Régimen cubano, en descomposición: Hora de la muerte...
Alberto Pérez Giménez
Casi cincuenta y tres años después del triunfo de la revolución de "los barbudos", el régimen castrista muestra ya los síntomas imparables de la descomposición de un sistema anclado en la represión y la asfixia económica. Y en la última semana, esos síntomas se han multiplicado hasta mostrar el cuadro de un enfermo terminal a imagen y semejanza de la decrepitud de su máximo líder.
Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, enfrentados por la política. El primer acceso febril del régimen cubano, y quizá el que más impacto ha tenido en la isla, ha sido la denuncia efectuada por uno de sus iconos culturales, criado, potenciado y exportado por la revolución y que, como un "hijo desagradecido", ha acabado por traicionar y morder la mano que le dio de comer. Ha sido el caso de Pablo Milanés, que cometió el pecado de calificar de "viles" e "injustificables" los actos de hostigamiento de los llamados "revolucionarios" contra las opositoras "Damas de Blanco". Milanés, aunque muy tarde, ha denunciado lo que durante décadas han venido callando los que como él gozaron de los privilegios de la Revolución. Sin embargo, a Milanés no tardó en responderle el otro gran representante de la Nueva Trova Cubana, el políticamente correcto Silvio Rodríguez, que le acusó de "desamoral" por hacer las críticas en Miami (era la primera vez que Milanés actuaba allí) e insinuó que hizo esas críticas porque no era capaz de vender el aforo completo del lugar donde iba a dar el concierto. Cuando dos de los dinosaurios de la canción revolucionaria cubana se enfrentan en público están abriendo la puerta a que todos los demás, de menor impacto en el imaginario cubano, hagan lo mismo y se quiten el miedo que durante décadas ha impedido la discrepancia.
Etarras huyendo como "balseros". Otro de los síntomas reveladores de la podredumbre del enfermo cubano ha sido, sin duda, el rocambolesco episodio de la huida de tres etarras "históricos" que preferían huir de la isla donde llevaban décadas acogidos. Los tres decidieron abordar un yate de un conocido matrimonio vasco "abertzale" que se dedica a dar la vuelta al mundo en su velero para salir corriendo de Cuba después de denunciar la pérdida de privilegios. La razón no es otra que la crisis económica y la mala situación por la que atraviesa todo el régimen no permite mantener a sus "huéspedes" políticos con el mismo tren de vida que siempre les había regalado. La Habana, y más concretamente las casas de estado del barrio de El Vedado, han sido conocidas en las décadas de los 70, 80 y 90 por todos los "revolucionarios", "guerrilleros" y terroristas de Iberoamérica, pero también de Oriente Medio y Europa (en especial, de España) por sus comodidades. Nadie les molestaba, facilidad de movimientos, acceso a los privilegios de los dirigentes, visitas... La crisis y la caída del sistema ha acabado con eso, y los tres etarras prefirieron salir en un velero para intentar llegar a Venezuela, la nueva arcadia para estos individuos. De momento, están detenidos, pero es todo un síntoma que ni los etarras quieran estar ya allí.
La Iglesia sale a la calle. La sociedad civil es inexistente en Cuba porque el régimen se ha ocupado, durante medio siglo, de que sólo el Partido Comunista y su brazo armado en las ciudades y pueblos, los Comités de Defensa de la Revolución, sean las únicas organizaciones permitidas y dedicadas a organizar y vigilar la vida del cubano en la escuela, la universidad, el trabajo y, sobre todo, en el patio de vecinos. La iglesia católica estuvo perseguida hasta finales de los 90, y solo empezó a tener espacio en la medida en que las autoridades eclesiásticas se plegaron a pactos poco menos que vergonzantes con el régimen: ganaban espacio para la religión a condición de que colaboraran en el control político y colaboraban para que las iglesias no sirvieran para hacer política. Sin embargo, la labor de cristianos de base y de protestantes también de base se ha acelerado en los últimos tiempos, y en la primera semana de septiembre se han multiplicado los incidentes. Primero, en una procesión de la patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, que se le escapó de las manos tanto a la jerarquía católica como a las autoridades, y se convirtió en una procesión trufada de demandas de libertad que los Comités de Defensa de la Revolución intentaron sofocar a golpes. También en el caso de los protestantes, una parroquia de fieles se ha rebelado contra los intentos de la Policía castrista de detener a un pastor y se encerraron con él en la iglesia. Castro, que en Sierra Maestra, cuando luchaba contra Batista, sale fotografiado con una imagen de la Virgen de la Caridad permanentemente al cuello, se empeñó pronto en que no hubiera otra idolatría en Cuba más que a su persona. Ahora, enfermo y a duras penas controlando los resortes del poder, ve cómo el poder espiritual se le escapa de las manos de forma inexorable.
La prensa adicta ya no le quiere. Y en un último golpe de efecto, el régimen anunciaba la retirada de la acreditación al corresponsal de "El País", Mauricio Vicent. La noticia no sería tal sino fuera por el medio que representa y la postura que hasta ahora, tanto el medio como el corresponsal, han venido teniendo con respecto al régimen de Fidel Castro. Vicent llevaba casi dos décadas como corresponsal en La Habana, y como tal ha visto salir del país caribeño a decenas de colegas a los que el régimen declaraba "non gratos" por el delito de criticar la política castrista. La salida del corresponsal de "El País" demuestra que éste y su medio han cambiado, algo que los Castro no pueden consentir.
Y no pueden porque sería reconocer que han fracasado. Y ya lo dijo Fidel hace muchos años: "Un paso atrás, ni para coger impulso". Pero es evidente que cuando los que normalmente aplaudían la política de Cuba o, en el peor de los casos, guardaban silencio, ya no callan y hay que expulsarlos, significa que uno está cada vez más solo. Aislado. Enfermo. Y no hay suero ni respiración asistida que puede revitalizarlo. Como en las series televisivas, sólo queda certificar la hora de la muerte
Sañudos y que andes bien, dionisio
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