Leer para informarnos sobre los acontecimientos importantes que a diario suceden en el Planeta no siempre es tarea
fácil. Primero porque suelen ser demasiados, luego porque al tratar de
perseguir, desmenuzar y contextuar una noticia, eso que los periodistas llaman “seguimiento”
o que a veces denominan “saga”, no siempre se ve reflejado en resultados
consecuentes.
Las razones van desde la incapacidad de la clásica prensa plana para
competir con las redes informáticas, su velocidad y la diversidad de criterios
que suelen exponerse. Hoy se hace más fácil opinar sobre un tema, que
informarse concienzudamente acerca de él con prioridad. Desde jefes de estado
hasta anodinos personajes, cualquiera engrana una andanada de versiones que en
ocasiones nos dejan en el aire y los ponen a ellos en ridículo. Donde todos
opinan, el efecto de las tendencias a contrapelo, puede convertirse en especie
de caleidoscopio con resultados enajenantes. Ejemplos sobran y no viene al caso
citarlos.
¿Cuál es el problema? Para mí, y según pienso: encontrar lo que más se
acerca a la verdad. Desde el punto de vista de la diversidad de criterios no
suele haber una sola, tampoco una mentira, capaz de descarrilar hechos para ser
expuesta como una versión amañada de los acontecimientos y hacer válido aquello
de que todo es según del color del cristal con que se mira, ello para nada, es
afín con la tan mencionada objetividad.
Como cada vez el periodismo de opinión se hace más difícil, sobre todo por
las dificultades que puede acarrear a quienes lo practican, los contenidos en
los famosos 140 caracteres del Twitter, las opiniones manifiestas en
la red social Facebook y eso que llaman el mundo de la “blogósfera” –en el que
debo incluirme- están terminando `por imponerse y ganarle la batalla al sentido
común en muchos casos. El peor resultado que se obtiene, es dejar a un lado la
alternativa de encontrar en el contenido aquello que educa al que pretende
informarse, desconociendo tal propósito para sepultarlo bajo el afán de la
inmediatez y la popularidad. No debe olvidarse que informar es, en gran medida,
contribuir a la educación de los lectores potenciales.
Tanto así, que la inmediatez gráfica en las redes llega a conformar
criterios colectivos que desplazan el tratamiento en profundidad de algunos
temas y quienes se mantienen al tanto de ello han sabido aprovechar muy bien la
circunstancia. Recientemente, por ejemplo, leí un extenso trabajo sobre el
desplazamiento de la crisis en Siria con su trágico aporte de más de 250 000
muertos y 2 millones de desplazados, por el efecto del terror colectivo que las
visiones de decapitados, quemados vivos, cristianos crucificados y otras
terribles expresiones del terror nos proporcionan en versión bajo el efecto de
depuradas técnicas cinematográficas; el autor llegaba a la conclusión, al
criticar el hecho, de que Bashar al-Asad hoy puede parecer un elemento disuasivo
en el cual apoyarse como parte de la estrategia para enfrentarse al Estado
Islámico; un personaje “medio bueno y medio malo” y al que sólo se le menciona
ocasionalmente, mientras su ministro de relaciones exteriores se digna a
recibir a un nuevo “enviado de paz” de las Naciones Unidas.
El consumismo informático es en consecuencia el verdadero “trending
topping” oculto tras la disímil y a veces inexacta información que las personas
suelen cargar en sus bolsillos y a la que por su innegable y absoluta fluidez nadie
escapa: ni creadores –que compiten por el liderazgo- ni consumidores que pagan,
mediante una cuenta telefónica, un festinado nivel de información. No debe
malentenderse la importancia de tales vías de acceso, ni su necesidad;
tecnología y globalización van de la mano, pero a mi entender hacen que las
personas, cada vez más identificadas con la modernidad, se alejen de la opinión
sabia, cabal y concienzuda de verdaderos expertos, brillantes comunicadores que
solían practicar el periodismo de opinión hoy en extinción, haciéndose común
que, en calidad de dádiva, llegue a ofrecerse sin que le importe demasiado a
alguien. Leí un artículo firmado por un brillante escritor y periodista que,
sin ser precisamente sobre el tema, lo pone en evidencia. La retribución
económica dicta la pauta a seguir y nadie “por amor al arte” está dispuesto a
sacrificarse al extremo de contraer riesgos personales ¿No es eso un
disparate?
El escalafón en que el uso y abuso de la tecnología sitúa a la información
noticiosa suele concederle plazos muy breves entre lo sucedáneo y es ahí donde
aquello del “seguimiento” y la “saga” se difuminan entre el abrumador caudal de
acontecimientos para darle prioridad a lo que no siempre debe tenerla. Todos
pretenden saberlo todo y nadie, absolutamente, sabe realmente nada. Ese es el
corolario que observo aun en mi medio aledaño y cotidiano. Cada cual “siguiendo”
–más bien persiguiendo- lo que otros dicen para perderse en el oscurantismo de
la popularidad del informante sin parar mientes en la veracidad, el conocimiento
y la investigación. Ello procura que eso que los periodistas citan como
“fuentes” puedan ser más torvas, aleatorias e inconsistentes; algo muy
preocupante y que también ha hecho decaer otra de las manifestaciones
importantes del periodismo; la investigación en sus dos versiones
complementarias: in situ y en teoría,
vinculada al conocimiento de los hechos que avalan la noticia. En términos que
más bien parecen bursátiles, se alude a que resulta caro e incosteable.
Parece que se acerca el momento en que se hace necesario que los “nuevos
medios” desarrollen una estrategia capaz de hacer que las personas estén mejor
y más cabalmente informadas con respecto al mundo en que viven y, en el caso de
asumir que dicha estrategia exista, deje de ser la menos socorrida para quienes
piensan que el “glamour informático” radica en lo que a alguien se le ocurrió
decir en la WEB y mediante el uso de sus instrumentos. Si en la vida moderna el
tiempo apremia, es también apremiante evitar el malicioso y negativo efecto de
la desinformación.
José A.Arias Frá.
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