El debate puede ser abordado en cualquier terreno y siempre tendremos que concluir que no sólo en los antecedentes o en la práctica más acendrada, los resultados siempre fueron favorables a occidente. Las investigaciones científicas en el campo de la medicina, la sociología, la psicología, la física –ver desarrollo de la física cuántica y su influencia en el campo de las investigaciones astronómicas-, la biología molecular, las matemáticas aplicadas a esferas diversas del conocimiento humano, o las teorías más recientes sobre el origen del universo –el Big Bang, los agujeros negros y los estudios del británico Stephen Hawkins, expuestos en su libro “La Gran Explosión”- no han venido a contribuir al predominio de la inteligencia sobre el oscurantismo, desde el fondo de las cavernas ideológicas del siglo XX, en donde jamás y por entero, nunca se hizo la luz. Lo que hoy tiene ante sí la humanidad, no son los argumentos motivados por estrafalarias consignas creadas y alentadas por bloques de pseudopensadores; si no la arquitectura de un mundo creado por intermedio de la influencia individual y libertaria.
A muchos de los ideólogos por excelencia, les gusta referirse al socorrido término “correlación de fuerzas” y la aparente razón detrás de ello está respaldada por la idea de que bajo los efectos de lo que denominan “explotación capitalista” habrá de imponerse, en base al factor cuantitativo, la fuerza de las “masas explotadas” –hay en esta idea cierto retorno a la raíz del marxismo original- pero existe también un evidente error de interpretación que ha desembocado en la procreación, en diferentes momentos de la historia, de pseudolíderes que pretendiendo encarnar la voluntad popular, en todos los casos se adueñaron del poder para tratar de usufructuarlo de manera vitalicia (6).La única interpretación lógica –inclusive en lo que pueda haber de filosófico en este argumento- es la que se inserta en el ambiente sociopolítico democrático y propende a brindar al ser humano la posibilidad de satisfacer sus propias necesidades usando para ello su propia experiencia y conocimientos, de manera que pueda alcanzar la felicidad y, por su intermedio, la libertad colectiva que se manifiesta en las naciones independientes y prósperas. Sobre este último argumento, no sería del todo inapropiado mencionar nombres como los de Ersnt Mandel, Herbert Marcuse, Jean P. Sartre y Simone de Bouviere, que muy cercanos a la izquierda liberal y, como en el caso de los dos primeros, neomarxistas; al menos teóricamente, coinciden con esos postulados. La diatriba de “rigor ideológico”, queda para los procaces aventureros de la palabra, meros creadores de consignas, cuyos nombres solo se inscriben en la historia a consecuencia de su incapacidad.
Es necesario que el hombre, aún confuso en algunas latitudes, salga del marasmo ideológico que ineficaces y fracasados teóricos del marxismo amañado, han tratado de imponerle. Baste, para ello, observar el declive y posterior derrumbe de las teorías neomarxistas y socialistoides que se adueñaron de las mentes de los jóvenes en las aulas universitarias de muchos países latinoamericanos en las décadas de los años 60 y 70 (7). Hoy parece ridículo, además de imposible, tratar de revalorizar tendencias que traten de resucitar lo que la historia se ha encargado de superar y enterrar definitivamente. Los países que pueden enfrentarse a sus dificultades y salir airosos, son la antítesis del ideologismo desenfrenado aunque se arribe a la misma conclusión por diferentes vías y estrategias, y el denominador común es el triunfo de la libre empresa en lo económico y la pluralidad política representada en la libertad individual y el respeto a los derechos del ser humano. Queda al lector establecer la comparación, a través de ejemplos que de seguro conocerá y cuyas evidencias son irrefutables; cualquier otra respuesta pretendería evadir la luz del Sol.
Los gobiernos dentro de la sociedad postmoderna, sólo deben limitarse a ser buenos administradores, nunca a coartar las libertades individuales acerca de las que tanto se habla bajo el apelativo de los derechos humanos. Prácticamente por analogía, un gobierno que se respete a sí mismo, así como la soberanía de quienes le han elegido, nunca podrá ser enemigo de la libertad individual en el más estricto sentido del “yo” propiamente encarado en el plano de la ciencia psicosocial. (8)Por ello, las conclusiones lógicas y casi pueriles a las que puedo llegar, me han servido, en lo personal, para poder explicarme y en consecuencia poder explicar a otros, por qué estoy en el lado en que me encuentro. Mi experiencia, multiplicada, y amplificada de forma tangible en quienes tratan de entender la realidad y no negarla o justificarse amparados en excusas baladíes, es lo que me permite ser en parte, minúsculamente aleatoria, un usuario de la verdadera libertad a la que estoy en la mejor disposición de defender.
Prof. José A. Arias.
Nota:
Las personas interesadas en obtener las referencias pueden solicitarlas por medio de los comentarios.
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