Saturday, March 5, 2011
La Habana: Fantasía de una oscura realidad.
Inmerso en la temerosa desidia de un vuelo trasatlántico, ponía el propósito de días anteriores entre las manos. Sin tomar una decisión de género, había comprado un libro, que sin embargo, debía cumplir al menos dos condiciones para sustituir las absurdas revistas que se acomodan entre los asientos de las aeronaves: no debería tocar temas relacionados directamente con la política y preferiblemente pertenecer al género de ficción. Frente a estas dos condiciones un libro de narrativa era casi la selección obligada. El tema debía funcionar a priori en mis motivaciones intelectuales, sin desbordarlas a través de las enjundiosas avenidas filosóficas o los eternos y matemáticamente calculados análisis económicos adornados con sempiternas gráficas y tablas de datos estadísticos capaces de convocar a Morfeo a través de un abrir y cerrar de ojos. Mi decisión recayó en un título: “Trilogía Sucia de La Habana”; su autor Pedro Juan Gutiérrez, desconocido para mí hasta ese momento.
Lo primero fue la empatía con el título, La Habana para mí es una referencia capaz de provocarme inimaginadas idolatrías. Todo lo que tengo que hacer es una especie de ejercicio de improbable realismo que sea capaz de enajenarme los momentos de subterfugios a base de consignas y campañas malsanas de militancia revolucionaria y exorcizar la ubicua mirada del censor o el predeterminado juicio del policía. Alcanzado ese nivel de abstracción mental todo comienza a mostrarse con mayor facilidad e interés. Como todo el que compra un libro –y piensa convertirlo en acervo de inmediato- quise saber quien era el autor; sorpresa: era un coetáneo sólo un par de años más joven que yo, con el acervo de vivencias bien y mal ganadas, con una breve pero fuerte historia literaria de eco y talante internacional. Y lo mejor; se me presentó como un disidente de la literatura comprometida (me pregunto si es verosímil ese concepto) en mi país, gozando a la vez de una aceptación notable de la crítica que se refirió a él como: “Una gratísima excepción no solo de las letras cubanas, sino en el conjunto de la literatura latinoamericana”.
Con las evidencias anteriores hubo una convicción total de que no existirían riesgos de frustración al momento de involucrarme en complicidad absoluta con el texto. Así pasó; las páginas volaron conmigo durante ocho horas en una aparente contradicción entre el techo de vuelo y mis andanzas por las calles de una ciudad negada a desaparecer en mi mente, no tan solo por el consabido sentimiento de nostalgia, sino más bien por la fuerza de su perfil, que aún prevalece, a contrapelo del daño que su historia más reciente le ha inflingido. De las buenas y las malas experiencias nace la vida; en el cuerpo de una ciudad como la mía, las laceraciones contribuyen a hacerla más real y también más querida. De los que ya no estamos en ella, pero la recordamos como un argumento principal de nuestra existencia y de los que, como Pedro Juan, transitan por su día a día sin ocultar su verdad en concupiscencia con sus verdaderos asesinos, se alimenta su espíritu y se alienta su vida para seguir allí; quien sabe para qué y aún por cuanto tiempo. La muda cotidianidad de hoy hará creíble tanto escarnio difundido en alabanzas de tiranos y de consignas insípidas y tenebrosas capaces de enterrar en la vileza del silencio a muchos muertos desconocidos.
El tema es fuerte, el lenguaje también, de otro modo hubiera sido hipócrita e intrascendente; hay cosas de las que no se puede hablar con delicadeza, precisamente sucede lo contrario: a los asuntos más delicados y embarazosos hay que referirse diafanamente con el azote de los adjetivos más acertados y sin la mojigata óptica de los prejuicios disfrazados de buenas costumbres; que el verdugo censor también puede venir encapuchado de pureza y ahogar entre sus ambivalentes manos la cinematográfica imagen de la realidad; creando una avenida mas a la mentira oficialista. Ya he visto como entre todo el andamiaje de opiniones capaces de sustentar el incivilizado y onomatopéyico grito a favor de la muerte que sirve de bandera a los censores, los extremos se han tocado en más de una ocasión. Llamar las cosas por su nombre y recrear las imágenes como suceden, no es un pecado, es un ejercicio de verdadera sinceridad, aún cuando parezcan dañar nuestros sentidos la cruda descripción de los sucesos; ahí esta la verdad, la parte no contada de la fábula vendida como paliativo al resto del mundo y recíprocamente adquirida por el supuesto buen sentido de quien se mece en un sillón allende el mar escapando de una realidad que probablemente contribuyó a crear y que, al menos, no debe serle indiferente.
Este libro, antológico de su tiempo, no es una crónica pero nos habla de realidades, es de ficción, pero nos traslada a la crudeza de una ciudad inmersa en una catarsis colectiva de desamor aupada por las vivencias cotidianas de sus habitantes, es la evidencia del derrumbe de una sociedad que se niega a existir sobre bases etéreas e irreales imposibles de materializar a través de la denuncia. El autor es un juglar desentendido del sentido de responsabilidad entre los miembros de número de cualquier entidad de oscura y bochornosa estirpe revolucionaria. Su referente inmediato es el barrio, la gente que lo habitan, no los que marchan en defensa de algo en que no creen y que en ocasiones pudieran ser los mismos a disposición de la falsedad y la doble moral que los corroe. Creo que esa es la manera más sencilla de entender y describir las vicisitudes del cubano de hoy. Los que creen, no creen del todo, los que no creen, no creen en nada ni en nadie. Los que se convencieron se fueron y viven desde otro mundo, confesos o no, mirando hacia allí donde una Isla, que aún es un país, se pierde en medio de la desesperanza. En consecuencia, estoy seguro de que aquí se dice la verdad. Si así no fuera, Pedro Juan no tendría motivos para contarla, por añadidura le conmino a conocerla.
Prof.José A. Arias
04-11-09.
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Una ciudad destruida ,derruida ,aniquilada ,moribunda y humillada por el sistema cubano actual que ni tan siquiera la OEA o la ONU muestran en estadisticas ante la comunidad mundial e internacional ,los niveles extremos de indijenismo masivo o por no quererlo publicar ante la prensa internacional o sencillamente porque no interesa en la ONU o en la OEA dar a conocer en la gran miseria personal indijente en la que vive la poblacion cubana actual en comparacion a naciones pobres como Haiti o Guatemala ,dos de las naciones mas pobres del continente.
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