta ahí; sigue habiendo celdas vacías y disponibles por espacio de
tiempo indefinido, para quienes puedan ser tachados de contra-revolucionarios y
el miedo-terror, el fantasma que
deambula por los pasillos y los entretelones donde sólo a hurtadillas pueden
ponerse nombres y apellidos a los verdaderos culpables es, desgraciadamente y
sólo por la falta de libertad, el único escenario de las cuitas. Otros, sagaces,
e imbuidos del espíritu, tan cubano, del choteo y aun en los corrillos,
prefieren hablar de “monarcas socialistas” o de “ortodoxos sultanes musulmanes”
de un califato antillano, donde se descabezan testas sin usar simitarras,
mediante el empleo del terror que en exceso de nihilismo, es difundido bajo el
mentís de una “sanción disciplinaria merecida” -¿Quién, o quiénes, así lo
determinan?
Si sigue siendo comprometedor mencionar “vacas sagradas” al menos tratemos
de poner en solfa a los verdugos. Recordemos que existió un revolucionario
comunista que era muy prolijo en estigmatizar enemigos mediante el uso de
adjetivos; Raul Roa García siempre nos hacía reir y…pensar, por intermedio de su sarcástico
intelectualismo (Bufa Subversiva, Retorno a la Alborada) En una entrevista que le hizo Ambrosio Fornet,
se le ocurrió re-bautizar a Grau San Martín como “el mesías de la
desconflautación” ¿No parece un buen mote para endilgárselo a mesías de los
tiempos post-modernos? Al filo de la hilaridad, también se afeitan cabelleras.
Pero es aquí donde se enreda el hilo en el ovillo. Para los “críticos” del
neo-marxismo a la cubana, Fidel, Raúl y compañía siguen siendo “grandes
precursores”, “visionarios líderes que liberaron a su pueblo de una vez y por
todas del oprobio y la opresión” Solo se trata, en sus casos, de interpretar la
“valía” de su “ideario y su legado” –el Ché siempre se salva por ser algo así
como el santo patrón y hacedor de los milagros en el retablo de los mártires- “mal entendido” por
personas que ya no están y carecen del derecho a asumir la defensa de sus culpas,
acusados de estalinistas ortodoxos y radicales. Estos, que se auto-atribuyen el
derecho de “teorizar la revolución cubana desde dentro” – D.Navarro (Las Causas
de las Cosas), Guanche (El Continente de
la Esperanza) continúan anclados en la crítica del estalinismo, no del
sovietismo que como bien acota Colina, “contribuyó a derrumbar el muro con el
propio martillo de la hoz” Los unos, intelectuales diletantes cargados con el
arsenal teórico de ruedas de carretas con las que desean hacer comulgar a sus
lectores; no me dicen nada. Los otros, cuya lectura me induce a experimentar
cierto regocijo en lo personal, aún hablan “en off” y ¿saben por qué?, porque
la realidad no ha cambiado; nada que ver con relaciones diplomáticas, Obama –o el
que venga-, el imperialismo, el socialismo del siglo XXI, los diálogos
norte-sur o la paranoia tercermundista. El pecado, sigue siendo originalmente
visceral en un cuerpo corroído por sus desafueros y evidencia el rostro del
desgaste.
El problema son esos cubanos jóvenes, producto de la revolución que se
ufana de haberlos formado a imagen y semejanza de sus “líderes” y que hoy
disuelven su desidia entre tragos de “chispa de tren” y pergas de cerveza,
mientras se debaten mentalmente en atisbar la posibilidad del escape a ritmo de
reguetón. Que “bloqueo” ni demonios, ni conversaciones, ni acuerdos
bilaterales, detrás de las intenciones de Cuba (quieren decir Fidel, Raúl y sus
adláteres en tanto ello conforma una identificación “revolucionaria” y alentada
desde el poder) no se ve, ni por asomo, la imagen de la felicidad, o ¿no están
conscientes ustedes, enjundiosos intelectuales que siguen jugando al “sapito en
la feria” que en Cuba, nadie es feliz?
Mientras, el titiritero bosteza, dormita, se desentiende del martillazo con
el mazo de goma que no consigue descabezar al sapo mientras nadie pueda ponerle
nombre y apellido. El premio es o “La Casa Vacía” (qué bien el corto de
Vilaplana) o la cárcel. Al fin, Cuba es como la feria en que la materialidad de
las cosas es pecado y donde se apagan las luces para, según el ministro-presidente
(y dictador designado) llevar a cabo un nuevo esfuerzo para el 16, donde habrá
que amarrarse los pantalones…(serán los enviados de Miami como parte de las
remesas y que, deberán incluir el mecate –soga, en el argot popular de los
cuates mejicanos- porque probablemente también estará en falta). Eso sí, con
los pantalones bajos, sólo para seguir bailando reguetón, otros, con un poco de
suerte, se pondrán las “zapatillas de
Pedro Navaja” “pa´salir volao”…57 años después.
José A. Arias-Frá
Enero/ 2016.