Sunday, April 15, 2012

EL REALISMO SOCIALISTA EN LA LITERATURA Y EL SILENCIO DE LOS CARNEROS.


Más que desde un punto de vista propiamente literario, aunque sí en un sentido histórico; y en el que no se pretende agotar un período tan prolijo en hechos y acontecimientos muy importantes; abordar éste tema constituye una corroboración acerca del porque el socialismo marxista no únicamente, y como bien se sabe, constituye un fiasco y un paréntesis que no debe ser paradigmático más allá del referente que puede constituir para demostrar las causas de su propia debilidad, su ineficacia y el colofón determinado por su desaparición. Tratar de entender las razones, no es, como se afanan aún algunos de sus defensores en aparentar, un capricho vinculado a un simple “debate de ideas” El verdadero enfrentamiento se nos presenta como la fuerza impuesta de la ideología totalitaria, y en un período cronológicamente determinable; frente a la razón del pensamiento liberal presente en la evolución de las ideas a lo largo de la Historia. Es evidente que entre el propósito (causa) y los pretendidos resultados (efecto) y en medio del conflicto creado –y en gran medida superado- la interpretación, no la simple justificación, debe ser una necesidad.
EL ESCENARIO HISTÓRICO.
En lo político, el país más atrasado económicamente, esparcido en un vasto territorio entre dos continentes: Europa y Asia; la Rusia de la época imperial; la servidumbre caracterizaba la relación entre terratenientes y campesinos –siervos de la gleba. Integrado por inmensos territorios dedicados a la agricultura, y en los que la jerarquía política se basaba en una tradición absolutista y monárquica; diferente, por ejemplo, a la de Inglaterra; las condiciones para buscar y encontrar alternativas para el cambio social, se presentaron con claridad. El primer error de interpretación, muy común, ha sido atribuir a las ideas de “líderes de la clase obrera” –muy poco desarrollada- y limitada a algunos centros de producción pre-capitalista, consecuentemente muy embrionarios y geográficamente localizados; la dirección del movimiento que derrocó el imperio zarista y que, con el éxito de la revolución de 1917, llevó al poder al proletariado.
Los dirigentes de la revolución fueron intelectuales, en todos los casos vinculados a las ideas del socialismo revolucionario, que militaban en atomizadas y disímiles tendencias que no siempre eran de inspiración marxista. Ello explica el desasosiego y las contradicciones que hubo entre sus principales representantes durante las últimas décadas del siglo XIX y el triunfo bolchevique en 1917.
Con la revolución de 1905 primero y la de 1917 después, se simplificó la ejecución para el establecimiento de lo que tendenciosamente se ha denominado el poder político de la clase obrera. Lenin –que era uno de esos intelectuales- elaboró su teoría del “eslabón más débil” la cual, sin dudas, refuerza el argumento expuesto en el contexto de uno de sus “aportes teóricos” más conocidos: “El Imperialismo Fase Superior del Capitalismo” y en tanto la Primera Guerra Mundial, comenzada en 1914, fue un asidero importante en ese sentido. El otro gran teórico marxista, co-protagonista del suceso revolucionario de Octubre: León Trostki –también un intelectual revolucionario- argumentó con éxito acerca de las contradicciones del capitalismo en occidente (había estallado ya la Guerra de 1914) por intermedio de su “Teoría de la Revolución Permanente”
Lenin, el líder seudo-proletario, se convirtió entonces en el primer gran revisionista de la teoría marxista original. El “eslabón más débil” contradijo abiertamente los preceptos planteados por Marx y Engels sobre el triunfo de la revolución proletaria en Inglaterra, Alemania, Francia o los países del Benelux. La práctica (muy encumbrada a posteriori por el concepto de “praxis” por los neo-revisionistas de la post-modernidad) se encargó de evidenciar los fallos de los “precursores” cuando teorizaron al respecto en algunas de sus obras más conocidas como “La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra” (Engels), o “La Contribución a la Crítica de la Economía Política” (Marx). El enfrentamiento que protagonizaron Marx y Proudhon en el seno de la Internacional Socialista, debió quedar caracterizado como una especie de radicalismo, representado por el primero, frente a un conservadurismo revolucionario, más bien de centro izquierda, que resumía las ideas de Proudhon. Atenidos a la lógica promovida por los hechos y en consonancia con condiciones políticas impredecibles, la teoría político-revolucionaria de Marx resultó equivocada. (1)
En los albores del siglo XX la “revolución proletaria” no fue protagonizada por los obreros más explotados ni peor pagados (es importante recordar aquí, la persistente causa-razón que Marx atribuye a su elaboración teórica sobre el concepto de salario), vino a ser, por el contrario, la necesaria liberación de quienes aún no habían sido víctimas de la explotación en las condiciones del capitalismo moderno. Los campesinos rusos, sujetos a otros mecanismos más virulentos y severos de condicionamiento social y productivo, arrastrados por el incipiente proletariado de las zonas urbanas, protagonizaron un intento de liberación nacional antimonárquico y anti- feudal en lo económico, y sin que las contradicciones referidas del capitalismo en el occidente europeo, tuvieran demasiado que ver al respecto. De hecho, la posición ante la guerra a la que Lenin consideraba imperialista, tampoco fue unánime y motivó exacerbados debates entre los dirigentes de la revolución.
