Saturday, September 24, 2011

LOS JUGLARES DE OFICIO Y LA HISTORIA VERDADERA..

El gran reto de la Historia –y de los historiadores- en la contemporaneidad, es poder cotejar lo que teóricamente se halla establecido como un proceso que debe ser premisa de algo que pretenda la seriedad en su contenido y que pueda ser creíble, aunque deba resultar –según parece prudente- discutible.

Desde que la Historia, con el soporte científico que le proporciona la historiografía, dejó de ser un puñado de hechos contados y recogidos en crónicas y se convirtió en una ciencia capaz de servir como punto de referencia; la interpretación de la misma ha sido blanco de la influencia ideológica en múltiples ocasiones.

El gran aporte de la escuela historiográfica francesa encabezada por Bloch y Lefebvre en la revista “Annales”, consistió precisamente en proporcionar a los historiadores un instrumento capaz de respaldar, vincular, organizar y presentar el hecho histórico como parte de un proceso; algo de lo que, en gran medida se adueñaron los teóricos del marxismo y el post-marxismo en momentos diferentes del siglo XX. Los políticos, más que los historiadores, aunque algunas veces ayudados por estos, no demoraron en tratar de pescar en río revuelto.

A diferencia de lo que pudiera pensarse, una posibilidad tan saludable se convirtió para muchos; en algunos casos de manera pueril, y en otros llenos de malsanas intenciones, en la forma de apoyar y aupar propósitos políticos capaces de justificar los medios en virtud del alcance de un objetivo final espurio.

El uso de la Historia se convierte entonces en una especie de mal propósito al que se accede desde el poder y se reinventa en aras de crear un argumento insalvable, insoslayable e indiscutible. El resultado es la aparición como apelativos de lugar común, de consignas y lemas que se irán estampando en el quehacer ciudadano bajo la apariencia de una necesaria y real defensa de la historia nacional; algo que para nada tiene que ver con la verdadera realidad.

Un caso típico de este ensamblaje pseudo histórico y malintencionado ha sido el pertinaz proyecto de revisión de la historia nacional que el gobierno cubano ha ordenado, estructurado y condonado durante los 52 años de su permanencia en el poder.

No es simplemente el tenaz cacareo ideológico producido entre los sectores más susceptibles de ser influenciados; es algo aun más pernicioso: la posibilidad de influir en medios de opinión cuya importancia es notable y trascendente. Entre los factores a considerar y en medio de regímenes totalitarios ello forma parte de la plataforma propagandística y el costo, dada la importancia que reviste, nunca es un problema.

Hechos –elevados al rango de tesis históricas por amanuenses disfrazados de historiadores- como el de la supuesta continuidad histórica entre la lucha anticolonial durante el siglo XIX y la revolución castrista expresada en la consigna de “Cien Años de Lucha” (1868-1968) y a la que aun, 43 años después se le sigue dando crédito, son entre otros remedos parte del soporte ideológico del desgastado proceso.

En el “leiv motiv” de una campaña como la citada y en la que tienen cabida otras muy diversas argucias como la de considerar, por ejemplo, a José Martí autor intelectual del ataque al cuartel Moncada, en el año de la generación del centenario (1953) se superponen y entremezclan argumentos de muy diversos orígenes. Explicar la diferencia de épocas y objetivos no viene ahora al caso. Baste sólo decir que el alcance de la libertad como meta final, propósito siempre aludido en el contexto de esta discusión, no se ha producido y, tras haberse generado un cambio de influencia y matices geopolíticos por el establecimiento de una ideología totalitaria y perniciosa; el concepto de libertad aun no se materializa y mucho menos en virtud de un proceso de continuidad histórica, del cual se ha llevado a cabo un conveniente y selectivo ejercicio de censura para minimizar cualquier inconveniencia. Todos saben que la historia de la nación cubana en sus casi 59 años de república anterior al castrismo ha sido estigmatizada bajo el apelativo de “república mediatizada”.

Es evidente, no solo por lo que escucho y leo, que muchos intelectuales se han percatado de lo que las versiones ideológicamente y a priori maltratadas de la historia, representan. Escribir la Historia –como un proceso y no como cartilla- es parte del quehacer que encabeza la avanzada intelectual de una nación.

El intelectual verdadero, mesurado y analítico, no suele ser revolucionario o reaccionario, y aunque no siempre sea así; lo que permite al intelecto producir juicios de verdadero valor científico no es el apasionamiento a favor de una tesis política cuyo contenido se vincule a la idea de alguien - caudillos y/o dictadores- o de algunos –partidos políticos.

En virtud de lo anterior la relación entre el hecho histórico y las circunstancias en medio de las cuales se produce debe centrarse en la interpretación inmediata traspuesta a su influencia colectiva, sin que medre el propósito amañado de una consigna política como objetivo final; de no ser así, lo que tiene lugar en realidad es el desconocimiento del verdadero  rol de la historia en las sociedades modernas y según sucede en el caso cubano; al tratar de encontrar una explicación a todo aludiendo a la Historia, que como catecismo ideológico, proporciona respuestas favorables a partir de enfoques ambivalentes y predeterminados. Es algo más que un simple paliativo, es un patrón de conducta perfectamente reglamentado y determinado.

La Historia mal y parcialmente contada, mutilada, censurada y en edición de gavilla panfletera puede tener entre sus autores y voceros un ejército de juglares que en el trasunto de su pensamiento se reconocen traidores a su oficio, otros –hay evidencias- que no soportaron el alto precio a pagar por el ejercicio de la traición a la verdadera pero inconveniente forma de ver las cosas. En el peor de los casos, impenitentes forajidos ideológicos que se creen sus propios cuentos tan mal contados e impúdicamente falsos; lo mejor es que a pesar de todo siempre hay quien sabe de lo que se trata y se dispone a pensar en ello, contribuyendo así a que la Historia no se vea convertida en una sarta de consignas lapidarias y tremebundas tendientes a desacreditar su carácter y disminuir su valor.

José A. Arias.



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