La situación de
Venezuela es preocupante; más allá de lo que puede concluirse de las imágenes
que vemos y con el devenir de los días, se enquista y produce el peor de los
resultados, muertos que contados en números no se justifican. Algo así, nunca
debe suceder sin que tenga consecuencias fundadas en la vergüenza
colectiva, propia y ajena.
En ocasiones, la
discreción producto del origen nacional obliga al silencio aunque ese no
deba ser el resultado. La causa de la preocupación no es singular y debe
reiterarse: ¿qué puede suceder en el país en un plazo inmediato?
Se trata de un gobierno
que se dice revolucionario y socialista (por supuesto, a la cubana, y en ese
sentido bien se sabe el significado) Los antecedentes de una situación como la
que allí se verifica andan más cerca de Hungría 1956 y Checoslovaquia 1968, casos en que la rebelión popular anticomunista fue directamente reprimida por la
intervención soviética apoyada por acólitos locales. Lo que
aconteció años después tras el derrumbe del Muro de Berlín en el 1989 fue la evidencia de que,
de no haber existido un bloque estalinista, las cosas hubieran podido ser diferentes.
No existe paradigma, es
evidente. El mundo bipolar de la post-guerra se debatía entre los avatares de
la guerra fría y, en el ámbito de Latinoamérica, el poder se dilucidaba entre
dictaduras de derecha, irredentos populismos, oligarquías afiliadas a la
tradición del autoritarismo político y la excepción cubana, que no por
casualidad trató de vincular sus propósitos al expansionismo soviético, del que
era su único y principal representante en esta parte del Planeta. Por cierto, mediante una visión un tanto ilusoria, pero marcadamente interesada con relación a Venezuela. Así, quedó demostrado al llevar a cabo dos diferentes intentos de intervenir en ese país.
El estado de cosas al
que se ha llegado, ha sido revisado y evaluado de acuerdo a los cánones del
efecto causado por una situación prolongada de diecisiete años, capaz de
fluctuar entre el reconocimiento político de un gobierno de corte popular que
para muchos se justificaba y que consiguió el respaldo en las urnas de sus
connacionales, para llevar a Hugo Chávez (un exmilitar golpista y convicto) al
poder. Eso es historia, y lo es, en cualquier sentido. Hoy, el mismo partido,
el mismo populismo desordenado e indolente, se ha trocado en una desfachatada
dictadura que arremete contra los que se le oponen sin limitación y absoluta carencia de escrúpulos.
En el sentido de tal
afirmación, se han despejado muchas incógnitas; una muy importante, aquella
referida al hecho de cuál sería la respuesta de las instituciones armadas, si
masivamente los que ya no aguantan, los que se oponen al gobierno, se lanzan
a la calle a protestar (pacíficamente o, ni tanto ―lo que en cualquier caso se
justifica, cuando no es el control de las acciones individuales, lo que resulta
procedente entre la población)
En un ambiente de
violencia total como el que hoy prevalece en muchas calles de importantes
ciudades del país, ya es un hecho que los representantes de los diferentes
cuerpos armados sí tiran y además, tiran a matar ¿Cómo, si no, se explican los
muertos habidos hasta ahora?, los que ya se produjeron antes en 2014, cuando
las revueltas de febrero, a las que el gobierno llamó y continúa llamando “guarimbas” y les atribuye el ser apoyadas por
“el imperialismo yanqui”, otrora representado por Obama y ahora por Trump y en
improcedente afán de reiterar el desgastado argumento ¿Qué más puede alegar un
grupo de personas agavilladas para tratar de ejercer el control de un Estado
fallido incapaz de resolver las necesidades más acuciantes de su población y
cuya propia acción los condena? No es factible pensar en términos de una lógica
elemental; porque de lo que se trata es de transitar de lo pretendidamente sublime a lo efectivamente ridículo mediante la asunción de una posición de fuerza.
No es de dudar que así sea.
