Thursday, October 6, 2011

POR EL CAMINO DE LOS FRACASADOS.


Entre la Revolución Cubana y el llamado Socialismo del Siglo XXI hay media centuria de diferencia, tiempo suficiente para establecer una distinción que para la primera representa el colorario de un fracaso y en el segundo caso, una entelequia injustificable. A pesar de todo, la precaria situación actual de la revolución castrista no evade el efecto de las argucias populistas mientras pueda elaborar versiones vinculadas a una temática pretendidamente justiciera e insertarse en los cambios ocurridos entre liberalismo y globalización, utilizando los pendones de un marxismo sui generis que pueda encontrar eco entre imberbes de oficio.

Al hablar de “inserción” –que difiere medularmente de participación- lo que trato de poner en evidencia es la incapacidad de regeneración de un proceso encabezado por personas que se ven a si mismas como objeto y sujeto de la historia y que se proyectan y valoran como paradigmas –vivos o muertos y desde su perspectiva- de lo que proponen como parte del argumento de funcionamiento de la sociedad moderna. El primer intento consistió en darle un contenido filosófico al proyecto, sobre todo en los aspectos político y económico y en ese mismo orden de importancia, basándose en el elemento teórico del marxismo decimonónico y el leninismo y su teoría del imperialismo y el eslabón más débil en los inicios del siglo XX.

No precisamente, y como se ha tratado de hacer creer, la inserción de la asonada revolucionaria cubana de 1959 en el mundo comunista de la postguerra, fue el resultado de un proceso de convicciones profundas entre sus principales figuras; de hecho el factor de apoyo popular no incluía entre sus ingredientes principales la simpatía de las masas por lo que poco tiempo después y de manera precipitada, se enarboló como ingrediente principal. Muy recientes y aún no superadas, eran las diferencias entre los revolucionarios de oficio y los comunistas de carrera y cierta formación teórica que militaban en el Partido Socialista Popular desde su funcionamiento bajo ese denominativo y además tendiente a paliar el apelativo, furibundo para la mayoría de los cubanos, de Partido Comunista, lo cual fue así desde los años de la asonada revolucionaria y antimachadista de 1930 concluida con el triunfo revolucionario de Agosto de 1933.

Versiones ampliamente difundidas acerca de culposos enmascaramientos a priori de la dirigencia revolucionaria han prevalecido hasta hoy; creo que más que todo y como ha sido desde entonces, la razón estrechamente vinculada a una perniciosa relación causa-efecto, propendió al ejercicio de la improvisación que tan malas consecuencias ha arrostrado para el pueblo cubano. Aunque pueda parecer intrascendente y hasta un tanto folklórica, hay una anécdota que insertada en la coyuntura del momento en que tuvo lugar, así lo evidencia. El enlace soviético con la Cuba de los “aguerridos barbudos” de la Sierra Maestra instalados en el  poder, fue el “abrazo del oso” –Anastas Mikoyan, el agente- que ordenó el inmediato traslado del supuesto prolegómeno técnico-científico denominado “Avances de la Ciencia y la Técnica Soviética” desde Ciudad de Méjico a La Habana y que no estaba en el itinerario de la exposición, los líderes cubanos, serviles y obsequiosos le regalaron al ruso una caja de mangos del Caney que Mikoyan nunca había probado y a los que se refirió como manjar de dioses; en Bellas Artes y sus alrededores se exhibieron durante un mes una caterva de artefactos cuyo discutible valor cualitativo, los cubanos pudieron comprobar después.

A veces la Historia se nos presenta como un acto de crueldad que en la mayoría de los casos el tiempo tiende a vindicar. Nuestros estrenados camaradas buscaban un elemento de compensación y soporte frente a la amenaza del vecino del norte, algo que como fantasma recurrente, ha oscurecido el horizonte insular y contribuido a engrasar nuestra sempiterna vocación caudillística; los soviéticos por su parte, encontraron la deseada coyuntura para insertarse en occidente a través de una presencia total y permanente. El mismo factor que la envidiable posición geográfica de Cuba representaba para la ínsula con relación a los Estados Unidos, se convirtió en la posibilidad soviética de ejercer presión a su principal contendiente en medio de la guerra fría.

