En la interpretación del
proceso que afecta a la nación cubana hay que tener en cuenta la poderosa
influencia del factor tiempo. En él, dentro de él y como parte de él; se dirime
cualquier interpretación vinculada al pasado, al presente y, mucho es de temer,
también al futuro inmediato.
¿Qué quiere esto decir?; la
respuesta puede buscarse tratando de encontrar explicaciones que se mueven en
el contexto de un versátil abanico de elucubraciones, conjugadas todas, en el
contenido de lo histórico y como parte de ello, también de las argumentaciones
políticas, económicas y culturales, a su vez, cambiantes y condicionantes en su
evolución temporal.
Pero el debate que se ha
tratado de zanjar entre varias generaciones de cubanos, hoy, es esencialmente
un problema cronológico, generacional. Se ha llevado a tal extremo el egoísmo
de los participantes en cada una de sus etapas que la querella ha arrojado el
peor de todos los resultados posibles: que terminemos por enfrentarnos entre
sí, alejándonos del objetivo primordial, a saber: la conjura del castrismo,
origen anterior e inmediato del problema.
Frente a tal escenario, de
una elemental figuración; la rigidez de un proceso que por su esencia no admite
disrupciones, toma ventaja en su terreno del cual, y como primera intención, ha
logrado desplazarnos para que nos viésemos obligados a enfrentarlo ―sin apoyo
alguno― desde fuera. En los primeros lustros el enfrentamiento (al interior)
tuvo el carácter de una represión que invalidó cualquier esfuerzo. Era el
resultado de la confusión creada a partir de recursos a la usansa y el reciente
y aún vívido final de un hecho “revolucionario”
Volvamos al asunto del peso
que tiene el tiempo como factor agravante de las querellas generacionales. Es
sencillo y algo demostrado, que el pensamiento y la visión no se renuevan a la
misma velocidad, ni en la misma proporción; son en nuestro caso, inversamente
proporcionales. El tiempo como dimensión resulta inalterable, en tanto los
criterios agazapados y enquistados bajo la perspectiva gloriosa de una época se
tratan de superponer en función de la visión cronológica en su peor estilo
glorificante y cuando excepcionalmente eso no sucede; totalitarismo e
intransigencia se vuelven coincidentes.
El anterior, ciertamente, es
un fenómeno de presencia indistintamente manifiesta, pero los escenarios desde
los cuales se proyectan las dos partes involucradas en el debate; completamente
diferentes. El valor de las ideas, así como de las opiniones expresadas en su
interpretación constituye en cualquier caso la evidencia de lo ideológico,
frente a la, no siempre idónea y festinada, interpretación de las libertades
democráticas y en que suele confundirse democracia con ideología o la peor
vulgarización del fenómeno: traspolar la esencia de la discusión y el
entendimiento del tema a una simple querella partidista y esencialmente ajena
en añadidura.
Del análisis anterior, bien
puede inferirse (aún no concluirse) que la evolución del problema medular, a
saber; el mantenimiento de un statu quo que por años no parece variar en
lo más mínimo, es cuestión de cancelar su principal evidencia de inmovilismo en
la dimensión temporal, teniéndola en cuenta y dentro de sus manifestaciones que
irremediablemente combinan los efectos de la biología, la influencia de factores
exógenos y la actitud de los que directamente involucrados, están obligados a
desenvolverse y manifestarse ―algo que no siempre, y solo en casos
excepcionales, sugiere el asumir una postura política determinada. Tanto así,
que la abulia y la desidia son parte de una manifestación social que tiene una
marcada implicación en la política.
Ese fenómeno que algunos
visualizan como un temerario apoliticismo, resulta en ambos aspectos
conformantes de la problemática algo preocupante, solo que en función de una
disímil interpretación. Bajo el totalitarismo ideológico es el origen de las
actitudes disidentes y que en condiciones similares, no importa dónde, ni
cuando, han sido conformadas de la misma manera; luego la diferencia es
sustancialmente cultural debido a la influencia del fenómeno nacional, aunque
no lo sea en el sentido de lo que la disidencia representa ante la visión,
perturbada en su esencia, del régimen totalitario. El radicalismo desde el
poder genera entonces otro fenómeno: el de la oposición concomitante con su
precedente, aunque no siempre en alianza.
Si este proceso se entiende
como parte de una evolución consustancial al tiempo transcurrido debe colegirse
que quienes representan y utilizan el poder y viven aferrados a él como parte
de una actitud ortodoxa en lo doctrinal, no darán su brazo a torcer y
enfrentarán, a su común decir, la “violencia contrarrevolucionaria con la
violencia revolucionaria”, algo que en el contexto funcional del totalitarismo
(también en lo teórico) resulta justificado desde su punto de vista.
