Siempre
es necesario establecer la relación entre los sectores que representan un
interés político y sus auto titulados líderes; es casi un presupuesto que desde
el punto de vista sociológico tiene un gran peso. Sin excepciones se observa
una correspondencia directa y unívoca entre quienes dictan la pauta y aquellos
a quienes demagógicamente se les caracteriza como “fuente del poder” En
ejercicio históricamente repetido se combinan factores psicológicos y
doctrinales que en ocasiones tienen un bajo perfil de notoriedad a pesar de
desempeñar un rol definitivo y definitorio entre sus víctimas. Se trata, en la
práctica, de lo que se conoce como “adoctrinamiento”
El actual caso
venezolano es un ejemplo muy diáfano de lo anterior y no es precisamente ahora,
cuando el “presidente encargado” Nicolás Maduro está al frente de un gobierno
establecido por su antecesor hace catorce años, cuando se pueden apreciar los
fueros de la insensatez disfrazados de una política en defensa de los intereses
de los desposeídos. Lo que ahora se puede observar, es lo mismo que se
entronizó antes por intermedio de la mal intencionada gestión de un caudillo
populista, de esos que tanto agradan a los que por variadas razones –no siempre
injustificadas- desconocen las consecuencias de sus actos.
Bastaría
solamente con manejar simples datos que reflejan una incontrastable, pero
diáfana y terrible verdad. A la llegada del difunto Chávez a la presidencia, ni
el índice de pobreza era tan elevado como ahora (27% contra 42%), ni la
inflación era exorbitante como lo es hoy, ni el índice de criminalidad era un
fenómeno rampante que conduce a repletar las morgues, ni el desabastecimiento
un fenómeno con el que muchos se ven obligados a lidiar cotidianamente. Pero, aunque sin interés de participar en la actividad política halla quienes lleven a cabo la denuncia; esa tenaz labor de
zapa casi pavloviana que se lleva a efecto, cumple su función.
Lo anterior explica
porque pueden asaltar el poder –y esto en medio de cualquier circunstancia- personas sin
preparación, sin la más mínima capacidad administrativa, con un discurso
rudimentario y elemental que se mueve entre la fábula de la idiotez y el odio
flamígero que la “lucha de clases” alimenta. Por eso quien no comparte la “tierna
y justa” versión de un ignorante es, en la antípoda, un burgués, un desgraciado
y un lacayo del imperialismo (conste que uso las propias palabras de los
fabuladores)
Para quienes estamos
de vuelta de todas estas cosas y aún seguimos siendo sus víctimas, amén del
punto de la geografía planetaria en que nos encontremos, nada de esto es
sorprendente. Siempre, y por reiterativa que parezca, lo de la mentira repetida
que llega a ser –o parecer- una verdad, adquiere un matiz francamente
fascistoide en absoluta y concomitante relación con sus orígenes.
En la mecánica
social de los operadores del acomodo socialista lo que siempre se nota es el
adelanto de la acusación de los pecados propios a los que se consideren
enemigos reales y potenciales. Habrá, como el propio Lenin orientaba, que estar
siempre delante de ellos y la mejor manera de hacerlo es produciendo cualquier
acusación en tanto que habiendo emanado del poder que cancela como
condición de su ejercicio, el derecho ajeno, siempre es válida y en última
instancia, cierta.
Pero lo que no
se puede evitar es el resultado, considerado por algunos de manera muy benévola,
como “poco alentador” y que conduce a la inercia, la improductividad, el
clientelismo y todas las secuelas que va dejando el chavismo –al que Chávez,
dígase lo que se diga, parece haberse llevado con él a la dimensión
representada en ese pueril animado que se proyecta en medios televisivos
venezolanos- y que atornillan el desastre y agravan la enfermedad de la nación
que no parece tener cura o aún paliativo inmediato y que merecería, por su propia historia, un mejor
destino.
Como siempre
es válido aquello de que: a buen entendedor, pocas palabras bastan; no es difícil
ni complicado hacer un vaticinio. Probablemente Venezuela caerá en manos del
sucesor que en herencia recibió el mandato de su antecesor y su gestión, sumada
a la del grupito al que muchos venezolanos aluden como “su combo” seguirá horadando
la nación, condenada a consumirse entre
odios y diatribas aupadas desde el poder. A los cubanos nos consta que esta
gente no sabe hacer otra cosa. Ojalá me equivoque.
José A. Arias.
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