Para tratar de crear justificaciones siempre hay argumentos, sobre todo si
se cuenta con el control absoluto del poder y explorar el lado más vulnerable
de la coyuntura se ofrece como garantía de un resultado aparentemente
redituable. Esa es la conclusión del gobierno venezolano al introducir, una vez
más, el asunto del sensible tema de la frontera con Colombia.
Sensible, porque se trata de un límite geográfico sobre el que ambas partes
han mantenido una falta de control que ha hecho porosa y vulnerable la
actividad que, en lo económico, es vital en el caso de los dos países y en
condiciones de normalidad debería resultar armónicamente provechosa. Mucho antes de permitir
que el asunto se viera politizado en extremo y se halle –como es el caso-
convertido en argumento de rivalidad por Venezuela, debió imponerse la
previsión y el gobierno colombiano sentirse compelido a asumir sus
responsabilidades en el asunto. Aquí, permitir el margen al “dejar hacer” favorece
la malsana intención de Maduro y su gobierno.
Sensible, además, porque se trata de una confrontación en que la visión
ideológicamente totalitaria no permite opciones a la hora de componer las cosas y
culposamente utiliza los compromisos para manejarlos a su antojo. En
consecuencia, Maduro ha tomado la iniciativa y abiertamente
presiona a Santos: “…estoy dispuesto a dialogar, pero las
condiciones las pongo yo” ha dicho Maduro. Sin embargo, tras haberse celebrado
dos encuentros oficiales entre cancilleres en Cartagena de Indias y Quito, -más
uno extra-oficial en Costa Rica- en el escenario de los acontecimientos las
cosas no parecen haber cambiado.
La reunión en Quito tuvo carácter privado; pero el canciller ecuatoriano,
Ricardo Patiño, se permitió hacer declaraciones a la prensa exaltando el “buen
tono” para el entendimiento y la posibilidad concreta de que se produzca una
reunión entre los mandatarios de ambos países. Posiblemente en los próximos
días, quede determinado dónde y cuándo. Para el gobernante venezolano, más que
para Santos, significa arribar al punto culminante de su estrategia.
El diferendo actual es, según alega Maduro, el resultado de la copa
derramada por la gota que la colmó – la agresión a tres militares y un civil
por un grupo de “sicarios paramilitares” procedentes de Colombia en San Antonio
del Táchira. La determinación del agredido; cerrar varios kilómetros de
frontera y decretar estado de emergencia en ellos y otras diez poblaciones fronterizas.
De inmediato el “agredido” se convirtió en agresor y amparado en la búsqueda –aún
sin resultados concretos- de los ejecutores del crimen, ha trocado el hecho en
una cuestión en defensa del honor patrio; algo muy conveniente para él ante el
desgaste interno del gobierno del PSUV y visa
vi las elecciones del próximo 6 de diciembre para diputados en la Asamblea
Nacional. Manifiesta ha resultado la intención de querer atribuir a los
problemas internos de Venezuela, un origen foráneo. No es de absoluta garantía
que pueda lograrlo, pero detrás de la hipocresía diplomática que caracteriza a
los organismos regionales –OEA y UNASUR- el “irrestricto respeto a la
autodeterminación de los pueblos” sigue siendo un argumento válido a la vez que
intangible, un argumento de la demagogia y las campañas de las ONG, agua que se
vierte en un canasto. Para Maduro, es más fácil desarmar autodefensas que combatir criminales.
Aunque Santos ha endurecido su discurso con frases como “la revolución
bolivariana se está autodestruyendo” o “…hay alguien empeñado en echar pólvora
al conflicto...”, sabe que otros caros propósitos de su gobierno como las próximas
elecciones regionales de octubre y el más importante: las conversaciones de paz
con las FARC en La Habana, Cuba; se pueden ver afectados tangencialmente como
resultado de la presión ejercida desde Venezuela. La opción que Maduro pergeña es la de
ganar-ganar; ganar tiempo, tratar de legitimar sus propósitos envolviéndose en
la bandería del chauvinismo, desplazar el vórtice de la catástrofe de su
gestión a un conflicto de carácter internacional y tratar de revertir en lo
posible el fracaso evidente de su mandato. Lo que busca son resultados a corto
plazo, enmarcados en un “timing” que, según entiende, se proyecta en su favor.
Es seguro que cualquiera que pueda ser el resultado, el resto de su guión ya
está escrito.
Habrá acuerdos, apretones de mano e interpretaciones a futuro de polémicas
cuasi seculares basadas en el derecho internacional y que serán remitidas a las
instancias pertinentes. En cualquier caso, Maduro verá cumplido su objetivo
porque a diferencia de Santos y por razones obvias, la “legalidad” en Venezuela
está determinada por él y con espetar cualquier adjetivo capaz de minimizar la
opinión disidente y según ha sido la costumbre, reafirmará su imagen entre sus
seguidores. Habrá que esperar al resultado de una contienda electoral donde los vaticinios no suelen coincidir con la realidad y abundan los émulos de Houdini.
Mientras, los colombianos y venezolanos en la frontera cargarán, de la
misma manera que han hecho con los precarios enseres rescatables, el pesado fardo
de la culpabilidad que se les ha impuesto.
José A. Arias-Frá
Septiembre 12, 2015.
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