Se hizo evidente entonces que entre palos de ciego de los cubanos y retorcidos propósitos de los soviéticos se gestó el futuro estado comunista y marxista-leninista que ha prevalecido hasta hoy. Luego vendrían los discursos, las consignas y por último la legalización constitucional de un proceso oneroso –constitución socialista del estado cubano de 1976, única en el mundo que hizo referencia a otro estado en su parte introductoria – que sin embargo, siempre fue sui generis y en el que la aceptación a priori de los comunistas ortodoxos estuvo supeditada a la acción intempestiva de los guerrilleros históricos. Baste recordar el sonado proceso de purga bajo el nombre de “microfracción”, que sacó del juego a los comunistas no manipulables y dejó a otros a expensas de los intempestivos designios, primero del PURSC (Partido Unido de la Revolución Socialista Cubana) y en su momento y hasta hoy, del PCC (Partido Comunista de Cuba).

El verdadero valor de la posición soviética en el Caribe quedó demostrado en el intermedio, cuando al sobrevenir la crisis de los misiles en octubre de 1962, los hechos se dirimieron entre norteamericanos y soviéticos sin el más mínimo nivel de decisión entre los bisoños y pretendidos comunistas cubanos que probablemente comenzaron a darse cuenta a partir de ese momento, de lo que verdaderamente representaba la alianza con el bloque soviético. En consecuencia con los hechos lo único verdaderamente ostensible, fue el papel de instrumento que Cuba aceptó representar bajo la égida soviética y del que fue haciéndose partícipe para cada vez, en mayor medida, delinearse como estado parasitario y subvencionado; dilapidador de recursos y muy a tono con la inconsistencia teórica de sus líderes. Me he preguntado muchas veces, si las consecuencias actuales de todo lo anterior no son evidencia contundente de lo afirmado y la única respuesta lógica de la involución actual tiene que buscarse en el hecho de haber tratado de equiparar independencia con totalitarismo ideológico, agravado con el ingrediente de la distorsión teórica de presupuestos desconocidos y por intermedio de una culpabilidad que hasta hoy no se reconoce.

Crónica aparte del proceso que tuvo lugar en los años subsiguientes las realidades fueron encargándose de demostrar la falibilidad del socialismo marxista y ortodoxo que laceró y frenó el desenvolvimiento de los territorios bajo su férula. La explicación que aún a muchos les cuesta trabajo aceptar, no tuvo que ver tanto con la acción de factores exógenos como con la propia ineptitud de un sistema cerrado, poco competitivo y carente de los impulsos que provee a la economía el mercado capitalista y el imperio de la democracia. Semejante afirmación refutada con la sola intención de justificar la inoperancia tiene dos vertientes que la hacen debatible; primero, los pocos países donde el socialismo a la manera tradicional aún se defiende desde el poder como Cuba, Corea del Norte y Laos, sufren de una crónica e indetenible involución o al menos de un estatismo social y productivo, que no encuentra paliativos a partir de la improvisación y que se agrava a consecuencia del factor más demoledor e inevitable: el tiempo. El otro argumento, diferenciado en cierto sentido, es el de China y Vietnam, países que conservan un régimen político de austero totalitarismo combinado con el empleo de lo que ya se conocía como capitalismo de estado en el socialismo. En estos casos el experimento consiste en separar lo ideológico de lo rentable y esto último conduce a pensar y creer que cualquier otra alternativa carece de sentido. He ahí la razón de existir del cacareado “modelo chino” cuya denominación más exacta pudiera expresarse bajo los términos de “experimento chino”, dada su incapacidad de ser trasplantado con éxito a otros territorios esencialmente diferentes desde criterios como la geografía, la idiosincrasia y los índices de población.

Comenzada la década de los años 90, sobrevino para Cuba –caso que nos ocupa- un período de un mayor deterioro de las fuerzas productivas, a las que no escapó el factor humano, el declive de los índices alimentarios generó epidemias vinculadas a una alimentación deficiente como la neuritis, el dengue hemorrágico y otras secuelas y la planta productiva, agotada de por sí, dejó al país a merced de sus propias limitaciones, y lo condujo a enfrentar la cruda realidad. Queda claro que en situaciones como las que caracterizaron el llamado “período especial” el recurso de culpar a la eterna polémica con los Estados Unidos y al bloqueo/embargo ocupó –aún sigue y seguirá siendo así- el primer lugar en la tendenciosa propaganda para responsabilizar a terceros y hacer más profunda la trinchera dentro de la cual llevar a cabo esa especie de ostracismo social que auto invalida regímenes de la naturaleza del cubano.

