Wednesday, March 30, 2011

LA PETULANCIA DE LOS ANCIANOS.

Debe ser porque mi vocación política es democrática por naturaleza y de manera genérica no la circunscribo a un sistema, ni la amparo en ningún argumento ideológico, o la vinculo a una militancia arrellanada en el tiempo y congelada en la historia. Tampoco soy demasiado joven, pero aún no me considero viejo. Peinar canas no es delito cuando se llevan con sobria y parsimoniosa razón y se sabe escuchar a los demás sin la idea de que por ser mayor se tiene siempre la razón. Desgraciadamente esos gerontes políticos que nos gastamos en diferenciadas latitudes, terminan casi siempre haciéndole la vida muy difícil a los demás.

¿Qué puede justificar que una persona permanezca gobernando, y en consecuencia decidiendo sobre la vida de sus conciudadanos, eternamente? Menos aún cuando su gestión no justifica en lo absoluto esa permanencia y se amparan en la vejez para hacerse merecedores del respeto ajeno, lo cual me parece una gran burla que no debe tener que ver en lo absoluto con el concepto de democracia de cualquier apellido, si realmente e ese término pudiera ponérsele más de uno.

La pretensión democrática se vuelve tiranía cuando los que se convierten en sus voceros se eternizan en el poder sucumbiendo a los beneficios de su usufructo. Bien decía Víctor Hugo que hay muy pocos hombres capaces de resistirse a la influencia del poder, frase que pone en boca de su personaje protagónico en la  novela  “Los Miserables”, Jean Valjan. Alguien recientemente, tratando de “reflexionar” hizo mención del carácter corrosivo de “las mieles del poder” y en efecto, esa especie de encantamiento que producen ha hecho del irreflexivo anciano una de sus más connotadas víctimas.
Hay también una especie de venganza y una malsana osadía entre aquellos que visualizan su papel en la historia vinculado a una especie de función mesiánica, cuando la verdadera grandeza radica en entender que la capacidad de los hombres está por encima de cualquier gestión personal. Nadie es eterno, tampoco indispensable y aún menos insustituible. Cuando los que así lo creen hayan desaparecido, la humanidad y quienes la conforman seguirán haciéndose presentes y los hombres alzaran el índice acusador para apuntar hacia quienes trataron de cancelar su gestión e ignorar su valía.

No es casual que entre otras cosas los tiranos, personificación de lo eterno y lo perfecto por mandato divino, no suelan creer en derechos humanos; ellos dan a todos la mejor oportunidad de vivir: la de permanecer en la creencia de que antes de ellos no hubo nada y después de ellos “el diluvio”, como espetó el abate Sieyes en la Convención francesa a la sombra de las polémicas entre Girondinos y Jacobinos en los años candentes de la Guillotina y la Revolución de 1789.

Ahora debemos rendir pleitesía a la gestión de un par de ancianos que se nos presentan hablando de no se sabe exactamente qué, mientras se especula sobre lo que pueden decirse y que en ningún caso y de ninguna manera debe merecer crédito. Estas personas han tenido su tiempo, inclusive históricamente, y mal que bien no lo emplearon de manera muy atinada; creo, en consecuencia, que ya el futuro no está de su parte, por lo cual pensar en la posibilidad de validar su gestión es un grave error.

Consecuentemente tengo que afirmar que, visualizar de manera reiterada y petulante a estos no muy dilectos ancianos creando espacio para su pretendida experiencia me produce una casi automática repulsión y un, al menos para mí, justificado rechazo. Lo siento, pero ninguno de estos señores tiene nada que decirme.


José A. Arias.

Saturday, March 26, 2011

EL RECUERDO DE UNA GRAN AMISTAD.


EL RECUERDO DE UNA GRAN AMISTAD

Hace ya muchos años que conocí a Julio Antonio Vázquez Socarrás, fue allá por el año de 1965, cuando teníamos menos de veinte, edad en que por naturaleza no solemos dar crédito a la experiencia y esa palabra nos suena siempre como algo ajeno que no suele tocarnos en ninguna medida. En ocasiones parece que el lenguaje se adapta a las circunstancias de la vida y muy temprano en su decurso, hay vocablos que tendemos a desterrar del argot cotidiano. La palabra experiencia que tanto suelen incluir los mayores al ponerla a consideración de los demás, suele sonar hueca y redundante.

