Wednesday, November 28, 2012

LA CRISIS DEL "HOMBRE NUEVO"


Al principio nadie escuchaba y, sin dudas, tras aparecer denuncias contundentes e irrebatibles como las ofrecidas por Néstor Almendros y Jorge Ulla en su documental de 1986 bajo el mismo título, algunos comenzaron a preocuparse, descubrir verdades sin cuento y al menos, tener en consideración algunos detalles. Ha pasado el tiempo y a pesar de todo lo dicho y advertido lo peor es que hoy, no muchos hacen caso. La desidia sigue siendo un problema, el desinterés su mejor vehículo y la marginación sociocultural alentada ex profeso, pasto reverdecido de los caudillos y pseudolíderes tan comunes a nuestra idiosincrasia.
“El socialismo significa un áspero presente sujeto a un mañana incierto y hueco, además de estar totalmente vacío de contenido espiritual” La cita del libro de Mario Llerena “Mito y Espejismo de la Revolución” (*) es casi una reiteración simplemente expresada de otra harto conocida de Winston Churchill acerca de la banalidad histórica y conceptual del socialismo marxista con relación al que es imposible entender; dónde, cómo y cuándo se materializan sus pretendidas y reiteradas virtudes.
El “hombre nuevo”, el “zoon politikon” leninista, posteriormente convertido en especie de homúnculo en el laboratorio de la ingeniería social comunista por alquimistas de toda laya es evidentemente un fracaso, y si debe mencionarse en presente es solo debido a la necedad política de cuantos se empeñan (sólo unos pocos reaccionarios de izquierda) en darle vida artificial y ofrecerle, culposamente, crédito a su existencia.
Un apropiado juicio de valor obliga a ser más exacto y permite afirmar que el hombre nuevo termina siendo una intrascendente ilusión diluida en medio de tergiversaciones teóricas y prácticas de la realidad histórica. Ernst Mandel, economista inglés de filiación marxista (lo enfatizo con toda intención) en su “Tratado de Economía Política”, explica claramente que el hombre comenzó a progresar y a reajustar su relación con el medio circundante, cuando fue capaz de distinguir lo suyo de lo de los demás y cada uno a repetirse en la misma dimensión; a la vez genérica e individual. Hay allí un enunciado conceptual nada menos que del concepto de propiedad y de la apreciación de su valor en tanto privada y personal. En consecuencia la propiedad privada se convierte en motor y meta (objetivo) del desarrollo humano.
En medio de todo el debate teórico en torno a lo anterior la práctica resulta irrefutable. Los asideros asumidos en diferentes momentos no refuerzan en lo absoluto el propósito de atribuirle a una falaz mención la validez de una verdad. Ni siquiera el argumento resiste el análisis atenido al marxismo clásico en tanto que muchos de los conceptos emitidos por el propio Marx no respaldan la hipótesis esbozada por los albañiles contemporáneos creadores del hombre nuevo y su pretendida obra. En gran medida y a partir del propio Lenin y sus sucesores, no ha sido otra cosa que una burda tergiversación carente del más mínimo rigor teórico en la práctica.
Lo anterior no significa que pueda haber una aceptación a priori del capítulo imbuido de un alto contenido clasista expresado en las obras más populares de la literatura marxista, ni de los vericuetos y disquisiciones asumidos por los llamados neo revisionistas (con mayor crédito o carentes del mismo) como los alemanes de la Escuela de Frankfurt o los seguidores de Althusser. El hombre nuevo de los alquimistas de marras (Stalin, Guevara, Castro y un grupo que en la mayoría de los casos ni siquiera tiene claro lo que piensa al respecto) quedó bien definido en el personaje central de la novela de Solzhenitsin “Un día en la vida de Iván Denisovich” La contracultura representada dentro de los marcos geográficos de un país artificialmente creado (en lo literario, por ejemplo; mediante el realismo socialista) quedó desvirtuada por el principal de los disidentes originado en el mismo medio sociopolítico y cultural que en cierto sentido le dio vida.
