EL Oido Sobre la Tierra: La filosofía de Bertrand Russel. Por: Prof. José A. Arias.Noviembre 1, 2009. Uno de los más socorridos defectos en nuestros juicios acerca de las circunstancias que tienen que ver con los hechos que nos afectan, es el desconocimiento acerca del valor del argumento teórico en lo relacionado con nuestras experiencias vitales; y es que la fuente de esos argumentos, casi de manera genérica se nos hace lejana y evasiva, a veces por ignorancia, otras por negarnos a ver en la teoría el guión más adecuado para aplicarla en la práctica. El ejercicio de la docencia con conciencia de que no solo es transmisión de conocimientos, sino también enseñanza perecedera y enjundiosa, crean en mí la necesidad de un vínculo como el que he de someter a consideración. El carácter inmediato de muchos acontecimientos nos impulsan y hasta nos obligan en muchas ocasiones a exponer un criterio sobre el hecho en sí y recientemente acontecido; para el historiador de oficio ello representa darle prevalecía al aspecto hechológico sobre el analítico y, según creo, ello más que un simple error, es un pecado imperdonable cuando se trata de emplear la Historia como un método –solo en parte, pues es mucho más- y no como un cúmulo de relatos, agradables o no, para quienes desean escucharlos y tomar posiciones ante ella; o convertirla en galería de mitos acumulados que en el tiempo se trasmiten y se reforman en dependencia de si verdaderamente se trata de un simple juglar o de quien hace un análisis para extraer conclusiones. Siempre al exponer ideas, propias o ajenas, el diapasón debe ser amplio y permitir que expresemos nuestras simpatías aunque no todos comulguemos con ellas. La anterior advertencia resulta ineludible cuando basamos nuestra exposición en la manifestación de ideas ajenas, que en mi caso conforman parte de mi propia formación teórica. Bertrand Russel (1872-1970) ha sido sin dudas una de las mentes más lúcidas del pasado siglo XX y su exacta y clara exposición de las ideas a través de una búsqueda de interpretación lógica, más allá del cartesianismo del siglo XVIII o del materialismo de Feurbach o la dialéctica hegeliana, así como de las vinculaciones místico-materiales de Teihald de Chardin; le llevan al reflejo de su realidad filosófico matemática que es como un impacto en la diana del pensamiento contemporáneo. En función de mi propia experiencia de vida, limitada a un contexto que día a día debatimos, no creo haber encontrado mejores respuestas a muchas de las preguntas que nos hacemos que las que Russel da en sus trabajos filosóficos. También en él está presente la consabida lucha entre lo espiritual y lo material, lo ideal y dialéctico, el ser y la conciencia; tema central de la filosofía aún en la mayéutica socrática antes de Cristo y origen de las dudas que todo filósofo trata de dilucidar pretendiendo dar una respuesta, su respuesta; a la crucial pregunta sobre cuál debe ser el argumento predominante. Russel lo define en términos casi pueriles pero magníficos e inteligibles: “…el hombre debe reunir libertad, felicidad y bondad: La vida buena, tal como yo la concibo, es una vida feliz. No quiero decir que si es bueno se será feliz, sino que si se es feliz se será bueno” (New Hopes for a Changing World), 1951. Políticamente su posición fue afín a la socialdemocracia europea que alentó su militancia en el Laborismo inglés, pero muy lejos de los dogmas marxistas que arrancan a mediados del siglo XIX y culminan con el leninismo de principios del siglo XX en la Rusia zarista y el posterior establecimiento del estado socialista con la creación de la extinta URSS, de hecho en 1920 visitó ese país y su único estímulo fue para escribir un libro que constituye una fuerte crítica al marxismo bajo el título de “Teoría y Práctica del Bolchevismo” que marcó definitivamente su distanciamiento de los afanes totalitaristas que fustigó vehementemente durante toda su vida. Más a tono aún con nuestro objetivo veamos algunos juicios de Russel sobre la tiranía y los dictadores, de quienes afirma que “…los hombres capaces de consentir que su amor al poder, les dé una opinión falsa del mundo, deben ser encerrados en manicomios. La interpretación erudita de esas falsedades, hecha en lenguaje obscuro por intelectuales les lleva a ocupar cátedras de filosofía en universidades, a su vez la interpretación política de estos errores hecha por los hombres emocionales y elocuentes en sus discursos, les llevan a conseguir el puesto de dictador. Todos esos hombres son locos, que no han sido debidamente examinados y certificados como tales por los médicos, para encerrarlos en manicomios, en vez de ello, son los que dirigen ejércitos que conducen al desastre y a la muerte a las naciones, y a todos los hombres cuerdos que les hacen caso y se doblegan, porque el culto al héroe produce naciones de cobardes”. “Todas las reglas morales, tienen que ser probadas examinando si realizan o no los fines que deseamos, pero digo: los fines que deseamos, no los que debemos desear. Los fines que debemos desear son simplemente los que otra persona desea que deseemos y nos trata de imponer” (What I Believe, 1960). Acerca del statu quo de la sociedad moderna Russel pone al descubierto la causa de una dolencia muy común en nuestros tiempos: el énfasis en la demagogia populista y su alto índice de credibilidad para él injustificado: “En su transformación ¿Qué es lo que la sociedad debe abolir?, ¿la pobreza?, ¡no! Abolir la pobreza es el sueño de todo socialista, pero la miseria es sólo el síntoma, la esclavitud es la enfermedad, porque los extremos llamados riqueza y miseria, se ajustan a los extremos llamados libertad y esclavitud, los socialistas han fijado demasiado frecuentemente su atención en la miseria material de los pobres, sin darse cuenta de que se basa en la degradación espiritual del esclavo” “La creación de una sociedad nueva (totalitaria, n.de a.) En la que solo se considere el aspecto económico, producirá algo raro y estacionario, que paraliza la actividad creadora, obre de la imaginación y la originalidad del individuo. Los que tienen el poder en estas sociedades, suelen mantener el statu quo y sus privilegios, estableciendo castigos a la originalidad y la imaginación desde el primer día de colegio, para que los niños no aprendan a pensar por sí mismos, sino a pensar lo que les digan que piensen”. Sobre los negativos efectos de la dictadura en su versión marxista y totalitaria Russel agrega: “La maldad de los hombres puede dividirse en tres clases de maldad: la que se debe a causas físicas como el dolor y la pobreza; la que obedece a defectos en el carácter de la persona, como la violencia y la ignorancia; la que se origina en los males del gobierno, el mal proveniente del poder, el cual es el peor y muchas veces la causa de los otros males, pues la tiranía envilece tanto a los que la ejercitan como a los que la padecen”. Los argumentos son tan demoledores que deberían cumplir funciones vitales en el ejercicio de la verdadera democracia; después de todo cuando fallan asideros lo que nos queda es el intelecto y por la bitácora que nos marca no puede ser ni desconocido, ni despreciado. Despreciar la validez del intelecto es faltarnos al respeto a nosotros mismos, seamos entonces consecuentes y tratemos de hallar las respuestas a donde realmente podamos encontrarlas. |
Wednesday, March 23, 2011
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