Para un cubano que vivió más de 8 años en Bolivia, entre dos regiones que tipifican la diversidad etnogeográfica de ese inmenso país, Cochabamba y el Beni, los interminables desórdenes sociales constituían una experiencia inigualable, que fueron observados y vividos intensamente.
Recuerdo cuando entre enero y abril del 2000 la curiosa guerra del agua, que tuvo por escenario la ciudad de Cochabamba, provocó un desabastecimiento de alimentos, agua y combustibles debido a los bloqueos que establecieron los piquetes de exaltados en todas las carreteras que permitían el acceso a la ciudad.
En mi Yamaha 115, con Gerardo en la grupa de la moto (un guitarrista concertista que había conocido junto a su familia) nos lanzamos a la aventura de conseguir alimentos y pasamos serios sofocones porque las avenidas principales estaban ocupadas por numerosas gentes armadas de palos y objetos punzantes con los que picaban las gomas de los autos, buses públicos y todo tipo de transportes sobre ruedas. Era el caos total, árboles derribados obstaculizaban el paso de los vehículos. Los colegios todos cerrados y el agua ausente de los grifos.
Desde 1999, como parte de las políticas privatizadoras que recorrían América Latina, la multinacional Bechtel había firmado un contrato con Hugo Banzer, presidente de Bolivia, para privatizar el servicio de suministro de agua a Cochabamba. El contrato fue adjudicado a Aguas del Tunari, un consorcio empresarial en el que Bechtel participaba con el 27,5 por ciento. Poco después, las tarifas del agua aumentaron un 50% y se desató la protesta que era encabezada por una coordinadora integrada por profesionales.
A mi entender los reclamos eran justos puesto que hubo una posición bastante entreguista por parte del gobierno nacional con relación al capital internacional que se asentaba en tierras bolivianas. Pero esta coyuntura fue aprovechada hábilmente por otras fuerzas más extremistas interesadas en desestabilizar el sistema democrático neoliberal que se venía edificando a duras penas desde la década de los 80s.
El entonces congresista Evo Morales, líder de los productores de coca del Chapare, una de las 16 provincias del departamento de Cochabamba, ni corto ni perezoso, encabezó las movilizaciones de los cocaleros con la pretensión de robar el protagonismo de estas jornadas. Las denuncias de que los dineros de los traficantes de drogas estaban detrás de estas acciones fueron numerosas. Mucho dinero corrió por las calles para pagar a campesinos analfabetos que eran ignorantes totalmente del motivo principal de la protesta.
Pero la miseria moviliza más que cualquier ideología. En Bolivia, con una población indígena alejada y olvidada por los sectores dirigentes de la política era previsible una fácil manipulación de éstos por aquellos líderes populistas que emergían de las bases más humildes gracias a las libertades políticas restablecidas en la década de los 80s. El país salía de un largo y oscuro periodo en el que se habían producido más de 180 golpes de estado desde que se fundó como republica tras su independencia de España en 1825.
No hubo en el tiempo que residí en este hermoso país un periodo prolongado de paz social. Los paros y bloqueos eran constantes. Y siempre, de una manera u otra el Sr. Evo aparecía en primera plana. Por aquella época, previa al 2005, que es cuando Morales llega por fin a la Presidencia, se veía en las ciudades principales muchos activistas venezolanos y cubanos con fachada de colaboradores profesionales. No sé si los bolivianos se han dado cuenta de que fueron penetrados poco a poco por miles de agentes. No poco dinero, o mejor dicho petrodólares, llegaron para financiar la estrategia propagandística del candidato indígena contra la democracia neoliberal. Algún día se sabrá el monto exacto y las vías utilizadas para canalizar la "ayuda".
Siete años después del ascenso a la presidencia de Evo Morales los propios mecanismos de subversión desenfrenada impulsados por su Movimiento al Socialismo (MAS) se vuelven contra él, están fuera de control, exigen condiciones que para uno de los países mas pobres de América Latina prácticamente son imposibles.
Los trabajadores de la salud piden la anulación del decreto que aumenta la jornada de seis a ocho horas diarias. Los estudiantes de las universidades exigen el aumento del presupuesto. La histórica COB (Confederación Obrera Boliviana) que agrupa a los sindicatos obreros y maestros rechaza el aumento salarial del 8%, no es suficiente. Demandan entre un 40 % y 70% de incremento, así como una canasta familiar de 8900 bolivianos, que al cambio actual vendrían a ser unos 1297 dólares. Imposible de mantener para un Estado tan pobre como el boliviano.
¿Qué va a hacer ahora el socialismo indigenista del Sr Evo Morales? ¿Va a satisfacer las millonarias aspiraciones de su clientela política abriendo más la piñata? ¿De donde sacará los recursos financieros para debilitar las demandas de los sectores que lo llevaron al poder? ¿Qué sucederá cuando su padrino moribundo fallezca?
Bueno, ya aparecerán las nuevas galimatías discursivas de este pintoresco señor tratando de explicar lo inexplicable a un pueblo, sufrido y engañado una y mil veces, que depositó su confianza en él.
Mario Morales.
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