El trabajo a continuación es resultado de la opinión solicitada por un amigo -en realidad, hermano- de tal cuenta de años que garantizan la solidez de esa relación. Él me sugirió mi opinión relacionada con la controversia desatada en torno al "obsequio" de Evo Morales al Papa Francisco en ocasión de la visita del Pontífice a Bolivia. Fue entonces que decidí elaborar, con detenimiento, mi respuesta.
En principio, pensé en editar, en razón de hacerlo menos extenso, el contenido; luego decidí presentarlo íntegramente y sin el menoscabo que, a la larga, cualquier edición implica. En medio de un preámbulo sobre conceptos personales que mi recipiente conoce perfectamente, va incluida mi opinión y el análisis sobre lo acontecido.
No pretendo, ni he pretendido antes, herir sensibilidades de ningún lector porque respeto cualquier conceptualización u opinión en la misma medida que las mías reciban el mismo tratamiento. Tampoco es mi propósito polemizar, en tanto considero que los argumentos conceptuales -y personales en cualquier sentido- ocultos, postergados o disfrazados de opiniones ajenas sólo son entendibles, al menos desde mi punto de vista, como una suerte de autocensura y algo así me parece denigrante.
De antemano, me excuso por la extensión, pero prefiero y siempre pretendo situar los hechos en contexto, no escribo para quienes, como el propio Evo Morales alguna vez reconoció, les cuesta leer más de dos páginas y es por ello que cualquier esfuerzo de mi parte está encaminado a los que, en discrepancia o acuerdo, desean llegar al final del resultado expuesto.
Gracias, José A. Arias-Frá
MI RESPUESTA A LA SUGERENCIA
MI RESPUESTA A LA SUGERENCIA
Lo primero que me gustaría reafirmar puede parecer un argumento ajeno al
tema, pero como verás, no lo es. Sabes que soy agnóstico y cada día me convenzo
más de que tal filiación es lo que mejor me va porque me hartan y aborrezco,
desde la perspectiva de un criterio filosófico, cualquier ortodoxia –término
mucho más aplicable al asunto de las religiones que a otros menesteres- y,
desde que leí “La Rama Dorada” de la autoría del antropólogo inglés James
Frazer (algo que hice en Cuba, porque al socaire de las aberraciones materialistas
y seudodialécticas de la revolución, fue publicada allá en los tardíos 60 por “Ediciones R”)
empecé a tomar conciencia de que todo lo que compromete la actitud del hombre
ante la vida mediante el seguimiento de cauces basados en rituales, termina siendo una invasión al raciocinio.
Además, y casi por razones académicas también leí, aun antes, –era
prácticamente un adolescente- “El Origen de las Especies” de Charles Darwin (poco
más de 800 páginas de un volumen considerado como una de las teorías basales
del siglo XX, aunque fuera escrito en el XIX- publicado en 1859). Hoy pueden
parecer nimiedades del intelecto, pero en aquellos tiempos constituía un
ejercicio homologable al de hallar la clásica “aguja en el pajar”
Como verás, mi concepción derivada en el agnosticismo no tiene una
fundación ni revolucionaria, ni socialista, ni marxista; en tanto ese fue el
complemento a través del cual se trató de encausar el pensamiento post-moderno
en el marco del fundamento teórico del marxismo leninismo, base de la teoría
revolucionaria. En un libro de Joseph A. Shumpeter –“Diez Grandes Economistas:
de Marx a Keynes” encontré –también aun en Cuba, en los 70; era una edición
“bolsilibro” de Alianza Editorial- una genial explicación acerca del carácter “religioso”
del marxismo-leninismo; en ese volumen el economista austríaco hace una
brillante comparación entre el marxismo y la religión (ensayo dedicado a Marx)
y, después de argumentar al respecto, termina concluyendo que para los
marxistas contemporáneos C. Marx es como un dios y su teoría, el marxismo, una
religión. Creo que no tendría que argumentar demasiado al respecto –sobre todo
tratándose de ti- el por qué estoy plenamente de acuerdo con semejante
afirmación, más que hipótesis, tesis que la contemporaneidad se ha encargado de
demostrar con creces.
