Aunque desde tiempos ya remotos y superados, fue siempre igual; la
ignorancia de lo que bajo ciertas circunstancias políticas se define como “masas”
al tratar de equiparar el concepto con el de pueblo, ha sido un pecado de
apreciación de los llamados socialistas marxistas y todos los que pretenden parecérseles.
Por esa vía sólo es posible alcanzar la insensatez que a muchos les causa
estupor e inexplicablemente motiva la hilaridad como parte de la crítica cuando
las consecuencias pueden ser muy preocupantes y las razones, aún más.
Al hablar de “masas” el entorno en el uso del concepto suele tener
cabida y amplia aplicación entre los que se conciben y se ven a sí mismos como
redentores a la vez que gestores de una “justicia” que no pervive en la realidad, siempre
estructurada ventajosamente tras hacerse con el poder. Es el caso de los socialistas
marxistas y de los comunistas, pero no solamente en esas circunstancias “las
masas” son engañadas por imberbes que toman ventaja de las coyunturas –absolutas
o relativas- y en el caso de los dictadores de derecha, el mecanismo
sociológico de la coerción a partir de la ignorancia, es premisa capaz de
determinar resultados semejantes. A veces, dependiendo de las circunstancias,
algunos gobernantes que dicen ser demócratas se valen de la demagogia para llevar
a cabo sus propósitos. Sobraría citar los ejemplos de quienes se amparan en el
populismo para cebarse en la corrupción sin ambages, ni pudor.
De manera que si enfocamos el análisis de la situación como una simple
ecuación en la que se hace posible cancelar algunos términos, llegamos a la
conclusión de que la ignorancia colectiva y la superficialidad en el
entendimiento –o su ausencia absoluta- son un producto inmediato de la falta de
educación que, de no existir o ser mal interpretada como parte del adoctrinamiento
colectivo, siempre e invariablemente tendrá las mismas consecuencias.
Una simple observación de las evidencias nos permite la afirmación anterior. En
medio de regímenes dictatoriales y totalitarios de izquierda o derecha, hay solo tres tipos de ejecutantes:
(1).-aquellos que gobiernan y alegan proceder de ese sector que constituye una
amalgama conceptual a partir de la que suelen acumular ventajas y no sin cierta
osadía que les es característica y común, alegan representar, (2).-los
oportunistas de ocasión que distinguen entre las ventajas del uso y disfrute
del poder absoluto y terminan por darle prioridad, a contrapelo de lo difícil
que resulta alcanzar objetivos personales a corto plazo en medio de la
competencia verdaderamente democrática y (3).-las víctimas, que como pedestal
para su ascenso y la consecución de espurios objetivos le sirven de plataforma y sostén a
los dos grupos anteriores. Desgraciadamente, el último grupo interactúa sin
conciencia de los efectos de su incapacidad.
A veces y con bastante frecuencia el adoctrinamiento se confunde con
educación y suele ser aceptado como una ventaja loable en sociedades de corte
social-marxista y totalitario. Para evadir los peligros de esa trampa habría
que distinguir entre educación, liberalmente interpretada –uso el término fuera
de cualquier contexto político- y educación de “las masas”, no por
casualidad encarada como el instrumento que las haga capaces de responder en
una sola dirección. Para quienes saben de lo que se trata, es absolutamente
explicable esa supuesta gratuidad de que tanto blasonan los regímenes
totalitarios porque en la interpretación de quienes gobiernan es la única
manera de crear una infraestructura educativa que responda a sus intereses y
descarte como insustancial, por ejemplo, el ejercicio de la libre cátedra en las
universidades. Aquí, la falta de una verdadera educación se pone de manifiesto
como parte de una cadena de efectos que van estableciendo sus límites e
imponiendo sus conceptos: el sujeto, no es educado intelectualmente para ser
capaz de llevar a cabo una interpretación; es adoctrinado para que responda a criterios
pre-establecidos sin dejarle la más mínima opción.
