Roberto Prats Sariol.
La mayor ruina de la Cuba actual es el ser humano.
El pícaro cubano de hoy apuesta a una transición algodonosa. Y muy lenta. Entre más despacio mejor. Aquellos antihéroes de la novela picaresca española de los siglos XVI y XVII, de la hispanoamericana en el siglo XIX, casi son honorables buscones ante las destrezas y habilidades del Guzmán cubano de ahora mismo.
Una amiga que llegó de La Habana el pasado 2 de febrero —fue por dos semanas, a ver a su padre, hermana y sobrinos— me cuenta tanto que aún no llena mi curiosidad. Los guzmanes-catrines encabezan el panorama humano, entre las conocidas ruinas.
Indagación del choteo (1928), el tan caracterizador ensayo de Jorge Mañach; La isla en peso (1943), el poema de Virgilio Piñera que sí desentraña Lo cubano en la poesía —entre otras referencias necesarias, no solo cubanas— parecen escritos para el pícaro del 2012.
La mayor ruina de la Cuba de hoy es el ser humano. No la Constitución o el aparato estatal. No la industria, el comercio, la agricultura… No las ciudades ulceradas o las casas donde se hacinan tres generaciones con los muebles de la abuela. Nada se asemeja a la ruina moral, mucho más difícil de reconstruir que el sistema educacional o los servicios médicos o las redes culturales y deportivas.
A esa desoladora conclusión hay que enfrentarse. Sin políticas de avestruz. Crear una nueva sociedad civil debe partir de la familia, y desde luego que dentro de ella de cada integrante, sobre todo de los jóvenes. Lo demás huele a demagogia, otra politiquería.
Guzmán de Alfarache sonríe: otro teque quimérico, otro iluso más que cree en la perfectibilidad de la especie, como quizás Mateo Alemán en 1599… Tal vez tenga razón. Sus burlas, sin embargo, no invalidan que los pícaros proliferen en caldosas —no ajiacos— más propicias que otras. Y la sociedad cubana actual es casi la perfecta para que las vilezas engorden, sean tan habituales como la escasez de guaguas chinas o de un CUC para un triángulo de pizza.
Mientras tanto él —según mi amiga y sus cuentos que aquí integro— casi escribe en el respaldar de su cama aquella vieja máxima: "El vivo vive del bobo, y el bobo de su trabajo". Y Guzmán es cualquier cosa menos bobo. El cuchillo en la boca con la compra-venta de casas, arañando la peseta hasta por el retrovisor del mini Fiat polaco que acaba de legalizar.
Y sus primos hermanos también. Hay un Guzmán policía de circunscripción. Los boliteros del barrio son sus amigos, igual que la holguinera que recoge cada día las apuntaciones por la charada china. Son 100 pesitos diarios, aunque le da 20 al teniente. Más lo que cae de la hermana del pescador que desde Batabanó trae langosta o bonito, siempre en el fondo de un saco de yute, arriba relleno de malanga, boniato, yuca. Y ni hablar de lo que suelta el rastrero cuando llega con los sacos de café, directamente del Escambray.
Otro Guzmán, más arriba, tiene lo suyo en un hotel de La Habana vieja. Ahí sí hay. Sobre todo con las muchachitas por teléfono y los cigarritos de marihuana. Ni lo que saca del bar le interesa ya mucho, porque el guarapo está en la doble contabilidad, en las habitaciones declaradas vacías pero rentadas.
Mi amiga me contó de un tercer pariente de Guzmán, al doblar de su antiguo edificio de apartamentos. Este sí vuela entre nubes de billetes. Y hasta con menos riesgo. Trabaja en una empresa mixta, de una corporación vinculada a los militares. Ya hasta tiene su cuentecita en Panamá.
Los Guzmanes forman parte de la aguerrida militancia en el Partido, de esos 800.000 y tantos que defienden "la obra de la revolución". En sus casas hablan del hambre en Somalia o de los desempleados en España. Si acaso. Lo normal es conversar de la serie de béisbol o de la telenovela. A veces de que Raúl Castro tiene la mano pesada, pero con el índice en las sienes, como si estuviera loco, fuera de la Isla, con una muela cariada.
Aunque los hay que han armado el tinglado con los de Miami, sin dejar de aplaudir o callar, mirar para otro lado o aceptar que así es la vida. Se adelantan a lo inexorable, pero con la misma falta de escrúpulos y el mismo deseo de que la transición sea suavecita y lenta, con tiempo para cuadrar la caja chica y la grande, pagando pero guardando el vuelto.
Pero mi amiga, como la mayoría de nosotros, no tuvo acceso a los Guzmanes decisivos. La información está más compartimentada que en el Departamento Técnico de Investigaciones de la policía. Sobre ese minúsculo sector sólo caben especulaciones, comparaciones con los millonarios "herederos" de la antigua Unión Soviética o juzgar por algunos datos que han sido verificados.
Son los Guzmanes de la alta oficialidad del Ministerio de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior. Son el Poder, junto a las escasas familias de los "históricos". No los coroneles, comandantes o capitanes, donde también hay cientos de Guzmanes de poca monta: playa, gasolina, bonos de compra, salarios elevados…
Francisco de Quevedo y Villegas escribiría jugosos sonetos sobre esta crápula, aunque la hipérbole tendría que asentarse en el diccionario de otra galaxia. No hay exageración posible. Lo tienen todo, manejan al país como los señores feudales. Manipulan a partir del miedo y del secretismo, dentro y fuera, dividiendo y aprovechando cualquier ingenuidad o esperanza: visita del Papa o elecciones en los Estados Unidos, chavismo o ayatollas, naciente imperialismo brasileño o nuevo acceso del PRI en México…
Quizás —pensamiento desiderativo— en algún momento se presente entre estos Guzmanes algún conflicto de intereses que desencadene el fin del castrismo-leninismo. Una chispa por alguna concesión en el nuevo puerto de Mariel o en la comercialización de la gasolina que se exporta desde Cienfuegos… Tal vez algunos de ellos ya conspiran por una tajada mayor, mientras esperan por la muerte de los "históricos".
Lo único seguro en el tenebroso juego de los pícaros cubanos de ahora mismo no es que haya una doble moral. Es que no hay ninguna. Guzmán de Alfarache ríe. Ríe y se enorgullece de estos tataranietos. Cuba otra vez espera, con el mismo verso que Virgilio Piñera escribió en 1943: "Todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste".
NOTA.-Este artículo apareció en "Diario de Cuba". su contenido me parece interesasnte. Quienes lo lean, están, al menos; en capacidad de arribar a sus propioas conclusiones.
José A. Arias.
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