De lo anterior se intuye fácilmente que el marxismo –y sus derivaciones,
todas- constituyen una ortodoxia, por añadidura, contrapuesta a mis principios
político-religiosos (debo recordarte que el agnóstico profesa su propia fe
basada nada menos, que en la máxima de un Santo apóstol que no carecía de fe;
Santo Tomás: “hasta no ver no creer” y que no somos ateos, prerrogativa de la
que nos separa una concepción mucho más elaborada y menos simplista) al
identificarse con lo que desde mi posición critico. Yo me considero un liberal
–más bien al estilo europeo que, aclaro, no es lo mismo que un socialdemócrata
o un socialcristiano- y soy además un libre-pensador, no como los que optan por
esta tendencia del pensamiento como una manera de ubicarse en “la cerca” para,
según sople el viento, asumir cómodas posiciones políticas. El paso de los años
y las ineludibles experiencias personales me han conducido por la senda de otra
bibliografía aun mucho más explícita al respecto y leyendo, por ejemplo, a Nietzsche
me he encontrado con cosas tan interesantes como convincentes: “Aquí se anuncia, acaso por vez primera un
pesimismo más allá del bien y del mal, aquí se anuncia aquella perversidad de
los sentimientos contra la que Shopenhauer no se cansó de disparar de antemano
sus más coléricas maldiciones y piedras de rayo –una filosofía que osa situar,
rebajar la moral misma al mundo de las apariencias (en el sentido de ese
terminus technicus idealista- sino entre los “engaños”, como apariencia,
ilusión, error, interpretación, aderezamiento, arte. Acaso donde mejor pueda
medirse la profundidad de esta tendencia antimoral es en el precavido y hostil
silencio con que en el libro entero se trata al cristianismo, -el cristianismo
en cuanto es la más aberrante variación sobre el tema moral que la humanidad ha llegado a escuchar hasta este momento.
En verdad, no existe antítesis más grande de la interpretación y justificación
puramente estéticas del mundo, tal como en ese libro se las enseña, que la
doctrina cristiana, la cual es y quiere ser sólo moral, y con sus normas
absolutas, ya con su veracidad de Dios por ejemplo, relega el arte, todo arte,
al reino de la mentira, -es decir, lo niega, lo reprueba, lo condena” (1).
En otra parte de la misma obra Nietzsche se expresa por sí mismo –no solo
comentando a Shopenhauer- y expone su criterio: “No hay nada más terrible que un
estamento bárbaro de esclavos que haya aprendido a considerar su existencia
como una injusticia y que se disponga a tomar venganza no sólo para sí, sino
para todas las generaciones (creo que te parecerá obvio el por qué de
las “negritas” n. de a.) Frente a tales
amenazadoras tempestades, quién se atreverá a apelar con ánimo seguro a
nuestras pálidas y fatigadas religiones, las cuales han degenerado en sus
fundamentos hasta convertirse en religiones doctas: de tal modo que el mito,
presupuesto necesario de toda religión, está ya en todas partes tullido, y
hasta en este campo ha conseguido imponerse aquel espíritu optimista del que
acabamos de decir que es el germen de aniquilamiento de nuestra sociedad” (2)
De tal suerte, la identificación desde una supuesta antípoda del marxismo y su consumación leninista –en sí
misma y por otras razones, puramente económicas, contradictoria- es también un mito. La conocida frase: “la religión es el opio de los pueblos” (3) no se separa en esencia del carácter
mítico del marxismo como una ideología ortodoxa y excluyente que, haciendo un
uso desafortunado de la dialéctica hegeliana, convierte a sus seguidores en
fieles, e hiperboliza un dios mundano y terrenal como lo fue Carlos Marx para
sus seguidores. ¿Por qué la necesidad de “revisar” el marxismo y hacerlo
accesible a una especie de interpretación más apegada al uso y los menesteres
populares? Los propios alemanes, Adorno, Habermas, Marcuse y compañía se
encargaron de la renovación del mito, adecuándolo a las necesidades de la contemporaneidad
en la post-guerra (Escuela de Frankfurt -en su última etapa) pero olvidaron, quizás, que el
estalinismo era demasiado poderoso y su malsana influencia tan basta, que en el
apogeo de la Guerra Fría alcanzó las playas de una pequeña isla en el Caribe en
la que, obviamente, nadie estaba preparado para esa especie de tsunami
socio-político mediante la aplicación de una concepción basada en la
imperatividad de una ideología de la que, ni siquiera sus propiciadores, tenían
conciencia plena de su alcance. Entonces comenzó la historia y aunque te pueda
parecer una exageración; está en ello la respuesta de su “fortaleza” y su
duración; la idea es: la persistencia, más allá del derrumbe estrepitoso del
socialismo marxista, se basa en la relación directamente proporcional entre
ignorancia y comunismo, influencia ideológica y, por qué no; una especie de
ortodoxia genéricamente religiosa. Si no, ¿cómo entender la larga vida de un
mito, por demás, carente de bases filosóficas in situ, en su momento y,
extraterritorialmente superado? Los propios revisionistas, aclamados como estulticios
voceros de lo aplicable sin ser explicable entre ajenos, terminaron siendo
injustamente refrendados como “enemigos de la tradición” –al menos para los
millones de seres que padecían los horrores del comunismo- en tanto; han pasado
de moda y dejado de ser paradigma, excepto para quien se empeñe en defender lo
indefendible tratando de congeniar falacias, sofismas e inexactitudes motivadas
por sus propias especulaciones (ergo: los intelectuales cubanos marxistas,
defensores de la revolución, “sus conquistas” y de Fidel –el mito que encarna
relativos estadios conceptuales como patria, nación y una larga lista de
adjetivos alabanciosos.