Es, por el contrario, interesante que a esa edad nos encarguemos de hacer amistades que perduran y calan, que  van evolucionando con nosotros mismos para constituirse en parte definitiva de nuestra propia historia. En la psicología de los adolescentes no ejercen presión factores de limitación con respecto a quienes se identifican con nosotros y comparten nuestras penas y nuestras alegrías; por ello, estímulos de carácter material son muchas veces los que dan pié al origen de una perdurable amistad, tal y como sucedió en nuestro caso.

Ya las escaseces comenzaban a limitar los gustos y el uso de lo que estábamos obligados a consumir no satisfacía la demanda de quienes nos preocupábamos por lucir y presumir; Julio tenía unos zapatos  color gris y puntera de "estilete", así les llamábamos en aquel tiempo, y que eran una tentación para mí. El carácter afable, desenfadado y cordial de Julio, me hizo acercarme a él para tratar de averiguar cómo los había conseguido. Sin dilación se me ofreció y me puso en contacto con el zapatero que se los había hecho, me dijo lo que le habían costado, que para mí en aquel entonces no era cifra de juego, y gracias a su gestión y mis ahorros terminé calzándome unos similares.

Casualidad aparte, resultó que vivíamos en el mismo barrio y muy cerca; en razón de aquellos zapatos grises y de fina puntera, nació nuestra gran amistad que se mantuvo viva hasta su muerte que le sorprendió aún  joven, porque además, éramos coetáneos. El próximo abril Julio cumpliría 64, se fue de este mundo hace ya como cuatro. No lo puedo asegurar, porque cuando recuerdo amigos como él, siempre pienso que nació algún día, en algún mes, pero trato de evitar ex-profeso el momento en que se marchan, para mí siempre se quedan y de algún modo, seguirán presentes.

Teníamos muchas cosas en común, ambos crecimos casi como hijos únicos, él perdió a su hermana mayor  siendo muy niño, yo; tengo una media hermana algunos años mayor. Éramos más intrépidos y aventureros de lo que todo joven suele ser, aunque reconozco que en gran medida, yo era para él como un "freno de emergencia" Julito, solíamos chiquearle el nombre, no tenía límites y aunque su vida fue un torbellino en que se mezclaron la pasión, el arresto, la inteligencia y la sabiduría, logró conseguir metas que no eran alcanzables para muchos, sobre todo, en medio de las circunstancias en que vivíamos.

Se casó tres veces, pero sólo la última de sus mujeres enviudó de él, con cada una tuvo un hijo, dos varones y una hembra. Hasta donde sé, no hay mucha comunicación entre los medios hermanos, quizás por razones de no mediar relación entre las madres y en gran parte, culpa de mi amigo. Julio se hizo maestro, pero no ejerció el magisterio, quería ser periodista y lo consiguió, luego, quiso ser cineasta y se convirtió en documentalista ganador de premios internacionales. Su obra cimera, bajo el sugerente título de "Colores en el Golfo" y  acerca de la historia de la pintura cubana, le mereció un premio de la crítica que  le entregaron en España, única vez en que viajó fuera del terruño.

Sobrevino entonces una etapa de profunda crisis anímica en su vida. Cuando yo salí de Cuba, durante los días del Mariel, ya estaba trabajando en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). Todavía recuerdo nuestra última conversación cuando fue a despedirse de mí. Insistía en que me asegurara de cuál sería mi futuro y el de mi familia en el vilipendiado mundo allende el mar Caribe y que intramuros nos pintaban entre las sombras y el oscurantismo de la desinformación de una manera terrible; sus sentimientos, por demás sinceros, reflejaban su preocupación por mí y los míos que de manera muy concreta éramos como parte de su familia. Nuestra amistad se había convertido en hermandad. Aún le dejé esperanzado, sobre todo, porque creía en sus posibilidades que había evidenciado y le sirvieron para conseguir algunos logros, aunque nunca el reconocimiento que debió merecer. Después, le llegó el derrumbe con la pérdida de toda esperanza.

