Nosotros los cubanos no aceptamos otra verdad que no sea la nuestra. Y me refiero a miles de verdades diseminadas por el mundo, no a una sola. Cada cubiche posee la suya. Es casi imposible arribar a un acuerdo entre nos.
Una discusión entre amigos o familiares sobre un tema político de cualquier índole, por ejemplo, puede terminar en un grave exabrupto o en un total desparpajo sin sentido, más cuando hay ron por medio. De ahí que entre nosotros no falte alguien, con agudo sentido del sarcasmo, convencido de que entre cubanos el tema preferido es hablar mierda.
La historia parece ilustrar que casi todas aquellas verdades que hemos aceptado como pueblo nos la han impuesto por la fuerza o a través de sucesivas medias verdades. Muchos mitos se han construido en torno a nuestro acontecer económico, político y social.
Cuando Cuba alcanzó su independencia de España en 1902, después de larga, sufrida lucha y gracias al empujoncito final de los vecinos norteños, los cubanos apenas se identificaban como tales. La colonia sobrevivió en la república durante mucho tiempo e hizo imposible crear un sólido Estado de derecho funcionable y moderno en los 50 años anteriores a la revolución de Fidel Castro, a pesar del hito que significó la constituyente de 1940. Ésta quedó pisoteada el 10 de marzo de 1952 apenas cuando comenzaba a despertar cierta conciencia civil en una reducida parte de la sociedad.
Fue fácil entonces para jóvenes ambiciosos y oportunistas, ávidos de protagonismo político, emplear la violencia para desmantelar el sistema, abrirle las puertas a la expansión soviética y agudizar el caos. Aquel desastre, no obstante, encajó con precisión en la idiosincrasia del cubano, caracterizada por el pobre respeto a la institucionalidad republicana.
La doctrina que pretendía explicar el origen del caos y justificaba la violencia para alcanzar una solución fue esbozada en un libelo de tufillo facistoide conocido como "La Historia me Absolverá". Uno de los panfletos más embaucadores de la Historia política de Cuba. En este texto se teje una visión trágica de los primeros 50 años de república y se le endilga a José Martí el título oneroso (y por supuesto no consultado con él) de autor intelectual del asalto al cuartel Moncada. Acción militar que muestra el perfil terrorista de Fidel, oculto tras la represión sangrienta de Batista. El y su querido hermanito salvaron las vidas, el primero gracias a la intervención de un cura.
A pesar de este fraude doctrinario, cuyas nefastas consecuencias pueden apreciarse por toda la isla, muchos cubanos aún no comprenden del todo cómo han sido engañados. Todavía sigue siendo difícil, por no decir imposible, arribar a consensos sobre ciertos temas políticos que inciden en el futuro de Cuba. Del lado oficialista se imponen las directivas e intereses de los Castro. Del lado de la oposición, con el espionaje y el boicot de los represores, no se termina por crear un frente nacional democrático que integre a todos los grupos que se oponen al Régimen.
La dinastía procomunista de los Castro ha tenido éxito en dividir y aletargar al pueblo cubano. Lo ha convertido en una especie de zombi que deambula en un limbo lleno de consignas estúpidas, sin voluntad para utilizar sus fuerzas en asumir un destino que lo acerque a una sociedad libre y emprendedora. Muchos cubanos, lo he observado con tristeza, se preguntan y para que sirve ese propósito si estamos bien……….Tienen miedo a vivir sin la tutela y las migajas de un Estado todopoderoso. Es comprensible. En mis estudios sobre la esclavitud en Cuba recuerdo haber leído cómo muchos esclavos se resistían a abandonar las plantaciones cuando fue decretada en 1886 la abolición de ese inhumano sistema de trabajo.
La precariedad de la comunicación libre entre las personas por la vía la de la prensa escrita, radial y televisiva, el escaso transporte publico y privado, la pobre cobertura de la internet en la actualidad, el desabastecimiento de bienes de consumo, el mercado negro con su secuela de robos y desvíos de recursos sin ningún tipo de sanción moral del pueblo, la corrupción generalizada de toda la sociedad, la reducción a su mínima expresión de la propiedad privada sobre los medios de producción, han sido los principales aliados de los Castro en el encumbramiento de su enorme poder.
Lo insólito del caso cubano es que entre aquellos que critican y se oponen con vehemencia al Régimen existen algunos personajes carentes de la necesaria humildad o modestia para reconocer los valores de las ideas del otro. “Lo que describo o critico yo es lo valido, no sirven de nada los argumentos del otro”. Así es difícil reconstruir entre todos el tejido ideológico necesario para una alternativa democrática posible en Cuba.
Qué necesaria es la tolerancia, pero también la disciplina y honestidad en todos los elementos que están dispuestos a construir la nueva Cuba. Una posición común que atraiga a todos los cubanos de valor que se hallan por doquier como respuesta a la cultura de la desconfianza, el rencor y la envidia. Solo así podremos comenzar a desecar el pantano en que nos han lanzado...
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