Si hasta aquí estamos “en concordia” –y nos entendemos- entonces podemos
abordar el problema del dogma religioso en Latinoamérica. Absolutamente en
todos los países del continente (Méjico y Centroamérica incluidos) con excepción de Guyana, donde entre
cristianos protestantes e hinduistas, desplazan a los católicos- la religión
predominante es el catolicismo –el rasgo más indeleble, junto a la distribución
de la propiedad territorial, de la herencia colonial lusa y española. Habría
que recordar que los conquistadores para amparar el latrocinio consistente en
la usurpación de la riqueza, lo revistieron con el manto de la catequización y para
ello, hasta los más eximios representantes de la Iglesia Católica –apostólica y
romana- se vieron sometidos al marasmo de la confusión (la cruz de la fe al
lado de la espada y la Inquisición, que ya en Europa contaba con una larga data
de funestos acontecimientos en su haber) Tropezaron además, con una mitología
aborigen basada en el politeísmo –mundano y censurable desde el punto de vista
de los católicos- y tratando de eliminar la tradición, le pasaron por arriba
mediante la catequización. Pero ha supervivido hasta hoy la tradición indígena
–el propio Evo es un ejemplo- y desde que las ideas filosóficas del Iluminismo
empezaron a invadir a la América Española, los vectores sociales que de tal
situación se desgajaron trataron de arrimar la sardina al bracero para
conseguir la independencia –la inmensa mayoría de los líderes revolucionarios
anticoloniales eran masones y la conspiración en contra de España, se gestó en
las logias; algo demasiado evidente para ser casual.
De manera que una vez
conseguida la independencia (1826 –como fecha general) el indigenismo siguió, y
sigue siendo, un “estandarte” de la lucha de los desposeídos contra los
poderosos, –y es aquí cuando se vierte, sobre el acrisolado mejunje, la pócima
envenenada que los marxistas ofrecen como parte de su filosofía política: la
teoría de la lucha de clases- pobres contra ricos, oprimidos versus poderosos y
el colofón: la reconquista del poder para los “desclasados” –término que
asumido en su valor polisémico, tiene un significado bastante limitado. Que
mejor manera que tratar de aunar los mitos (catolicismo, politeísmo
indigenista) con la realidad en cada caso. Los “pensadores” de izquierda
–socialistas- en los albores del siglo XX, sabían más de estas cosas que
propiamente de marxismo, pero al cabo se percataron que existía un hito
comunicativo propiciado por la fe en las doctrinas y, su práctica social,
encontró un fuerte asidero en las circunstancias históricas inmediatas; el
peruano José Carlos Mariátegui, el uruguayo José Enrique Rodó (recordar El
Ariel) y de cierta manera y poco después, el otro peruano creador del APRA,
Víctor Raúl Haya de La Torre.
Pero eso todavía persiste y las evidencias de la Historia no pueden ser
borradas. Como una suerte de hilo conductor de corrientes de alto voltaje, en
la segunda mitad del siglo XX, aparecen los curas arropando bajo sus sotanas
revoluciones, alzamientos y cualquier cantidad de reyertas que lanzan a sus
seguidores (católicos, indígenas, chamanes y folclóricos personajes de ocasión)
a la “conquista de sus derechos bajo el influjo de otro mito: la religión (aquí
con apellidos) católica, apostólica y romana, bajo el sui generis apelativo de “Teología de la Liberación” originada en
el Perú (4) y canonizada por el cura guerrillero colombiano Camilo Torres, que,
si bien recuerdas, murió “como un héroe” aferrado a un AK-47. El cardenal Jorge
Mario Bergoglio –el otro personaje, junto a Evo de esta historia del crucifijo -
es el primer Papa no europeo, latinoamericano y, más allá de su investidura,
“los fieles” en esta parte del mundo lo ven como una especie de redentor,
aunque…siempre no fue así; cuando era cardenal en su Argentina natal, estaba
conceptualizado como un conservador y algunos recuerdan sus vetos
institucionales y sus diferendos con algunas políticas públicas, pero
Bergoglio, era, además; un defensor de los mapuches –indígenas de la pampa
suramericana.
