Sunday, August 28, 2011

TRAS LA TEMPESTAD, LA CALMA Y LO QUE DEBE DEJARNOS.


Ya cantó el cantautor, es probable que a los que han gustado de su música les halla parecido un concierto memorable. La trascendencia del acontecimiento estuvo, sin embargo, en toda la polémica que desató y que como viento de huracán que arrastra larga cola; aún desata. No es afán evaluar si hubo muchos o pocos, en realidad quienes allí estuvieron forman parte de un público que es de seguro selecto, no por bueno o malo, conocedor o neófito, refinado o vulgar, entusiasta o apático; sino más bien porque tienen como referencia el recuerdo de una Isla secuestrada por más de medio siglo. Y para los no cubanos, la falsa imagen de una Cuba que en la realidad nunca ha existido más allá de la ficción.

Todo lo demás, muy justo por cierto, es parte del mundo en que hemos decidido vivir al rechazar de alguna forma y por razones diversas a los secuestradores de nuestro país. Aquí tenemos voz y aunque la escenografía sea prestada, no pueden acallarnos y en consecuencia, cada cual dice y hace lo que le parece más afín con su manera de pensar.

¿Saben lo que más improcedente me pareció de las respuestas del cantautor?; cuando dijo que callaba acerca de quiénes eran aquí sus amigos, para no comprometerlos porque también aquí, como en Cuba, “había miedo”.  Sé que los periodistas tienen que ser “objetivos” y no pueden poner a su interlocutor en vilo, pero la diferencia está en que sentir miedo aquí es muy diferente a sentirlo en Cuba, porque las consecuencias de lo que se dice son muy diferentes y los efectos  también. Lo sé por experiencia, puedo dar fe de ello, cómo también pudiera hacerlo el cantautor a partir de su propia experiencia.

El miedo atroz que sienten los cubanos dentro de su propio entorno es el miedo a la cárcel por pensar diferente, a las palizas de una turba por expresarse, al ver apedreada y allanada su casa, el más privado límite de la propia existencia; el miedo a perder el trabajo y hasta el justo miedo de los que enmascarados tras una falsa actitud, defienden alguna que otra migaja que se les hace imprescindible. Esa es la gran diferencia; de este otro lado las consecuencias de algún que otro temor no invalidan a nadie. Eso que algunos llaman “censura” sabiendo muy bien lo que ella representa, no les impide hablar, opinar, escribir e inclusive cantar, ¿o es que no existen evidencias de lo que digo?

Que alguien, con razón o sin ella, la emprenda con su contraparte, no es punible ni peyorativo, no te convierte en prisionero o en un desterrado potencial, no te sacan del juego por la obligación de estar dentro de un territorio delimitado por la acción de unos señores de horca y cuchillo, es más, siempre cabe la defensa, aunque parezca inocua o inapropiada;  y sólo basta con reclamar el derecho de réplica que suele ser usado con mucha frecuencia y sistematicidad. ¿O es que acaso  sucede de otro modo? Aún estoy por ver el caso de un supuesto censurado que no pueda seguir viviendo entre todos, o que no pueda lanzar su voz al éter diariamente, y así debe ser, crítica aparte.

Ahora y por suerte, parece que el miedo de verdad, el miedo al terror –como analicé en otro trabajo- parece estar debilitándose entre mis compatriotas de los que ha hecho presa por tantos años, quizás sea menos fuerte que el que debían sentir antes de lanzarse a esa especie de inmenso foso en el que los señores feudales que gobiernan la Isla han convertido el Caribe cubano. Ahora los buhoneros del feudo quieren más y, tímidamente, empiezan a levantar tiendas fuera de la ciudad amurallada. El miedo del otro lado, ese que es inobjetablemente cierto, empieza a ceder ante voces dispersas pero presentes y el sonido de cazuelas vacías que por muchos años han dejado de tener un mejor y más lógico empleo.

