Thursday, March 3, 2011

DESDE UN RINCÓN, NO IMPORTA DONDE.

En el tiempo que vamos viviendo transcurre la vida de los que moramos en él. Unos entre la anomalía de una permanente pesadilla, otros en el deleite de una permanencia afortunada. Pero de lo que a veces no nos damos cuenta es que se trata del mismo tiempo para todos. La única diferencia puede ser, quizás, la duración; comparable en algunos casos con la difuminación del humo entre el aire que nos rodea o el de quien no consigue jamás imbricarse con el medio circundante a pesar de una larga existencia que destruye su capacidad de pensar y aún de ver, fuera de la oscuridad, lo que tiene a su lado.

A veces, siempre hay excepciones, todo resulta ser una combinación de factores en que se van superponiendo diferentes etapas y vamos olvidando las peores circunstancias para dar cabida solamente a los buenos recuerdos que casi de manera estoica nos ofrecemos como evidencia de la vida que queremos vivir y que de alguna forma hemos pretendido. Aún siendo así no alcanzaríamos la perfección en el recuerdo de la existencia y quedaría siempre en el borde una especie de sinsabor adusto y amargo que tan gráfica, certera y genialmente definió Santos Discépolo en el tango Cambalache.

Al final se nos hace evidente que hemos vivido en un rincón y que no importa donde, porque siempre habremos sido testigos de la sucesión de los días y las noches, de los meses, los años y los siglos y, como en nuestro caso, hasta de los milenios. Entretanto el tiempo habrá sido el único superviviente de la historia de todos y de todo. Es el único enemigo que no se puede vencer y que terminará por imponerse a nosotros sin ofrecernos un solo minuto de clemencia.

Es eso a lo que me refiero y que llamamos vida; la misma que solemos perder bajo los efectos de afanes egoístas y entre la insensatez de los debates y doctrinas, de términos que inventamos para justificar nuestra supremacía que nunca llegará a producirse porque en realidad no existe, a veces negando el derecho de otros e intentando una satisfacción espuria capaz de complacer nuestro ego. Eso pensamos para ocultarnos a nosotros mismos la verdad y seguir andando entre las huellas y el efecto del tiempo en nuestros cuerpos.

En medida importante pensar en estas cosas nos hace más humanos, porque podemos intentar entender cualquier incógnita y casi producir conclusiones genéricas que irrespeten la ortodoxia de cada cual sin herir susceptibilidades. No ha de ser fácil, pero es posible, en fin de cuentas nadie podrá negar la certidumbre de lo alegado e interpretarlo desde cualquier perspectiva. Esa ilusión que suele describirse entre lo idílico y lo eterno es la propuesta de los hombres para eternizarse en una dimensión en la que habrá existido y en la que dejará de existir algún día.

José A. Arias.

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