Thursday, March 24, 2011

EL VALOR DE LO COTIDIANO.
José A. Arias
Suele sucedernos que el tedio hace presa de nosotros. Humanos nos decimos, diferentes de todo y de todos, hasta de nosotros mismos; pero los seres irracionales se conforman con su libertad inmediata que disfrutan hasta el último de sus días. Nosotros no.
En nuestra dimensión, a veces miserable, y a consecuencia de nuestra racionalidad, nos perdemos y dejamos a un lado el sentimiento amplio del amor que confundimos frecuentemente con la pasión motivada por lo que habita de Eros en nosotros, mientras lascivia y sexo constituyen la motivación de nuestras vidas. Perniciosamente nos equivocamos cuando limitamos la conciencia a los apretados cánones del placer.
Lo que realmente sobredimensiona al hombre como la especie diferente que es, debería ser su capacidad de interpretar el mundo en que vive en connivencia con su mundo interior. De ese presupuesto, surge la posibilidad de un ejercicio pleno donde el sentimiento amoroso se verifica a través de un amplio y plural diapasón.
La gnoseología casi innata que poseemos se sobrepone al contenido académico de la explicación de nuestra humanidad por intermedio del argumento filosófico y comienza a materializarse en nuestra relación con los demás. Lo lógico, aunque no lo más común, debiera ser que la susodicha relación fuera perfecta en todos los casos; pero no siempre es así. Ahí se origina el objeto de la confusión.
La sociedad, concepto de múltiple factura, impone tendencias no solo culturales y políticas; también obliga a asumir comportamientos categorizados como reglas que reflejan en su aplicación una actitud sobrehumana y fatal, en nada vinculada a la plurivalencia de la humanidad, el sentimiento de amor y una espontánea y benévola actitud ante la vida.
En el difícil contexto de la cotidianidad, y ante la ausencia de racionalidad que la falta de tiempo para pensar en estas cosas nos impone, nos vamos alejando de los lugares comunes al intelecto y muchos se convierten en víctimas de su propia humanidad, cuando debería ser lo opuesto. En ese caso la relación con los demás se hace difícil, casi automática y poco próspera; se empieza a desandar ignoto y lo violento, dejamos de ser entendidos, mientras nos desentendemos de nosotros mismos.
En este punto el concepto de moral se hace ambiguo e inconveniente, es por añadidura el contrario de la existencia materializada en la presencia de un existencialismo que no se justifica y de una violación del componente ético que debe subyacer en el concepto de toda moral individual, que genéricamente vista no ha de significar ni moral religiosa, ni política. La persona humana pierde así sus valores y se descalifica para confrontar los retos de la cotidianidad.
Si a la crisis de valores que todo lo anterior representa, agregamos los falaces pero placenteros estímulos que forman parte activa del entramado del mundo moderno, tendremos entonces una contundente razón para el fracaso. El sentimiento puro –y esto no es simple prédica- del amor familiar, pongamos por caso; irá desapareciendo. Pero el espacio en la conciencia no queda vacío, es ocupado por otros sentimientos perniciosos y antónimos al de amor en su origen como la ira, el odio, la codicia y la venganza. A todos sus intangibles efectos, quedan vinculados los resultados negativos que han de ser para muchos razón de sus padecimientos y lo que es aún más trágico; de toda su existencia.
Muchas veces queremos comprender lo tedioso –al menos así solemos categorizarlo- de nuestra existencia. La respuesta puede adaptarse aun a nuestras propias creencias; pero lo que no podemos hacer es pensar que nos enfrentamos a una vida sin sentido.

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