Sunday, August 28, 2011

TRAS LA TEMPESTAD, LA CALMA Y LO QUE DEBE DEJARNOS.


Ya cantó el cantautor, es probable que a los que han gustado de su música les halla parecido un concierto memorable. La trascendencia del acontecimiento estuvo, sin embargo, en toda la polémica que desató y que como viento de huracán que arrastra larga cola; aún desata. No es afán evaluar si hubo muchos o pocos, en realidad quienes allí estuvieron forman parte de un público que es de seguro selecto, no por bueno o malo, conocedor o neófito, refinado o vulgar, entusiasta o apático; sino más bien porque tienen como referencia el recuerdo de una Isla secuestrada por más de medio siglo. Y para los no cubanos, la falsa imagen de una Cuba que en la realidad nunca ha existido más allá de la ficción.

Todo lo demás, muy justo por cierto, es parte del mundo en que hemos decidido vivir al rechazar de alguna forma y por razones diversas a los secuestradores de nuestro país. Aquí tenemos voz y aunque la escenografía sea prestada, no pueden acallarnos y en consecuencia, cada cual dice y hace lo que le parece más afín con su manera de pensar.

¿Saben lo que más improcedente me pareció de las respuestas del cantautor?; cuando dijo que callaba acerca de quiénes eran aquí sus amigos, para no comprometerlos porque también aquí, como en Cuba, “había miedo”.  Sé que los periodistas tienen que ser “objetivos” y no pueden poner a su interlocutor en vilo, pero la diferencia está en que sentir miedo aquí es muy diferente a sentirlo en Cuba, porque las consecuencias de lo que se dice son muy diferentes y los efectos  también. Lo sé por experiencia, puedo dar fe de ello, cómo también pudiera hacerlo el cantautor a partir de su propia experiencia.

El miedo atroz que sienten los cubanos dentro de su propio entorno es el miedo a la cárcel por pensar diferente, a las palizas de una turba por expresarse, al ver apedreada y allanada su casa, el más privado límite de la propia existencia; el miedo a perder el trabajo y hasta el justo miedo de los que enmascarados tras una falsa actitud, defienden alguna que otra migaja que se les hace imprescindible. Esa es la gran diferencia; de este otro lado las consecuencias de algún que otro temor no invalidan a nadie. Eso que algunos llaman “censura” sabiendo muy bien lo que ella representa, no les impide hablar, opinar, escribir e inclusive cantar, ¿o es que no existen evidencias de lo que digo?

Que alguien, con razón o sin ella, la emprenda con su contraparte, no es punible ni peyorativo, no te convierte en prisionero o en un desterrado potencial, no te sacan del juego por la obligación de estar dentro de un territorio delimitado por la acción de unos señores de horca y cuchillo, es más, siempre cabe la defensa, aunque parezca inocua o inapropiada;  y sólo basta con reclamar el derecho de réplica que suele ser usado con mucha frecuencia y sistematicidad. ¿O es que acaso  sucede de otro modo? Aún estoy por ver el caso de un supuesto censurado que no pueda seguir viviendo entre todos, o que no pueda lanzar su voz al éter diariamente, y así debe ser, crítica aparte.

Ahora y por suerte, parece que el miedo de verdad, el miedo al terror –como analicé en otro trabajo- parece estar debilitándose entre mis compatriotas de los que ha hecho presa por tantos años, quizás sea menos fuerte que el que debían sentir antes de lanzarse a esa especie de inmenso foso en el que los señores feudales que gobiernan la Isla han convertido el Caribe cubano. Ahora los buhoneros del feudo quieren más y, tímidamente, empiezan a levantar tiendas fuera de la ciudad amurallada. El miedo del otro lado, ese que es inobjetablemente cierto, empieza a ceder ante voces dispersas pero presentes y el sonido de cazuelas vacías que por muchos años han dejado de tener un mejor y más lógico empleo.

De este lado tenemos que seguir insistiendo y si de verdad, como creo, queremos volver a ser un solo pueblo, habremos de demostrarlo sin resistir acusaciones inapropiadas e improcedentes. Después de todo el que viva en libertad y no haya logrado prescindir del miedo, el del policía que a muchos le sembraron en la psiquis, aún le queda la opción de, según el dicho, comprarse un perro.

José A. Arias.




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