Wednesday, February 15, 2012

VENEZUELA, LA OPOSICIÓN Y EL COMBATE CONTRA LA APOLOGÍA DE LA JUSTIFICACIÓN

He insistido en el concepto porque esa es la vía mediante la cual se sacraliza el ejercicio del poder por parte de quienes lo usufructúan para evadir y demoler la verdadera democracia. Parece que no existe ninguna manera de hacer congeniar la vía electoral con la entronización del totalitarismo. El argumento entonces, único posible en estos casos, es desvirtuar el concepto y presentarlo revestido de una supuesta pureza ideológica. En estos dos primeros lustros del siglo actual, algunos pretendidos y pretenciosos “líderes” se han dado a la tarea de hacer valedera esta tesis.
Escuché a Álvaro Uribe comentar en una ocasión, que le era difícil comprender esta amalgama de conceptos al referirse al llamado “modelo chino”, el ex presidente colombiano exponía serias dudas con respecto a la posibilidad de combinar un desarrollo económico capitalista con la presencia del unipartidismo clásico de los más conservadores proyectos socialistas de corte marxista. Antes, y dentro del mundo comunista de la postguerra, en los países de Europa del este ya habían existido ensayos de implantación de lo que se conoce como capitalismo de estado en el socialismo. Uno de los ejemplos más conspicuos fue el de la República Democrática Alemana. Como era de esperarse y bajo la férula de un comunista contumaz como fue Gustav Husak y de la Estasi, la supuesta flexibilización pretendida, estuvo condenada al fracaso.
Y es que hay cuestiones en este engendro político-económico que originalmente pueden considerarse inviables. Los principios del libre mercado, la liberalización de las fuerzas productivas, la libertad económica y la libre empresa no tienen relación alguna con la falta de libertad, que genéricamente vista, se pretende hacer coincidir con la falta de libertades en el orden jurídico, social y político. De lo anterior se infiere que el concepto de democracia con apellidos, por ejemplo: las llamadas democracias populares y socialistas, no son más que una verdadera entelequia. Por supuesto que el concepto democracia tiene que tener una base popular, amplia además; pero esa amplitud solo es posible a través de la competencia por el poder y de su vigencia aún después de conseguirse.
Cuando las ventajas de la verdadera democracia son utilizadas para implantar el totalitarismo, su contenido esencial desaparece. Sobreviene entonces una etapa en que comienza a establecerse una especie de cerco basado en la ideología y su consecuencia inmediata siempre es el desvirtuamiento de la verdadera democracia. Aún en el caso chino, al que Uribe se refería y donde estos procedimientos parecen haber tenido más éxito y haber llegado más lejos, la flexibilización económica apreciada, hubiera merecido la condena y el ostracismo, cuando menos, de los actuales dirigentes chinos en épocas de Mao Tse Tung. En la actualidad, el tiro en la nuca, tras pretendidos procesos judiciales sumarísimos, o la reducción al ostracismo mediante largas condenas, siguen siendo la forma de excluir a los opositores.
Además de ese proceso de “cerco ideológico”, acompañado de medidas como las expropiaciones, en algunos casos mal llamadas nacionalizaciones, que pueden ser interpretadas de otra manera y en virtud del establecimiento de un control de los recursos naturales del estado nacional, y no con fines exclusivamente políticos, el establecimiento de una censura tendiente a reforzar la autoridad personal del “líder” y la execración total del pluripartidismo, y finalmente; la creación de alianzas de exclusivo matiz y afán polítiquero basadas en “modelos” afincados en la tenebrosa historia anterior a la post modernidad;  huelgan los ejemplos del desatino y el desenfreno de los que quieren validar su gestión por esas vías. En acuerdo con semejantes presupuestos, los resultados nunca son buenos.
Los que conocemos en detalle, no solo por experiencia, sino también por la gnoseología temerariamente ortodoxa de estos regímenes – a la vez que se implementa la continuidad no puede hablarse de gobiernos- entendemos lo que significa, por ejemplo; cosas como estas (y cito) “…jamás volveremos a permitir que nadie arrebate a nuestro pueblo su libertad, su independencia…” esto no representa lo que en sentido recto pudiera ser interpretado como un acto de justicia y si lo vemos a través del contenido semiótico de la frase entenderemos que: quien únicamente puede arrebatar la libertad y la independencia a una nación es el tirano que alienta, o al menos pretende hacerlo, y justifica su prepotente liderazgo, excluyendo a sus propios seguidores. No es casual que los tiranos se desentiendan de la posible e imponderable suplantación de su poder personal y actúen siempre siguiendo el mismo patrón: el de quitar del camino a quienes puedan menoscabar o hacer sombra al ejercicio de ese poder.
