Wednesday, August 1, 2012

LOS VÁSTAGOS DE LA IGNORANCIA.


Hay, dentro de los límites del totalitarismo, una marcada tendencia a proyectar una imagen relacionada con la cultura, que no se corresponde con la realidad. Entre los presupuestos primarios de una elaboración conceptual vinculada a la política, suele darse una importancia exagerada a lo estrictamente conceptual y siempre ceñida a los cánones de la ideología.
A consecuencia de lo anterior el proceso formativo es “bien visto” cuando aparece, a cualquier nivel, como una tendencia de reforzamiento de las tesis alentadas desde el poder. No hay evidencia alguna de que en sociedades de carácter totalitario la posibilidad de entronizar una epistemología adecuada y consecuente, ya sea en el ámbito cultural o científico, pueda ser posible.
Entrelazado entre el carácter demagógico del argumento puramente político y la necesidad de justificar su propaganda por intermedio de consignas –especie de claves sociológicas y  aglutinantes de esos regímenes- como la existencia de una “cultura de masas” o la insistencia en la idea de que el “acceso al conocimiento y a la educación es derecho de todos” comienza a darse cumplimiento a uno de los objetivos básicos de la formación (el término bajo las condiciones a las que me refiero, tiene un sentido literal) de un individuo bajo los patrones de la ingeniería social en el comunismo. El enunciado parece justo y, aunque pudiera serlo (de ahí la confusión de muchos) se aparta de la intención, cuando se orienta en el sentido de constituirse en opción única.
Si no existe ejercicio de la libre cátedra y el estudiante no puede confrontar las opciones en el contenido de un tema, la unilateralidad de los resultados es esencia y a la vez, colofón de la formación. Luego el problema no surge espontáneamente; es provocado desde el ejercicio de la cátedra misma. Para conseguir los resultados más que esperados, necesarios; siempre habrá que mutilar la información. El método: muy lejos del uso de una hermenéutica abierta y democrática; ceñido a la parcialidad y delusivo de la crítica que, aunque se alegue lo contrario, queda sin espacio.
Si a lo anterior se añade la dificultad de acceder a la información libremente y fuera del ojo abarcador de la censura, el uso de una bibliografía cuyo óbice básico ni siquiera es capaz de enmascarar un contenido marcadamente tendencioso, el cuadro queda completado. El resultado producto de una “formación” que antes que científica deberá ser considerada revolucionaria es limitado, mediocre y sólo logra imponerse por intermedio de una simplificación de lo más razonable.
Es real que también en medio de una aridez -y rigidez- intelectual de esta índole, prospera subterraneamente otro tipo de cultura que a diferencia de la oficial es combatida y censurada, pero que al cabo de cierto tiempo aflora como una de las grandes contradicciones de la vida en el socialismo. Se desprecia la convivencia de las ideas irrespetándolas y endilgándoles todo tipo de calificativos peyorativos. El mérito personal por la vía del conocimiento puede llegar a ser entendido como un “rezago burgués” y la incondicionalidad, siempre priorizada; como la manera de conseguir el reconocimiento. En semejantes condiciones la ignorancia –literalmente aplicable- de quienes determinan los procedimientos desde el poder, produce un divorcio entre la teoría y la práctica y la consecuencia inmediata es siempre el fracaso como resultado. ¿Existe acaso, otra manera de explicarlo?
El anterior esquema induce a quien enfrenta el dilema social de vivir bajo el totalitarismo, a encarar una doble alternativa: desgajarse del sistema de estructuras discriminatorias afianzadas en las “virtudes políticas” o asumir una ambigua actitud acertadamente definida como “doble moral” Hay por último, el militante ideológico y fanático a quien por razones obvias no resulta posible incluir en éste análisis. Los primeros se auto condenan, los segundos superviven alimentando su ego de una alta dosis de oportunismo. Los demás caricaturizan la imagen del pretendido “hombre nuevo” que no es otra cosa que un producto social mentalmente maleable, moldeable y consecuentemente utilizable y aunque sería tema para otro análisis, los del segundo grupo se convierten en motivo de gran preocupación por ser los que critican la inercia vigente utilizando una especie de dialéctica intrínseca desde el inmovilismo y proclives a ganar el injustificado epítome de “traidores” desde la óptica del poder y por él alentada.
Mediante una observación minuciosamente metódica de todo lo que está relacionado con la conceptualización de los ideólogos revolucionarios del socialismo del siglo XXI; me doy cuenta que la influencia, al menos mediante la proyección de la imagen, parece identificada con la ignorancia intelectual que caracteriza a sus representantes (unos más, otros menos) y entre quienes estudian y se preparan libremente, también liberalmente y como debe ser en una sociedad abierta y democrática; el concepto de la idea como base de una interpretación múltiple y no unívoca de la realidad es un referente mucho más sólido y convincente que cualquier imposición supuestamente válida en la teoría.
Los caudillos atemporales e imperecederos, únicos a quienes conviene la estructuralidad vertical de una formación amañada, están fuera de contexto y su discurso atizado por la testosterona, el envejecido antiimperialismo de barricada y los sacrosantos espadones de revoluciones robadas a la historia y a contrapelo de la realidad, han dejado de ser un referente. Cualquier versión fuera de las evidencias de estos casos siempre constituye una propaganda desde el uso y el abuso del poder.
Los vástagos de la ignorancia comienzan a convertirse en los enemigos principales de sus instigadores y ante el asombro de sus “doctos” instructores no logran encontrar la más mínima compatibilidad entre sus intereses y la de sus preceptores ideológicos. Me parece lógico que así sea.

José A. Arias.  


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