Es una historia que hemos visto repetirse y cuyo sesgo da cuerpo a un patrón de comportamiento ideológico plena y absolutamente ortodoxo, tan conservador como el de los que pretenden crear paradigmáticos referentes de conducta colectiva desvinculados de la concepción de los seres humanos como entes individuales motivados por las circunstancias del medio social del cual forman parte edificante y no como meros instrumentos del estado, según suele ser el caso en los regímenes totalitarios.
El esfuerzo llevado a cabo para crear el hombre nuevo queda entonces reducido a su verdadero y único significado: el de llevar a vías de hecho la tarea a fin de crear un instrumento idóneo para quienes desde el uso del poder subvierten la realidad, mimetizan la sociedad reduciéndola a escombros en lo tocante a sus históricas, democráticas y tradicionales instituciones, únicas capaces de garantizar el equilibrio y la estabilidad contribuyendo a crear un rédito para el futuro. Corea del Norte, Cuba, la antigua China de Mao Tsedong o el Vietnam de Ho Chi Minh, así como quienes ahora se empeñan en recorrer los mismos derroteros, no han sido ejemplo de otra cosa y si los chinos y los vietnamitas no hubieran adquirido conciencia de la importancia de reajustar ciertos aspectos fuera del marasmo ideológico estarían, junto al resto de los mencionados, exhibiendo la misma estática y tozuda inercia de los fracasados.
El llamado hombre nuevo es por añadidura la antítesis de aquella pomposa a la vez que equivocada frase guevarista santificada en el catecismo de los gurúes de la revolución: “la juventud es la arcilla fundamental de nuestra obra”; pero la cuestión sería preguntarse: ¿cuál ha sido y es realmente el contenido de la obra revolucionaria? Habría que regresar al comienzo de lo expuesto aquí para encontrar una respuesta. El hombre nuevo es socialmente (dentro de los límites de lo humano y no en los marcos de la lucha de clases y según se empeñan en hacer creer) casi un cavernícola; no puede establecer sus propios límites en tanto carece de objetivos en términos inmediatos o en el largo plazo, se ve a sí mismo como lo que realmente es, un objeto para uso de la propaganda y el proselitismo y que se desenvuelve, o al menos trata de hacerlo, en medio de la contradicción motivada por el conflicto psicológico de aproximación-evitación que la simulación y el silencio, involuntariamente, le imponen.
Pero hay más. El hombre nuevo, que no es sujeto, sino más bien objeto; tiende a desvanecerse políticamente a través de la asunción de una actitud de auto marginación que es la respuesta espontánea y natural a otro factor de depresión moral y espiritual en él creado y que también es perfectamente definible en el plano psicológico: la inhibición por monotonía, la cual rebaza los términos de la máxima goebelliana sobre la mentira que se hace verdad por reiteración. En ese caso, aún queda un resquicio para el rechazo en la conciencia, pero con respecto al “homúnculo comunista” la conciencia es un lastre que se hace necesario abandonar para tratar de flotar, medrar y/o supervivir en medio de las condiciones prevalecientes.
El tema que he abordado es muy sugestivo y tiene muchas vertientes a través de las cuales es posible graficar su actualidad, realidad y lacerante presencia aun entre muchas personas y por intermedio de la existencia de regímenes que se vanaglorian y se regodean en la mentira expuesta a los que no escuchan, no quieren entender o simplemente se sienten inmunes al padecimiento de las peores calamidades sociopolíticas de nuestro tiempo. A las pruebas me remito; solo habría que ver todo lo que el supuesto hombre nuevo hace por tratar de parecer, simplemente, un ser humano.
José A. Arias
Nota.-
(*).-Llerena, Mario: Mito y Espejismo de la Revolución. Fondo de Estudios                     Cubanoamericanos de la Fundación Nacional Cubano Americana. Washington D.C., 2007.

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