Thursday, February 13, 2014

EL PENSAMIENTO DE VARELA Y ALGUNAS CLAVES PARA ENTENDER NUESTRA HISTORIA.


 


Los que han encarado el estudio de la obra vareliana con cierto rigor, e independientemente de que se trate de religiosos, laicos o seglares, coinciden en atribuir al clérigo una capacidad fuera de lo común para un hombre de su tiempo. Formado bajo la influencia de la escolástica en un territorio como el cubano, en medio del vacío que en múltiples sentidos acarreaba la condición colonial de la ínsula; Varela (1788-1853), fiel y enteramente vinculado a sus ideas religiosas, fue capaz de entender la política en su contexto humano y raigal y sobre todo, sus consecuencias. De ahí, la potencialidad de su genio, el reconocimiento de sus coetáneos y la absoluta convicción de lo que debe significar la libertad. Partiendo de tal presupuesto se hace posible entender la incompatibilidad de su pensamiento con quienes pretenden presentarlo de una forma festinada, superficial y amañada. Desde luego, no existe el mismo nivel de responsabilidad al tratar de hacerlo del modo referido, por parte de novicios estudiantes que elaboran una tesis y cuya formación ha tenido lugar bajo los cánones de un curriculum predeterminado y aquellos –religiosos o seglares- que sabiendo de lo que se trata, manejan a su antojo la intención.  Veamos dos opiniones; ambas acertadas, al respecto:

"La vida de Varela como educador, filósofo y patriota es bien conocida y apreciada. Sin embargo, su fascinante personalidad como sacerdote, la santidad de su vida, no ha recibido la debida atención. Esta es una gran laguna en la amplia literatura vareliana" (…) no está fuera de lugar señalar aquí que existe una tendencia a secularizar la figura de Varela, presentándolo como educador, filósofo y patriota, sin referencia a su carácter sacerdotal. Esta tendencia no es nada nueva. Desde el siglo pasado han existido admiradores de Varela que, teniendo una filosofía agnóstica y positivista, han sido incapaces de apreciar debidamente la importancia de su fe religiosa y de sus virtudes sacerdotales. En cierto modo, estos intelectuales no católicos se apropiaron de la figura de Varela, presentándolo como símbolo de nobleza y patriotismo, sin referencia a su fe religiosa y su carácter sacerdotal. Como consecuencia, la figura de Varela como hombre de Dios, como hombre santo, aparece en un plano subalterno en la imaginación popular. Esto ha sido posible, en gran manera, debido al silencio injustificable de la Iglesia de Cuba respecto al más ilustre y santo de sus sacerdotes” (1) 

De otra parte, observemos lo siguiente: 

“Sobre la caricatura de José Martí en la historia oficial cubana se ha escrito mucho y bien, pero sobre la de Félix Varela menos, a pesar de que su importancia es tanta como la del primero ¿Qué tan conocido es el pensamiento de Varela, cuya venerabilidad delibera actualmente la Congregación de la Causa de los Santos en Roma, por la ciudadanía de la isla? Si, como muchos esperan, Benedicto XVI declara Venerable de la Iglesia al padre Varela, durante su próxima visita a La Habana, no estaría de más que el clero cubano o alguno de sus miembros aclaren si la visión de Varela que sostienen los teólogos vaticanos es la misma que defienden Fidel Castro y las instituciones culturales y educativas del Gobierno cubano.

"Filósofo moderno, crítico de la escolástica tomista, primero partidario de Fernando VII, luego liberal gaditano, más tarde republicano anticolonial y abolicionista y, al final de su vida, sacerdote entregado a las penurias de su feligresía en Nueva York y San Agustín, Varela no puede ser considerado precursor intelectual de un régimen de partido único, basado en la ideología marxista-leninista. A lo sumo podría aceptarse que la fuerza que posee la idea de justicia en su obra, como sostuviera Cintio Vitier en su clásico ensayo Ese Sol del Mundo Moral (1974), es un elemento de la tradición republicana del siglo XIX que, en efecto, retoman las ideologías revolucionarias del siglo XX cubano.

