Cuando deja de prestarse atención a dichas acciones o la enseñanza
de la historia se convierte en un vehículo ideologizante; cuando se hace
manifiesta la manipulación o se trata de minimizar el valor de lo realizado por
generaciones precedentes para imponer la supuesta trascendencia de los actos
realizados por otras generaciones más cercanas en el tiempo, sobre la
ciudadanía comienza a actuar el germen del desarraigo aunque ésta haga su vida
dentro de los límites de la patria. Entonces la desconfianza y la subvaloración
de lo autóctono hacen acto de presencia. Tales consecuencias las hemos sufrido
en Cuba y sus efectos resultan más nefastos que los que cualquier político de
cursillo emergente y mano presta a la unanimidad pueda suponer.
La enseñanza de la historia de Cuba no se ha centrado en el
análisis multilateral de los hechos y figuras históricas, apreciados en su
justa dimensión, sino que ha privilegiado la exposición ideológica y la
recurrencia a un antiimperialismo que poco ha faltado para que los teóricos de
los manuales identifiquen con la figura del cacique Hatuey.
Demonizar a Estados Unidos más que enseñar la historia de Cuba
parece haber sido la brújula de quienes están encargados de redactar los
programas de estudios de la asignatura. Junto con esta manía de echarle las
culpas de nuestros errores a los Estados Unidos existe una marcada tendencia a
la manipulación de los educandos. En esta órbita caen no pocos sucesos y
personalidades.
Un ejemplo es la Protesta de Baraguá y el protagonismo que en ella
tuvo el insigne patriota Antonio Maceo. Si Ud. le pregunta a un estudiante de
cualquier nivel educacional, o a cualquier ciudadano, qué ocurrió con Antonio
Maceo después de la Protesta de Baraguá muy pocos sabrán contestarle. Si a esa
pregunta Ud. añadiera otra que interesara de su interlocutor alguna referencia
sobre José Ramón Leocadio Bonachea seguramente no sabría decirle que fue un
General de División nacido en Santa Clara, que también rechazó el Pacto del
Zanjón, pero que a diferencia de Antonio Maceo permaneció en los campos de Cuba
luchando en contra de España hasta el 15 de abril de 1879 y sólo dejó la lucha
en la manigua porque así se lo ordenó el General Calixto García. Sin embargo
cuando se habla de intransigencia sólo se menciona a Maceo, nada se dice de
Bonachea.
La causa de esta ignorancia se debe a la forma maniquea con que se
enseña nuestra historia, la cual siempre ha privilegiado los aspectos positivos
de un suceso o patriota sin mencionar los negativos; una enseñanza que ha
priorizado la exaltación de cinco o seis figuras históricas y ha dejado en el
anonimato absoluto a otros patriotas tan valiosos y dignos como los que siempre
son seleccionados para engrosar los textos, patriotas anónimos que en ocasiones
ni siquiera cuentan con una simple tarja que perpetúe su nombre o con un simple
sello de correos, como ocurre con el Mayor General guantanamero Pedro Agustín
Pérez, a quien el Primer Vicepresidente del Consejo de Estado y Segundo
Secretario del PCC, José Ramón Machado Ventura, en el reciente acto nacional
conmemorativo del asalto al Cuartel Moncada le cambió el nombre por el de José,
desaguisado que fue trasmitido en vivo por la televisión sin que ninguno de los
presentes en el acto le rectificara el error, como tampoco lo hicieron cuando
en el mismo acto el Presidente del país, al referirse al sitio por donde
desembarcó José Martí junto con Máximo Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra y
Marcos del Rosario, el 11 de abril de 1895, lo llamara “Guayajabo” cuando en
realidad es Playitas de Cajobabo.
Otro ejemplo de notoria manipulación histórica es la reiterada
expresión pública de que José Martí no fundó dos o tres partidos, sino uno
sólo, el Partido Revolucionario Cubano. Cuando se hace tal afirmación lo que se
pretende es vender la idea de que José Martí era un enemigo del multipartidismo,
ocultándosele al pueblo que el Partido Revolucionario Cubano no fue creado por
el Apóstol con fines políticos tendentes a la futura república sino con el
único objetivo de organizar lo que él llamó la guerra necesaria, de ahí que en
una de sus bases se estableciera su disolución una vez instaurada la lucha
redentora en la manigua.
Pero si tal práctica mostrenca de enseñar la historia ha dejado
indudables secuelas en nuestra sociedad, hay otras que también han minado
nuestras tradiciones y reverencias hacia figuras de reconocido prestigio. Entre
ellas están los cambios de nombres de las escuelas, centros de trabajo y otras
instituciones; la revalorización de determinadas fechas históricas y la
imposición de figuras y paradigmas ajenos a la tradición histórica cultural de
los cubanos.
Todos hemos sido testigos de cómo una escuela que hasta 1968 se
llamó Félix Varela, Enrique Thomas o José de la Luz y Caballero, de pronto
recibió el nombre de Ernesto Ché Guevara o el de Guerrillero Heroico. Hemos
asistido al enterramiento del 20 de mayo, antes día de fiesta nacional, hoy
lapso para la diatriba contra la República; también hemos presenciado cómo el
26 de julio ha alcanzado la supremacía absoluta dentro de las celebraciones de
las fechas históricas, al extremo de que la Declaración de Independencia del 10
de octubre de 1868 y los levantamientos del 24 de febrero de 1895, sucesos
fundacionales de nuestra nacionalidad, han sido relegados a un segundo plano.
Si a esto sumamos el cambio de nombres a numerosos centrales azucareros a
principios de la década de los sesenta, el acoso y debilitamiento de la Iglesia
Cubana, legítima portadora de gran parte de nuestro acervo y tradiciones,
tendremos una nada despreciable sumatoria de errores que a la larga han
provocado la confusión, incivilidad, desarraigo y también el deterioro de los
valores ciudadanos.
En Guantánamo el estadio de pelota se nombra Nguyen Van Troi
aunque en Viet Nam, ni siquiera hoy, se practica ese deporte. A pesar de que
Cuba es cuna de prestigiosos científicos y médicos el hospital provincial se
nombra Agosthino Neto.
Sin embargo el error mayúsculo fue nombrar Granma al territorio
oriental cuna de la revolución de 1868 y al órgano oficial del PCC, porque
señores, todo el mundo sabe que Granma, en Inglés, es el diminutivo de
grandmother, y significa abuelita. Imagino la sonrisa sardónica de algún que
otro angloparlante cada vez que tropiece con tal estolidez.
No comments:
Post a Comment