De este lado tenemos que seguir insistiendo y si de verdad, como creo, queremos volver a ser un solo pueblo, habremos de demostrarlo sin resistir acusaciones inapropiadas e improcedentes. Después de todo el que viva en libertad y no haya logrado prescindir del miedo, el del policía que a muchos le sembraron en la psiquis, aún le queda la opción de, según el dicho, comprarse un perro.

José A. Arias.




Thursday, August 25, 2011

VENCER EL MIEDO AL TERROR: LA ÚLTIMA BARRERA HACIA LA LIBERTAD


Se impone que abordemos de una manera simple los conceptos de miedo y terror para justificar el contenido de éste trabajo, veamos:

MIEDO: La palabra miedo proviene del término latín metus. Se trata de una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario. (1)

TERROR: Se conoce como EL TERROR al período de la Revolución Francesa comprendido entre 1793 y 1794, donde los revolucionarios llevaron a cabo una fuerte represión contra los opositores. Maximiliano Robespierre, uno de los líderes revolucionarios, aseguraba que el denominado TERROR era sólo la justicia rápida, severa e inflexible. Cabe destacar que el propio Robespierre fue ejecutado sin proceso ni juicio.

Esta concepción política del terror derivó en el terrorismo de estado, que tiene lugar cuando quienes ocupan el poder estatal utilizan métodos represivos e inconstitucionales para imponer una dictadura y disponer del control absoluto de la sociedad. (2)

Es común establecer gradientes entre los conceptos referidos, y no falta razón para ello. Cuando se aborda el miedo más allá de su significado psicológico y en el referente puramente personal, es posible encontrar justificaciones aceptables. El miedo es una respuesta, la más común ante el estímulo que produce lo desconocido y la alternativa a la supervivencia en las condiciones más difíciles. El terror, argumento a priori y tendencioso, es el complemento de acción social que utiliza el miedo como preámbulo y lo convierte en un instrumento de sometimiento de todos y cada uno en los que el miedo se ha enraizado por intermedio de una dosificación concebida y estructurada de antemano y en virtud de mecanismos tangibles de sistemática aplicación.

De lo anterior se desprende lo difícil que resulta en cada caso –en virtud de que las circunstancias no siempre son similares- vencer el miedo al terror. Cuando el terror es aplicado como política de estado sistemáticamente, llega a ser visto como algo común; pero si además se caracteriza como una respuesta social justiciera y válida, se convierte en un recurso aún más atemorizante. Nadie podrá dudar que el terror se haga presente, pero se llega a justificar por intermedio de la insolencia de la acción de sus promotores.

Descalificar los conceptos relacionados con la manera de ejercer el terror a partir de argumentos preconizados desde el poder, es lo que suele suceder cuando el deterioro provocado por el desgaste de ese poder, se hace patente. No existen excepciones cuando el totalitarismo termina convirtiéndose en representación política de determinada sociedad basándose en la imposición de un subterfugio ideológico que supuestamente le sirve de respaldo teórico. Es visiblemente apreciable que en todos los casos de esa naturaleza, el propósito queda fuera del ámbito democrático y el terror y el miedo se patentizan, y se convierten en una necesidad imperativa desde los atributos del poder.

Es posible identificar en muchos casos cuando el terrorismo de estado se anuncia como recurso de erradicación de supuestos y diversos males anteriores que ciertamente van careando la sociedad en alguna medida, pero sin llegar a dejar de lado el mecanismo democrático como alternativa. El empeño de muchos de los que se valen de semejantes argumentos y arriban al poder por la vía electoral, para ulteriormente desconocerla en la práctica y mediante el terror, eternizarse en su ejercicio, hace válido y a la vez justificado que se produzca una respuesta radical en un plazo razonable. El discurso inflamado y demagógico, va separando la razón de la violencia, haciendo que ésta se haga más patente e injustificada y que a la vez se entronice el terror, basado en el miedo, cuya manifestación sobreviene de muchas maneras.