"Pero entre esa observación de Vitier y el estatuto de Varela como precursor de Fidel Castro y su marxismo-leninismo en Cuba hay un trecho que no se puede saltar con un mínimo de rigor histórico. No hay manera de conciliar la Constitución liberal de Cádiz de 1812, que tanto admiró, estudió y comentó Varela, con las constituciones comunistas de Cuba de 1976 y 1992, que rigen aún la vida pública de ese país caribeño. Varela fue una buena prueba de que liberalismo y catolicismo, en contra de lo que auguraban las voces más estridentes de ambas tradiciones, eran conciliables. El siglo XX, por su parte, demostró que marxismo y cristianismo tampoco eran corrientes de pensamiento incapaces de dialogar.

Los diálogos entre diversas tradiciones ideológicas han probado ser tan necesarios como fecundos. Con frecuencia, las mezclas doctrinales logran acomodar más eficazmente las ideologías a la realidad que los purismos filosóficos. Pero por mucha flexibilidad que empeñen, las ideas políticas no pueden eludir contradicciones fatales como la del comunismo y la democracia, el partido único y los derechos de asociación y expresión, el totalitarismo y la libertad. Si de ideas políticas se trata Félix Varela y Fidel Castro no están del mismo lado” (2)

Entre el contenido de ambas citas se debate la imposibilidad de presentar a Varela como figura influyente en el “pensamiento revolucionario” en Cuba comunista; su condición de sacerdote lo distancia esencialmente de las políticas partidistas a las que aún los clérigos han debido someterse para supervivir y sus ideas eclécticas relativas a conceptos políticos básicos como el de libertad lo sitúan en la antípoda de los alientos ortodoxamente totalitarios. Lo primero no se puede separar de lo que fue su obra como pensador y lo segundo representa la imposibilidad manifiesta en la voluntad de los manejadores de opinión de reconocer la competencia, y lo que es aún peor, su influencia. Ahí está la respuesta a cualquier cuestionamiento en tanto lo que Varela prescribe, en ocasiones  utilizando un tono admonitorio, no se aviene al interés superfluo de ceñir su voluntad, únicamente, a una actitud independentista y antiesclavista. Todo ello resulta perfectamente demostrable.

En el segundo libro de su conocida obra “Cartas a Elpidio”  publicado en Nueva York en 1838 y en el que trata acerca de "la superstición” enfatiza la relación entre la política, los políticos y la sociedad; poniendo de manifiesto la incapacidad de los primeros de servirla y a la que se deben, a consecuencia de los vicios que le son inherentes al ejercicio del poder, sobre todo, si la conceptualización incluye la idea de la eternidad que siempre e indefectiblemente conduce a la tiranía en contraposición a la organización del estado democrático. Veamos lo que arguye Varela al respecto:

“Sabemos la fuerza de la opinión, y cuando ésta se declara por un plan o partido, aún en el más absurdo, si no hay sabios virtuosos que la rectifiquen, adquiere la sanción del tiempo y en vano se intenta después variarla. Llega la masa popular a corromperse en términos que apenas se encuentra quien quiera emprender su cura. El ejemplo de los que, confundiendo la prudencia con la debilidad, creen poseer aquella en alto grado, mientras más ceden a ésta; el ejemplo, repito, de los que más confianza debieran inspirar por sus años y virtudes, llega a sancionar las prácticas más supersticiosas, o a hacer que se crea imposible destruirlas; y de este modo queda la sociedad semejante a un enfermo, que creyéndose incurable, no quiere que le fatiguen con remedios inoportunos” (3)

Al explicar la exclusión del concepto de libertad por la tiranía, nos dice:

“La política, que jamás se para en los medios si convienen a sus fines, se vale gustosa de la superstición como el mejor apoyo de la tiranía, que es el ídolo de casi todos los gobernantes…


“Por más protestas que hagan los gobernantes, el placer de mandar es una miseria de la naturaleza humana de que no pueden librarse. De aquí la tentación de infringir las leyes y las especiosas razones que encuentran para hacerse superiores a ellas. Fórmase, pues, un ídolo del poder, que como falsa deidad no recibe sino falsos honores y el que lo ejerce es el primer miserable a quien cautiva (…) muy pronto el temor congrega otros muchos sacrificadores, que teniendo parte en la acción gubernativa procuran extender el imperio de la arbitrariedad, cuya consecuencia necesaria es la tiranía” (5)

