Tuesday, April 24, 2018

LAS APARIENCIAS DEL CAMBIO Y OTRAS RAZONES (argumentos para tratar de explicar una longevidad que no se justifica)


La confrontación exilio-régimen originada en 1959 sigue siendo vista como distintiva en el enfrentamiento de dos grupos irreconciliables que no deja margen a interpretaciones colaterales y ha marcado el desenvolvimiento de la política y sus, hasta ahora, inevitables consecuencias en Cuba.

La Habana, siempre ha entendido que tal contradicción es vital para el afianzamiento de sus intereses y en añadido, para concitar y mantener entre sus seguidores al interior el permanente estado de rebeldía en contra de quienes ellos consideran un enemigo que no desaparece, sobre todo, porque de él depende la supervivencia de lo establecido. Es, en tal sentido, su complemento.

Tal propósito ha sido reivindicado inalterablemente y para su consecución, no se han establecido límites. No es, como se afirma, el resultado de una “voluntad irreductible”, más bien, de la falta de ella al otro lado para entender el fenómeno en su evolución y actuar en consecuencia. Esa visión no ha llegado a ser lo suficientemente clara como para que haya sido efectiva; ha quedado minimizada entre la violencia extrema y una crítica basada en la reiteración y la falta de alcance entre terceros a quienes termina por ganarles la inhibición.

En escalas variadas, tal “enemigo” se repite y aparece bajo la sustantivación diversa de categorías indistintamente deleznables y prejuiciosamente abarcadoras, políticamente matizadas con el sustrato de una influencia económica y que, conceptualmente, solo han servido para producir la supervivencia de la entelequia en el caso que nos ocupa. Todo, aunque sea cierto que para bien o mal, el enfrentamiento ha tomado cuerpo en varias ocasiones y determinado consecuencias históricamente ineludibles.

Entender lo anterior no sugiere complicarse en abstracciones, elucubraciones relacionadas con la influencia de motivaciones de carácter histórico, o las variantes ocurridas en la correlación de fuerzas, la política de los estados en función de sus intereses, sobre todo, desde sus visiones particulares y geoestratégicas. Algo que, en el mundo de hoy, y bajo los efectos de la supuesta unipolaridad o la pretendida multeratilidad de polarizaciones que no coinciden y esconden sus propósitos bajo la influencia de la globalización, el neoliberalismo y otros objetivos estratégicos amenazan con reavivar lo que en la segunda post-guerra se conoció como Guerra Fría y, en medio de la que, queramos o no, se mueven nuestros particulares intereses en discordia, como ya sucedió en el pasado.

El análisis para el caso, y lo que se trata de entender y explicar, no entraña otros argumentos más allá de los que han determinado la inercia en que nos encontramos y a la que hemos contribuido con mayor o menor conciencia y/o reconocimiento de culpabilidad y que debe romperse a fin de no perpetuar el inmovilismo; único resultado de lo sucedido hasta el presente y al parecer, mediante la adopción de los mismos mecanismos con vistas al futuro inmediato. Mencionado el hecho, hay que colegir que la coincidencia en la inercia ha sido mutua, aunque por obvias y diferentes razones, y en ese sentido el elemento de la creatividad no debe descartarse, o estar sometido a veleidades políticas de ningún origen, menos en función de lo que públicamente haga o diga La Habana o pueda prometer Washington.

No es nuevo, y muchos analistas así lo han entendido y expuesto, que, a más de esa irreconciliable postura entre enemigos, en la práctica, hemos coincidido (desde las antípodas) con los intereses de quienes consideramos ― con razón ― defensores del equivoco que criticamos y asumen, al convertirlo en trampa ideológica para que les sirva de bandera, inmovilice la acción de opositores manifiestos y potenciales y neutralice cualquier intento de contrarrestar la influencia que ejercen desde el poder.

Todo ello, a consecuencia de esa torpe, reiterada e inexplicable coincidencia. Eso que se defiende bajo los argumentos de teorías políticas que, para el caso, nada tienen que ver con la realidad; es el meollo de lo que ha sido pretendido en Cuba por sus gobernantes en este último período de su historia “revolucionaria” y, cuando la percepción de que "el enemigo" no existe más allá de la trinchera en que se racionaliza la vida del ciudadano y se acantona el poder del estado, habrá que recrear al enemigo una y otra vez, porque ello permite ganar tiempo, ajustar los mecanismos para el ejercicio de la represión y encontrar salidas ante la potencial agudización de la crisis en que permanentemente viven envueltos estos regímenes.

Hace muy poco, alguien resumió el asunto al cerrar un artículo mediante una explicación irrefutable. Según el expositor, la cuestión para el caso cubano va del siguiente modo: en La Habana ― decía el autor ― saben muy bien cual es el secreto para mantenerse en el poder indefinidamente; inventarse un enemigo que piense igual que tú.

Las cosas han cambiado y ciertamente, la situación que encaran los países del ALBA, no les favorece; ello quedó manifiesto en el poco, casi inexistente, eco que encontró la delegación cubana enviada a la VIII Cumbre de Las Américas en Perú. Hubo, por parte del régimen una subvaloración del ambiente y el entorno; algo en que no reparan, al pensar que el inmovilismo que propugnan y defienden se mantiene inalterable y puede atravesar fronteras mediante el desempeño compulsivo de un populismo marginal.

La oposición se movió allí con acierto y en un contexto pocas veces accesible, proyectó sus argumentos haciéndose entender por los representantes de gobiernos e instituciones que escucharon el mensaje y reaccionaron a él públicamente y a favor. Ello, estuvo por encima de cualquier interpretación sesgada y unilateral, sobre todo, frente a la banalidad e insolencia de la frase reiterada por el embajador cubano en Lima: “con Cuba, no se metan”, un sin sentido que se explica por sí solo, acuñado mediante un torvo giro idiomático de quienes defienden ― mediante extrema unilateralidad ― el concepto de autodeterminación, entendido bajo la jerga estalinista del centralismo democrático.

La Historia no es para vivir a su sombra; algo así solo es posible cuando se reescribe e interpreta en función de intereses parciales para servir minúsculos propósitos. El problema, sin embargo, es que el riesgo de cualquier otra interpretación inexacta y bajo determinadas circunstancias, nos haga perder el rumbo indefinidamente.

   

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