Para muchos, más o menos avezados, está claro que el terrorismo, ese flagelo de nuestro tiempo que tanto daño nos hace, es también una manifestación del mismo fenómeno desde otro ángulo. No debería verse sólo como un asunto vinculado a determinada ortodoxia filosófica y/o religiosa, ya que también propende a la dominación por la fuerza y de ahí sus artilugios basados en producir el miedo colectivo como carta de presentación. No hay otra diferencia que la pautada por la cuestión cronológica, entre la guillotina de los años del terror durante la Revolución Francesa, los paredones de la Revolución Cubana, los siniestros y sádicos asesinatos ordenados por Trujillo en el Santo Domingo de su dictadura, o las desapariciones en masa de Villela o Pinochet en Argentina y Chile respectivamente. Poner en vilo las sociedades democráticas promoviendo el terror mediante una guerra irregular, cumple los mismos objetivos. De ahí la eterna coincidencia entre los artífices de una u otra variante.

He abordado recientemente el tema de los países norafricanos –excepción hecha en el caso sirio- en medio de lo que ya se conoce como “la primavera árabe”. Tras años en que una lenta pero permanente evolución, muy vinculada a la cuestión generacional, va produciendo la evidencia descarnada del terror, el miedo empieza a desaparecer; este puede ser considerado el factor endógeno, pero sin dudas, factores exógenos de total e impredecible influencia, determinan la aparición de recursos de nueva cuenta ante el miedo y el terror. Empieza a generarse entonces, la posibilidad de conseguir la libertad –especie de presupuesto inmediato, necesario y potencialmente final en su esencia- que ha faltado bajo los efectos de regímenes políticos cuyo vínculo común es el ejercicio del poder mediante el uso de la fuerza basada en el miedo y el terror.

No es fácil determinar los factores de diversa naturaleza que pueden influir en cada caso. Es indiscutible que los relacionados con la historia, la cultura, la religión, la geografía y en consecuencia elementos de carácter geopolítico tienen mucho que ver. El ciclo, sin embargo, siempre tendrá lugar y lo veremos producirse; es una consecuencia de la falta de lógica que intrínsecamente caracteriza los regímenes despóticos que se alejan del carácter democrático que no es posible caracterizar ideológicamente. El terrorismo de estado va cediendo ante el achaque que se patentiza en la debilidad de sus propios argumentos y cuando comienza a dar síntomas de desvanecimiento comienza a desaparecer, dejando un espacio político a la tolerancia que conduce al camino para alcanzar la libertad.

Digamos que la dialéctica del terror se hace insensata y no resulta válida cuando ya no es aplicable ni atemorizante; llegado ese momento las víctimas clamaran por sus derechos y estas ya no podrán ser reprimidas y en consecuencia desconocidas. Las guillotinas, los paredones, las torturas y la horca empezarán a desnudar su verdadero carácter de insolencia represiva para convertir el miedo sólo en azote de los tiranos que lo han utilizado y cuya presencia en este tiempo parece ser, cada vez y sin excepciones, más obsoleta.

José A. Arias.

NOTAS.- (1): Definición tomada de “SIGNIFICADO DE.COM”. Sitio Web correspondiente.
                 (2):  IBDEM.


Saturday, August 20, 2011

LA INFORMACIÓN: UNA GUERRA QUE LOS TIRANOS NO PUEDEN GANAR.


Ahora que nos llegan noticias alentadoras del que, en su tiempo, los inefables y astutos compañeros de viaje denominaron “continente de la esperanza” -África- tendríamos que hacer memoria de algunas de las razones que tuvieron para ello. Recuerdo los tiempos de la Conferencia Tricontinental en La Habana de entonces y en la que sin sobrados recursos para vivir decentemente –como sigue sucediendo hoy- no se escatimaban esfuerzos para tratar de crear bloques de países unidos por el “sagrado” afán de combatir al imperialismo y su consiguiente argumento de parcializada y contumaz tendencia: el neocolonialismo.

Ello demuestra que todos aquellos afanes eran “tareas priorizadas” que con el viento a favor y en medio de la guerra fría, podían ser argumentos muy redituables para sus autores e impulsores. En Cuba, y como uno de los acuerdos de la “Tricontinental” se creó la OSPAAAL (Organización de Solidaridad para los Pueblos de Asia, África y América Latina); había que trascender el limitado marco de una “revolución bonsái” (*) que quedaba pequeña a sus autores al aliento, sobre todo de su gran precursor; de  ínfulas e intereses desmedidos y que habrían de ser muy costosos para el pueblo cubano.

