Si los procesos
políticos se definen por su origen habría que colegir que fue una revolución
organizada, desarrollada y triunfante bajo la amalgama de factores en su
mayoría de antecedentes e implicaciones inmediatas y menos, ideológicas; a
pesar de que entre sus filas y sus dirigentes principales hubiese alguno que
otro vinculado a argumentos teóricos e históricos, por citar el caso luego
convertido en paradigma, de la revolución bolchevique leninista de octubre en 1917 y después
del intento pequeño-burgués de Kerenski en febrero. Tal precisión guarda ciertas
similitudes a priori con la concepción revolucionaria, agrarista y pequeño
burguesa de la idea de revolución nacional en Cuba, mucho antes, inclusive, de
la aparición del castrismo en escena. Era evidente que pocos, así lo entendían.
Lo anterior explica la
desvinculación entre los representantes del Partido Socialista Popular y la
llamada Generación del Centenario, eufemísticamente encabezada por un gánster como
Fidel Castro, sólo bastaría con echar una ojeada a su “pedigrí revolucionario”
Aún más; sin que mediara mucho tiempo ― históricamente ― los viejos líderes del
PSP (comunistas) bajo la férula del Komintern y plenamente identificados con él,
habían formado parte de la plataforma de apoyo a Fulgencio Batista en vísperas
de las elecciones de 1940 y condonaron su victoria en las urnas en esa ocasión.
Batista los premió vinculándolos a su gobierno con varias carteras
ministeriales.
Esa parte de la historia
(referida al sovietismo a ultranza), muy conocida, se ha de mantener vigente
hasta bien entrada la década de los 50 con ineludibles marcadores en 52,
después del 56 y el desembarco del Granma y hasta la toma del poder en Enero
del 59. Los indicios de que una victoria de las fuerzas rebeldes era posible; EE.UU.,
al retirarle apoyo a Batista y el avance de las guerrillas rebeldes en sendas
columnas encabezadas por C. Cienfuegos y el Ché Guevara de oriente a occidente,
parecían confirmarlo; la dirigencia partidista de los comunistas ( de vuelta al
clandestinaje) decidió el envío de Carlos Rafael Rodríguez al encuentro de la
heterodoxa guerrilla castrista en el verano del 58; en ella se agrupaban integrantes
de muy diversos orígenes que transitaban desde la finiquitada Ortodoxia, la
juventud socialista y algunas organizaciones de visos fascistoides por sus
métodos y vinculadas al quehacer y la violencia de grupo. Todos, en el
movimiento guerrillero y desde diferentes áreas, habían bebido del mismo cáliz,
cabalgando sobre la saturada idiosincrasia política nacional y bajo el insano
ambiente de los alegres gatilleros de la revolución gloriosa y auténtica del
caudillo civilista más popular de la historia nacional republicana: Ramón Grau
San Martín y después del hiato cronológico entre 1944 y 1952.
Puristas martianos que se
decían, imagen con la que el propio Castro se vendía, sobre todo después de la
salida en libertad en 1955 y en consecuencia de la amnistía general decretada y
el exilio en México, conformaban la mayoría de los integrantes del núcleo,
otrora fundacional del 26 de Julio. Tal coincidencia de ideas dispersas entre
los seguidores de Castro es el origen de las marcadas diferencias que
prosperaron tras el triunfo de enero. Fue entonces, nunca antes, que el marxismo-leninismo,
el argumento que como leña atizó el fuego, proporcionó la posibilidad de una
estructuración ideológica. Tan pronto como se dictaron las primeras “leyes
revolucionarias”, sobre todo la de reforma agraria, fue creado el INRA y se
nombró como su director a Carlos Rafael Rodríguez, la fractura se hizo
evidente, la reconciliación imposible y la implantación del totalitarismo un
hecho. Sólo era necesario declararlo y ello se produjo en abril de 1961.
