Wednesday, June 15, 2011

JORGE LUIS BORGES: A 25 AÑOS DE SU MUERTE.

Todos tenemos favoritos y a veces más de uno. Cuando de literatura se trata, casi siempre lo encontramos entre quienes además de escribir en nuestra lengua materna, deba ser también capaz de hacernos ver las ideas propias reflejadas en los textos y nos ayude a dilucidar aciertos y equívocos de la mejor manera.
No importa si somos amantes del relato, el cuento, la novela o la poesía; compulsivamente tratamos de encontrarnos en las páginas de un libro bajo las circunstancias de nuestra óptica singular avalada por una experiencia exactamente irrepetible.
Ayer –cuando estas líneas debieron haber aparecido- se cumplieron 25 años de la muerte de Jorge Luis Borges (24 de agosto de 1899 – 14 de junio de 1986). Grande entre los grandes, universal por derecho propio, intérprete de todos y de todo. He ahí lo que filosófica, sociológica y semióticamente se define en la epistemología de la literatura y entre las variables de su magnitud universal. Borges es grande, porque no hay excusas para dejarlo olvidado entre la desidia del tiempo y la opresiva influencia del futuro que se puede presentar sesgado entre ideas imprecisas, capaces de sepultar en el olvido a los intrascendentes usuarios de la palabra escrita.
Borges es universal porque compitió, sin proponérselo, con su propio pasado y su presente para prevalecer en el futuro. Supo ganar la partida, y materialmente apto, sin dejar de ser un latinoamericano eximio entró sin temores en el mundo en que le tocó vivir y al que supo sobreponerse aún desde los peligrosos y difíciles subterfugios del idioma –fue políglota y un estudioso de las lenguas- con la fuerza de su expresión y su opinión. Es de esos escritores con los que se puede coincidir o no, lo imposible es no reconocer su talento y sus aportes, inclusive a la modernidad que no logró vivir físicamente pero que pudo prever sin hundirse en la veleidad de la adivinación.
Hombre fuera de las cómodas argumentaciones ideológicas que le granjean a muchos la aceptación, o de la ortodoxia religiosa que suele comprar perdones por anticipado, dejó su huella indeleblemente impresa entre los que han tenido la curiosidad y la sabiduría de conocerle al socaire de su obra.
Hay en su vida una conjunción de tendencias que convirtió en pasiones y que le acreditaran su gigantesca magnitud intelectual. Algunos sólo son buenos para algo, otros para algunas cosas, pocos los que como él logran sobresalir en todo. En la equivocada conclusión de un juicio –a veces a destiempo- también logró acertar e influir, así; en el concepto que tuvo de la amistad, está la prueba de ello.
Casi ciego a los 55 años, logró imponer su plenitud como escritor, único oficio para el que vivió, y como alguna vez dijo; desde su oscura realidad encontró la luz entre los libros que le abrieron las ventanas al Mundo.
He tenido el placer de encontrar en la lectura un paliativo y en ocasiones respuestas; pero tener a Borges entre manos es algo diferente: es el acierto de dilucidar lo que nos preguntamos para comenzar a reflexionar sobre lo que desconocemos. De la Argentina que se lo regaló al mundo y del Buenos Aires de sus cuitas y sus cuentos, de sus amores frugales, hemos de estar agradecidos; habría que concluir que un hombre no sólo pertenece a donde nace o yace –murió en Ginebra, Suiza y allí descansa- si como él nos representa; será para siempre de todos.


                                              




Fotografías del autor con su esposa Sara, en el interior del famoso Café Tortoni de Buenos Aires, al que Borges y otras celebridades solían acudir con frecuencia para llevar a cabo sus tertulias. Año 2009.

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