A consecuencia de lo anterior el unipartidismo se resume en un grupo de personas que respaldan la gestión del líder y se auto declaran incapaces de sustituirle. Cualquier otra pretensión entre ellos los hará desaparecer de la escena política. Semejante concepción es lo más alejado que puede haber de una democracia de verdadera base popular y participativa. Existe, sin embargo, un peligro que en el caso de los países de nuestro continente y que han caído en el vacío de la implementación de esta estrategia; resulta difícil de rescindir: el efecto de la demagogia que adjetiva los procedimientos, esencial e intrínsecamente espurios de estos radicales personajes.
Desgraciadamente la falta de educación -en gran medida nuestra peor culpa- es el pasto reverdecido para el ejercicio de la demagogia. Tampoco lo es menos la innegable existencia de una previa competencia partidista corrompida por el abuso de la democracia. Una de las principales consecuencias de la combinación de ambos elementos es el advenimiento de la tiranía. Y no es óbice, solamente, de la acción promovida por las llamadas izquierdas radicales; también lo ha sido para la justificación de regímenes dictatoriales ultra reaccionarios y vinculados a la extrema derecha en el espectro político. En América Latina, por ejemplo, la concomitancia entre el ejército y las oligarquías nacionales generaron tiranías de muy triste recordación y criminal expediente para los pueblos que les ha tocado padecerlas. Digamos que en este sentido los extremos se tocan y se materializan a través de un mismo resultado.
Pero en esta fórmula que se pretende exponer bajo el flamante título de “Socialismo del Siglo XXI” hay resquicios que aun permiten la competencia. Hace poco escribí un trabajo bajo el título “LOS VOTOS SON NUESTROS, LAS BOTAS SON DE ELLOS”; en él explicaba la importancia del voto como arma más eficaz con que cuenta la verdadera democracia. Estoy convencido que ese voto es una espina clavada en el costado de los tiranos y sus aprendices. El ejemplo que nos acaba de ofrecer, con su acción, la oposición venezolana volcándose masivamente a las urnas, es más que una respuesta, es el colorario de la imposibilidad de que puedan coexistir la democracia y el totalitarismo y puede constituir la némesis de lo que llamo apología de la justificación.
Hay, en consecuencia, una especie de patrón de comportamiento que ya hemos visto antes, y que a manera de reacción, frente a la acción, ponen en práctica los tiranos: la radicalización de su actitud, aún en el plano personal. Aparece el discurso, atemporal y manido en donde se alude a una supuesta voluntad basada en principios de pretendida moralidad y de falsas implicaciones histórico- políticas: “…yo siempre he sido un revolucionario, un socialista, un izquierdista, un radical y mi ejemplo es Bolívar”. Semejante actitud hace mella en los sectores más radicales dentro de la base de apoyo de quienes pronuncian estos pseudo patrióticos y auto alabanciosos discursos. Para responder a ello, hay que ser mesurado e inteligente, además de convincente y valiente y, con esas armas; enfrentarse a la diatriba degenerante y excluyente de quienes los pronuncian. Pero lo más importante: no caer en la trampa de este sucio juego.
Si esto se puede lograr, las barricadas se derrumban por si solas. Lo importante es evidenciar en cada caso, la inconsistencia del discurso con la realidad que se esconde tras su débil estructura, y existen muchas maneras de hacerlo. La oposición venezolana acaba de anotarse un triunfo trascendental, y su candidato, el joven Henrique Capriles Radonski, que es el producto de una unidad real, parece estar poseído de las virtudes para defenestrar la apología de la justificación. Le he escuchado referirse varias veces a la situación actual de su país en términos muy convincentes al decir, por ejemplo: (y cito), “…en Miraflores no se reúne un gobierno, se reúne un partido…” o “…el pueblo quiere paz, está cansado de vivir bajo los efectos de la inseguridad…” o “…los venezolanos se merecen un futuro donde puedan re encontrarse con su verdadera identidad nacional…” Este discurso, no solo constructivo; pero que además de llamar a la concertación queda pronunciado por una persona que  por su edad, o por su participación anterior en la vida política de su país, le vale o le crea compromiso alguno, parece ser desconcertante para los ursurpadores. Esperemos que los venezolanos, aún los que en algún momento apostaron por Chávez, lo hagan suyo y le den un voto de confianza. De no ser así el epitafio que Chávez acaba de esbozar para enterrar definitivamente la democracia en Venezuela se convertirá en una patética realidad: “…nadie podrá arrebatar la libertad y la independencia a éste país…”; habría que agregar: yo soy el único que lo ha logrado.
José A. Arias.

    

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