Conservo varias de sus cartas en las que me hace partícipe de esa desesperanza y en las que agriamente se queja de los desafueros que le afectaban como parte de una sociedad que aún no logra desasirse de la influencia ideológica del totalitarismo aplastante de metas y consignas, desenvueltas a través de una desenfrenada demagogia que él, nunca pudo entender. Humano al fin, encontró la evasión en el alcohol y sus facultades físicas se fueron debilitando. Yo sabía que estaba mal, pero su enfermedad no tenía cura con un paquete de ropa o unos dólares enviados desde otro sitio y que a pesar de todo, le hice llegar. El contenido de sus misivas era la evidencia de que iba a morir físicamente, porque ya había muerto en vida. Su cerebro, entre laberintos inescrutables, no soportó  y se negó a seguir pensando en todo lo malo que le tocaba vivir. Para su desgracia, reventó; no sin antes quedar convertido en un vegetal de cuyo cuerpo había escapado su incomparable vitalidad.

Murió en una buhardilla, la misma en que vivió los últimos y penosos años de su vida, sin que nadie se compadeciera de su situación más allá de su familia y algunos amigos. Cuando la noticia de su muerte trascendió, una escueta nota de prensa reflejó lo acontecido; creo  que, quienes se hallaban cerca de él sintieron su muerte en serio. Los otros, los oficialistas, se encargaron de dorar la píldora, apurar unas cuantas mentiras e hilvanar un improvisado panegírico.

Para los que le conocimos y sabemos quién era verdaderamente, sólo hubo un Julio. Otros amigos lo saben y si ahora leen estas notas, tendrán la certeza de que su intrínseca alegría y su retador y permanente afán de libertad, se desenvuelven en una dimensión de la que no pueden sustraerle. El 29 de abril, día de mi aniversario de bodas, sería su cumpleaños, desearle felicidades tiene que seguir siendo mi deseo, el es mi gran amigo y éste, mi modestísimo homenaje y mi manera de recordarlo entre nosotros.

 

Thursday, March 24, 2011

EL VALOR DE LO COTIDIANO.
José A. Arias
Suele sucedernos que el tedio hace presa de nosotros. Humanos nos decimos, diferentes de todo y de todos, hasta de nosotros mismos; pero los seres irracionales se conforman con su libertad inmediata que disfrutan hasta el último de sus días. Nosotros no.
En nuestra dimensión, a veces miserable, y a consecuencia de nuestra racionalidad, nos perdemos y dejamos a un lado el sentimiento amplio del amor que confundimos frecuentemente con la pasión motivada por lo que habita de Eros en nosotros, mientras lascivia y sexo constituyen la motivación de nuestras vidas. Perniciosamente nos equivocamos cuando limitamos la conciencia a los apretados cánones del placer.
Lo que realmente sobredimensiona al hombre como la especie diferente que es, debería ser su capacidad de interpretar el mundo en que vive en connivencia con su mundo interior. De ese presupuesto, surge la posibilidad de un ejercicio pleno donde el sentimiento amoroso se verifica a través de un amplio y plural diapasón.
La gnoseología casi innata que poseemos se sobrepone al contenido académico de la explicación de nuestra humanidad por intermedio del argumento filosófico y comienza a materializarse en nuestra relación con los demás. Lo lógico, aunque no lo más común, debiera ser que la susodicha relación fuera perfecta en todos los casos; pero no siempre es así. Ahí se origina el objeto de la confusión.
La sociedad, concepto de múltiple factura, impone tendencias no solo culturales y políticas; también obliga a asumir comportamientos categorizados como reglas que reflejan en su aplicación una actitud sobrehumana y fatal, en nada vinculada a la plurivalencia de la humanidad, el sentimiento de amor y una espontánea y benévola actitud ante la vida.
En el difícil contexto de la cotidianidad, y ante la ausencia de racionalidad que la falta de tiempo para pensar en estas cosas nos impone, nos vamos alejando de los lugares comunes al intelecto y muchos se convierten en víctimas de su propia humanidad, cuando debería ser lo opuesto. En ese caso la relación con los demás se hace difícil, casi automática y poco próspera; se empieza a desandar ignoto y lo violento, dejamos de ser entendidos, mientras nos desentendemos de nosotros mismos.
En este punto el concepto de moral se hace ambiguo e inconveniente, es por añadidura el contrario de la existencia materializada en la presencia de un existencialismo que no se justifica y de una violación del componente ético que debe subyacer en el concepto de toda moral individual, que genéricamente vista no ha de significar ni moral religiosa, ni política. La persona humana pierde así sus valores y se descalifica para confrontar los retos de la cotidianidad.
Si a la crisis de valores que todo lo anterior representa, agregamos los falaces pero placenteros estímulos que forman parte activa del entramado del mundo moderno, tendremos entonces una contundente razón para el fracaso. El sentimiento puro –y esto no es simple prédica- del amor familiar, pongamos por caso; irá desapareciendo. Pero el espacio en la conciencia no queda vacío, es ocupado por otros sentimientos perniciosos y antónimos al de amor en su origen como la ira, el odio, la codicia y la venganza. A todos sus intangibles efectos, quedan vinculados los resultados negativos que han de ser para muchos razón de sus padecimientos y lo que es aún más trágico; de toda su existencia.
Muchas veces queremos comprender lo tedioso –al menos así solemos categorizarlo- de nuestra existencia. La respuesta puede adaptarse aun a nuestras propias creencias; pero lo que no podemos hacer es pensar que nos enfrentamos a una vida sin sentido.