En la horizontalidad de la
dimensión temporal, disidencia y oposición aparecen invariablemente como
manifestaciones elitistas de grupos cultural y políticamente más avezados;
minoritarios y con muy poca capacidad de difusión y crecimiento en medios donde
la legalidad se representa desde el poder como la defensa de un sistema
establecido para el beneficio popular. De ahí sus dificultades para conectar
con la población, aunque ésta y para desaliento de los que ejercen el poder, no
se muestre interesada en otras cosas que la satisfacción de sus necesidades
perentorias no cubiertas. Algo que en el caso cubano y a consecuencia de la
manifiesta incapacidad productiva del régimen, se vuelve mucho más grave y no
se observe, desde la perspectiva del común, como algo tangible.
En, y desde el otro extremo
de la problemática; nos enfrentamos al uso y abuso de los argumentos
democráticos bajo una interpretación disoluta ―cuando menos― y en la que se
confunden argumentos que son intrínsecamente contraproducentes; desde un
exagerado plattismo a destiempo, hasta la pueril manifestación de la ignorancia
política complaciente de egos voluntariosos que no dan frutos, ni procrean
réditos.
Hay que insistir, no
obstante, que en esa barahúnda en la que se mezcla la confusión con la
necesidad (sobre todo de encontrar patrocinios) y entre personas que
alegadamente conforman grupos de vanguardia, se pierde a veces el esfuerzo y la
oportunidad de conjurar el objetivo. Si bien eso que llaman “unidad” es quimera,
las diferencias de enfoque no deben permitir que se confunda o enturbie la
razón del quehacer en lo cotidiano y la horizontalidad de la dimensión
temporal. Cuando acudimos a la confrontación, mediante la descalificación y el
descrédito moral de las personas, el beneficio, a la larga lo obtiene el
represor, que inclusive; se permite la libertad de mostrar a quienes tiene
frente a sí, como una cuerda de aspirantes a políticos que, abanderados con el
pluripartidismo, solo habrían de contribuir al establecimiento de una sociedad
marcada por el desorden y la promiscua huella de una propaganda insensata
bajo la óptica de que las alternativas son contraproducentes. Nada más
lejos de la verdad, pero, ¿entendible para quienes no conocen la democracia?
Dejemos de lado las muy
valiosas interpretaciones académicas que de seguro tendrán en cuenta la
multiplicidad de factores que pueden actuar como vectores del tan necesario
cambio (palabra sin mucho potencial semántico y bastante rígida en su
significado literal ― semiótico) pero cuya influencia puede estar precedida de
un habitual y, contextual estado de inercia donde tales cambios suelen
producirse para que todo permanezca igual. Eso, en la premisa de la relación
entre temporalidad y lo generacional, ha sido y es en Cuba y desde el usufructo
del poder, un único propósito invariable y que en el momento actual, se
pretende transferible.
Para concluir; los
argumentos hasta aquí referidos no dejan otra opción que la de entender el
asunto de la problemática cubana actual como un asunto de evolución en el
tiempo que ira haciendo desaparecer, me temo que lentamente, a las generaciones
que han conocido el problema desde otra perspectiva. Nunca la Historia ha dado
testimonio de que el regreso al pasado puede garantizar el advenimiento del
futuro y si bien el problema sigue siendo el mismo, el contexto es diferente;
no entenderlo es una de las razones de la inercia.
Ello quedó demostrado
mediante el derrumbe del comunismo en Europa Oriental, y sobre todo en la caída
de la URSS donde tras una sucesiva sucesión de “líderes” que llevaron al último
en la lista a una encrucijada ante la cual ya no quedaban opciones, se produjeron
resultados inéditos. ¿Es posible concluir que todo eso representó una
experiencia que en el logro de los resultados estableció una relación lógica
entre lo diacrónico y lo acrónico ―el pasado a superar solo que y a cuyo
destino, deberá encaminarse nuestro propósito?
Es inevitable, cuestión de
tiempo, que sin embargo y para nosotros, aún no llega. Hay que evitar
obnubilarse y todo lo hecho o por hacer es bueno si es noble e inteligente; la
solución se cuece al interior donde el calor insoportable de las circunstancias
tiene a la gente como en la imagen de aquella canción “…la boca abierta al
calor/ como lagartos…”
José A. Arias-Frá
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