A veces no queda otra alternativa que comentar lo que sabemos, lo demás sería pura especulación y para no errar y ceñirnos a la verdad lo mejor es decir las cosas como se piensan después de haberlo meditado. Es posible que un recurso de lucha –eso debe ser- como las huelgas de hambre se pueda convertir en arma de doble filo. Todos los que inician una, tienen el propósito de llevarla hasta las últimas consecuencias, al menos eso es lo que se dice, aunque no sea lo que siempre sucede.
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Si como la lógica indica, la acción de morir por dejar de consumir alimentos debe conducir al alcance de un resultado concreto, la verdad es que en nuestro caso –el de los cubanos- no ha sido así. ¿Cuál es la razón?: el presupuesto inmediato de la inmolación, en los casos en que se ha producido, ha evidenciado un límite demasiado focal; a saber la consecución de un mejor tratamiento carcelario, la liberación de presos como en el caso de la última huelga de Fariñas, o la evidencia del cansancio que irrespeta la vida misma de sus protagonistas, ante el régimen atroz e indiferente que los condena.
En Cuba cualquier manifestación de rebeldía se hace difícil, porque el estado totalitario maneja las informaciones a su antojo y en la mayoría de los casos el subterfugio más socorrido es tildar de orates a los protagonistas de acciones definitivas y que además se presentan como definitorias. El problema está en que el hecho no se conoce lo suficiente dentro del escenario de desenvolvimiento inmediato y si, como en ocasiones, esto llega a suceder; no dudo que muchas personas consideren el sacrificio supremo de la autoinmolación como algo banal, irresponsable o atentatorio con relación a una práctica o sentimiento de origen religioso.
No se puede poner en duda que respaldar a quien se decida a poner en vilo su existencia debe de ser para todos los que vemos con impotencia estos intentos, una obligación que vinculamos con un “acto de patriotismo” llevado a cabo por el protagonista con el que nos vincula un sincero sentimiento de solidaridad; el problema está en las situaciones que se desgajan del hecho en sí: la repetición puede convertirlo en un argumento a la larga ineficaz, la inconsecuencia puede atacar el recurso de la muerte por inanición desde adentro y, entre personas confundidas y desinformadas, darle un pretexto a los represores para convertir en intrascendente una decisión personal de tamaña naturaleza.
Como se sabe, al menos desde afuera, muchas personas han entregado su vida a una idea dejándose morir; desgraciadamente los resultados nunca han sido los esperados. Factores no previstos de antemano, han determinado que así sea. El caso de la penúltima y más sonada huelga de Fariñas condujo al ominoso arreglo entre la tiranía y la iglesia católica para expatriar a la mayoría de los excarcelados a otros territorios como una única y absoluta condición de su excarcelación, jugada llevada a cabo por el gobierno que lejos de perder, se deshizo de la mayoría de las personas que le molestaban como daga clavada en su costado una vez que se hallaran fuera de la prisión. Pareciera entonces que Fariñas –el protagonista- consiguió un objetivo inmediato, pero posteriormente la represión se ha incrementado y el gobierno, a quien poco o nada le interesa la opinión pública internacional también consigue objetivos en el corto plazo, para lo que ya se ha convertido en una práctica cotidiana: ganar tiempo.
Algunos son de la opinión de que la susodicha represión es evidencia de debilidad, es cierto; su intensidad es una especie de recurso desesperado, así ha sucedido en casos que conocemos y en los que la historia ha dado cuenta del fin de regímenes opresores, pero el complemento de la acción personal de una muerte o la prueba suprema de una actitud extrema, aunque sin llegar a ella siempre, tiene que estar acompañada de un respaldo popular y general que debe tener como escenario el ámbito nacional de la influencia desenvuelta por el opresor. Si el silencio, la desidia, la inmediatez regional local, en ocasiones hasta circunscrita a los muros de una prisión; así como la conformidad o el desinterés, son el resultado del sacrificio supremo de alguien, el propósito queda condenado a poco menos que el fracaso.
Alguna vez me referí al hecho de que, entre las situaciones anteriores y estos intentos en los que la huelga de hambre es el momento de concretar una actitud frente a la tiranía, hay una gran diferencia. Muchas veces lo más frecuente fue que muchos estuvieran dispuestos a dejar sus huesos en el camino mediante la confrontación directa y bajo el rigor de la acción en el plano militar. Ese recurso que constituye la evidencia del valor de muchos hombres, nos ha ganado un martirologio que hasta el momento nos queda para la historia y para defendernos de quienes nos acusan de no haber hecho cuanto ha sido posible para desembarazarnos de la tiranía, pero sólo eso; la tiranía sigue allí y ahora frente a estas intentonas engarzadas en el pacifismo y la resistencia no violenta, tengo el temor de que tampoco se logren resultados. Tendríamos que preguntarnos qué actitud asumían los hindúes cuando Gandhi era apaleado ante los ojos de muchos por los colonos ingleses, o qué pasó cuando los polacos supieron que el cura Popielusko fue asesinado y lanzado al fondo de un lago por las hordas policiales del general Jaruselski. En la historia que muchos conocemos y de la que algunos prefieren no enterarse, está la respuesta.
En consecuencia, las preguntas que se imponen son: ¿Por qué antes de asumir actitudes radicales y definitivas en lo personal, no suelen calcularse, además de los riesgos y la trascendencia internacional, los posibles resultados para alcanzar una razonable efectividad intramuros?, ¿por qué ante la evidencia del sacrificio supremo de la vida de alguien que está dispuesto a ofrendarla, no se dejan de lado las absurdas diferencias de criterio entre las numerosas organizaciones existentes?, ¿por qué no se potencia al interior de la nación y en toda su negatividad la actitud criminal de un régimen que deja morir una persona, sólo por defender su derecho y el de los demás a pensar diferente?, ¿En que radica el éxito de la siniestra práctica mediante la que un sistema fallido, obsoleto y desgastado como el cubano, logra conjurar a su favor la mentira y el escarnio con la acción directa de los organismos represores, para minimizar el efecto de una acción concluyente como la de morir en una huelga de hambre?.
Como cubano que vive al tanto de lo que sucede en su país, me gustaría ver respuestas a esos cuestionamientos. Quizás por su intermedio podamos encontrar una pauta a seguir para que los sacrificios pasados y por venir no sean sólo óbice de un patriotismo real pero insensato. Nada es descartable cuando se pone en vilo al enemigo, pero la fría lógica que la medida de los hechos nos impone debe encararnos a calcular exitosamente nuestras posibilidades tácticamente e impedir al enemigo llevar a cabo un repliegue estratégicamente avizorado de antemano y según ha sucedido.
José A. Arias.
La inmolación...qué triste y qué valiente
ReplyDeleteEl regimen cubano tiene que pagar mas tarde o mas temprano la destruccion y el arrasamiento al que ha sido sometida la isla ,la poblacion cubana ,ancianos ,mujeres e infantes ,es que no existe en la historia de la humanidad un regimen tan asqueroso y tan sinico como lo es el regimen cubano y su componenda .Hay que barrer el comunismo y enterrarlo 600 metros con concreto y piedras ,rocas de mar para que no nasca y si se puede arena .
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