El arquetipo puede aparecer bajo el concepto de una “formación”
teóricamente austera e intelectualmente amañada y el cerco sobre el individuo
comienza a establecerse a partir de argumentos netamente políticos como la
falta de libertad de expresión concomitante con la falta de información y la
carencia de libertad de prensa, por ejemplo; de ahí el afán de comenzar por la
aplicación de un férreo y estricto control sobre los medios, común a todos los
regímenes totalitarios. De ello, y como cura de una enfermedad crónica que
suelen atribuir a la democracia, la cuidadosa dosificación en las políticas de
publicación de lo que las personas puedan leer, decir, mirar, escuchar y aún pensar; constituye
un caro objetivo del adoctrinamiento a cualquier nivel. Aunque cuestiones como
aquello del “hombre nuevo” y otras entelequias por el estilo que parecen hoy
parte de la pre-historia de la post- modernidad no se tomen al pie de la letra, no
significa que pueda dejar de ser el propósito cardinal que se persigue y que tales
afanes hayan dejado de constituir el aliento de quienes ejercen el poder (siempre
agrupados en los dos primeros sectores que anteriormente acotaba)
Desde épocas remotas el advenimiento y aplicación de la democracia, entró
en contradicción con el ejercicio del poder totalitario –baste echar una mirada
a la historia de Grecia en tiempos de la polis y la democracia ateniense,
contrapuesta a los afanes totalitarios del militarismo espartano y la dictadura
de Solón. Aunque no es necesario historiar al respecto, el efecto de los cambios y desde
aquellos tiempos, condujo a un deterioro del desarrollo cultural que puso en
vilo sus conquistas. Luego, el oscurantismo medieval -concepto amañado y muy relativo- caracterizó una buena
parte del Medioevo europeo y no fue hasta que se liberaron del oprobio cultural
las fuerzas productivas con el advenimiento del capitalismo, que las cosas
empezaron a cambiar. En consecuencia, si seguimos con la propuesta de concebir
y conducir el análisis cancelando los términos de una ecuación que en teoría es
cultural y socialmente válida; llegamos a la conclusión de que el
adoctrinamiento es a su vez, premisa y resultado para el ejercicio del control
de “las masas”
¿Es acaso casual que el pensamiento expresado en otras direcciones dentro de
estas sociedades se considere pecaminoso e inviable? Por supuesto que no. El
que disiente paga muy caro su osadía al trascender los límites –ahora sí,
políticos- de lo conceptualmente delimitado y permitido y llega a ser y parecer
tan soez la oposición a la discusión y el diálogo, que ambos efectos –posibles y
plausibles en cualquier otro contexto- quedan sepultados bajo la soberbia –siempre
abyecta e ilimitada- de los conculcadores del derecho, otro concepto que no ha
lugar sin que se halle complementado por una caterva de adjetivos incongruentes
que nada tienen que ver con su significado real. ¿Es posible explicar la
virulenta oposición a la expansión mediática –entre defectos y virtudes- que
los avances tecnológicos han favorecido en la contemporaneidad inmediata? Por
supuesto que sí, todo ello se traduce en un recurso muy difícil de neutralizar
para los “comisarios”, artífices del adoctrinamiento.
Por último creo necesario considerar el doble efecto negativo que causa
confundir educación y adoctrinamiento. Lo primero predispone y arma al hombre
de argumentos comparativos comprobables y factibles de ser corroborados o
descartados –ello representa la validez intangible del concepto sociológico, ontológico; de
la interpretación en las sociedades abiertas y democráticas. Lo segundo, es
degenerativo y tiende a la involución; como es el caso y resulta observable, en
el deterioro absoluto de la verdadera educación como contraparte del
adoctrinamiento en sociedades estructuradas sobre la base del ejercicio
totalitario del poder. La degeneración de las costumbres, la falta de valores y
la minimización inconsciente de su importancia en las sociedades víctimas del
adoctrinamiento, son la imagen única que puede ser capaz de ofrecer el
empecinado esfuerzo de limitar el pensamiento y conducirlo en unívoca, amañada
y equivocada dirección.
El asunto, por momentos, llega a parecer ridículo e inexplicable por el
hecho de que ignorantes oportunistas ejerzan el poder; pero, sin dudas, es más
preocupante de lo que parece; denota muchas lagunas en la formación de nuestros
pueblos que han debido padecer, o aún padecen, la voluntad de histriones de
escasa talla intelectual, pero; ¿y qué con los que los apoyan? No debe ser
normal que la ignorancia se expanda como la verdolaga en un potrero y “las
masas” pierdan la capacidad de distinguir entre ser víctimas y liberarse. Ello
es precisamente lo que pretenden los adoctrinadores de oficio. Los pueblos no
conforman una masa maleable y manoseada que termina convertida en hogaza de pan
digerible por el apetito de los ignorantes; tienen su historia, su identidad,
su folclor y sobre todo, deben tener principios que no pueden ni deben olvidar.
José Antonio Arias-Frá.
Junio 09/2015.
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