El acercamiento a este tema debe conducir a la alternativa de hallar una explicación a esa incontinencia socio-política de ver en los procesos revolucionarios la solución de todos los problemas. Es precisamente lo que se le trató de hacer creer a amplios sectores de la población en diferentes latitudes y bajo disímiles circunstancias durante el pasado siglo XX y que ahora, en el nuevo milenio, pugna por convertirse, bajo confusas e indefinidas apariencias, en el nuevo ropaje de los revolucionarios radicales y en los principios de esta nueva centuria. Teorías capaces de encontrar soporte en supuestas reivindicaciones sociales que con el mismo aliento demostraron su inviabilidad y arrastraron a la humanidad a la crónica de un gran fracaso, andan como sapito en feria, tratando de encontrar un nicho en la modernidad; y lo peor, es que en algunos casos parecen estar consiguiéndolo.
El mérito del “revolucionario verdadero” es sui generis, no tiene que ver ni con su tesón para superarse intelectualmente ni con su capacidad de crecer académicamente. Los créditos acumulados deben servir para engrosar un expediente capaz de propender a un respeto basado en la coacción. Aunque existen, los revolucionarios de preclara inteligencia son la excepción y no es raro que, al darse cuenta de que hacer carrera no depende de su curriculum, sino más bien de su posicionamiento político, se enfrenten a un conflicto de aproximación-evitación que los conduce a una doble alternativa: ser, audaz y consecuentemente, un buen revolucionario; o correr los riesgos que se desgajan de asumir una actitud de respeto a sí mismo.
Pero en esos movimientos sociales y que por su integración se definen como revoluciones, se agrupan huestes conformadas por aquellos que optan por la primera alternativa. Una vez tomada la decisión comienza una existencia de militancia revolucionaria que como en el caso de las mafias no es fácil abandonar. El establecimiento del poder revolucionario y la proyección ególatra de los caudillos, no suele reconocer otros méritos que los de la abyección y la fidelidad manifiesta por intermedio de la sumisión absoluta probada a través de la infidencia y la veneración.
La valía del conocimiento, los principios morales, los fundamentos culturales –relacionados con el medio que se combate y se pretende sepultar- así como los orígenes sociales y, en virtud de la cantinela clasista; convierten el mérito personal en algo aborrecible, un rezago burgués vinculado al pasado pre-revolucionario, que es igual a decir pre-histórico. Eso que algunos definen como meritocracia no tiene sentido para los revolucionarios, es óbice de una condición de pedantería que conduce a ser catalogado y clasificado mediante adjetivos peyorativos, llegando en ocasiones a situar a la persona fuera de de la posibilidad –y desde el punto de vista del político revolucionario- de pertenecer a ese mundo viril, discriminante y hasta homofóbico alentado desde el poder. No es casual que entre el marxismo, el materialismo histórico y el psicoanálisis freudiano haya tantas cosas en común.
En los grandes movimientos sociales –y revolucionarios- del pasado siglo, desde la Revolución Bolchevique en Rusia hasta la Revolución Cubana y su influencia en América Latina suelen establecerse lugares comunes; entre los más reconocidos se halla la validación de la lucha de clases apegada a los cánones del socialismo marxista y por su intermedio, la justificación a priori de todos los desmanes cometidos al amparo de estos procesos que se afianzan bajo la euforia populista y en medio de cierto ambiente de apoyo popular. Como parte del radicalismo revolucionario quedan inmediatamente enmascarados los resultados a largo plazo de la desidia, culposamente alentada desde el poder.
Todo lo que queda fuera del diapasón revolucionario –muy poco- es por añadidura descartable. Pero entonces se pone de manifiesto una de las grandes inconsistencias de la teoría (revolucionaria) en la práctica (praxis) de las izquierdas radicales y extremas de las que se nutre la tropa de choque de los revolucionarios radicales: no existe un medio menos accesible y en consecuencia más clasista que la “casta” en la que se integran los brahmanes de la revolución.
El origen del líder revolucionario (cabeza pensante –y caliente- de la vanguardia) está determinado por una insoslayable vocación para el ejercicio de un mandato a perpetuidad y aún en el caso de su desaparición física, su imagen –monumental- amplificada por doquier, deberá estar presidiendo el acto de devoción revolucionaria ante esa tribuna-trinchera que los revolucionarios identifican con el apelativo de “altar de la Patria” Es coincidente, aunque inexplicable en términos de un elemental raciocinio, que el líder administre permanentemente su poder ante sus subordinados inmediatos y con relación a las masas. La designación –no la elección, que constituye un vicio si es real- se convierte en el procedimiento mediante el cual se accede y se integra la dirigencia revolucionaria, gente de armas tomar y cuyas veleidades, serán siempre convenientemente ocultadas. Los revolucionarios se trasmutan en árbitros del bien y del mal, no solo entre ellos, sino también con relación al resto de la sociedad: “todo el poder para los soviets”, apuntó Lenin en su momento, porque su compartimentación, agrego, implica un riesgo de debilidad imperdonable.
