La segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica representa una etapa en el desenvolvimiento político del continente ante todo corroborativa de los devaneos, escarceos y desatinos provenientes de una herencia relacionada con la interpretación del poder y su ejercicio muy alejada de los principios democráticos. Prácticamente en todos los países del continente raigalmente vinculados a la herencia caudillista, las dictaduras militares ejercieron el control del poder y laceraron la posibilidad del acopio de experiencias dignas de ser consideradas como acervo para ser tenido en cuenta hasta nuestros días.
Mucho se ha escrito tratando de entender y vincular el período referido a las políticas de expansión fundamentalmente económica y comercial de los Estados Unidos de Norteamérica y en efecto hubo mucho de ello. Pero no es algo tan simple acreditar a la expansión imperialista, entendido el término en el sentido de la explotación de recursos naturales y el establecimiento de relaciones comerciales ventajosas y como política y visión de la nación norteamericana, convirtiéndola en la única razón; en la mayoría de los casos la aparente coincidencia de intereses ayudó a la definición del asunto en el marco del establecimiento de regímenes militares –encabezados por “gorilas” según se alegaba- incapaces de entender la sustitución por la vía electoral de esa salvaje e inescrupulosa especie de perpetuos ejecutores del poder.
Latinoamérica ha sido la evidencia de una marcada y perdurable omisión de la democracia y, en cierto sentido, aún lo sigue siendo. Razones poderosas son, sin dudas, las secuelas del pasado descrito: influencia de las oligarquías y su control sobre la propiedad territorial y su carácter hereditario elementalmente fundado en la relación familiar, la carencia de instituciones educativas capaces de promover el acceso de sectores amplios de la población al desarrollo técnico y científico equiparable a otras zonas del planeta alejadas del criterio elitista promovido por las referidas oligarquías y amparadas desde el poder entre otras.
De las referencias anteriores nace la conceptualización, muy conveniente y facilista además, de establecer una vinculación con la teoría de la lucha de clases entronizada con fuerza a partir de la década del 60 por los marxistas y sus compañeros de viaje; así como de otros conceptos (el de Tercer Mundo, el desarrollo diferenciado entre norte y sur) en extremo simplificadores de una problemática histórica mucho más compleja, al menos en el caso latinoamericano. Sin dudas y como bien apunta en uno de los estudios más completos y serios al respecto Carlos Rangel en su libro “Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario” tuvo mucho que ver en esta simplificación conceptual el triunfo de la revolución cubana en 1959.
Mi objetivo en este trabajo no es reincidir –menos en el estrecho margen que un artículo posibilita- en la descripción histórica del fenómeno del nacimiento, afianzamiento y consecuencias de la tiranía como máxima expresión del totalitarismo bajo cualquier signo político. En ese sentido una mínima revisión de la historia continental nos pone frente a evidencias irrefutables. Lo medular ahora es entender las razones por las cuales se viene produciendo en la actualidad una trasmutación de los gobiernos dictatoriales y los tiranos, o aspirantes a serlo; de la derecha hacia la izquierda, algo que parecería ilógico si se tiene en cuenta que este cambio de ropaje tiene lugar en el mundo de hoy donde impera la globalización a la que nuestros socialistas del siglo XXI caracterizan como neoliberalismo rampante y rapaz; y después del estrepitoso derrumbe del socialismo en Europa oriental y en la extinta URSS y la terminación de la guerra fría.
Parece ser que el poder y su ejercicio “ad infinitum” constituyen un estímulo demasiado poderoso y que los revolucionarios al darse cuenta de ello y experimentarlo de primera mano no han renunciado al favor de su ejercicio frente a un modelo al que, sin razón, califican de corrupto e inspirado en sociedades que según argumentan son los pilares de un pasado que se hace irrepetible (en éste sentido la demagogia encuentra pasto reverdecido en los antecedentes históricos de muchas naciones en que la democracia ha sido poco conocida y, cuando ha existido, ha sido víctima de muy malos manejos)
Ya el encaramiento serio y profundo del problema comienza a convertirse en objeto de debate. Recientemente escuchaba al ex-secretario de estado norteamericano para asuntos latinoamericanos Arturo Valenzuela, llamar la atención al respecto y en la reciente reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), celebrada en Sao Paulo algunos concurrentes y oradores invitados se hicieron eco del tema.
Pero lo más significativo de este asunto es que la campaña antiimperialista que sirvió de base para actuar contra las oligarquías y las seculares tiranías de derecha sigue siendo el ariete de ocasión para justificar, ahora, las tiranías de izquierda. La revolución de 1959 en Cuba, de resultados que anulan en la práctica todo lo que originalmente estuvo planteado no puede seguir constituyendo un modelo a seguir; lleva además en su propio origen el pecado del acceso al poder por la vía de las armas cuando ello era aún óbice principal en el quehacer político de los líderes revolucionarios. He aquí que, sin dejar a un lado el objetivo principal: la conquista del poder, se deba promover el objetivo de su consecución por otra vía; el uso de las urnas que de alguna manera parece no alterar el statu quo de la democracia a la vez que proporciona un argumento de legalidad que según se evidencia es perfectiblemente alterable a partir de la acción de gobierno. (*) En consecuencia de lo anterior, me atrevería a asegurar que cualquier vinculación con el proceso cubano en la actualidad por parte de los abanderados del socialismo del siglo XXI es más simbólica que otra cosa, aunque no deja de ser extremadamente peligrosa. Es la evidencia de lo que en definitiva colma el ánimo de sus hacedores y ejecutores en un plazo que solo ellos pueden determinar.
Pudiera parecer riesgoso predecir lo que puede acontecer a corto plazo. En sintonía con un análisis basado en la relación causa-efecto algo se puede, quizás, atisbar. ¿Cómo puede ser posible sustentar la idea de que una supuesta relación de sometimiento a elementos foráneos es la causa de incidencia de niveles de participación en el crecimiento económico de los amplios sectores populares que se dicen defender y representar?, ¿cómo explicar que tras prolongadas gestiones de gobierno de los mismos partidos políticos, representados por las mismas personas y produciendo el mismo demagógico y aletargante discurso, siga existiendo la imperiosa necesidad de echar mano al antiyanquismo para permanecer en el poder? En gran medida Cuba y su fracaso constituyen una contundente respuesta a esas interrogantes. Si lo que ayer pareció el camino adecuado para superar problemas hoy se ha convertido en callejón sin salida, lo más probable ha de ser que a pesar de su gestión, los propulsores de estos nuevos y raros modelos revolucionarios de “Socialismo del Siglo XXI” se encuentren con el mismo destino y al que de alguna manera han de llegar por efectos de la insuperable necedad que los caracteriza.
(*).-Existe consenso entre los observadores de esta temática, que muy posiblemente el cambio de estrategia para el acceso al poder después del fracaso de la aventura guerrillera de Ernesto “Ché” Guevara en Bolivia en 1968, se discutió por vez primera, tomando importancia la idea de un cambio de objetivos en el Foro de Sao Paulo cuya primera convocatoria tuvo lugar en la susodicha ciudad en 1990.
José A. Arias.
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ReplyDeleteY Lula da Silva?
ReplyDeleteEs sin embargo la sombra de Dilma Rousseff.