Wednesday, March 23, 2011

EL Oido Sobre la Tierra: La filosofía de Bertrand Russel.
Por: Prof. José A. Arias.Noviembre 1, 2009.

Uno de los más socorridos defectos en nuestros juicios acerca de las circunstancias que tienen que ver con los hechos que nos afectan, es el desconocimiento acerca del valor del argumento teórico en lo relacionado con nuestras experiencias vitales; y es que la fuente de esos argumentos, casi de manera genérica se nos hace lejana y evasiva, a veces por ignorancia, otras por negarnos a ver en la teoría el guión más adecuado para aplicarla en la práctica. El ejercicio de la docencia con conciencia de que no solo es transmisión de conocimientos, sino también enseñanza perecedera y enjundiosa, crean en mí la necesidad de un vínculo como el que he de someter a consideración.

El carácter inmediato de muchos acontecimientos nos impulsan y hasta nos obligan en muchas ocasiones a exponer un criterio sobre el hecho en sí y recientemente acontecido; para el historiador de oficio ello representa darle prevalecía al aspecto hechológico sobre el analítico y, según creo, ello más que un simple error, es un pecado imperdonable cuando se trata de emplear la Historia como un método –solo en parte, pues es mucho más- y no como un cúmulo de relatos, agradables o no, para quienes desean escucharlos y tomar posiciones ante ella; o convertirla en galería de mitos acumulados que en el tiempo se trasmiten y se reforman en dependencia de si verdaderamente se trata de un simple juglar o de quien hace un análisis para extraer conclusiones.

Siempre al exponer ideas, propias o ajenas, el diapasón debe ser amplio y permitir que expresemos nuestras simpatías aunque no todos comulguemos con ellas. La anterior advertencia resulta ineludible cuando basamos nuestra exposición en la manifestación de ideas ajenas, que en mi caso conforman parte de mi propia formación teórica. Bertrand Russel (1872-1970) ha sido sin dudas una de las mentes más lúcidas del pasado siglo XX y su exacta y clara exposición de las ideas a través de una búsqueda de interpretación lógica, más allá del cartesianismo del siglo XVIII o del materialismo de Feurbach o la dialéctica hegeliana, así como de las vinculaciones místico-materiales de Teihald de Chardin; le llevan al reflejo de su realidad filosófico matemática que es como un impacto en la diana del pensamiento contemporáneo.

