.
Escribía el Generalísimo Máximo Gómez en su diario de campaña cuando tuvo la confirmación de la caída de Martí:
“¡Qué guerra ésta. Pensaba yo por la noche; que al lado de un instante de ligero placer aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento! (19 de mayo de 1895)
Once años atrás, Octubre 1 de 1884, cuando el célebre Plan Gómez-Maceo, este mismo General había escrito en su mencionado diario:
“….no falta alguien, como José Martí, que le tenga miedo a la dictadura, y que cuando mas dispuesto lo creía se retiró de mi lado furioso según carta suya insultante, que conservo…………..” Y se preguntaba amargamente después del fracaso de los proyectos insurreccionales que había encabezado junto a los Maceo, Flor Crombet y otros veteranos caudillos de la Guerra de los Diez Anos “¿Acaso se puede citar una revolución en el mundo que no tenga su Dictadura?” (Junio 15 de 1885)
Qué magnetismo poseería aquel joven poeta, orador de prosa llameante, desbordante de aforismos enjundiosos, que hechiza al General dominicano y logra someter sus caprichosos bríos de militar y le arranca frases llenas de elogios y de lealtad para el pino nuevo que se abalanza sobre él y lo gana para las nuevas formas de dirigir la guerra necesaria, el Partido Revolucionario Cubano, organización de amplio espectro político que se crea sólo para aglutinar las diversas voluntades, dirigir y hacer llegar a la Isla desde el exterior todo lo necesario para el éxito rápido de la contienda contra el dominio colonial español.
“….Martí viene a nombre de Cuba, anda predicando los dolores de la Patria, enseña sus cadenas pide dinero para comprar armas………¿Por qué dudar de la honradez política de Martí?.....ha encontrado mis brazos abiertos para él, y mi corazón, como siempre, dispuesto para Cuba.” (11 de septiembre de 1892)
La compleja pero hermosa relación con Gómez es el ejemplo vivo de los muros que debió derribar Martí para atraer y unir, en los nuevos métodos, a los caudillos militares que poseían un largo historial patriótico, pero a la vez, una visión miope de la modernidad y del proyecto republicano esbozado por él en no pocos de sus textos, crónicas, cartas y discursos. Eran hombres anclados en el siglo XIX Latinoamericano. Para muchos de ellos el ideal republicano era ejecutable solo a partir de dictadores ilustrados como el mexicano Porfirio Díaz.
Martí, sin embargo, anunciaba el siglo XX. Su cosmovisión tenía una raíz dolorosa. La atormentada vida que llevó en el exilio, llena de carencias económicas, falta de calor familiar, fue mitigada en parte por los buenos amigos, los simpatizantes de su prédica y aquellos amores furtivos que inspiraron su imaginación lírica. Su crecimiento intelectual pudo eludir los inmensos obstáculos culturales que podrían provenir de una sociedad colonial. Los sucesivos viajes por Europa, Suramérica, Centroamérica, México y principalmente Estados Unidos constituyeron los escenarios donde se construyeron sus principios morales y políticos.
Fue en este último país, en el que permaneció varios años, donde aprendió sobre los derechos civiles, la democracia, la libertad individual y el valor de la educación de los niños y jóvenes. Pero a diferencia de otros coterráneos él no se quedó en la fase del deslumbramiento, su ojo crítico de cronista formado en la humildad y la honradez le hizo comprender que los valores universales del liberalismo deberían ser ajustados a las realidades de cada país. Su pluma, que no estaba casada con ningún poder político o económico, era tan libre como el viento y ello le permitió exponer brillantemente no pocas objeciones al modelo de desarrollo estadounidense que él consideraba insaciable y sumamente peligroso para los débiles vecinos del sur.
En aquel entonces muchas repúblicas del sur del Río Bravo se debatían en prolongadas guerras civiles. Las oligarquías nacionales se diputaban el poder no por medio de elecciones sino a través de alzamientos, asesinatos, guerras internas. Utilizaban a las masas indígenas y campesinas de carne de cañón. Los caudillos políticos y militares eran los jefes de cada facción y cada uno de ellos ejecutaba sus ambiciones a los cuales doblegaban los intereses de la nación. La palabra república era solo un mero nombre en los escudos nacionales y las naciones eran entidades bastantes frágiles.