No es dable en los términos de un artículo incluirlo todo, se ha escrito mucho al respecto; aunque uno de los esfuerzos más loables y completos es el de Juan Benemelis en su libro “Las Guerras Secretas de Fidel Castro”, de obligada referencia; el lector encontrará allí la específica razón y las causas de lo que antes afirmo. Digamos que la ola desatada por la descolonización de África ,que encaró al mundo con el propósito real y espureo de muchos “dirigentes” nacionales en aquel entonces, sirvió de trasfondo para poner en evidencia, lo que potencialmente primero, y prácticamente después, se convirtió en el camino para llegar al momento actual.

En el trasunto de la oleada de inconformidad desenvuelta en el mundo árabe en la actualidad, está la consecuencia de lo que puede ser considerado uno de los fracasos más estrepitosos y gráficos del socialismo como “tesis para la liberación”. El abuso sinuoso y parcialmente intencionado de algunos “líderes” devenidos en tiranos del tercermundismo y el antiimperialismo, sólo ha servido para abrir los ojos a las víctimas de una herencia histórica que si bien no fue buena en su momento, no hizo otra cosa que cambiar los parámetros de la dominación y hacerla aún peor.

La contemporaneidad se ha encargado de ir poniendo las cosas en su lugar y a quienes aún apuestan por la identificación entre el terror y las dictaduras de izquierda –las de derecha han demostrado su insolencia per sé- en evidencia.  Las tesis mesiánicas reforzadas por la ortodoxia de algunas creencias de sus representantes y que siempre serán usadas como un freno a la desobediencia y el desentendimiento, han dejado de ser una amenaza. Es impresionante y significativo que la voz de fuego ante lo inadmisible, no se diera por intermedio de los disparos contra los imperialistas y por sus aguerridos opositores, obligados ahora a poner en fuga su vejez ideológica y física, además de su desnudada tozudez en contra de los afanes neocoloniales con los que se vistieron. Por supuesto y desgraciadamente, dejar el terror a un lado implica en estos casos el riesgo de la vida y por lo regular los culpables siempre hacen uso de las armas antes de ascender al patíbulo. o desaparecer por cualquier otra vía. Los que lo intuyen, han estado dispuestos a encarar el reto.

La guerra fría terminó, casualmente, de la misma manera; desapareció la URSS, el bloque euro oriental bajo su férula, cayó estrepitosamente el Muro de Berlín e inexplicablemente algunos de estos personajes tratan de aferrarse a las ruinas que la libertad, sobre todo informática, ha sepultado por el bien de la humanidad, definitivamente. Para mi queda evidenciado que el propósito de quienes así actúan se debate entre su personal existencia y la malsana idolatría por lo que no resulta posible. Ello puede tal vez, explicar lo que pudiéramos llamar la inaudita alternativa de los gerontes y, en los casos más deleznables, la de los oportunistas que venden el alma al diablo por el disfrute terrenal de sus propósitos, inventando nuevos derroteros para un futuro peor.

Hoy cuando los rebeldes están a punto de sacar a Muammar Kadhafi de Lybia, cuando la mano de hierro del heredero del poder en Siria, Al Assad se va calentando para fundirse ante la arremetida en contra de su propio pueblo, y donde ya han sido juzgados y lo están siendo otros tiranos que se hicieron con el poder al aliento de las “conferencias y muestras de solidaridad” de los “quijotes” encabezados por Ché Guevara y aupados por Fidel Castro desde su incendiario bunker, en una Isla que no merecía su destino; estos pseudolíderes de luengas barbas, apariencia extemporánea y sobreseído discurso, se enfrentan a una realidad que nunca imaginaron: Internet y Redes Sociales –algo muy ajeno a sus trincheras y sus armas, sus inflamados discursos y su inaceptable verborrea antiimperialista. Barrer la basura bajo la alfombra y crear argumentos a la medida, se identifica hoy como una argucia estalinista desmantelada en sus dimensiones reales. Si Pasternak o Solzhenitsin y hasta el mismo Sajarov hubieran vivido plenamente estos tiempos, sus esfuerzos habrían tenido resultados inmediatos. Desgraciadamente el Gulak y esa especie de remedo a lo cubano que fueron las UMAP, sólo  tuvieron efecto entre sus víctimas, otros han debido imaginarlo y aún en  el caso de creerlo, del dicho al hecho hay largo trecho.