El culto a la personalidad, que hipócritamente se hace blanco de críticas, para no dejar de impedir lo que en la práctica representa; llega a convertirse en festinada alegoría mediante la cual los revolucionarios profesan su fe en el líder, incoando en él una ilimitada capacidad de saberlo todo, poder esperar de la genialidad de su pensamiento la solución a todos los problemas y lo peor: tener en sus manos la vida de quienes por intermedio del control de la sociedad dice representar superlativamente. Atenido a semejante estructura, la estulticia revolucionaria del líder, le permite comenzar a desandar un camino donde la Historia, y los millones de víctimas que registran los hechos sobre los que en muchas ocasiones se soporta, poco importan. La gestión de los revolucionarios, marca su comienzo, pero no establece su final; en la práctica se acerca más bien a la “caverna socrática” que al mismo promisorio e intangible futuro preconizado por la ideología. Ad infinitum, el líder incrusta su imagen y, lo peor, la terquedad de sus ideas, develadas entre relatos y epopeyas, sin que se tenga en cuenta lo que en la realidad representan.
Pero los verdaderos revolucionarios tienen aún una ineludible obligación que se les presenta como vocación de vida: deben convertirse en los cruzados de la revolución y, espadón en mano, ser capaces de generar adeptos; cientos, miles, millones capaces de combatir y borrar las ideas mediante un previo procedimiento de mistificación que paradójicamente, no siempre carece de asideros teóricos descartables, pero siempre presentados de forma contumaz y maliciosamente tendenciosa. Convertir al hombre en “una perfecta máquina de matar” (1) a fin de crear “uno, dos, tres, muchos Vietnam” (2) fueron algunas de las proposiciones del bonzo revolucionario en que las izquierdas radicales han convertido al “Ché” Guevara. ¿En qué lúcida óptica humanista pueden hilvanarse semejantes propuestas? Para los revolucionarios radicales, la respuesta es obvia, e invariablemente, en virtud de que el humanismo no es parte de su propuesta filosófica; tendrán que cumplir su cometido. Nada es más importante que conseguir la involución al mundo medieval y avasallador de la moderna servidumbre comunista.
Pensar en esquemas de comportamiento colectivo y mucho menos alentar su creación, única visión del revolucionario radical –ese que vive permanentemente uniformado, entre la parafernalia armamentista y con la mente puesta en combates pasados, presentes y por venir- les permite aislarse de cualquier aproximación a la razón y acusar a quien pretenda hacerlo de “diversionismo ideológico”, de ser revisionistas y oportunistas, siempre es mejor ver la paja en ojo ajeno y no distinguir el lingote en el propio; semejante osadía suele ser castigada con el ostracismo y según numerosos ejemplos puede pagarse hasta con la vida. ¿Qué fueron los procesos sumarios de los años 30 y 40 en la Unión Soviética ordenados por Stalin o aquel engendro fidelista de los 60, bautizado con el eufemístico apelativo de micro-fracción? Salvando las distancias, hubo en cada caso objetivos muy similares.
El totalitarismo comunista amparado en el marxismo, única filosofía que puede garantizar su gestión desde el poder, persiste donde aún se mantiene sin conseguir excepciones, y a pesar de haberle costado a la humanidad millones de muertos, sigue siendo la columna vertebral de la revolución propugnada por el radicalismo, en contra de la democracia, la libertad en todos los órdenes y el irrespeto a los verdaderos derechos de los seres humanos pretensiosa y alegadamente convertidos en “derechos” sólo para revolucionarios. Aquí el orden social no está determinado por los individuos, la revolución se hace para garantizarles –siempre es así- una vida de obediencia que le permite a los revolucionarios vivir de la revolución y a los demás padecer sus efectos.
Lógicamente entendida, semejante conceptualización encarna y representa un vicio de omisión culposa cuyo ciclo se cierra con el establecimiento de una dictadura totalitaria, ortodoxamente basada en la ideología –no importa cual haya sido su origen inmediato. Lo más inteligente debe consistir en poder identificar a tiempo e independientemente del revestimiento demagógico y populista lo que se oculta, a fin de encontrar un paliativo eficaz para esa pandemia del pasado siglo XX: el radicalismo revolucionario. Llamar la atención acerca del padecimiento en las sociedades que aún están enfermas y evitar el reavivamiento en las que se pretende contaminar, es vital para el futuro de la humanidad.
José A. Arias.
Notas.-
(1).-Mensaje de Ernesto "Ché" Guevara a la Conferencia Tricontinental celebrada en La Habana Cuba en 1966.
(2).- Texto citado.
Notas.-
(1).-Mensaje de Ernesto "Ché" Guevara a la Conferencia Tricontinental celebrada en La Habana Cuba en 1966.
(2).- Texto citado.
che Guevara paso a la historia como el primer genosida de America seguido del sistema opresor stalinista cubano ,la mayor pudredumbre satelital en America .Cuba con niveles de indijenismopotencial por debajo de parametros no recojidos por la OEA o la ONU continua siendo un pais del decimo mundo .
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