Bajo variantes específicas y determinadas por la causalidad de los hechos, ha
sucedido en China comunista (Tianamen) y en Cuba (maleconazo en el 1994) Aquí,
la diferencia radica en dos aspectos específicos y relevantes: para las
actuales manifestaciones en Venezuela, la duración en tiempo resulta muy prolongada
y los muertos demasiados en una confrontación entre civiles que no poseen armas
y policías, guardias nacionales y fuerzas antimotines equipadas para el
ejercicio de la represión.
Al parecer, ninguno de
los dos bandos está dispuesto a ceder pero la fuerza, factor de importancia en
cualquier pulso, está de parte del autoritarismo de los sectores más radicales
del PSUV encabezados por Maduro, Cabello y compañía. Cualquier estrategia inmediata de la oposición, ahora en la calle y a la zaga de los
designios populares, debe incluir la evitación del desgaste al que, sin dudas,
está apostando el gobierno.
La pregunta, aún sin
respuesta, sigue siendo: ¿cómo se ha de manejar la oposición integrada en las
variopintas entidades políticas que la representan ― a partir, inclusive, de su
participación en la Asamblea Nacional? Hay más aún; ¿cómo puede desempeñarse un
gobierno como el encabezado por Maduro y su gente, contando con un benévolo 20%
de la opinión popular en su respaldo y en medio del descrédito de haber
masacrado sin contemplaciones al 80% restante entre los que se le oponen?
Tales cuestionamientos
crean un ambiente inédito, porque aquí, no se trata de egipcios,
coptos y musulmanes, acampados en la Plaza Tarek de El Cairo pidiendo la salida
de Mubarak tras largos años gobernando en contubernio y con mano de hierro y,
en añadidura, aquejado de la salud y diezmado por el desgaste del poder. La acotación
es válida, porque más de uno quiere forzar similitudes que no existen por
intermedio de comparaciones que no vienen al caso y cuestionamientos
improcedentes. Aquí, las primaveras quedaron atrás y diluidas entre promesas incumplidas, se producen los embates de un clima que sofoca y destruye las esperanzas de cualquier mejora.
Las dos interrogantes
principales definen, en los límites de la evaluación del conflicto, lo
que de inédito tiene. En gran medida, quien sea capaz de encontrar las mejores
alternativas y dar una respuesta consecuente, se verá enfrentado a los
pormenores de una posterior definición de las circunstancias políticas. Parece
evidente que, en tal coyuntura, el desgaste de los que gobiernan junto a la
culposa actitud que asumen, y a la larga, los hará llevar la peor parte que debe incluir la desaparición definitiva de su influencia. Eso, parece que hasta los que se empeñan en defenderlos, lo saben.
Lo único cierto es
que todos los dilusivos propósitos relativos a que el gobierno ejerce un
mandato popular, que sus instituciones son una representación fidedigna de sus
intereses, que los cuerpos armados están para defender a la población de la
delincuencia y por el establecimiento del orden y la disciplina social; son evidencia
de una estafa colectiva nunca antes evidenciada de manera tan fehaciente.
Al pretendido gobierno,
la población le pide cuentas y lo viene haciendo de manera consecuente y
convincente. ¿Quiénes deben convertirse por fuerza en la resonancia y la
amplificación de la protesta que sin dudas conforma un movimiento social y
político? La respuesta es obvia y deberá ser la que sea capaz de dar
la opinión pública internacional, los gobiernos democráticos y las
instituciones que junto a las organizaciones que dicen defenderla, deberán
fomentar la formación de un bloque de presión permanente cuya magnitud no pueda
ser vulnerada por un gobierno abusivo, encabezado por vulgares delincuentes ―algo que no parece estar a
discusión― e incapaz de encausar, ya, bajo cualquier
circunstancia, los destinos de una nación como Venezuela. Esa es la verdadera
lucha por la libertad y con las diferencias coyunturales del caso, debe verificarse
aquí a la mayor brevedad posible. De lo contrario, no sólo perderán los
venezolanos.
José A. Arias-Frá.
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