¿Qué pensarán ahora los que alentaron el terror? Para ellos es difícil callar por pudor, es algo que les resulta improbable y muy ajeno a sus naturalezas patriarcales. Pero la andanada informática se les viene encima sin que puedan hacer nada. Me consta que en su fuero interno, también “culpan al imperialismo” de su descrédito actual; sólo la libertad en su amplio diapasón ha permitido desenmascararles y la única alternativa que les queda es la de aminorar los efectos de estos benditos tiempos que hacen imposible la demagogia y la mentira.

No temo en lo absoluto a lo que pueda venir, el origen de lo que sucede hoy en el Magreb no es ni con mucho una revolución por el socialismo; este terminó de sepultar las libertades conculcadas por el colonialismo y quienes luchan por desenterrarlas no representan un regreso al pasado que en cualquier caso siempre fue peor. En medio de una especie de ejercicio de simplificación política, la única alternativa posible es la democracia. Es cierto, tendrá particularidades en cada caso y así debe ser, pero de lo que las nuevas generaciones enlazadas en medio de la globalización informática se han dado cuenta, es de que el protagonismo en el presente siglo XXI, no pertenece a los que, anclados en el pasado; tratan de permanecer insensibles. El siglo XX, fue el marco de dos guerras mundiales y de una no menos cruenta, por solapada –la guerra fría. Fue un siglo de transición, ya "la mentira repetida mil veces no sustituye la verdad" y "la  imagen, que vale más que mil palabras", impide seguir viviendo en la oscuridad de la mentira, poniendo en evidencia a los que se amaparan en ella y los descarta.

José A. Arias.
 
 (*).-Debo dar crédito al uso del término "bonsai". Un colega  hubo de utilizarlo para  referirse a otro tema; el de la "buhonera" economía cubana actual, supuestamente impulsada por el gobierno de la Isla, y que me pareció formidable. Ahora y en  otro contexto en el que se me hace aplicable, lo repito. Muy gráfico, mis agradecimientos. La miniaturización ideológica y de probeta me parece acertada a la hora de caracterizar a sus autores e impulsores; por supuesto, con el perdón de los liliputienses y los amantes del arte del bonsai.


Saturday, August 13, 2011

EL VERDADERO TALENTO DE LOS OPORTUNISTAS.


Hace algunos años, cuando era aún muy joven y la inevitable inmadurez no me permitía aceptar como verdades algunas cosas que con el devenir de los años empezaron a parecerme normales; cayó en mis manos un pequeño folleto escrito por un periodista norteamericano que contaba sus vivencias en la China de Mao-Tse-Tung (o Dong,según se dice ahora) en pleno apogeo de la Revolución Cultural. Las crónicas hablaban de muchas experiencias, entre otras se refería el periodista a la obligatoriedad de todo ciudadano de poseer las famosas “Citas de Mao”, donde el  "Gran Timonel” –uno de sus tantos y reconocidos sobrenombres- se dedicaba a trasmitir sus “valiosas” experiencias al resto de sus congéneres.

Había una crónica que me llamó poderosamente la atención, era quizás una pauta, casi críptica; de lo que representan el comunismo y el socialismo marxista en toda su gama de argumentos estranguladores del pensamiento y la libertad. Contaba el periodista que grupos de Guardias Rojos recorrían las calles de las principales ciudades del país armados de maquinillas manuales de cortar el cabello y arremetían contra todos los que no exhibieran un corte similar al del Camarada Mao rapando la mitad de su cabellera y,de ese modo  poderlos distinguir del resto; era un castigo mediante el bochorno y una acción revolucionaria, desde el punto de vista de los ejecutores, una lección y una advertencia. De momento aquello me pareció exagerado e inverosímil. 

