A veces puede parecer redundante y hasta tedioso referirse a un tema que no se puede desconocer. Debo decir que he leído con indignación, aunque no con asombro, lo que se ha dicho y hecho en mi país para “honrar” a Kim Yong Il. Quizás se pudo haber sido diplomático, como en el caso de muchos países, y haber firmado libros de condolencia, enviar mensajes de Estado y hasta muestras de reconocimiento y solidaridad, en fin todos los subterfugios referidos son decisiones gubernamentales, y estas no siempre coinciden con los intereses de todo el pueblo que en ningún caso, ni bajo circunstancias normales puede proyectar opiniones generales. Lo que me parece insultante es que se imponga duelo nacional por la muerte de un “gobernante” como el fallecido.
El hecho en sí no debe, como dije, asombrar a nadie; la identificación que se produce a través de semejante actitud no es otra cosa que el reflejo de una versión similar de las circunstancias que caracterizan ambos procesos políticos en países con diferente cultura, geografía poco relacionada y distinta idiosincrasia. Al calor de la tropicalidad insular de nuestro archipiélago y al manejo de nuestra más vernácula jerga puede parecer que nada de lo que sucede en Corea del Norte debiera ser similar en nuestro caso. No estoy en absoluto de acuerdo.
La empatía de esa especie de socialismo monárquico que ha tenido y tiene lugar en norcorea, con la de nuestro caudillístico socialismo familiar ejercido por la familia Castro en mí país, Cuba, no parece tener grandes diferencias y sí muchas similitudes. Ejercicio, sin otras opciones, del poder familiar por más de medio siglo, incomunicación con el mundo exterior, prohibiciones sin cuentos y limitaciones de la libertad de expresión, centralización absoluta y piramidal del poder y del control de la economía, militarización forzosa de la sociedad a todos los niveles, son características comunes en ambos casos.
Tampoco han sido diferentes las consecuencias. Si en Cuba no se han producido hambrunas capaces de aniquilar una buena parte de la población como ha sucedido en Corea del Norte ha sido porque la cercanía con relación a los Estados Unidos y la fuga y radicación en ese país de dos millones de cubanos han contribuído a mantener ciertos y muy elementales niveles de supervivencia entre la población insular. No es secreto para nadie que tras el derrumbe del socialismo y aun con limitaciones, los Estados Unidos son el principal proveedor de alimentos a la Isla, donde la producción agropecuaria es risible aun tratándose de un país de base agrícola que pudiera contar con formidables niveles de autoabastecimiento y de autoconsumo. Pensar en justificar la ineficiencia sistemática en este orden argumentando el bloqueo-embargo es un acto de insolencia y falta de pudor para quienes pretenden hacerlo y en virtud de las razones contrarias a esa idea que pueden y deben ser tenidas en cuenta, no es mi intención argumentar ahora al respecto.
Pero la identificación se da en muchos órdenes. El militarismo prioritariamente alentado y estructurado es una de las razones del atraso, la destrucción de la infraestructura material y de la sociedad civil es su consecuencia directa. Entre la propaganda alentada desde el poder y la existencia de vallas que por doquier se hacen eco de una amenaza irreal, lo cual es perfectamente demostrable, y que se refieren a la necesidad de “enfrentar al imperialismo yanqui” lo único que difiere es la lengua en que están escritas. Pero de esa connivencia, los generales que se dedican a pisotear la libertad, se sienten y se dicen orgullosos; atornillados en el poder y garantizando a priori su ejercicio por generaciones estiman y hacen ver a sus víctimas que ante semejantes amenazas es necesaria su “justa” y secular presencia como única alternativa.
De cómo suele observar el resto del mundo estas situaciones es difícil opinar. Los regímenes que se atrincheran bajo la supuesta validez de una autocracia casi feudal llegan a convertirse en una especie de máculas incurables de la sociedad post moderna y para quienes se hallan en derroteros muy distintos e inmersos en la solución real de sus propios problemas suele ser un asunto al que no ha de concedérsele mayor atención. La opinión pública se proyecta entonces en el sentido de un cuerpo que sabiéndose poseedor de una dolencia no mortal, lo encara como algo con lo cual hay que aprender a vivir. En fin que allí donde se agudiza el dolor del padecimiento, los paliativos pueden ser, como casi siempre han sido, un remedio a corto plazo que si bien no cura el mal tampoco permite su difusión.
¿Cuántos son los países que aun quedan defendiendo un sistema que como el norcoreano y el cubano se enorgullecen pública e impúdicamente de llevar a cabo una estafa social y política? Pudiera pensarse que me olvido de casos que en su momento he criticado, como el de los países del ALBA y el Socialismo del Siglo XXI, pero a pesar de esta entelequia basada en una distorsión que no tiene asideros, hay una buena dosis de oportunismo e hipocresía política en quienes alaban y se refieren a dictaduras autocráticas y militares como las de Norcorea y Cuba con el sólo objetivo de perpetuarse en el poder. No debe olvidarse que los de ahora son los pretendientes, los otros, el paradigmático arquetipo del fracaso y si la razón se impone, el resultado puede ser, en gran medida, previsible si nos basamos tan solo en la experiencia.
De tal suerte y salvando las distancias, el duelo decretado por los camaradas cubanos a su acólito Kim Yong Il y el respaldo explícito brindado a su heredero Kim Yong Un, no son otra cosa que la palmaria evidencia de un propósito que no se pretende ocultar. No se engañen compatriotas, los monarcas del comunismo en nuestro país no se aprestan a ceder un ápice en sus propósitos y están convencidos de que la “nobleza” de su apellido debe de perpetuarse; que pueda o no ser así depende de nosotros, en fin, a nadie más tiene porque interesarle. ¿O es que acaso no defienden su presencia escudándose en una autodeterminación y una antingerencia que nada tiene que ver con el ejercicio del poder por parte de una familia?
José A. Arias.
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