Con el triunfo revolucionario de 1917 en la Rusia de los zares, enjundioso ejemplo de corrupción aupado desde la monarquía; tiene lugar, ante todo, el triunfo de una revolución nacionalista de aliento esencialmente económico y cuyos preceptores –intelectuales versados en la teoría- se encargaron, ipso-facto, de complementar políticamente con sus ideas. “El eslabón más débil” y la “teoría de la revolución permanente” fueron las bases de los decretos revolucionarios puestos en práctica inmediatamente después de la toma del poder. El país de efímera existencia (75 años) creado bajo el nombre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas –URSS- nació a la Historia en medio de una concepción teórica vinculada a una inmediatez que en la práctica, nunca le permitió ser otra cosa que el gigante de pies de barro sobre cuyos hombros se pretendió hacer descansar el enorme peso de la nueva, redentora y promisoria sociedad; condenada a desaparecer bajo la influencia de sus pecados de origen.
La URSS, fue un país creado por decreto: el de “Nacionalidades” propuesto por Lenin y ratificado en 1921 y el “Decreto sobre La Tierra” avalado por la Nueva Política Económica –NEP- puesta en marcha en 1923. No podía ser de otro modo en el diverso y vasto territorio, atenazado entre las diversas interpretaciones políticas, religiosas, culturales y la diversidad geográfica desde las áridas estepas siberianas a los territorios climáticamente más benévolos del sur.
A la muerte de Lenin en 1924, sobrevino un período en el que “el infantilismo izquierdista” que el propio Lenin había criticado, se convirtió en norte del estalinismo y que con el exilio forzoso de Trostki, acabó con la influencia de los revolucionarios más conspicuos. El estalinismo, bajo las ideas del “gran líder”, condujo a la joven Unión Soviética a protagonizar la historia de un experimento que en todos los órdenes, y a pesar de su indiscutible protagonismo en el siglo XX, no le impidieron acreditarse, como nación, la imagen fundada en el ostracismo y bajo la absurda y personalista voluntad del “líder revolucionario” –cuestión a la que ya me he referido- y que se conformaron como argumentos principales y negativos de su trascendencia. No hay nada en la historia soviética, ni en la de los territorios que se agruparon bajo su égida después de terminada la Segunda Guerra Mundial, que pueda ser caracterizado como paradigmático; y si para algunos sovietólogos a destiempo, la afirmación puede parecer exagerada, ¿Cómo explicar, sin caer en diatribas o argumentos triviales, el derrumbe? Dialécticamente, el socialismo marxista y su consecuencia inmediata, el Comunismo, se convierten casi de forma original en la némesis del marxismo teórico de los “precursores”, llegando a transformarse en la práctica en una ideología impregnada de una ortodoxia política cuyo único y posible fin es el establecimiento de un orden y un poder totalitarios. Hoy parece que, sin amañadas intenciones, nadie puede ser capaz de rebatir esta conclusión.
EL REALISMO SOCIALISTA: EXPRESIÓN DE UNA CULTURA BAJO EL TOTALITARISMO.
El proceso descrito se convirtió en el marco para la entronización, desarrollo y desenvolvimiento de una nueva política –eso es en esencia- cultural. La nueva cultura soviética, debía avenirse, y por intermedio de la razón impuesta, a mecanismos de control derivados del poder. El aglutinamiento del aliento creador, tan esencial y naturalmente individual, debió afinarse en la práctica con los parámetros impuestos y no aptos para ser desbordados por los “desvaríos” de una élite pensante de pretendido origen burgués (aunque no fuera siempre el caso) vitalmente capaz de generar nuevas ideas a través del acto de creación. Enfrentados al dilema que la libertad de expresión presupone, la acción colectivista y revolucionaria impone la uniformidad del pensamiento y utiliza como arma la censura con el fin de conseguirla. El intento de generar una nueva estética en connivencia con la llamada cultura de masas, el Realismo Socialista, se convirtió en la expresión única de ese propósito.