De manera que para la jerarquía de Roma –vaticana- Bergoglio no es, ni ha
resultado ser del todo Francisco y, para mí, está claro que el erudito de
Benedicto –ahora bajo la extraña categoría de “Papa Emérito” tras seis siglos
de interdicto- le dejó al resto de sus colegas en el concilio cardenalicio una
verdadera papa caliente. Ni tan enfermo estaba Benedicto, aún sigue ahí en su
retiro monacal vivito y coleando, pero comprendió, más bien avizoró; que los
urgentes problemas que estaba confrontando e iba a confrontar la Iglesia, escapaban
de sus posibles empeños y virtuales compromisos para poder resolverlos; el papa
Joseph Ratzintger (primero alemán y no italiano en la contemporaneidad) se
escapó de lo que le venía encima y, un purpurado como él que había estado al
frente, nada menos que de la Congregación para la Doctrina de la Fe, no era el
más indicado para sentenciar curas pedófilos, enfrentarse al asunto de los
matrimonios gay y explicar por qué las monjas son víctimas de ese machismo
eclesiástico que las condena a ejercer la piedad cuidando viejitos, huérfanos,
leprosos y ejercer los peores oficios como parte de la caridad católica
institucionalmente amparada y justificada.
Para los latinoamericanos, sobre todo, aunque no exclusivamente; Francisco
es un Papa revolucionario y en consecuencia muchos tienden a verle como a un
político, sin que a él, la idea parezca desagradarle. Ya lo ha demostrado en
múltiples ocasiones cuando transgrede los límites del discurso pontificio y se
mete en temas que no le conciernen a la Iglesia (en su discurso en Bolivia
–creo que en la homilía de una de las misas- defendió “el derecho” de Bolivia a
encontrar una salida al mar poniéndose de ese lado y ante los intereses
chilenos (la respuesta de la cancillería chilena no se hizo esperar y fue
explícita en el sentido de aludir que tal asunto no debía ser de la incumbencia
de “Su Santidad” Pero fue más lejos, la historia del crucifijo –rápidamente improvisada-
comenzó el día anterior al que Evo le colgara todas las gangarrias que lucía en
el momento que la prensa recogió lo sucedido. Con la euforia que hoy
caracteriza a los medios de comunicación, casi siempre matizada de una dosis de
inmediatez que tiende frecuentemente al hierro y que antepone “el palo
periodístico” a la noticia tamizada más allá de lo visible, palideció la
esencia ante las apariencias refrendadas a través de lo ignaro. El día antes de
la ceremonia el Papa visitó la serranía en que fue hallado el cadáver del
sacerdote jesuita –la misma orden a la que pertenece Francisco- víctima de 14
disparos y con visibles huellas de tortura y cuya historia, sin dudas conocía.
Luis Espinal Camps, español de origen y catequizador de fieles indígenas, que
dicen ser creyentes sin que entiendan propiamente el castellano. Para ellos la
misa, me imagino, debe ser un ritual sin sentido porque hasta donde sé, si no
es en español –dejó de ser en latín hace tiempo- y los sacerdotes no pueden
expresar sus conceptos litúrgicos y sus homilías en dialectos aborígenes, estos
fieles adoradores de la pachamama –madre tierra- no entienden absolutamente
nada y solo la imaginería religiosa hará presa de su moldeable y por naturaleza
místico espíritu; ello también es parte de cualquier ceremonial en que el
mimetismo de las cosas, resulta antepuesto a una realidad basada en la
interpretación de los hechos.
