Friday, July 6, 2018

EN BUSCA DE UNA INTERPRETACIÓN (sobre el texto publicado por un amigo en FB)



En la interpretación del proceso que afecta a la nación cubana hay que tener en cuenta la poderosa influencia del factor tiempo. En él, dentro de él y como parte de él; se dirime cualquier interpretación vinculada al pasado, al presente y, mucho es de temer, también al futuro inmediato.

¿Qué quiere esto decir?; la respuesta puede buscarse tratando de encontrar explicaciones que se mueven en el contexto de un versátil abanico de elucubraciones, conjugadas todas, en el contenido de lo histórico y como parte de ello, también de las argumentaciones políticas, económicas y culturales, a su vez, cambiantes y condicionantes en su evolución temporal.

Pero el debate que se ha tratado de zanjar entre varias generaciones de cubanos, hoy, es esencialmente un problema cronológico, generacional. Se ha llevado a tal extremo el egoísmo de los participantes en cada una de sus etapas que la querella ha arrojado el peor de todos los resultados posibles: que terminemos por enfrentarnos entre sí, alejándonos del objetivo primordial, a saber: la conjura del castrismo, origen anterior e inmediato del problema.

Frente a tal escenario, de una elemental figuración; la rigidez de un proceso que por su esencia no admite disrupciones, toma ventaja en su terreno del cual, y como primera intención, ha logrado desplazarnos para que nos viésemos obligados a enfrentarlo ―sin apoyo alguno― desde fuera. En los primeros lustros el enfrentamiento (al interior) tuvo el carácter de una represión que invalidó cualquier esfuerzo. Era el resultado de la confusión creada a partir de recursos a la usansa y el reciente y aún vívido final de un hecho “revolucionario”

Volvamos al asunto del peso que tiene el tiempo como factor agravante de las querellas generacionales. Es sencillo y algo demostrado, que el pensamiento y la visión no se renuevan a la misma velocidad, ni en la misma proporción; son en nuestro caso, inversamente proporcionales. El tiempo como dimensión resulta inalterable, en tanto los criterios agazapados y enquistados bajo la perspectiva gloriosa de una época se tratan de superponer en función de la visión cronológica en su peor estilo glorificante y cuando excepcionalmente eso no sucede; totalitarismo e intransigencia se vuelven coincidentes.

El anterior, ciertamente, es un fenómeno de presencia indistintamente manifiesta, pero los escenarios desde los cuales se proyectan las dos partes involucradas en el debate; completamente diferentes. El valor de las ideas, así como de las opiniones expresadas en su interpretación constituye en cualquier caso la evidencia de lo ideológico, frente a la, no siempre idónea y festinada, interpretación de las libertades democráticas y en que suele confundirse democracia con ideología o la peor vulgarización del fenómeno: traspolar la esencia de la discusión y el entendimiento del tema a una simple querella partidista y esencialmente ajena en añadidura.

Del análisis anterior, bien puede inferirse (aún no concluirse) que la evolución del problema medular, a saber; el mantenimiento de un statu quo que por años no parece variar en lo más mínimo, es cuestión de cancelar su principal evidencia de inmovilismo en la dimensión temporal, teniéndola en cuenta y dentro de sus manifestaciones que irremediablemente combinan los efectos de la biología, la influencia de factores exógenos y la actitud de los que directamente involucrados, están obligados a desenvolverse y manifestarse ―algo que no siempre, y solo en casos excepcionales, sugiere el asumir una postura política determinada. Tanto así, que la abulia y la desidia son parte de una manifestación social que tiene una marcada implicación en la política.

Ese fenómeno que algunos visualizan como un temerario apoliticismo, resulta en ambos aspectos conformantes de la problemática algo preocupante, solo que en función de una disímil interpretación. Bajo el totalitarismo ideológico es el origen de las actitudes disidentes y que en condiciones similares, no importa dónde, ni cuando, han sido conformadas de la misma manera; luego la diferencia es sustancialmente cultural debido a la influencia del fenómeno nacional, aunque no lo sea en el sentido de lo que la disidencia representa ante la visión, perturbada en su esencia, del régimen totalitario. El radicalismo desde el poder genera entonces otro fenómeno: el de la oposición concomitante con su precedente, aunque no siempre en alianza.