El estalinismo –Lenin no tuvo tiempo de conseguirlo- fue el crepúsculo de la vida cultural de la Rusia pre-revolucionaria categorizada como un rezago del pasado capitalista y burgués. Para la crítica encabezada por los órganos estatales y la “Unión de Escritores Soviéticos” liderada por Máximo Gorki el aspecto prioritario de la creación bajo el socialismo debió estar caracterizado por el apego irrestricto a las directrices partidarias. Gorki, cuya vida intelectual anterior a 1917 le proporcionaba un reconocimiento nacional, rindió banderas y enfocó los esfuerzos de su actividad personal al ejercicio de una especie de comisariado recomendado por el propio Yosef Stalin que solía referirse a los escritores como “ingenieros de almas” y definió la política del estado soviético bajo el “Decreto de las Organizaciones Literarias y Artísticas” de 1932. Sólo tres años después se produciría el supuesto suicidio del hijo del autor de “La Madre”, la novela más importante de Gorki escrita dentro de los cánones del realismo socialista y obra por la que en gran medida, trascendió como escritor. Un año después en 1936, el propio Gorki falleció.
Con el impulso del estado a la alternativa de los creadores literarios bajo el realismo socialista nombres como los de Pushkin, Dostoievski, Chéjov y Tolstoi se convirtieron en lápidas de un pasado promiscuo y obsceno y de no ser por la trascendencia de sus respectivas obras y el papel de occidente envuelto sin ambages en su rescate, hubiesen quedado como un mero argumento referencial para ser utilizado como ejercicio docente capaz de demostrar las debilidades del pasado pre-revolucionario y poner en tela de juicio la moral “burguesa” y en consecuencia, altamente criticable de los propios autores.
Una opinión muy autorizada como la del novelista y autor teatral de origen inglés William Somerset Maugham (1874-1965) le concede un imperecedero valor a la obra de Dostoievski y Tolstoi; en su opinión “La Guerra y la Paz” de éste último, puede ser considerada una de las mejores novelas en el género en todos los tiempos e incluye en su lista “Crimen y Castigo” y los “Hermanos Karamazov” del primero de los dos autores citados. Pero la falta de “pureza ideológica” en la vida de ellos, a los que el propio Gorki – así como también al famoso dramaturgo y cuentista Antón Chéjov- conoció, y con los que compartió su actividad anterior al triunfo de la revolución, les hizo víctimas ante su nueva óptica recién estrenada de comisario y, con el subsecuente y posterior advenimiento del estalinismo; pasaron a ser considerados como parte de un pasado “superado” por la historia.
El fenómeno de ruptura interpuesto sin condicionamientos y de forma inclemente e intempestiva, ha sido parte de la creación de una estructura psicológica que, vinculada al aspecto sociológico, tiende a borrar el pasado en el pensamiento del nuevo hombre protagonista de la revolución. La experiencia cultural, resulta, cuando menos; deformada, y en el peor de los casos, eliminada, mediante lo cual se establece un método de conceptualización artificial de la realidad (que de ser socialista, debe ser también, culposamente tendenciosa) encaminada a quebrar la verdadera realidad; hito vinculante entre el hombre y su pasado. Sobreviene entonces, un maniqueísta esfuerzo de creación que no ofrece más alternativa que la de tratar de superar el espíritu esencialmente liberal de la creación por medio de la cantidad en detrimento de la calidad. Ello se patentiza mucho más en el orden de la creación literaria que en otras manifestaciones de las bellas artes; la palabra escrita es testimonio indeleble y consciente y su interpretación no puede ser coartada, se impone la censura como único camino y en ese caso el vacío debe ser llenado por la abyección y el compromiso.
Si esa no es la historia de la contemporaneidad en los predios del socialismo marxista; ¿Cómo explicar la condena al anonimato de los creadores fuera de los páramos del parnaso proletario? El revestimiento propagandístico que caracteriza al arte promovido por la revolución, comienza presentándose a través de la glorificación de los nuevos símbolos característicos de una pretendida estética, que en su esencia, no existe: repetitiva, vociferante y vocinglera, conectada a una estructura de pensamiento excesivamente existencial a través del colectivismo facilista siempre presente en estos intentos (2).
