Thursday, November 3, 2011

EL DEDO EN EL RENGLÓN. PERIODISMO Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN.

Una de las grandes polémicas –o tema que mueve a la discusión- del periodismo y su función social, es la que vincula la percepción como fenómeno en el plano individual y psicológico, con la realidad. Sin duda, la realidad es un tema que sólo admite una concepción absoluta cuando se manifiesta como el resultado de la vinculación con la percepción social que es esencialmente colectiva. En democracia esa concepción es totalmente incluyente de las diferentes tendencias que se mueven y se materializan en cada caso.
En las sociedades que sirven para crear condiciones en las que la libertad de expresión es el reflejo más cercano a la expresión de la libertad individual, la polémica se intensifica y la complejidad del problema se incrementa. Mover la opinión entre quienes aceptan o discrepan y pueden hacerlo públicamente; sin limitaciones, ni escollos insalvables de índole ideológica, es lo que hace apreciable la función periodística.
En los Estados Unidos, por ejemplo, hay publicaciones –muy prestigiosas- que se hacen eco de puntos de vista que algunos consideran en la extrema derecha del espectro político, de la misma manera si vamos al otro extremo encontraremos medios que representan la opinión de los sectores más liberales de la sociedad y todo ello, sin dejar de ser tan prestigiosos como los anteriores. Así ha sido por muchos años, y en esa diversidad de criterio, el individuo a través de su percepción y por intermedio de la individualidad que representa, contribuye a crear una realidad que es esencialmente auténtica, de ahí su complejidad y la razonable aceptación que le asiste.
Históricamente los experimentos sociales suelen tomar muy en serio el papel que desempeñan los medios de comunicación y por ello sus primeras andanadas de ablandamiento de la conciencia colectiva, que es también una de sus principales premisas, tiene un papel relevante. No es necesario saturar de ejemplos –que sobran- éste argumento; baste decir que el establecimiento de una prensa (escrita, radial, televisiva) controlada deberá ser uno de los primeros objetivos a lograr. Controlar se convierte entonces en una obsesión que ni se deja de mano, ni se descuida.
Si estamos de acuerdo en lo expresado hasta aquí, es fácil imaginar dónde y por qué la libertad de expresión, cuyo deber de ser ejercitarda y salvaguardada, deberá corresponder al estado en lo político, al menos; es limitada hasta dejarla convertida en un instrumento para ejercer la demagogia. Es importante entender la diferencia conceptual entre expresión libre e imposición de un falso concepto de expresión en países donde el periodista es un reo de la voluntad del estado.
Eso explica que siempre existan mal llamados periodistas y comunicadores dispuestos a justificar el statu quo prevaleciente. Habrá quien sea capaz de alegar que en un medio bajo el control de determinados grupos de opinión pueda prevalecer un criterio editorial que no coincida con la percepción de alguno o algunos, pero siempre queda la posibilidad de manifestarla previo “disclaimer”  y en el peor de los casos, acudir a otro medio, o convertirse en un “free lance”. Todo ello sin otro riesgo que una variación, quizás, en la situación económica y no por fuerza, como siempre sucede en la antípoda, tener que pagar la osadía, cuando menos, con la exclusión definitiva del juego y la condena al anonimato.
Recuerdo un caso ocurrido en medio de una de estas sociedades totalitarias y del que fui testigo. Sucedió que un día en que un periodista del principal órgano –oficial y único, así se proyecta- que acompañaba una delegación de canadienses y franceses por una provincia, dio su opinión sobre el tema que se debatía: la participación de la Unión Soviética en la derrota de la Alemania Nazi en la II Guerra Mundial. Alguien aludió al heroísmo soviético y cómo Moscú fue defendida con patriotismo y entrega por sus habitantes, el periodista sólo dijo que; como en ocasiones anteriores –se refería a las huestes napoleónicas derrotadas a las puertas de esa ciudad en 1812– “el general invierno” había desempeñado “un papel muy importante”. Me consta que éste “compañero”, nunca más ejerció el periodismo porque fue definitivamente invalidado para ello. En lo adelante otras ocupaciones, onerosamente escogidas para hacerle sentir la humillación; fueron su ulterior destino. Este hecho ocurrió hace muchos años, pero en el medio donde aún prevalecen los mismos criterios, aún sigue siendo así. ¿Cómo explicar que exista eso que se denomina “prensa independiente”?
¿Independiente de qué?  De seguro que la independencia no es el apelativo para un “free lance“ que puede o no ganarse la vida mediante el desempeño de su actividad. Necesariamente hay que colegir que la independencia es relativa al control gubernamental capaz de anatematizar al periodista por ejercer su derecho a emitir un criterio. ¿Puede producirse una situación más contradictoria?
 Hoy escuché con tristeza la sarta de improperios proferidos por uno de esos defensores a contrapelo de los intereses populares, cuyo lenguaje daba cuerpo a una especie de edicto real mediante los cuales los señores feudales amedrentaban a sus vasallos y con los que ahora estos redentores suelen manejar a su antojo a quienes les siguen y les respaldan; ejemplarizante castigo incluido en contra de los osados violadores. ¿De que sirve entonces, me pregunto, la supuesta “redención” que estos señores preconizan? Prefiero decir, porque me asiste el derecho, que para mí es importante y necesario continuar siendo un “irredento” en capacidad de expresar lo que le venga en gana.

José A. Arias.
  


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