En función de mi propia experiencia de vida, limitada a un contexto que día a día debatimos, no creo haber encontrado mejores respuestas a muchas de las preguntas que nos hacemos que las que Russel da en sus trabajos filosóficos. También en él está presente la consabida lucha entre lo espiritual y lo material, lo ideal y dialéctico, el ser y la conciencia; tema central de la filosofía aún en la mayéutica socrática antes de Cristo y origen de las dudas que todo filósofo trata de dilucidar pretendiendo dar una respuesta, su respuesta; a la crucial pregunta sobre cuál debe ser el argumento predominante. Russel lo define en términos casi pueriles pero magníficos e inteligibles: “…el hombre debe reunir libertad, felicidad y bondad: La vida buena, tal como yo la concibo, es una vida feliz. No quiero decir que si es bueno se será feliz, sino que si se es feliz se será bueno” (New Hopes for a Changing World), 1951.

Políticamente su posición fue afín a la socialdemocracia europea que alentó su militancia en el Laborismo inglés, pero muy lejos de los dogmas marxistas que arrancan a mediados del siglo XIX y culminan con el leninismo de principios del siglo XX en la Rusia zarista y el posterior establecimiento del estado socialista con la creación de la extinta URSS, de hecho en 1920 visitó ese país y su único estímulo fue para escribir un libro que constituye una fuerte crítica al marxismo bajo el título de “Teoría y Práctica del Bolchevismo” que marcó definitivamente su distanciamiento de los afanes totalitaristas que fustigó vehementemente durante toda su vida.

Más a tono aún con nuestro objetivo veamos algunos juicios de Russel sobre la tiranía y los dictadores, de quienes afirma que “…los hombres capaces de consentir que su amor al poder, les dé una opinión falsa del mundo, deben ser encerrados en manicomios. La interpretación erudita de esas falsedades, hecha en lenguaje obscuro por intelectuales les lleva a ocupar cátedras de filosofía en universidades, a su vez la interpretación política de estos errores hecha por los hombres emocionales y elocuentes en sus discursos, les llevan a conseguir el puesto de dictador. Todos esos hombres son locos, que no han sido debidamente examinados y certificados como tales por los médicos, para encerrarlos en manicomios, en vez de ello, son los que dirigen ejércitos que conducen al desastre y a la muerte a las naciones, y a todos los hombres cuerdos que les hacen caso y se doblegan, porque el culto al héroe produce naciones de cobardes”. “Todas las reglas morales, tienen que ser probadas examinando si realizan o no los fines que deseamos, pero digo: los fines que deseamos, no los que debemos desear. Los fines que debemos desear son simplemente los que otra persona desea que deseemos y nos trata de imponer” (What I Believe, 1960).

Acerca del statu quo de la sociedad moderna Russel pone al descubierto la causa de una dolencia muy común en nuestros tiempos: el énfasis en la demagogia populista y su alto índice de credibilidad para él injustificado: “En su transformación ¿Qué es lo que la sociedad debe abolir?, ¿la pobreza?, ¡no! Abolir la pobreza es el sueño de todo socialista, pero la miseria es sólo el síntoma, la esclavitud es la enfermedad, porque los extremos llamados riqueza y miseria, se ajustan a los extremos llamados libertad y esclavitud, los socialistas han fijado demasiado frecuentemente su atención en la miseria material de los pobres, sin darse cuenta de que se basa en la degradación espiritual del esclavo”

“La creación de una sociedad nueva (totalitaria, n.de a.) En la que solo se considere el aspecto económico, producirá algo raro y estacionario, que paraliza la actividad creadora, obre de la imaginación y la originalidad del individuo. Los que tienen el poder en estas sociedades, suelen mantener el statu quo y sus privilegios, estableciendo castigos a la originalidad y la imaginación desde el primer día de colegio, para que los niños no aprendan a pensar por sí mismos, sino a pensar lo que les digan que piensen”.

Sobre los negativos efectos de la dictadura en su versión marxista y totalitaria Russel agrega: “La maldad de los hombres puede dividirse en tres clases de maldad: la que se debe a causas físicas como el dolor y la pobreza; la que obedece a defectos en el carácter de la persona, como la violencia y la ignorancia; la que se origina en los males del gobierno, el mal proveniente del poder, el cual es el peor y muchas veces la causa de los otros males, pues la tiranía envilece tanto a los que la ejercitan como a los que la padecen”.