A esta situación, que no se superaba a pesar de haber transcurrido más de medio siglo de la independencia de España, Martí también dedicó profundas y extensas críticas. Los problemas de las sociedades hispanoamericanas emergentes radicaban en que en ellas no había germinado el frondoso árbol de la democracia. Eran los caudillos los que tomaban las decisiones en contraposición a los derechos del individuo asunto que para Martí era algo muy sagrado.
De ahí que con la idea sobre el Partido Revolucionario Cubano, que ha sido uno de los componentes más deformados de su ideario por la dinastía de los Castro e intelectuales asalariados de éstos, Martí pretende evitar que la guerra de independencia reiniciada en Cuba el 24 de febrero de 1895 desembocara en un régimen personal antidemocrático y caudillista. Era un asunto sumamente delicado y difícil lo que se proponía. Muy pocos lo comprendieron con exactitud, otros, fuera y dentro de la Isla, temían que sus ocultas ambiciones fueran obstaculizadas por las democráticas posturas de un "advenedizo" que no tenía veteranía en la manigua mambisa.
Si bien es cierto que en su breve vida intelectual y revolucionaria Martí dejo muchas incógnitas, en el caso del PRC fue muy claro al explicar su misión en no pocos discursos y documentos:
"....las emigraciones constituyeron con Cuba el partido revolucionario, iniciador de la revolución, que va a Cuba a entregarse al país y continuará existiendo como partido, aunque sus organizaciones viables y autonómicas subsistan, hasta el día, y sólo hasta él, en que se constituye en Cuba la revolución, a fin de evitar la monstruosidad de antes: dos gobiernos para un solo país.” (Carta a Gonzalo de Quesada, 26 de febrero de 1895)
Ajeno a las veleidades de una elite intelectual excluyente, de la que contraproducentemente hacen gala muchos de los que se declaran estudiosos de su obra, de origen humildísimo y amante de la genuina libertad por la que ofrendó la vida, el pensamiento democrático de Martí ha sido enlodado por la política y el enorme poder de los Castro y debe ser rescatado en su esencia exacta y puesto a disposición de las nuevas generaciones como parte de nuestra herencia cultural que no es propiedad ni de un grupo político, ni de un grupo social determinado, ni de nadie en exclusivo, sino patrimonio de todos los cubanos, tanto de los de adentro, como de los de afuera de la Isla.
Escribía el Generalísimo Máximo Gómez en su diario de campaña cuando tuvo la confirmación de la caída de Martí:
“¡Qué guerra ésta. Pensaba yo por la noche; que al lado de un instante de ligero placer aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento! (19 de mayo de 1895)
Once años atrás, Octubre 1 de 1884, cuando el célebre Plan Gómez-Maceo, este mismo General había escrito en su mencionado diario:
“….no falta alguien, como José Martí, que le tenga miedo a la dictadura, y que cuando mas dispuesto lo creía se retiró de mi lado furioso según carta suya insultante, que conservo…………..” Y se preguntaba amargamente después del fracaso de los proyectos insurreccionales que había encabezado junto a los Maceo, Flor Crombet y otros veteranos caudillos de la Guerra de los Diez Anos “¿Acaso se puede citar una revolución en el mundo que no tenga su Dictadura?” (Junio 15 de 1885)
Qué magnetismo poseería aquel joven poeta, orador de prosa llameante, desbordante de aforismos enjundiosos, que hechiza al General dominicano y logra someter sus caprichosos bríos de militar y le arranca frases llenas de elogios y de lealtad para el pino nuevo que se abalanza sobre él y lo gana para las nuevas formas de dirigir la guerra necesaria, el Partido Revolucionario Cubano, organización de amplio espectro político que se crea sólo para aglutinar las diversas voluntades, dirigir y hacer llegar a la Isla desde el exterior todo lo necesario para el éxito rápido de la contienda contra el dominio colonial español.
“….Martí viene a nombre de Cuba, anda predicando los dolores de la Patria, enseña sus cadenas pide dinero para comprar armas………¿Por qué dudar de la honradez política de Martí?.....ha encontrado mis brazos abiertos para él, y mi corazón, como siempre, dispuesto para Cuba.” (11 de septiembre de 1892)
La compleja pero hermosa relación con Gómez es el ejemplo vivo de los muros que debió derribar Martí para atraer y unir, en los nuevos métodos, a los caudillos militares que poseían un largo historial patriótico, pero a la vez, una visión miope de la modernidad y del proyecto republicano esbozado por él en no pocos de sus textos, crónicas, cartas y discursos. Eran hombres anclados en el siglo XIX Latinoamericano. Para muchos de ellos el ideal republicano era ejecutable solo a partir de dictadores ilustrados como el mexicano Porfirio Díaz.