Ya bien entrada la década de los 60, y en mi propio país, comencé a ser testigo de algunas estrategias que me trajeron a la mente lo que alguna vez había leído. Los comisarios cubanos de la juventud comunista endilgaban el calificativo de contrarrevolucionario, no sólo a quienes osaban dejar crecer su cabello más de lo que era tolerable y habría que tener en cuenta que hasta el “corte cuadrado” era un pecado y una violación que ningún joven que se considerara revolucionario podía permitirse. Para ser un “buen revolucionario” había, entre otras cosas, que repelarse.

Pero eso era sólo el comienzo, también eran pecados de lesa impudicia contrarrevolucionaria, escuchar música en inglés, declararse admirador de grupos musicales o intérpretes no autorizados, leer publicaciones extranjeras, vestirse de un modo estrafalario –entiéndase cualquier indumentaria fuera de lo distribuido en lo normado para el consumo de la población- tener familiares en el exterior –peor aún si se mantenía comunicación con ellos-, poseer algún tipo de creencia o filosofía considerada diversificante desde el punto de vista ideológico, religioso o metafísico. Ni que decir de la posibilidad de manifestar algún tipo de preferencia sexual encausada en lo que se consideraban “desviaciones enajenantes". Siendo testigo de todas esas cosas, las crónicas pekinesas del periodista aludido comenzaron a parecerme mucho más creíbles.

El paso del tiempo, que a veces permite la disolución de los hechos mientras las víctimas de lo contado van olvidando y aparecen nuevos testigos de lo más actual, contribuye a que lo alegado pueda parecer exagerado en virtud de la acción del mismo mecanismo que actuaba en mí ante la evidencia de cosas que me parecían improbables; y en un factor que potencialmente puede inducir al perdón. La cuestión aquí es que no se trata de perdonar, los victimarios, que aún están allí, no lo han solicitado, ni lo van a hacer,  nadie está autorizado para hacerlo en su nombre, ni es aceptable; para mi la mentalidad que los llevó a actuar en contra de la libertad, sigue siendo su principal asidero y estoy seguro que si eso que estuvo tan en moda durante la guerra fría bajo el denominativo de “correlación de fuerzas”, estuviera a su favor,  volverían gloriosamente a las andadas.

La libertad no puede ser apabullada, desconocida, lastimada y eliminada sin dejar huellas y quienes han conformado un abultado y amañado expediente en su contra para justificar sus acciones pasadas o presentes han de ser permanentemente condenables y execrados. No es asumir la misma actitud en venganza retroactiva, es llamar a las cosas por su nombre para impedir que lo inocuo, cuando menos, nos de vueltas bajo el disfraz de una tolerancia que aún en el reino de los ideólogos no existe. Desde mi punto de vista, tolerancia e ideología –sobre todo en política- son términos inversamente proporcionales y esa relación no puede alterarse bajo la férula de los ideólogos.

El tema es prolijo y tiene muchas vertientes, no es posible abarcarlo todo. Creo que es importante establecer diferencias entre términos que no tienen nada en común como perdón y olvido aunque erróneamente a veces se quieran utilizar como sinónimos. Se puede perdonar sin olvidar, lo que no es posible es dejar de recordar porque la memoria, la nuestra en particular, muy desafiada por el flagelo del abuso cometido sin razón, siempre va a negarse a borrar todo lo malo, que ha sido demasiado y, en términos históricos, muy reciente.

Los seres humanos gozamos de una capacidad genética que nos distingue: el libre albedrío, la lógica debe inducirnos a creer que lo usamos de acuerdo a un criterio de justicia que puede identificar ante los demás nuestra conciencia individual y colectiva. La experiencia muestra, a contrapelo, otras cosas, y allí en donde la proyección personal, mediante el atributo del libre albedrío sirve para justificar todo lo que no es razonable; nos enfrentamos con una actitud oportunista ante la vida que siempre tendrá en su origen una motivación malsana.

