La gran tragedia de
Venezuela es que constituye una fidedigna representación de eso que hoy se
define como “Estado fallido”
Lo es, porque, aunque
el gobierno consiga conjurar este nuevo pico de la crisis, no es capaz de
solventar las razones que la motivan y sería sólo cuestión de tiempo para que
se produjera una situación similar en medio de un ambiente de luctuosa e
injustificable redundancia. En tales condiciones, ningún Estado puede ser, mínimamente
funcional.
La crisis sistémica,
estructural, además, no es solamente la evidencia de un desencuentro político
entre sectores opuestos de la sociedad; es el resultado de la injustificada
prepotencia de una administración incapaz, conformada por funcionarios que priorizan
argumentos ideológicos amalgamados en la insensatez, bajo la influencia crónica
de la dependencia económica fundada en la mono-producción petrolera. Algo que no
es nuevo y en cierto sentido, un antecedente negativo de vieja data. Ya Arturo Uslar-Pietri
(1906-2001) lo había advertido en 1938: “debemos sembrar el petróleo”, dijo, y
nadie le hizo caso.
Si bien bajo
condiciones de relativa solvencia y en el contexto de un desenvolvimiento
político atenido a las alternativas vigentes en los límites de la multilateral
representación partidista ― civilista además con excepción del régimen de Marcos Pérez Jimenez en tiempos más recientes ―, los argumentos de la democracia
lograron supervivir; llegado el momento en que las limitaciones a la verdadera
democracia (1998), desembocaron en la conjunción con el experimento político
del chavismo, todo lo que ha venido sucediendo hasta hoy ha dado lugar a la
existencia de la peor de las recetas. Tanto así, que los propios seguidores,
incondicionales socios iniciales del presupuesto chavista sostenido a punto de
chequera, han tomado distancia con disimulada discreción del experimento.
Otros, es evidente, sólo lo han apoyado por conveniencia y/o la crónica y necesaria costumbre
del parasitismo coyuntural e indefectiblemente concebido.
El Estado (pretendido
gobierno) venezolano, llegado al punto en que se encuentra y bajo las actuales
circunstancias (internas y externas), es incapaz de recuperar la
representatividad necesaria para gobernar debido a que su imagen fracturada es,
políticamente, un hecho sobreseído. Su único posible desempeño en el contexto
es mediante el ejercicio de una dictadura, lo que, precisamente, ha sucedido
y hará que cada vez, sean más frecuentes y críticos los argumentos de la
crisis.
¿Qué es lo nuevo en este
caso? Primero: se trata (ahora manifiestamente) de una dictadura que se dice socialista, de
izquierda y revolucionaria, pero no es producto de un proceso típico y de
desmonte de las instituciones por la fuerza de las armas o de la imposición de
un régimen factual a cualquier plazo. Tampoco el de la victoria en las urnas de
una coalición partidista, más bien del éxito personal de un caudillo, ex-militar y golpista. De ello se infieren sus limitaciones en el pulso
social, que han limitado el ejercicio del poder totalitario o la han puesto en
evidencia cuando, como bajo Maduro, ha pretendido imponerse sin ambages.
Lo que ya se avizoraba
desde los primeros años de Chávez en el poder, ha desembocado en un proceso de radicalización cuyo elevado costo el país, a pesar
de los recursos en hidrocarburos y los elevados precios durante la bonanza
petrolera, no ha podido pagar y, terriblemente administrado por una cuerda de
incapaces y corruptos sin escrúpulos, ha terminado por ser conducido a la
situación en que se encuentra; algo que hubiese costado imaginar, aún para los
que pueden entender las consecuencias del poder ejercido por los operadores
políticos del populismo instigado por la autodenominada izquierda socialista,
ortodoxa y radical e incubado en las mentes mesiánicas de sus representantes.
Segundo: el desenlace,
que en algún momento tendrá que sobrevenir, ha venido dándose en condiciones
también novedosas. Parece evidente que el alto grado de compromiso de los
militares de alto rango y nivel de decisión, con el ala civil de los elementos
que militan en el PSUV, a cualquier nivel y hasta el ejecutivo, les impide
tomar posiciones en cualquier sentido contra sus acólitos y en función del
malsano compromiso aludido.
En el sentido de lo
anterior, el desenvolvimiento de los hechos está marcado por la influencia de
la participación popular, que aquí es paradigmática en tanto tiene que incluir
a los sectores, cada vez más numerosos, de ex militantes chavistas desengañados
por lo que a la larga ha venido a convertirse en una verdadera frustración,
inclusive, en el plano inmediato e irreversible de la factual materialidad. El
hambre, no “tumba” regímenes, cierto, pero bien puede acelerar su caída en
circunstancias como las de Venezuela donde, aún, las personas pueden demostrar
su inconformidad con los factores que la generan y desencadenar una reacción inédita en función de su propio origen.
Hoy escuchaba a Freddy
Guevara, joven asambleísta (vicepresidente de la Asamblea Nacional) en
representación de Voluntad Popular, referirse a la estrategia que debe seguirse
y su conclusión al respecto me pareció lucidamente lógica. Tenemos que apostar ―
dijo ― a que el gobierno se desgaste en el enfrentamiento a nivel de calle
frente a los que nos le oponemos, sólo así conseguiremos que cada vez sean más
los que se convenzan que han defendido una causa equivocada y pasen a engrosar
nuestras filas. El lapsus temporal es directamente proporcional al empleo de la
represión por parte del gobierno.
No sería la primera vez
que esto sucede, agrego, y aunque cada caso tiene sus particularidades, los
comprometidos sin opción de arrepentimiento están condenados, de una forma u
otra, a quedarse solos. Lo que les pueda suceder dependerá, en cualquier caso,
de su interpretación acerca de los antecedentes, plenamente documentados y bajo
disímiles circunstancias. Los límites han sido transgredidos, eso significa que
no existe posibilidad alguna de enmendar errores y ni siquiera los pacifistas
por antonomasia, la iglesia y la curia que la conforma, alientan la idea de la rectificación
atenida a cualquier dudosa componenda.
José A. Arias-Frá.
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