Somerset define la trascendencia de la novela –género muy gráfico al respecto- como el único de expresión que en la narrativa, ya sea en el plano omnisciente o personal, debe ser capaz de alcanzar su trascendencia. Cualquier obra, explica, que no sea capaz de encontrar un espacio en la intemporalidad, estará condenada a poco menos que el olvido, junto al nombre de su autor. El condicionamiento temporal y la inmortalidad son valores inversamente proporcionales desde el punto de vista literario, y el autor, aun a pesar de tomar como referente inmediato las circunstancias que le rodean debe tener la habilidad literaria, junto al propósito para conseguir la permanencia asociada a la voluntad de sus congéneres. En este sentido es evidente que la obra de escritores que primero se consideran revolucionarios y relegan a un segundo plano el espíritu de la obra y el aliento de su creación, solo pueden escribir para satisfacer voluntades personificadas en entes amparados bajo coyunturas circunstanciales, negándose a si mismos la inmortalidad de su obra y de su nombre.
El Realismo Socialista coincidente con el estalinismo y vigente aun después de la muerte de Stalin, es un perfecto ejemplo de intolerancia. En la historia del período soviético el Nobel de Literatura fue concedido a tres autores rusos: Boris Pasternak, Mijaíl Shólojov y Alexander Solzhenitsin, si partimos de lo que estrictamente este galardón significa y se dejan a un lado polémicas alentadas por mezquinos intereses; en esa distribución para las letras soviéticas, dos de los autores, Pasternak y Solzhenitsin fueron declarados en su momento apóstatas de las ideas de la revolución y traidores a los intereses del pueblo y el estado soviéticos, y por ello criminalmente condenados. El tercero; Shólojov, un fiel representante de los susodichos intereses y, convertido además en “aparachitk” del Partido en cuyo Comité Central permaneció hasta su muerte en 1984. ¿Es posible, me pregunto, ocultar qué en este juicio diferencial y de valor se pone de manifiesto una marcada intención de carácter político? Tanto en la serie de Relatos del Don, y en el que el más conocido fue publicado bajo el título de “El Don Apacible” de Shólojov, como en “Doctor Zhivago” de Pasternak, o “Archipiélago Gulag” de Solzhenitsin se describe la realidad del mundo circundante e inmediato de sus autores, pero la diferencia está en que la realidad para Shólojov es la del triunfo del socialismo entre un mundo alentado por slogans y consignas, mientras que en los otros casos se trata de la realidad avasalladora e inconveniente del totalitarismo ideológico. Dentro del Realismo Socialista la explicación puede ser fácilmente interpretada, pero no por ello menos tendenciosa, justificativa y falaz.
Hay un último aspecto que no debe excluirse de este análisis: el reiterativo presupuesto argumental de la monotemática obra de sus autores más conocidos, tanto dentro del territorio soviético como posteriormente en los países de Europa Oriental, hace del Realismo Socialista una corriente poco o nada competitiva vista fuera de la rigurosidad esencialmente técnica de algunos de sus principales exponentes (el Nobel de Shólojov puede constituir una evidencia de ello). Desde Joyce, Faulkner, Caldwell, Hemingway o los magníficos escritores del Realismo Mágico hispanoamericano y hasta Salman Rushdie enfrentado al conservadurismo del Islam con sus “Versos Satánicos”; y considerando los clásicos de la literatura universal anteriores a esa mitificación de la verdadera realidad que se materializó bajo el denominativo de Realismo Socialista – sobreviviente en muy pocas, pero bajo particulares y peculiares circunstancias- la diferencia, pero más la relación entre la obra literaria y la verdad como esencia intrínseca y fundamental del pensamiento, parece un hecho irrebatible que proyecta su expresión a favor de la verdadera cultura que debe estar despojada de una intención medularmente política.
José A. Arias.
Notas.-
(1).-Ha sido una práctica sistemática la referencia a los cambios que amparados bajo el materialismo dialéctico, son dables bajo el imperio de las llamadas “condiciones objetivas”, las que junto a las “subjetivas” pueden justificar el origen, desarrollo y desenvolvimiento del acontecimiento histórico que, sin embargo, nunca pierde su vinculación inmediata con las condiciones vigentes manifiestas en la acción de los protagonistas del hecho histórico en sí.
(2).-Son muy dables, bajo las circunstancias referidas, la creación de entidades colectivas y representativas de intereses políticos relacionados con organismos e instituciones a través de las cuales se ejerce el poder.

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