Espinal Camps fue víctima de las hordas paramilitares en los ochenta cuando
en el país –Bolivia- se inició de nueva cuenta el sinuoso período de las
dictaduras militares (en su segunda versión, la primera había tenido lugar a
finales de los sesenta bajo la férula de generales que en algunos casos
repitieron el asalto al poder aprovechándose de la inestabilidad política –río
revuelto, ganancia de pescadores y, amén de que en el 68 “El Ché” –a quienes
muchos aun “veneran” por esos lares, naufragó en el “río”; su socio político
Castro no le ayudó a achicar el agua de la barca- y del apoyo norteamericano a
través de la CIA mediante la formulación de aquella macabra estrategia
denominada el “Plan Cóndor” –recuerdas la película de los Tupamaros, el caso
del agente CIA Dan Mitrioni en Uruguay y su “ajusticiamiento” Fue una
producción bajo los auspicios del llamado “cinema-nuovo” también para
reivindicar la “justicia” contra los “desmanes del imperialismo” que había
comenzado a confundir los avatares de La Alianza para El Progreso con el
ejercicio de la represión. El State Deparment pagó por ello un elevado precio
en una coyuntura en que la correlación de fuerzas a nivel internacional se
dirimía aún en el contexto de la Guerra Fría. Lo cierto es que Francisco, fue
al lugar del hallazgo del mítico cadáver y allí, según era de esperarse, hizo
unos rezos, esparció bendiciones y pensó que era suficiente.
Evo, seguramente bien asesorado, se propuso dar una especie de golpe de
efecto que, fuera de la propaganda y lo que los neófitos puedan considerar, le
dio resultado, el muertito jesuita, estando en cautiverio había tenido la idea
de crear un crucifijo controversial, único, pero que según pensaba debía
promover el diálogo entre todos los sectores políticos de la sociedad
boliviana, marxistas incluidos y por ello se sintió iluminado y profeta al
tallar en un pedazo de tronco lo que Evo le entregó a Francisco, que no es el
original –este se halla en posesión de un amigo (otro cura jesuita, llamado
Xavier Albó y que no quiso deshacerse de lo que considera una reliquia heredada
de su difunto amigo) Hasta ahí la historia es creíble y puede parecer
justificada desde el punto de vista sentimental, pero; ¡El Cristo de los Votos
–nombre por el que se conoce la talla original, forma parte de una condecoración
que el Estado Boliviano otorga a quienes cree merecedores de tan alta
distinción! De manera que cuando Evo le entregó la réplica que mandó construir
para la ocasión, ya Francisco tenía colgado en el pecho el mismo objeto, en
otra perspectiva y otra dimensión. Luego, antes de despedirse de los bolivianos
y en ceremonia privada, dejo todos los presentes a los pies de la virgen de
Copacabana, patrona del pueblo boliviano. Algo que si constituyó un desacierto,
propio de la acostumbrada e impúdica ignorancia, fue que Evo le entregara
condecoraciones a Francisco, desconociendo –aparentemente- que los Papas no las
reciben de ningún Estado.
Esa es la verdadera versión de lo acontecido, allende la tormenta desatada
en la que Evo, presidente de un país con un 78% de católicos (en ese medio,
crisol de numerosas vocaciones vinculadas al integrismo forzado por eso tan
antiguo y manido que llaman sincretismo), además socialista (del siglo XXI),
adorador del difunto Chávez –otro bonzo del sincretismo indígena-religioso que
perdona a los odiadores de oficio según lo que sean capaces de expresar en
determinadas circunstancias, acertó con su regalito; o ¿acaso el cura muerto
por los paramilitares no defendía una noble causa por la que entregó su vida
siendo un guerrero jesuita, hijo de San Ignacio de Loyola, preboste y fundador
de la orden a la que también Francisco pertenece?. Ojo con lo que
superficialmente se analiza; en cierto sentido, Francisco se lo buscó y el diletante
oportunista de Evo, bien asesorado –sin dudas- supo aprovechar la oportunidad.