Los argumentos son tan demoledores que deberían cumplir funciones vitales en el ejercicio de la verdadera democracia; después de todo cuando fallan asideros lo que nos queda es el intelecto y por la bitácora que nos marca no puede ser ni desconocido, ni despreciado. Despreciar la validez del intelecto es faltarnos al respeto a nosotros mismos, seamos entonces consecuentes y tratemos de hallar las respuestas a donde realmente podamos encontrarlas.


 



Saturday, March 19, 2011

Ser o no Ser.

Se me hace difícil entender, y a veces hasta soez, la extraña vocación que algunos experimentan por el conservadurismo. Quiero aclarar; que no es de mi predilección elaborar en el sentido de este trabajo de opinión, y que mi vocación se afina con mi oficio, que es la investigación histórica y el análisis.

Pero el origen, que es motivación en sí, no siempre puede soslayarse, y, como ahora, me compele a opinar. Bendita posibilidad la del que puede decir lo que piensa, ser aceptado o criticado, inclusive denostado, con o sin razón, y continuar caminando entre la gente sin encasquetarse un gorro en la mollera incapaz, al fin, de desvirtuar su identidad.

Es sencillo; cuando lo anterior sucede, no importa en qué momento de la vida, empezamos a conocer la libertad y a través de sus magnos preceptos seculares, debemos aprender a vivir democráticamente. Pero lo difícil es que no siempre es así.

Para uno que como yo, he conocido las dos caras de la moneda la experiencia resulta extraordinariamente educativa. Si a ello sumo el tiempo vivido y recuerdo mi pasado (nuestro pasado) y lo comparo con el presente, mis motivos de regocijo son aún mayores. ¿Por qué no para todos, si de alguna manera y estemos dónde estemos, aún somos víctimas?

El querer mantenerse anclado en un convulso y tormentoso pasado contribuye a soliviantar la psiquis enferma y lo que es peor, cauterizar en el cerebro la confusión y el embotamiento. Sé que no es fácil entender la intención y lo más socorrido siempre es la crítica a priori y sin cuartel; al más puro estilo de los marxistas contumaces y ortodoxos que con razón caracterizamos como enemigos, no solo nuestros, sino de la humanidad, según la Historia más reciente ha demostrado y acerca de lo cual se suele estar de acuerdo.

Por la vía de lo anterior, los que así actúan estarán siempre moviéndose en contra de la inercia y el impacto de las ideas siempre será viento en contra de las velas. Por último, el argumento moralizador, que tiende a confundirse con un cuasi papismo religioso, tampoco tiene sentido. No hay discrepancia en lo inherente a rechazar una absurda y mal montada campaña para vender ideas obsoletas; así como también los avatares de que se reviste.

Yo no tengo dudas y por ello me siento ganador. El tiempo y los hechos me han dado la razón; es más, reto a quien pueda, sin caer en el panfleterismo, a demostrarme lo contrario. La única pena que siento es la de estar convencido de que un país casi tenga que dejar de existir para convertirse en epitafio de una revolución innecesaria. Las revoluciones no suelen ser democráticas, remítanse a sus propias historias para colegir qué puede haber de coincidente entre ellas, sus resultados y el mundo de las ideas.

Hoy mi contento y mi convencimiento me inducen a concluir que aquello que no fue posible ganar de ninguna otra manera, está siendo ganado sin hacer la batalla más cruenta. Cuando el enemigo, que no es el pueblo, se atrinchera en su ideología absurda y extemporánea y acude a los maniqueícos y arcaicos argumentos de los que siempre se ha valido; no hace otra cosa que darnos la razón. Lo único que debemos hacer es no caer en su trampa.

Jose A. Arias.
Noviembre 13, 2010.
Publicado en http://www.lavisitamiami.com/

Saturday, March 5, 2011

La Habana: Fantasía de una oscura realidad.