Martí, sin embargo, anunciaba el siglo XX. Su cosmovisión tenía una raíz dolorosa. La atormentada vida que llevó en el exilio, llena de carencias económicas, falta de calor familiar, fue mitigada en parte por los buenos amigos, los simpatizantes de su prédica y aquellos amores furtivos que inspiraron su imaginación lírica. Su crecimiento intelectual pudo eludir los inmensos obstáculos culturales que podrían provenir de una sociedad colonial. Los sucesivos viajes por Europa, Suramérica, Centroamérica, México y principalmente Estados Unidos constituyeron los escenarios donde se construyeron sus principios morales y políticos.
Fue en este último país, en el que permaneció varios años, donde aprendió sobre los derechos civiles, la democracia, la libertad individual y el valor de la educación de los niños y jóvenes. Pero a diferencia de otros coterráneos él no se quedó en la fase del deslumbramiento, su ojo crítico de cronista formado en la humildad y la honradez le hizo comprender que los valores universales del liberalismo deberían ser ajustados a las realidades de cada país. Su pluma, que no estaba casada con ningún poder político o económico, era tan libre como el viento y ello le permitió exponer brillantemente no pocas objeciones al modelo de desarrollo estadounidense que él consideraba insaciable y sumamente peligroso para los débiles vecinos del sur.
En aquel entonces muchas repúblicas del sur del Río Bravo se debatían en prolongadas guerras civiles. Las oligarquías nacionales se diputaban el poder no por medio de elecciones sino a través de alzamientos, asesinatos, guerras internas. Utilizaban a las masas indígenas y campesinas de carne de cañón. Los caudillos políticos y militares eran los jefes de cada facción y cada uno de ellos ejecutaba sus ambiciones a los cuales doblegaban los intereses de la nación. La palabra república era solo un mero nombre en los escudos nacionales y las naciones eran entidades bastantes frágiles.
A esta situación, que no se superaba a pesar de haber transcurrido más de medio siglo de la independencia de España, Martí también dedicó profundas y extensas críticas. Los problemas de las sociedades hispanoamericanas emergentes radicaban en que en ellas no había germinado el frondoso árbol de la democracia. Eran los caudillos los que tomaban las decisiones en contraposición a los derechos del individuo asunto que para Martí era algo muy sagrado.
De ahí que con la idea sobre el Partido Revolucionario Cubano, que ha sido uno de los componentes más deformados de su ideario por la dinastía de los Castro e intelectuales asalariados de éstos, Martí pretende evitar que la guerra de independencia reiniciada en Cuba el 24 de febrero de 1895 desembocara en un régimen personal antidemocrático y caudillista. Era un asunto sumamente delicado y difícil lo que se proponía. Muy pocos lo comprendieron con exactitud, otros, fuera y dentro de la Isla, temían que sus ocultas ambiciones fueran obstaculizadas por las democráticas posturas de un "advenedizo" que no tenía veteranía en la manigua mambisa.
Si bien es cierto que en su breve vida intelectual y revolucionaria Martí dejo muchas incógnitas, en el caso del PRC fue muy claro al explicar su misión en no pocos discursos y documentos:
"....las emigraciones constituyeron con Cuba el partido revolucionario, iniciador de la revolución, que va a Cuba a entregarse al país y continuará existiendo como partido, aunque sus organizaciones viables y autonómicas subsistan, hasta el día, y sólo hasta él, en que se constituye en Cuba la revolución, a fin de evitar la monstruosidad de antes: dos gobiernos para un solo país.” (Carta a Gonzalo de Quesada, 26 de febrero de 1895)
Ajeno a las veleidades de una elite intelectual excluyente, de la que contraproducentemente hacen gala muchos de los que se declaran estudiosos de su obra, de origen humildísimo y amante de la genuina libertad por la que ofrendó la vida, el pensamiento democrático de Martí ha sido enlodado por la política y el enorme poder de los Castro y debe ser rescatado en su esencia exacta y puesto a disposición de las nuevas generaciones como parte de nuestra herencia cultural que no es propiedad ni de un grupo político, ni de un grupo social determinado, ni de nadie en exclusivo, sino patrimonio de todos los cubanos, tanto de los de adentro, como de los de afuera de la Isla.
No comments:
Post a Comment