Damos por sentada la explicación medularmente teológica que Varela atribuye al exponer lo que para él significa “la superstición”, el concepto sin embargo, alcanza a la sombra de situaciones vigentes, un pragmatismo que lo convierte en una proposición genérica e involucra, en consecuencia, la imposibilidad de aceptar su interpretación sin la consiguiente aceptación del error político permeado de una culposa interpretación puramente política e irracional; al respecto, Varela explica el efecto del siguiente modo:

“La generalidad de los mandarines, si no son tiranos desean serlo,  y solo esperan encontrar un pretexto para dar pábulo a su pasión de dominar sin leyes o de frustrarlas si el decoro exige reconocerlas. He aquí porque he dicho que la tiranía es el ídolo de casi todos los gobernantes, y a la verdad que las excepciones son tan pocas, que bien podría yo con muy poca hipérbole omitir el casi dejando la proposición general

“Están por tanto en lucha las leyes con los mandarines (…) He aquí porque la política protege la superstición, he aquí el origen de tanta perfidia y de tanta hipocresía…”

Y dirigiéndose a Elpidio, sujeto de sus cuitas, agrega:

“Dirás acaso que si todos pensasen como yo, quedaría desvirtuado todo gobierno, haciéndose sospechosos todos los gobernantes. ¡Ah, mi Elpidio! Te escribe un hombre que jamás ha desobedecido una autoridad, pero escribe un hombre franco y firme, que no sacrifica la verdad en aras del poder, y que sea cual fuere el resultado de sus esfuerzos los dirige todos a presentar las cosas como son en sí y no como hipócritamente se quiere que aparezcan” (6)

Sobre la censura y el disentimiento, la interpretación de Varela es contundente:

“Permite a un clérigo que use de ejemplos eclesiásticos y que te recuerde que la misma Iglesia sanciona esta doctrina, siendo la de todos los teólogos que una censura injusta debe obedecerse, más el individuo sobre que cae no debe considerarse censurado, sino perseguido” (7)


Lo que ahora sigue es el resultado de una visión certera del medio en que se desenvolvía y para nosotros, debe ser una premonición que escapa a la temporalidad inmediata en que Varela elabora su pensamiento, articula sus ideas y trasciende al tiempo histórico para hacerse válido entre la intemporalidad de las causas de un mal que es capaz de mutar para encajarse como epidemia  y lacra de cualquier sociedad:

“Propónese una reforma. En el momento la aprueban y aun recomiendan a sus autores que den todos los pasos necesarios para plantearla, pero con un fingido sentimiento pronostican que será imposible conseguirlo, teniendo que habérselas con los supersticiosos, cuyo número dicen es casi infinito; y de este modo preparan los ánimos para que no se extrañe mucho un resultado contrario a la esperanza de los buenos y a las fingidas intenciones del gobierno. Pasan después estos pérfidos políticos a engañar a los supersticiosos y para ello dejan, aunque con precaución, traslucir el secreto, indicando que el gobierno nunca ha estado por la reforma propuesta, por considerarla peligrosa y que solo condesciende que se den algunos pasos por vía de tentativa (…) El resultado siempre es favorable para ellos, por más funesto que sea para la patria” (8)

Tan amplio y diáfano resulta el diapasón analítico en Varela, que podemos encontrar una clara referencia a la apostasía –en sus dos conceptos específicos: político y religioso- y cuyas implicaciones, aún hoy refrendan la actitud de los dignatarios, entre ellos algunos purpurados que bien conocemos, y que tratan de encontrar un amparo y una justificación por medio de su gestión desde las posiciones que ocupan.