Inmerso en la temerosa desidia de un vuelo trasatlántico, ponía el propósito de días anteriores entre las manos. Sin tomar una decisión de género, había comprado un libro, que sin embargo, debía cumplir al menos dos condiciones para sustituir las absurdas revistas que se acomodan entre los asientos de las aeronaves: no debería tocar temas relacionados directamente con la política y preferiblemente pertenecer al género de ficción. Frente a estas dos condiciones un libro de narrativa era casi la selección obligada. El tema debía funcionar a priori en mis motivaciones intelectuales, sin desbordarlas a través de las enjundiosas avenidas filosóficas o los eternos y matemáticamente calculados análisis económicos adornados con sempiternas gráficas y tablas de datos estadísticos capaces de convocar a Morfeo a través de un abrir y cerrar de ojos. Mi decisión recayó en un título: “Trilogía Sucia de La Habana”; su autor Pedro Juan Gutiérrez, desconocido para mí hasta ese momento.

Lo primero fue la empatía con el título, La Habana para mí es una referencia capaz de provocarme inimaginadas idolatrías. Todo lo que tengo que hacer es una especie de ejercicio de improbable realismo que sea capaz de enajenarme los momentos de subterfugios a base de consignas y campañas malsanas de militancia revolucionaria y exorcizar la ubicua mirada del censor o el predeterminado juicio del policía. Alcanzado ese nivel de abstracción mental todo comienza a mostrarse con mayor facilidad e interés. Como todo el que compra un libro –y piensa convertirlo en acervo de inmediato- quise saber quien era el autor; sorpresa: era un coetáneo sólo un par de años más joven que yo, con el acervo de vivencias bien y mal ganadas, con una breve pero fuerte historia literaria de eco y talante internacional. Y lo mejor; se me presentó como un disidente de la literatura comprometida (me pregunto si es verosímil ese concepto) en mi país, gozando a la vez de una aceptación notable de la crítica que se refirió a él como: “Una gratísima excepción no solo de las letras cubanas, sino en el conjunto de la literatura latinoamericana”.

Con las evidencias anteriores hubo una convicción total de que no existirían riesgos de frustración al momento de involucrarme en complicidad absoluta con el texto. Así pasó; las páginas volaron conmigo durante ocho horas en una aparente contradicción entre el techo de vuelo y mis andanzas por las calles de una ciudad negada a desaparecer en mi mente, no tan solo por el consabido sentimiento de nostalgia, sino más bien por la fuerza de su perfil, que aún prevalece, a contrapelo del daño que su historia más reciente le ha inflingido. De las buenas y las malas experiencias nace la vida; en el cuerpo de una ciudad como la mía, las laceraciones contribuyen a hacerla más real y también más querida. De los que ya no estamos en ella, pero la recordamos como un argumento principal de nuestra existencia y de los que, como Pedro Juan, transitan por su día a día sin ocultar su verdad en concupiscencia con sus verdaderos asesinos, se alimenta su espíritu y se alienta su vida para seguir allí; quien sabe para qué y aún por cuanto tiempo. La muda cotidianidad de hoy hará creíble tanto escarnio difundido en alabanzas de tiranos y de consignas insípidas y tenebrosas capaces de enterrar en la vileza del silencio a muchos muertos desconocidos.

El tema es fuerte, el lenguaje también, de otro modo hubiera sido hipócrita e intrascendente; hay cosas de las que no se puede hablar con delicadeza, precisamente sucede lo contrario: a los asuntos más delicados y embarazosos hay que referirse diafanamente con el azote de los adjetivos más acertados y sin la mojigata óptica de los prejuicios disfrazados de buenas costumbres; que el verdugo censor también puede venir encapuchado de pureza y ahogar entre sus ambivalentes manos la cinematográfica imagen de la realidad; creando una avenida mas a la mentira oficialista. Ya he visto como entre todo el andamiaje de opiniones capaces de sustentar el incivilizado y onomatopéyico grito a favor de la muerte que sirve de bandera a los censores, los extremos se han tocado en más de una ocasión. Llamar las cosas por su nombre y recrear las imágenes como suceden, no es un pecado, es un ejercicio de verdadera sinceridad, aún cuando parezcan dañar nuestros sentidos la cruda descripción de los sucesos; ahí esta la verdad, la parte no contada de la fábula vendida como paliativo al resto del mundo y recíprocamente adquirida por el supuesto buen sentido de quien se mece en un sillón allende el mar escapando de una realidad que probablemente contribuyó a crear y que, al menos, no debe serle indiferente.