De lo anterior es fácil
inferir que la revolución de Castro no tuvo nada que ver con los conceptos de
socialismo, socialismo marxista, leninismo y ―originalmente ― inclusive, con el concepto
estalinista de marxismo-leninismo. Evaluar los hechos bajo la perspectiva de la
influencia aislada de algunos protagonistas es, sin duda, erróneo. Si seguimos
el patrón de los hechos acaecidos entre 1960 y 1968 y la manera en que se van
vinculando e integrándose como manifestaciones argumentales a través de la discursiva
del líder, queda claro que la integración al esquema ideológico estalinista se
produce por dos razones concomitantes: 1) el temprano enfrentamiento con los
EE.UU. 2) la decantación ideológica a la órbita soviética en el escenario de la
guerra fría como único recurso de alianza política posible, pero a la vez erróneamente
calculada.
Ni Castro era un teórico marxista (ni siquiera era un líder
como muchos de los dirigentes euro-orientales en sus momentos respectivos, con
una formación en los ámbitos del sovietismo después de la muerte de Lenin y el
arribo al poder de Stalin con posterioridad, o herederos de esa tradición) De
seguro, los soviéticos se percataron tan pronto como en octubre del 62 (por sus
acciones durante la Crisis de los misiles), de la vocación de poder absolutista
y totalitaria de Fidel Castro y entendieron que estaba llamado
(entre potenciales virtudes y manifiestos defectos) a ser su hombre en
Occidente. Para ello, contarían con el entourage
de viejos comunistas (marxistas-leninistas ortodoxos) capaces de someterse a la
voluntad del máximo líder y servirle a la vez de contrapeso. Excepción a la
regla, los que en teoría habían estado vinculados a la idea trotskista de la
revolución permanente y se decantaban del absurdo socialismo, no proletario, ni
vinculado al paradigma de la lucha de clases del estatismo totalitario
estalinista. A la mayoría, Castro terminó por meterlos en un saco y colgarles
la etiqueta de micro fracción (1968) para inhabilitarlos políticamente y seguir
el camino de la estatización calcada del modelo soviético, eufemísticamente
matizada por la designación de un término genérico, “despegue” que en el argot
nacional adquiría, sin embargo, una connotación gloriosamente sustancial…a la
larga, intrascendente. El despegue se vio convertido en atasco.
Pero los encontronazos
con la realidad y en consecuencia con la falta de previsión que se fueron
sucediendo uno tras otro, la estatización casi absoluta de la industria
agropecuaria después de la segunda ley de reforma agraria, la eliminación de la
pequeña y mediana propiedad mediante la ofensiva revolucionaria del 68 y la
eslabonada cadena de errores antes y después del fracaso de la zafra de los
diez millones en 1970, lejos de servir como experiencias técnicamente
redituables en lo económico, dieron pie a slogans absurdos como eso de “convertir
reveses en victorias” algo que suena a tautología o cuando menos a una
alienación polisémica.
De manera que el tiempo
tampoco se convirtió en aliado de Cuba y los cubanos y el resultado en lo
político no tiene otras manifestaciones que esas que acercan los mecanismos
puestos en práctica por el régimen al fascismo. Sí, si se mira desde el punto
de vista conceptual, hay más de fascismo en la represión ejercida por el poder
de los totalitarismos de izquierda que de socialismo democrático, marxismo e
inclusive comunismo según la teoría filosófica esbozada en la interpretación
hegeliana de Marx, Engels y hasta el propio Lenin.