Creo que con lo que le importa a estos personajes (los “líderes…y lideresas de
los países del socialismo del siglo XXI) la opinión pública en general, consiguió
el objetivo de mostrarse desafiante ante sus carnales aimaras del altiplano y
aunque no sé si llegó a conseguir que Francisco mascara hojas de Coca, lo
primero que hizo cuando el Pontífice se bajo del avión fue colgarle una carterita
en que los indígenas acarrean su dotación diaria de hojitas de la medicinal plantica
con que se han hecho santos, Escobar Gaviria, los Arellano Félix, Amado
Carrillo, Servando el de los Caballeros Templarios –por el momento preso hasta
que consiga quien le cave un buen túnel –algo más difícil que pagarle a los
funcionarios políticos y de prisiones que, ante la demanda de los traficantes,
deben estar bajando su cotización personal. El tuti di capo del Chapo Guzmán –para muchos, en el mismo camino de
la herejética santidad de sus colegas- no solo ha puesto a los políticos en
ridículo, los ha descaracterizado y puesto en vilo su verborrea sentenciosa y
para nada fiable de “haz lo que digo pero no lo que hago” Tocante a este último
comentario no creo que resulte discutible lo que representa la imagen de estos
narcos, vivos o muertos, presos o en fuga; entre amplios sectores de una
sociedad en que el concepto de justicia social adolece de una degeneración
interpretativa que termina por coincidir con otras interpretaciones
tradicionales a ese mismo nivel. Es de notar que importantes medios televisivos
contribuyen a través de seriales, telenovelas, reportajes y la inmunda bagatela
proyectada en función de los “raitings” al refuerzo de lo que afirmo. ¿De
quién, quienes ven todo esto?, me pregunto.
Concluyendo, mi querido hermano, creo que entenderás lo difícil de mi
posición. Para los neófitos de derecha, beatos y santurrones por naturaleza,
soy un hereje y para mis enemigos que hace un montón de años me endilgaron el
mote de traidor, ¡también lo soy! ¿Entonces, dónde me pongo –como decía Pepe
Biondi? Entiendo que mi discurso, y mis cavilaciones, no son aptos para las
supercherías convencionalistas de uno u otro bando. Imagínate: entre la derecha
extrema, catalogar a Francisco de revolucionario y socialistoide (esto no lo
estimo yo solamente –hace poco Montaner, pluma conocida, escribió sobre ello)
y; con el agregado de que esa derecha ultraconservadora va a misa de domingo
como si se tratara de un cónclave sectario y hasta algunos pertenecen al Opus
Dei –con flagelación, grilletes de púas y toda la parafernalia imaginable que
según estiman, les concede el derecho de encasillar el pensamiento ajeno y; del
otro lado, donde tengo prohibida la entrada –algo que no me interesa- por no
haber querido “comulgar” con las ruedas de carreta, que el papá –no Papa- Fidel
y su cohorte nos ofrecían y con la que tantos a lo largo de tantos años se
atragantaron y aun se atragantan, parezco estar sometido a una especie de “vil
garrote” que se encarga de descoyuntarme intelectualmente. Creo que aquello del
chino Kuchilán puede ser, para mí, la mejor opción: seguiré pensando igual;
“…si dios quiere y el diablo no se interpone…”
Un comentario necesario:
Creo que te quedará claro el por qué de todo el largo preámbulo. Podía
haberme ceñido a los hechos y responder a tú escueta encuesta. Después de
leerme, y si llegas al final sin que el sueño propiciado por la “pereza mental”
te venza, entenderás las razones. ¡Ah!, muy importante; aun está por ver como
el Papa de las multitudes (como algunos comienzan a llamarle) y además
revolucionario –en el concepto más genérico del término- se proyectará en su
próxima visita a Cuba. No olvidemos que en su último encuentro con Raúl, éste
le prometió volver a rezar…me imagino que para pedirle a Dios y a la virgencita
que Obama le resuelva los problemas antes de las elecciones del 16; lo cual no
significa que el nuevo presidente (a) USA vaya a cambiar nada, al final los
Papas son vitalicios…como los Castro (mera coincidencia de los destinos para
uso y disfrute de cualquier categoría que se vea reforzada mediante
pretensiones ideológicas: léase religión –aquí también entran los musulmanes,
por supuesto- socialismo marxista –disfrazado o desembozado- o cualquier
manifestación tendenciosa que le ponga, como decía Octavio Paz, un corsé al
pensamiento.
Notas.-
(1).-Nietszche, Frederick.-El Nacimiento de la Tragedia. Alianza Editorial,
Madrid, 1973. Pag. 32
(2).-Nietszche,
Frederick.- Ob. Cit. Pag. 147
(3).-La frase no es de “Das Kapital” –El Capital- como muchos creen, o del
Manifiesto Comunista, fue mencionada en “La Contribución a la Crítica del
Derecho de Hegel” (1844) y ya tenía antecedentes con implicaciones similares en
Bauer y Feuerbach.
(4).-El autor intelectual de la “Teología de la Liberación” es el sacerdote
y teólogo peruano Gustavo Gutiérrez Merino, además, Premio Príncipe de Asturias
2003 de “Comunicación y Humanidades”
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