Uno de los resultados tangibles de la llamada “revolución cubana” ha sido, sin dudas, el advenimiento de la experticia en diferentes medios no sólo relacionados con las comunicaciones; sino también en los círculos que se definen como académicos y en cuyos “think tanks” se agrupan no pocos miembros de reconocido prestigio en el mundo de las ideas. No puede ser de otra manera cuando se trata de explorar e investigar a cerca de un proceso tan longevo; la curiosidad y la festinación a veces se conjugan para tratar de promover los argumentos mas variados.
La esencia del problema, que obliga a tratarlo de forma un tanto cáustica, es que por momentos se evidencia que el nivel de seriedad que se antepone a los diferentes enfoques se nos hace tan variable que parece transitarse de lo sublime a lo ridículo. Quiere esto decir que la “cubanología” está en ocasiones ausente del conocimiento de causa que debería prevalecer a la hora de emitir un juicio que aspire a ser válido y, a contrapelo de la lógica mas elemental, resulta mas loable y aceptada cuanto más superficial es.
Por supuesto que si nos atenemos de una manera rígidamente cartesiana y usamos el método como único recurso –filosóficamente debe ser así- los resultados van a tener siempre un carácter preliminarmente concebido. El momento en que se desata el avispero, hará que todos y bajo toda circunstancia se den a la tarea de esbozar la misma temática y en consecuencia las conclusiones se hagan fácilmente previsibles: el “embargo-bloqueo”es un argumento envejecido e inoperante y, aunque no deba ser eliminado, tendrá que revestirse de la modernidad en sintonía con las cambiantes circunstancias.
La anterior es la alternativa más discutida. ¿Es sin embargo, la que la lógica, la razón y el conocimiento de las circunstancias deberían imponer? A mi manera de pensar la respuesta es absolutamente negativa; y si hablamos de razones históricas, como algunos alegan, tengo la impresión de que se diluye la historia en una empírica y parcial relación de hechos. Quienes no tienen la experiencia vívida de cualquier proceso y recepcionan la información recopilándola a través de diferentes fuentes, siempre corren el riesgo de la falta de mesura, la parcialidad y el esbozo de un argumento fútil y vano. En nuestro caso, al juzgar un proceso aún en desenvolvimiento, habría que ser más incisivo y sagaz.
Pero llegado el momento de ventilar las intrínsecas e insalvables contradicciones del pretendido paradigma cubano es donde la falta de entendimiento se hace más notable. Cuba es un país sujeto al inmovilismo y donde la falta de una verdadera dialéctica –la hegeliana y no precisamente la marxista- nunca ha dejado de ser el evidente anclaje del estado totalitario y vertical, que si bien no se inaugura allí; si tiene matices muy peculiares relacionadas con el elemento geopolítico que por arte de la sinrazón se trasmuta de ventaja, en parte de un discurso obsesivamente negativo. Cuba se convierte, en consonancia con los desvaríos de sus representantes en “faro de América en su lucha contra el imperialismo yanqui” y deja de ser “la llave del Golfo” que su envidiable posición geográfica debería depararle.
Cincuenta años de desculturización y anti-intelecto -no se trata aquí del ritualismo folklorico de consigna y barricada- no pueden ofrecer alternativas viables cuando se trata de encarar cambios, aún si solo nos atenemos a la implicación genérica de la palabra en general. El atrincheramiento ideológico –término este último de ralea antidemocrática per se- evidenciado en la falta de un legado valedero por los que han estado y aún estan al frente del país, la incapacidad manifiesta de resolver los problemas mas acuciantes de la sociedad y el encarar la toma de todas las decisiones a través de un poder piramidalmente estructurado y verticalmente estatuido, impiden el diálogo y congelan de antemano las posibilidades de un posible entendimiento. La semántica es diferente y exclusiva desde el punto de vista de las tiranías; si no, ¿a que vienen los retorcidos argumentos expuestos a través, por ejemplo, de la llamada “batalla de ideas”, o el simplismo de acusar a quienes se atrevan a discrepar de “diversificados ideológicos”?. Sin dudas la respuesta está en el hecho de que diversificar la manera de pensar y desdeñar las ideologías puede ser un pecado en ambientes donde la persecución es un delirio como bien dijo Cabrera Infante.
¿Estamos entonces ante una situación insoluble? Creo que por el momento si, pero el tiempo histórico ahonda la crisis generacional que constituye la única puerta de salida y a la larga hará inclusiva la posibilidad de participación de sectores más amplios y variados, capaces de ir situando los hechos en su verdadera perspectiva y acreditarles su valor justo y real. El tiempo que ha de demorar este proceso, hoy no es predecible; la vinculación de ingredientes disímiles impide emitir criterios al respecto sobre todo si nos alejamos de los oráculos tremebundos y nos acercamos al cientificismo que la seriedad de la historia nos impone.
José A. Arias.
Desde santander, siguiendo tu continua labor educativa, saludos, dionisio
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