La confrontación
exilio-régimen originada en 1959 sigue siendo vista como distintiva en el
enfrentamiento de dos grupos irreconciliables que no deja margen a
interpretaciones colaterales y ha marcado el desenvolvimiento de la política y
sus, hasta ahora, inevitables consecuencias en Cuba.
La Habana, siempre ha
entendido que tal contradicción es vital para el afianzamiento de sus intereses
y en añadido, para concitar y mantener entre sus seguidores al interior el
permanente estado de rebeldía en contra de quienes ellos consideran un enemigo
que no desaparece, sobre todo, porque de él depende la supervivencia de lo
establecido. Es, en tal sentido, su complemento.
Tal propósito ha sido
reivindicado inalterablemente y para su consecución, no se han establecido
límites. No es, como se afirma, el resultado de una “voluntad irreductible”, más
bien, de la falta de ella al otro lado para entender el fenómeno en su
evolución y actuar en consecuencia. Esa visión no ha llegado a ser lo
suficientemente clara como para que haya sido efectiva; ha quedado minimizada
entre la violencia extrema y una crítica basada en la reiteración y la falta de
alcance entre terceros a quienes termina por ganarles la inhibición.
En escalas variadas,
tal “enemigo” se repite y aparece bajo la sustantivación diversa de categorías
indistintamente deleznables y prejuiciosamente abarcadoras, políticamente
matizadas con el sustrato de una influencia económica y que, conceptualmente,
solo han servido para producir la supervivencia de la entelequia en el caso que
nos ocupa. Todo, aunque sea cierto que para bien o mal, el enfrentamiento ha
tomado cuerpo en varias ocasiones y determinado consecuencias históricamente
ineludibles.
Entender lo anterior no sugiere complicarse en abstracciones, elucubraciones relacionadas con la
influencia de motivaciones de carácter histórico, o las variantes ocurridas en
la correlación de fuerzas, la política de los estados en función de sus
intereses, sobre todo, desde sus visiones particulares y geoestratégicas. Algo
que, en el mundo de hoy, y bajo los efectos de la supuesta unipolaridad o la
pretendida multeratilidad de polarizaciones que no coinciden y esconden sus
propósitos bajo la influencia de la globalización, el neoliberalismo y otros
objetivos estratégicos amenazan con reavivar lo que en la segunda post-guerra
se conoció como Guerra Fría y, en medio de la que, queramos o no, se mueven
nuestros particulares intereses en discordia, como ya sucedió en el pasado.
El análisis para el
caso, y lo que se trata de entender y explicar, no entraña otros argumentos más
allá de los que han determinado la inercia en que nos encontramos y a la que
hemos contribuido con mayor o menor conciencia y/o reconocimiento de
culpabilidad y que debe romperse a fin de no perpetuar el inmovilismo; único
resultado de lo sucedido hasta el presente y al parecer, mediante la adopción de los mismos mecanismos con
vistas al futuro inmediato. Mencionado el hecho, hay que colegir que la
coincidencia en la inercia ha sido mutua, aunque por obvias y diferentes
razones, y en ese sentido el elemento de la creatividad no debe descartarse, o estar sometido a veleidades políticas de ningún origen, menos en función de lo
que públicamente haga o diga La Habana o pueda prometer Washington.
No es nuevo, y muchos
analistas así lo han entendido y expuesto, que, a más de esa irreconciliable
postura entre enemigos, en la práctica, hemos coincidido (desde las antípodas)
con los intereses de quienes consideramos ― con razón ― defensores del equivoco
que criticamos y asumen, al convertirlo en trampa ideológica para que les sirva
de bandera, inmovilice la acción de opositores manifiestos y potenciales y
neutralice cualquier intento de contrarrestar la influencia que ejercen desde
el poder.
Todo ello, a consecuencia de esa torpe, reiterada e inexplicable
coincidencia. Eso que se defiende
bajo los argumentos de teorías políticas que, para el caso, nada tienen que ver
con la realidad; es el meollo de lo que ha sido pretendido en Cuba por sus
gobernantes en este último período de su historia “revolucionaria” y, cuando la
percepción de que "el enemigo" no existe más allá de la trinchera en que se
racionaliza la vida del ciudadano y se acantona el poder del estado, habrá que
recrear al enemigo una y otra vez, porque ello permite ganar tiempo, ajustar
los mecanismos para el ejercicio de la represión y encontrar salidas ante la
potencial agudización de la crisis en que permanentemente viven envueltos estos
regímenes.
Hace muy poco, alguien
resumió el asunto al cerrar un artículo mediante una explicación irrefutable.
Según el expositor, la cuestión para el caso cubano va del siguiente modo: en
La Habana ― decía el autor ― saben muy bien cual es el secreto para mantenerse
en el poder indefinidamente; inventarse un enemigo que piense igual que tú.
Las cosas han cambiado
y ciertamente, la situación que encaran los países del ALBA, no les favorece;
ello quedó manifiesto en el poco, casi inexistente, eco que encontró la
delegación cubana enviada a la VIII Cumbre de Las Américas en Perú. Hubo, por
parte del régimen una subvaloración del ambiente y el entorno; algo en que no
reparan, al pensar que el inmovilismo que propugnan y defienden se mantiene
inalterable y puede atravesar fronteras mediante el desempeño compulsivo de un
populismo marginal.
La oposición se movió
allí con acierto y en un contexto pocas veces accesible, proyectó sus
argumentos haciéndose entender por los representantes de gobiernos e
instituciones que escucharon el mensaje y reaccionaron a él públicamente y a
favor. Ello, estuvo por encima de cualquier interpretación sesgada y
unilateral, sobre todo, frente a la banalidad e insolencia de la frase
reiterada por el embajador cubano en Lima: “con Cuba, no se metan”, un sin
sentido que se explica por sí solo, acuñado mediante un torvo giro idiomático
de quienes defienden ― mediante extrema unilateralidad ― el concepto de
autodeterminación, entendido bajo la jerga estalinista del centralismo
democrático.
La Historia no es para
vivir a su sombra; algo así solo es posible cuando se reescribe e interpreta en
función de intereses parciales para servir minúsculos propósitos. El problema,
sin embargo, es que el riesgo de cualquier otra interpretación inexacta y bajo
determinadas circunstancias, nos haga perder el rumbo indefinidamente.
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