Este libro, antológico de su tiempo, no es una crónica pero nos habla de realidades, es de ficción, pero nos traslada a la crudeza de una ciudad inmersa en una catarsis colectiva de desamor aupada por las vivencias cotidianas de sus habitantes, es la evidencia del derrumbe de una sociedad que se niega a existir sobre bases etéreas e irreales imposibles de materializar a través de la denuncia. El autor es un juglar desentendido del sentido de responsabilidad entre los miembros de número de cualquier entidad de oscura y bochornosa estirpe revolucionaria. Su referente inmediato es el barrio, la gente que lo habitan, no los que marchan en defensa de algo en que no creen y que en ocasiones pudieran ser los mismos a disposición de la falsedad y la doble moral que los corroe. Creo que esa es la manera más sencilla de entender y describir las vicisitudes del cubano de hoy. Los que creen, no creen del todo, los que no creen, no creen en nada ni en nadie. Los que se convencieron se fueron y viven desde otro mundo, confesos o no, mirando hacia allí donde una Isla, que aún es un país, se pierde en medio de la desesperanza. En consecuencia, estoy seguro de que aquí se dice la verdad. Si así no fuera, Pedro Juan no tendría motivos para contarla, por añadidura le conmino a conocerla.

Prof.José A. Arias
04-11-09.

Thursday, March 3, 2011

DESDE UN RINCÓN, NO IMPORTA DONDE.

En el tiempo que vamos viviendo transcurre la vida de los que moramos en él. Unos entre la anomalía de una permanente pesadilla, otros en el deleite de una permanencia afortunada. Pero de lo que a veces no nos damos cuenta es que se trata del mismo tiempo para todos. La única diferencia puede ser, quizás, la duración; comparable en algunos casos con la difuminación del humo entre el aire que nos rodea o el de quien no consigue jamás imbricarse con el medio circundante a pesar de una larga existencia que destruye su capacidad de pensar y aún de ver, fuera de la oscuridad, lo que tiene a su lado.

A veces, siempre hay excepciones, todo resulta ser una combinación de factores en que se van superponiendo diferentes etapas y vamos olvidando las peores circunstancias para dar cabida solamente a los buenos recuerdos que casi de manera estoica nos ofrecemos como evidencia de la vida que queremos vivir y que de alguna forma hemos pretendido. Aún siendo así no alcanzaríamos la perfección en el recuerdo de la existencia y quedaría siempre en el borde una especie de sinsabor adusto y amargo que tan gráfica, certera y genialmente definió Santos Discépolo en el tango Cambalache.

Al final se nos hace evidente que hemos vivido en un rincón y que no importa donde, porque siempre habremos sido testigos de la sucesión de los días y las noches, de los meses, los años y los siglos y, como en nuestro caso, hasta de los milenios. Entretanto el tiempo habrá sido el único superviviente de la historia de todos y de todo. Es el único enemigo que no se puede vencer y que terminará por imponerse a nosotros sin ofrecernos un solo minuto de clemencia.

Es eso a lo que me refiero y que llamamos vida; la misma que solemos perder bajo los efectos de afanes egoístas y entre la insensatez de los debates y doctrinas, de términos que inventamos para justificar nuestra supremacía que nunca llegará a producirse porque en realidad no existe, a veces negando el derecho de otros e intentando una satisfacción espuria capaz de complacer nuestro ego. Eso pensamos para ocultarnos a nosotros mismos la verdad y seguir andando entre las huellas y el efecto del tiempo en nuestros cuerpos.

En medida importante pensar en estas cosas nos hace más humanos, porque podemos intentar entender cualquier incógnita y casi producir conclusiones genéricas que irrespeten la ortodoxia de cada cual sin herir susceptibilidades. No ha de ser fácil, pero es posible, en fin de cuentas nadie podrá negar la certidumbre de lo alegado e interpretarlo desde cualquier perspectiva. Esa ilusión que suele describirse entre lo idílico y lo eterno es la propuesta de los hombres para eternizarse en una dimensión en la que habrá existido y en la que dejará de existir algún día.

José A. Arias.