Citando a su vez al Abate Ducreaux y su “Historia Eclesiástica” Varela nos brinda el argumento para conjurar la apostasía:

“…la conservación de la centralidad a pesar de los celos y desconfianzas perpetuas del sacerdocio y el imperio; a pesar de los golpes dados a la jurisdicción legítima de los Pontífices por príncipes ambiciosos y a pesar del abuso que Pontífices todavía más ambiciosos han hecho muchas veces del poder espiritual, que no puede ser útil y respetado sino conteniéndose en sus justos límites; en fin, la conservación de la verdadera piedad a pesar de los escándalos de todas especies, que han alterado la doctrina, desnaturalizado las reglas antiguas, consagrado, por decirlo así, los vicios nacionales, deshonrando la santidad del sacerdocio mismo y algunas veces llevado la audacia hasta hacer sentar el crimen en la Cátedra Pontifical”

Y con sus conclusiones acerca de la afirmación de Ducreaux, va Varela a fondo en la condena de la apostasía:

 “En tales casos, lo repito (…) la religión es la que más pierde por ser la más perseguida y calumniada, pues se la atribuyen todas las demasías cometidas por estos condecorados y fingidos protectores suyos. ¡Terrible persecución la que tiene por corifeos a los mismos que debieran serlo en las filas de las huestes del Dios vivo! (9)

En el agobiante sustrato de la gestión política aupada por la demagogia prevalece una característica común a las tiranías a las que Varela fustiga aplicándoles el calificativo de infames:

“El pueblo siempre considera sus gobernantes y legisladores como sus agentes, si se trata de un gobierno representativo, o como unas autoridades legales en otra clase de gobierno; pero nunca como sus amos, a menos que no se declaren infames y tiranos” (10)
“¿Cómo (…) una partida de pícaros reformarían a otros semejantes sólo porque es distinta la clase de picardía y diversos los motivos que la causan? (…) suelte usted su dinero; y por cuanto yo veo claro, debo embolsármelo. (…) le privo a usted del empleo que le toca; y por cuanto que yo veo claro, me coloco en el que no me corresponde…” (11)
“Si lo que se pretende es destruir, ningún medio es tan fácil como la injusticia; pero si se quiere edificar, es preciso poner por fundamento el aprecio” (12)

En las citas que siguen queda en evidencia la ineficacia de la demagogia como argumento pernicioso y dúctil socorridamente empleado por los políticos:

“No queremos dejar nada que hacer a nuestros venideros: he aquí el modo de no dejarles nada hecho”
“Los males intelectuales exigen, más que otros, que la cura se deba a la misma naturaleza por reflexión y convencimiento” (12)

La interpretación hecha por Varela, expuesta en los términos que rebasan el marco de una explicación meramente teológica y se adentran en la esencia de su pensamiento político, responden a las inquietudes de quienes han considerado, con absoluta razón, la actitud de soslayar desde cualquier perspectiva, el silencio culpable de quienes no están en capacidad de ahondar en su visión sobre los males que han aquejado a la nación cubana. Ello no debe constituir un pretexto para silenciar y confundir, más bien las ideas de Varela deben servirnos para encontrar claves capaces de hacernos entender nuestra historia. En tanto, no debemos equivocarnos ni permanecer ajenos a sus enseñanzas; ello nos puede convertir en cómplices.

José A. Arias.
Febrero, 2014.

Notas.-
(1).-Cita tomada de la conferencia pronunciada por monseñor Raúl del Valle el 21 de abril de 1988 en el Seminario de San Carlos en La Habana, en ocasión de conmemorarse el bicentenario del natalicio de Félix Varela y Morales.
(2).-Rojas, Rafael.-La Tiranía de la Memoria. Blog de R. Rojas, artículo, febrero 19, 2012.
(3).-Varela y Morales, Félix.-Cartas a Elpidio. Libro segundo sobre “La Superstición”, pág. 30.
(4).-Varela, Ob. Cit. pág. 38.
(5).-Varela, Ob. Cit. pág. 40.
(6).-Varela, Ob. Cit. págs. 42-43.
(7).-Varela, Ob. Cit. pág. 45.
(8).-Varela, Ob. Cit. págs. 48-49.
(9).-Varela, Ob. Cit. pág. 60.
(10).-Varela, Ob. Cit. pág. 83.
(12).-Varela, Ob. Cit. pág. 78.

Todas las citas fueron tomadas de la edición de “Cartas a Elpidio” publicada por la Editorial Cubana en Miami, 1996 y que incluye copias de la edición facsimilar dada a conocer por la Universidad de La Habana en 1944-45, contentiva de los libros sobre “La Impiedad” y la “Superstición” originalmente publicados en 1835 y 1838 respectivamente por el Presbítero D. Félix Varela y Morales (N. del A.)

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