Saturday, March 26, 2011

EL RECUERDO DE UNA GRAN AMISTAD.


EL RECUERDO DE UNA GRAN AMISTAD

Hace ya muchos años que conocí a Julio Antonio Vázquez Socarrás, fue allá por el año de 1965, cuando teníamos menos de veinte, edad en que por naturaleza no solemos dar crédito a la experiencia y esa palabra nos suena siempre como algo ajeno que no suele tocarnos en ninguna medida. En ocasiones parece que el lenguaje se adapta a las circunstancias de la vida y muy temprano en su decurso, hay vocablos que tendemos a desterrar del argot cotidiano. La palabra experiencia que tanto suelen incluir los mayores al ponerla a consideración de los demás, suele sonar hueca y redundante.

Es, por el contrario, interesante que a esa edad nos encarguemos de hacer amistades que perduran y calan, que  van evolucionando con nosotros mismos para constituirse en parte definitiva de nuestra propia historia. En la psicología de los adolescentes no ejercen presión factores de limitación con respecto a quienes se identifican con nosotros y comparten nuestras penas y nuestras alegrías; por ello, estímulos de carácter material son muchas veces los que dan pié al origen de una perdurable amistad, tal y como sucedió en nuestro caso.

Ya las escaseces comenzaban a limitar los gustos y el uso de lo que estábamos obligados a consumir no satisfacía la demanda de quienes nos preocupábamos por lucir y presumir; Julio tenía unos zapatos  color gris y puntera de "estilete", así les llamábamos en aquel tiempo, y que eran una tentación para mí. El carácter afable, desenfadado y cordial de Julio, me hizo acercarme a él para tratar de averiguar cómo los había conseguido. Sin dilación se me ofreció y me puso en contacto con el zapatero que se los había hecho, me dijo lo que le habían costado, que para mí en aquel entonces no era cifra de juego, y gracias a su gestión y mis ahorros terminé calzándome unos similares.

Casualidad aparte, resultó que vivíamos en el mismo barrio y muy cerca; en razón de aquellos zapatos grises y de fina puntera, nació nuestra gran amistad que se mantuvo viva hasta su muerte que le sorprendió aún  joven, porque además, éramos coetáneos. El próximo abril Julio cumpliría 64, se fue de este mundo hace ya como cuatro. No lo puedo asegurar, porque cuando recuerdo amigos como él, siempre pienso que nació algún día, en algún mes, pero trato de evitar ex-profeso el momento en que se marchan, para mí siempre se quedan y de algún modo, seguirán presentes.

Teníamos muchas cosas en común, ambos crecimos casi como hijos únicos, él perdió a su hermana mayor  siendo muy niño, yo; tengo una media hermana algunos años mayor. Éramos más intrépidos y aventureros de lo que todo joven suele ser, aunque reconozco que en gran medida, yo era para él como un "freno de emergencia" Julito, solíamos chiquearle el nombre, no tenía límites y aunque su vida fue un torbellino en que se mezclaron la pasión, el arresto, la inteligencia y la sabiduría, logró conseguir metas que no eran alcanzables para muchos, sobre todo, en medio de las circunstancias en que vivíamos.

Se casó tres veces, pero sólo la última de sus mujeres enviudó de él, con cada una tuvo un hijo, dos varones y una hembra. Hasta donde sé, no hay mucha comunicación entre los medios hermanos, quizás por razones de no mediar relación entre las madres y en gran parte, culpa de mi amigo. Julio se hizo maestro, pero no ejerció el magisterio, quería ser periodista y lo consiguió, luego, quiso ser cineasta y se convirtió en documentalista ganador de premios internacionales. Su obra cimera, bajo el sugerente título de "Colores en el Golfo" y  acerca de la historia de la pintura cubana, le mereció un premio de la crítica que  le entregaron en España, única vez en que viajó fuera del terruño.

Sobrevino entonces una etapa de profunda crisis anímica en su vida. Cuando yo salí de Cuba, durante los días del Mariel, ya estaba trabajando en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). Todavía recuerdo nuestra última conversación cuando fue a despedirse de mí. Insistía en que me asegurara de cuál sería mi futuro y el de mi familia en el vilipendiado mundo allende el mar Caribe y que intramuros nos pintaban entre las sombras y el oscurantismo de la desinformación de una manera terrible; sus sentimientos, por demás sinceros, reflejaban su preocupación por mí y los míos que de manera muy concreta éramos como parte de su familia. Nuestra amistad se había convertido en hermandad. Aún le dejé esperanzado, sobre todo, porque creía en sus posibilidades que había evidenciado y le sirvieron para conseguir algunos logros, aunque nunca el reconocimiento que debió merecer. Después, le llegó el derrumbe con la pérdida de toda esperanza.

Conservo varias de sus cartas en las que me hace partícipe de esa desesperanza y en las que agriamente se queja de los desafueros que le afectaban como parte de una sociedad que aún no logra desasirse de la influencia ideológica del totalitarismo aplastante de metas y consignas, desenvueltas a través de una desenfrenada demagogia que él, nunca pudo entender. Humano al fin, encontró la evasión en el alcohol y sus facultades físicas se fueron debilitando. Yo sabía que estaba mal, pero su enfermedad no tenía cura con un paquete de ropa o unos dólares enviados desde otro sitio y que a pesar de todo, le hice llegar. El contenido de sus misivas era la evidencia de que iba a morir físicamente, porque ya había muerto en vida. Su cerebro, entre laberintos inescrutables, no soportó  y se negó a seguir pensando en todo lo malo que le tocaba vivir. Para su desgracia, reventó; no sin antes quedar convertido en un vegetal de cuyo cuerpo había escapado su incomparable vitalidad.

Murió en una buhardilla, la misma en que vivió los últimos y penosos años de su vida, sin que nadie se compadeciera de su situación más allá de su familia y algunos amigos. Cuando la noticia de su muerte trascendió, una escueta nota de prensa reflejó lo acontecido; creo  que, quienes se hallaban cerca de él sintieron su muerte en serio. Los otros, los oficialistas, se encargaron de dorar la píldora, apurar unas cuantas mentiras e hilvanar un improvisado panegírico.

Para los que le conocimos y sabemos quién era verdaderamente, sólo hubo un Julio. Otros amigos lo saben y si ahora leen estas notas, tendrán la certeza de que su intrínseca alegría y su retador y permanente afán de libertad, se desenvuelven en una dimensión de la que no pueden sustraerle. El 29 de abril, día de mi aniversario de bodas, sería su cumpleaños, desearle felicidades tiene que seguir siendo mi deseo, el es mi gran amigo y éste, mi modestísimo homenaje y mi manera de recordarlo entre nosotros.

 

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