Al no poder ser de otro modo y como parte de los  objetivos y antecedentes de un estado políticamente clientelista y dependiente, con su base productiva natural, la producción agropecuaria, tremendamente dañada y sin posibilidad de resarcimiento en breve plazo, los sempiternos comunistas cubanos pusieron proa al encuentro de otro asidero que a finales de la misma década apareció como conejo sacado de una chistera bajo el pomposo apelativo de Socialismo del Siglo XXI; aupado por la gestión de un desconocido con las características idóneas para ser usado y manejado a conveniencia: el teniente coronel Hugo Chávez  Frías, que con la óptica y la capacidad, única real, de los dirigentes cubanos con nivel de decisión –todos saben de quienes se trata- fue perfilándose como el atleta de una nueva propuesta en la que siempre es posible dorar la píldora y arrimar la sardina al bracero emprendiendo la campaña antiimperialista y defendiendo la autodeterminación de los pueblos que no por casualidad es menos probable donde estos señores y sus acólitos ejercen el poder.

Pero como dos males nunca hacen un bien, el nuevo escenario creado pronto dejó ver sus propios agujeros negros y los problemas que parecen recordar a muchos la similitud con los mismos que hemos vivido bajo la influencia de una experiencia similar. La solución en términos de subsidio ahondando la improductividad y haciendo florecer la demagogia no conduce a nada. Existe cierta afinidad entre el recurso de crear bloques de acción cuyo matiz político es la esencia de su razón; frente a esta peculiar alternativa otros grupos, los que propenden al reforzamiento de las alianzas económicas dentro del total respeto a las decisiones soberanas en el ámbito político, suelen tener más éxito que los “clubes” internacionales inspirados en tiempos que pasaron y que nada tienen que ver con el matiz y la complejidad de las relaciones entre países en el mundo de hoy. Me cuesta trabajo creer que puedan tenerse dudas con respecto a lo anterior y quienes acusan a otros de fomentar una política imperial, se disfracen a su vez de emperadores empedernidos en el ejercicio indefinido del poder y su usufructo vitalicio; más trabajo aún me cuesta reconocer que el discurso de personajes anodinos y con una propuesta insensata, irreal, poco factible y para nada liberadora en la práctica de las fuerzas productivas, encuentre apoyo y reconocimiento en ciertos sectores de la población.

Hay una respuesta a ello que si tiene que ver con la historia, la manejada a contrapelo de la realidad, y donde suelen enfatizarse los escollos que nunca fueron salvados. Arrebatar la conciencia de las masas y usarla con fines establecidos y calculados con villanía y vesania política, no siempre es culpa de los autores de esta estrategia y hay en el antecedente histórico inmediato una buena dosis de culpabilidad. El asunto está entonces en hacer comprender a esas masas que el manejo engañoso de que se les hace víctimas no ha de conducir a la solución de sus problemas, sólo que en ocasiones o no existe el recurso o llega demasiado tarde; el resultado: medio siglo de comunismo en Cuba, 12 años de chavismo en Venezuela y la perspectiva de una dominación pseudo liberadora en algunos países cuya situación no acredita, fuera de los marcos de la insolencia gubernamental, ningún resultado loable o positivo. Mientras; otros países al margen de estos laberintos de desembozada raigambre antiimperialista, van situándose en un plano de competencia que les permite mostrar signos tangibles de crecimiento económico que bajo los efectos de una administración prudente les permite alcanzar la justicia social a partir de la distribución mucho más equitativa de la riqueza de que pueden disponer en cada caso.

En medio de las evidencias con que puede contarse, habría que concluir que cualquier alternativa inspirada en el fracaso, es por necesidad un camino irreductible hacia un nuevo revés. La miseria, en medio de un absoluto control y de la imposición de ataduras desde el poder, solo permite la distribución, agotable por añadidura, de la propia miseria. Aún cuando parecen existir recursos, si se dilapidan a consecuencia de una administración supeditada a intereses políticos, los resultados siempre serán funestos y un fantasma, originalmente ecléctico y políticamente desgastado no puede ser inspiración para nada y para nadie.

José A. Arias.  


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