A veces entre el talento y el oportunismo existe una relación más estrecha y vinculante que la que muchos suelen creer. Siempre los más exitosos oportunistas suelen tener talento. Aprovechar las oportunidades originadas en la negación de su propia conciencia, es algo que no resulta propio de ignorantes, sobran ejemplos; pero de ello a hacer creer a los demás que se actúa y procede en función de una extrema pureza conceptual y original, hay una gran distancia. El oportunista no dice lo que piensa, sino lo que le conviene y le es más redituable en cada momento. Como los conozco desde hace mucho tiempo, no será ahora que me hagan víctima de sus engaños. La música –lenguaje universal- puede ser buena, pero vayan a tocarla a otra parte donde puedan creerle lo que dicen – que no es lo que piensan- para seguir siendo fieles a su condición de redomados oportunistas.

José A. Arias.



Saturday, August 6, 2011

EL CANCER EN CAMPAÑA POLITICA.

Cuando creía que lo había visto todo en materia de argumentaciones vinculadas a estrategias y aspiraciones políticas, estaba muy equivocado; quedaba fuera del alcance de mi perspectiva que una enfermedad como el cáncer pudiera ser un elemento a tener en cuenta para ser utilizado con fines semejantes. La razón en el caso que nos ocupa: el apego al poder y su usufructo vitalicio que aún en el peor de los escenarios, todo lo hace permisible y justifica cualquier argucia.

No me interesa especular sobre la veracidad o la falsedad de la enfermedad en sí, de antemano he de creer  que es cierta. Lo que sí  parece harto criticable es la manera insolente, irrespetuosa, insensible e inescrupulosa en que se está utilizando, para que pueda servir de contrafuerte a un propósito político matizándolo de un carácter de indiscutible mezquindad, que lógicamente debería ser cierto y forzosamente entendido en esos términos entre los receptores de la información.

Muchos han sido los casos en que personas conocidas han tenido que enfrentar el desafío que siempre significa el encarar una enfermedad como el cáncer, pero según la voluntad del paciente, ha sido siempre algo que se maneja con discreción, dentro de los círculos familiares y, si se trata de una figura pública y además política; tomando las precauciones previsibles, primero para tratar de paliar el mal y consiguientemente evaluando las posibilidades que en cada caso se puedan  proyectar en la  perspectiva de un  futuro inmediato.

En lo relacionado con el personaje que ahora nos ocupa nada de lo anterior ha sido así. Ante mi asombro, aquí la enfermedad desde el momento en que se hizo pública, se ha convertido en elemento de mención permanente, se le ha dado categoría de problema nacional y hasta ha sido objeto de militarización en lo tocante al manejo, sobre todo, de una bien dosificada pero sistemática divulgación. Es el propio paciente quien se encarga de dar categoría de “estado mayor” al grupo de médicos, binacional por cierto, que se encarga de establecer las evaluaciones sobre su estado, que por demás solo él conoce y divulga a conveniencia.

Si procedemos al seguimiento de las informaciones ofrecidas, parecería innegable que a más de la gravedad del argumento existe también un manifiesto e innegable propósito de utilizarlo como el meollo de una campaña política. Es evidente que cualquier campaña se rige por una estrategia determinada de antemano y en su elaboración siempre interviene un equipo de asesores estableciendo etapas para su desarrollo; la efectividad de las mismas se determina a través de las encuestas de popularidad en connivencia con el nivel de credibilidad que les sea atribuible. Ese es un hecho normal, pero bajo condiciones anormales,  la realidad es otra.

Para evaluar las características de una campaña que incluye como principal protagonista a un enfermo convaleciente de una seria dolencia, no hay antecedentes. Es un caso que en materia de jurisprudencia, por ejemplo, se le daría un  carácter paradigmático capaz de sentar  precedente y que en esta ocasión y para poder entenderlo hay que analizarlo dentro del marco de una situación política de excepción.

