Hace un tiempo que este asunto acicatea mi imaginación y quien escribe sabe
que una idea es como un parto, debe materializarse en las cuartillas y nacer
para ver la luz. Según se acepta y clasifica, establece su fisonomía y puede
constituirse en objetivo de diferentes alternativas de juicio. He aquí un acto
de exorcismo, no de contrición.
A veces su concepción (la que se define entre el sujeto y su pensamiento) tan
febril y sinuosa, como la unión de dos que genera la existencia de un tercero; el
embarazo emocional es resultado del compromiso entre la vida y la imaginación. Una
inquietud que se convierte en irresistible y no admite dilación. En ocasiones,
motiva la ficción y en otros casos, argumentos que deben ser expuestos.
El asunto al que me refiero tiene poco de relato, de historia vinculada a
un tiempo y menos aún, de cuento: está concebido atemporalmente, la
relatividad de su vigencia es permanente e insalvable y vital el pálpito de su
cotidianidad.
En términos de resumen, se piensa en lo que fuimos, somos y seremos. Pero al
menos tenemos la capacidad de recordar y la posibilidad de encontrar una línea –imaginaria-
que le da consecuencia a la temporalidad de la vida. Con relación a lo primero:
“lo qué fuimos”, nos encontramos con vivencias irremediables que, quiérase o
no, sentaron pauta y de las que no es posible arrepentirse. Al enfrentar “el
somos” y en directa introspección, lo válido es el balance entre lo bueno y lo
malo ¿Era la equivocación el permanente atributo de las actitudes? o ¿eran las
actitudes de otros las que decidían el contexto para no dejarnos ser?
Conceder validez a esos cuestionamientos es posible, únicamente, tratando
de entender cómo fuimos, lo que somos y lo que podemos ser – algo difícil. Para atisbar el futuro solemos
ampararnos en premisas en consonancia con lo anterior y eso que algunos, fútilmente o no, categorizan como "experiencia de vida"
Durante mucho tiempo me hice a mí mismo reo de culpabilidad porque los
enredos políticos entre los que por fuerza vivía, me llegaron a convencer de “errores” que
parecían sin serlo y, atenido a la supuesta lógica de que la mayoría no puede
estar equivocada y el “yo” carece de entereza y flaquea ante el acierto
colectivo; pensar que la razón no me asistía. Olvidaba la hipocresía de muchos (a la larga
comprobada), la insensatez del oportunismo, sinónimo de facilismo y ¿por qué
no?; la estupidez supina característica de los irremediables odiadores de oficio.
Mi espíritu, sin embargo, se resistía y muchas veces me preguntaba ¿por qué?
¿Por qué no me entusiasmaban las consignas? Y, a mi vez, ¿qué podía existir más
allá de lo que se ofertaba como paradigmático y promisorio? Por supuesto que no
era una excepción, pero pocos sabían o querían hacer copartícipes de sus desvelos,
luego trasmutados en inquietudes y, sanamente digo, finalmente en convicciones;
a terceros. El diálogo en tales circunstancias estaba limitado a la asunción de
la culpabilidad inexistente y una única alternativa: desaparecer.
Participar de la cotidianidad vital sin poder contar con el atributo de la
libertad que le es inmanente no es el mero subterfugio teórico al que se alude
cuando la estrechez crea, ex profeso, el marco de su definición. Nada inmanente
a la existencia puede fabricarse y menos aún establecerse como un criterio
indiscutible e inalterable. No es necesario filosofar al respecto: cuando la
libertad se convierte en objeto de banderías políticas, pongamos por caso, se trasmuta
en la negación de su existencia. Nadie es esclavo de nada, ni de nadie y
envuelta en la concepción de un patriotismo falso, la libertad amañada
apuesta al servilismo. La real es genérica y naturalmente humana.
De alguna forma lo que se desconoce, porque culposamente es ocultado y convertido
en pecado de doctrinas socio-políticas, deja a la persona en condiciones de
indefensión y si se mira en derredor y todo lo que se escucha y se ve contribuye
a acrecentar el desasosiego, la falsedad de la injusta culpabilidad es anatema
de la supervivencia y castigo inmerecido, pero castigo al fin.
Aquellos tipos que veía tratando de hilvanar discursos intrascendentes,
cargados de retórica vana y desconocida, inverosímil, de panfleto; imitando al “líder”
a veces hasta en los movimientos, han venido a convertirse en el corolario de
mis dudas pasadas. A pesar del tiempo y los fracasos, son los mismos y en ellos
prevalece una evidente confusión entre la inmanencia de la libertad como un
derecho y la compulsión preferida por la falsa libertad del terror impuesto que
también los convierte en víctimas, aunque desde una perspectiva diferente ¿Qué
se puede pensar de un hombre que públicamente acepta, aún por convicción o
aferrándose a la vida, que “lo único que no se perdona a sí mismo es haber traicionado
al líder" y solo horas antes de ser ejecutado?
En el diálogo entre el hombre y su conciencia no caben falsedades, el
espacio es demasiado estrecho y cualquiera que sea su resultado pone al primero
frente a una perspectiva verdadera de lo que ha sido, es y será. Como apuntaba
al comienzo, la relatividad es dable en y dentro de diferentes contextos y
situaciones, pero la conciencia da la última respuesta sin atenerse a
justificaciones ideológicas de cualquier índole. Otras alternativas no son
“pura coincidencia”
Suerte ha tenido y mucha, quien no se ha visto compelido a entrar en el
severo juicio de su existencia, al que no lo motive, ni le preocupen, tales
consideraciones. El único peligro en esos casos es que para poder entender de
lo que aquí se trata, sea necesario convertirse en víctima y perder el albedrío
y la libertad de ser. Demasiados argumentos y de diverso origen apuntan en la
misma dirección tendenciosa de los estereotipos conceptuales, la respuesta, la
única posible: preservar la libertad patrimonial en tanto seres humanos.
José A. Arias Frá.
10/19/2014.
Gracias por su comentario en mi página. Leeré sus trabajos en estos días.
ReplyDeleteSaludos.
NDDV