Si este proceso se entiende como parte de una evolución consustancial al tiempo transcurrido debe colegirse que quienes representan y utilizan el poder y viven aferrados a él como parte de una actitud ortodoxa en lo doctrinal, no darán su brazo a torcer y enfrentarán, a su común decir, la “violencia contrarrevolucionaria con la violencia revolucionaria”, algo que en el contexto funcional del totalitarismo (también en lo teórico) resulta justificado desde su punto de vista.

En la horizontalidad de la dimensión temporal, disidencia y oposición aparecen invariablemente como manifestaciones elitistas de grupos cultural y políticamente más avezados; minoritarios y con muy poca capacidad de difusión y crecimiento en medios donde la legalidad se representa desde el poder como la defensa de un sistema establecido para el beneficio popular. De ahí sus dificultades para conectar con la población, aunque ésta y para desaliento de los que ejercen el poder, no se muestre interesada en otras cosas que la satisfacción de sus necesidades perentorias no cubiertas. Algo que en el caso cubano y a consecuencia de la manifiesta incapacidad productiva del régimen, se vuelve mucho más grave y no se observe, desde la perspectiva del común, como algo tangible.

En, y desde el otro extremo de la problemática; nos enfrentamos al uso y abuso de los argumentos democráticos bajo una interpretación disoluta ―cuando menos― y en la que se confunden argumentos que son intrínsecamente contraproducentes; desde un exagerado plattismo a destiempo, hasta la pueril manifestación de la ignorancia política complaciente de egos voluntariosos que no dan frutos, ni procrean réditos.

Hay que insistir, no obstante, que en esa barahúnda en la que se mezcla la confusión con la necesidad (sobre todo de encontrar patrocinios) y entre personas que alegadamente conforman grupos de vanguardia, se pierde a veces el esfuerzo y la oportunidad de conjurar el objetivo. Si bien eso que llaman “unidad” es quimera, las diferencias de enfoque no deben permitir que se confunda o enturbie la razón del quehacer en lo cotidiano y la horizontalidad de la dimensión temporal. Cuando acudimos a la confrontación, mediante la descalificación y el descrédito moral de las personas, el beneficio, a la larga lo obtiene el represor, que inclusive; se permite la libertad de mostrar a quienes tiene frente a sí, como una cuerda de aspirantes a políticos que, abanderados con el pluripartidismo, solo habrían de contribuir al establecimiento de una sociedad marcada por el desorden y la promiscua huella de una propaganda insensata  bajo la óptica de que las alternativas son contraproducentes. Nada más lejos de la verdad, pero, ¿entendible para quienes no conocen la democracia?

Dejemos de lado las muy valiosas interpretaciones académicas que de seguro tendrán en cuenta la multiplicidad de factores que pueden actuar como vectores del tan necesario cambio (palabra sin mucho potencial semántico y bastante rígida en su significado literal ― semiótico) pero cuya influencia puede estar precedida de un habitual y, contextual estado de inercia donde tales cambios suelen producirse para que todo permanezca igual. Eso, en la premisa de la relación entre temporalidad y lo generacional, ha sido y es en Cuba y desde el usufructo del poder, un único propósito invariable y que en el momento actual, se pretende transferible.

Para concluir; los argumentos hasta aquí referidos no dejan otra opción que la de entender el asunto de la problemática cubana actual como un asunto de evolución en el tiempo que ira haciendo desaparecer, me temo que lentamente, a las generaciones que han conocido el problema desde otra perspectiva. Nunca la Historia ha dado testimonio de que el regreso al pasado puede garantizar el advenimiento del futuro y si bien el problema sigue siendo el mismo, el contexto es diferente; no entenderlo es una de las razones de la inercia.

Ello quedó demostrado mediante el derrumbe del comunismo en Europa Oriental, y sobre todo en la caída de la URSS donde tras una sucesiva sucesión de “líderes” que llevaron al último en la lista a una encrucijada ante la cual ya no quedaban opciones, se produjeron resultados inéditos. ¿Es posible concluir que todo eso representó una experiencia que en el logro de los resultados estableció una relación lógica entre lo diacrónico y lo acrónico ―el pasado a superar solo que y a cuyo destino, deberá encaminarse nuestro propósito?

Es inevitable, cuestión de tiempo, que sin embargo y para nosotros, aún no llega. Hay que evitar obnubilarse y todo lo hecho o por hacer es bueno si es noble e inteligente; la solución se cuece al interior donde el calor insoportable de las circunstancias tiene a la gente como en la imagen de aquella canción “…la boca abierta al calor/ como lagartos…”

José A. Arias-Frá                                                  

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