Primero, el candidato y aspirante del partido oficialista –actual presidente- gobierna un país donde se han alterado los cánones de la democracia, tras haber accedido al gobierno por la vía electoral. No es necesario hacer la historia de la consolidación del poder mediante la exclusión de la sana competencia implícita dentro de un ambiente verdaderamente democrático y activamente pluripartidista; eso es asunto sobreseído en un medio donde la única oposición es acusada de “escuálida”, “pitiyanqui” y por añadidura genuflexa, traidora, cobarde, servil y cuanto improperio capaz de minimizarla al máximo, sea dable atribuirle desde el poder.

Si a lo anterior se añade la incapacidad de contar con la autonomía de los poderes del estado de forma equitativa, se crea entonces la posibilidad de poder invertir los valores y añadiendo el uso del populismo y la demagogia,  producir una campaña como la que estamos viendo, sin antecedentes en la historia de las democracias reales, donde lógicamente una persona con las limitaciones que la gravedad de las circunstancias implica no pudiera ser jamás un candidato viable. Aquí, sin embargo, sucede otra cosa.

Para mí no hay dudas de que los estrategas de campaña están fuera del ámbito nacional del candidato y son la antítesis de cualquier práctica electoral verdaderamente competitiva desde el punto de vista democrático, además de ser, según han demostrado; los artífices de la unanimidad secular a contrapelo de cualquier desgaste del poder por intermedio de su ejercicio, o de los fracasos y reveses manifiestos para los que siempre existen a mano terceros  a quien responsabilizar por ello, dejando intacta la perínclita voluntad de los verdaderos y únicos culpables.

La viabilidad aquí se la atribuye el propio candidato, que de manera impúdica se muestra exhibiendo los atributos de su enfermedad y alude a los procedimientos de curación moviendo a la compasión a su auditorio como el niño que pide a sus padres que le complazcan porque se sabe enfermo y en consecuencia merece satisfacer la que pueda ser, en el peor de los casos, su última voluntad. El aguerrido paciente se envuelve –físicamente- en la bandera y eleva plegarias a deidades diversas en las que no cree- la verdaderamente adorable para él aun vive entre nosotros- y de ese modo y  por  intermedio de aquellas, trata de  garantizar su reelección que no solo asegura, sino que también alega merecer.

Para sus desgastados estrategas de campaña, cuya  preocupante importancia comienza por el crédito que el propio paciente les atribuye, es algo vital  garantizar su éxito por todas las vías incluyendo las de la sucesión aún en el caso de que  el paciente esté seriamente enfermo y no lograra sobrevivir. Sin dudas, como ha sucedido con su acólito principal, los avatares del enfermo son un asunto de estado y  alta política y como tal, deberán ser encarados. Al menos por el momento sigue siendo así. Garantizar el continuismo es la palabra de orden y la actividad ingentemente desenvuelta, es la verdadera estrategia. En el país que nos ocupa la democracia real ya es quimera y hacerla valer de nueva cuenta con todos sus atributos es tarea cuesta arriba para los que pretenden lograrlo y han encarado  la batalla.

Así las cosas y a contrapelo de toda lógica, un enfermo de cáncer ha logrado hacer prevalecer su enfermedad como argumento de campaña, y lo peor es que ha conseguido incrementar su popularidad, relativamente diezmada por sus desaciertos, que han sido y siguen siendo muchos proyectando una imagen lastimosa y frágil, lo cual bajo cualquier circunstancia parecería imposible.

Los que conocemos el verdadero trasunto mental de estos mesiánicos semidioses no necesitamos demasiadas explicaciones para evaluar el alcance de sus objetivos y sabemos que siempre el fin ha de justificar los medios. Bajo el imperio del totalitarismo  basado en una extemporánea ideología podemos descubrir ahora que un candidato gravemente enfermo, no sólo puede hacerse con el poder, sino lo que es peor, seguir gobernando después de pasar a mejor vida. Ahora les digo: “póngase moscas” venezolanos antichavistas porque el enemigo que tienen ante sí es más peligroso que un cáncer.



José A. Arias.