Definir la estrategia
económica del fascismo resulta, hasta hoy, cuesta arriba; primero porque si
bien el fascismo es un producto del capitalismo monopolista de estado, nada
tiene que ver con la concepción liberal (o neo) del capitalismo más o menos
clásico y hasta hoy, segundo, porque en la Italia de los años 20 y en medio de
una aparente contradicción, es un movimiento que crece entre sectores
productivos que se identificaban más con el proletariado que con la burguesía
urbana y menos, rural. Mussolini y su mentor ideológico Geovanni Gentile, no se
cansaban de reiterar el carácter popular del movimiento que terminó con la Marcha
sobre Roma bajo la ¿casual? distinción de una frase que en términos y
circunstancias muy parecidas hubo de parafrasear Fidel Castro. Según Gentile: “…dentro
del estado todo, fuera de él nada” Es además sintomático, que Castro advirtiera
tempranamente a los intelectuales (ese grupo tan incómodo a los revolucionarios
profesionales) que: “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada”
(junio, 1961)
Luego en la elaboración
y aplicación de mecanismos represivos el Fascio
de Combattimento, el
nazi-fascismo y el estalinismo configuran y manifiestan una estrecha relación. “Yo creo que Stalin es peor que Hitler. Este
era un asesino frío, pero aquel se
recreaba en la crueldad”, ha dicho Esteban Volkov Bronstein (92), único nieto vivo de León Trostki, guardián y
custodio de la herencia y museo del líder bolchevique, asesinado en 1940 por
orden de Stalin en su refugio de la colonia Coyoacán en Ciudad México por el
sicario Ramón Mercader (comunista español) De tal suerte, ¿qué separa al Gulag
y los campos de exterminio nazi-fascistas desperdigados en la geografía europea
antes y durante la Guerra?, ¿qué a las víctimas del exterminio de millones de
campesinos georgianos, mediante el mortal efecto de la combinación hambre-frío
en los tiempos de la colectivización impuesta a ultranza por el “padrecito”
Iosef y los crímenes de millones de judíos después de ser utilizados en
experimentos de eugenesia para luego ser exterminados?
De las jerarquías del
estado totalitario y amén de su comportamiento ideológico, donde los extremos
se tocan y hay evidencias que se inscriben claramente en la indagación y
recomendación de académicos y teóricos, tampoco se desprenden diferencias muy
notorias. En eso de sometimiento a la voluntad ―centralismo democrático según
el marxismo-leninismo ― y el culto irrestricto a la personalidad del líder hay,
casi, una tradición común. Ciertamente,
bastaría con desempolvar a H. Arendt, K. Schmitt, también digo, reencontrarse
con lo que nos cuentan, desde ópticas disímiles, Paz, Russel y hasta el mismo
S. Zizek sobre la ideología y su influencia.
De tal suerte, y si
pretendemos llegar a un destino transitorio aún, pero que nos permita arribar a
conclusiones, por la misma razón ― temporalmente indefinida―, hay que decir
que el estadío real de la situación política y social del Estado cubano de hoy,
no responde a ninguna definición teórica conocida. Quizás sea por eso que los
que allí gobiernan y sus adláteres, hallan creado esa categoría de Socialismo
del Siglo XXI (*), capaz de complacer el ego en extinción de un “líder” y
satisfacer, a la vez, la egolatría de otros cuya perspectiva y sin denuestos
mediante, se ajusta a una muy limitada argumentación incapaz de enfrentar otros
retos más allá del pulso de la fuerza. Parece que el destino de hoy, venía ya
en andas de la improvisación conveniente; es el plausible argumento para
cualquier interpretación torcida de la Historia.
(*).- El término, de la autoría del sociólogo alemán Heinz Dieterich fue asumido por el principal inspirador de la tendencia en latinoamérica, Hugo Chávez, de quien Dieterich fue uno de sus mentores y asesores; luego, entre ellos sobrevino la ruptura al considerar Dieterich que nada de lo que hasta hoy prevalece en Venezuela tiene vínculos sustanciales con lo que expone y esboza su teoría
(*).- El término, de la autoría del sociólogo alemán Heinz Dieterich fue asumido por el principal inspirador de la tendencia en latinoamérica, Hugo Chávez, de quien Dieterich fue uno de sus mentores y asesores; luego, entre ellos sobrevino la ruptura al considerar Dieterich que nada de lo que hasta hoy prevalece en Venezuela tiene vínculos sustanciales con lo que expone y esboza su teoría
José A. Arias-Frá.
Octubre 31/17
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