En nueve años a partir de 2007, Brasil,
ese gigante en crecimiento del continente suramericano, ha organizado
tres eventos deportivos internacionales: los Juegos Panamericanos, La Copa
Oro y ahora el Mundial de Futbol; pero sus aspiraciones en acaparar glorias
trascendentales en el ámbito deportivo no concluyen con la convocatoria del
máximo evento del deporte rey, en breve plazo -2016- tiene sobre la testa de
sus más de 180 millones de habitantes el peso de organizar una Olimpíada. ¿Está
preparado el país para encarar el reto que ello representa? Sin ánimo
de minimizar el esfuerzo creo que no. Veamos.
La acumulación de compromisos a puesto
al descubierto la crisis interna de las instituciones brasileñas y las lagunas
de una administración que desde los más altos niveles enfrenta la pujanza de
una relación fatal entre demagogia política y capitalismo salvaje. Todos
conocemos la raíz del Partido en el poder hace ya algunos años, el PT,
con Lula primero y su discípula Dilma ahora, ha tenido como uno de sus
pilares a nivel social, la participación popular a través de los
sindicatos de grandes sectores de la sociedad productiva; pero la compra
de imagen a través de las apariencias que suelen ser traicioneramente
engañosas, ha catalizado la debacle política, trastrocando en evidencias
contundentes la gran contradicción que éste fenómeno implica. No es
posible “agarrar a cuentas” sin saber cómo y cuando se va a pagar.
Recién ahora los Estados Unidos y Europa,
han empezado a dar señales de una recuperación económica de la gran debacle que
comenzó a gestarse en 2005 y años siguientes hasta el hundimiento casi total a
partir de 2010 y hasta fines del 2013. Escuché comentarios muy favorables
acerca de que dicha crisis no parecía haber afectado a países como Brasil o
China; algunos expertos en relaciones económicas internacionales no podían
contradecir con argumentos inmediatos tales alegatos, pero hubo unos pocos que se
atrevieron a preconizar lo que en este momento es un hecho basándose en las evidencias; Brasil enfrenta un
problema social cuyas raíces se hunden en factores hasta ahora no resueltos,
primero: la dispersión sobre su basta superficie territorial de una población
que se concentra en emporios costeros con la excepción de Sao Paulo (alrededor
de 27 millones de habitantes y constituye la urbe más poblada de América
Latina después del área del Distrito Federal en México que por supuesto
incluye la ciudad Capital) y Brasilia, la Capital política. Esa diferencia
entre nivel social y poder adquisitivo entre zonas rurales y centros urbanos al que tampoco es
ajeno el gigante asiático -China- es un problema que ofrece pasto reverdecido a
las agitaciones sociales en los conglomerados citadinos más importantes. Del caso
Chino no voy a hablar porque a la vista saltan las diferencias y su análisis
merece un tratamiento aparte y diferenciado. Siempre en estos casos la migración interna se mueve en la
dirección campo-ciudad, creando de inmediato nuevos bolsones de pobreza que se
suman a los ya existentes con todas sus secuelas.
Los observadores versados, adelantaron
que la resaca de la crisis vendría de todas maneras y pudieron hacerlo porque tuvieron en cuenta que,
al disminuir la capacidad de inversión de EE. UU. y Europa, fijarse tazas de
cambio en connivencia con la situación que se produjo y a la vez tratar de
poner a buen recaudo los recursos conque se contaba -algo lógico- el efecto
inmediato fue la disminución de las importaciones y la consiguiente reducción
del crecimiento, mientras; Brasil y su gobierno Socialista (con o sin las
salvedades que ello conforma) ya estaba envuelto en los compromisos deportivos
magníficos, por demás, con los que se ha visto obligado a cumplir y aún está por producirse la máxima cita olímpica en 2016. Para el
común, es evidente que en última instancia, a ellos les tocará pagar
la mayor parte y cargar con los resultados de una supuesta cosecha que no
existe. Ante los ojos del resto del Planeta se pone de manifiesto y de manera
inocultable, el gran problema que todo lo anterior está acarreando.
Como era común escuchar en mi terruño: el
gobierno brasileño “compró cabeza y le cogió miedo a los ojos” Si se tiene
en cuenta que otro fenómeno de terrible incidencia como la corrupción
político-administrativa, el nepotismo y las lacras que de todo ello se
desprenden ha sido una constante en la gestión del PT; la taza,
simplemente, se desborda. Los eventos deportivos de gran
envergadura sugieren el empleo de cuantiosos recursos económicos y una
planificación pormenorizada a futuro que evidentemente no ha existido en el
caso de la Copa FIFA. Los plazos de las construcciones no fueron cumplidos, o
su cumplimiento ha sido cuestionable y el vaticinio de un efecto
dominó es visible para la opinión pública en general que ha tenido y tiene
puestos los ojos en lo que muchos no logran entender desde una óptica común que
tiende a prescindir de los argumentos que aquí se manejan. ¿Cuál es la
estrategia inmediata?: el gobierno asume boca afuera, las
responsabilidades a riesgo de un alto costo político y la Presidenta, para
paliar los efectos de la huelga de transportistas en Sao Paulo -solo a 48 horas
del pitazo inicial para el partido Brasil vs Croacia- pongamos por caso, se compromete
a “conversar” con los sindicatos después que termine el clásico.
Evidentemente cualquier cosa es preferible -aún desde el punto de vista
del gobierno- antes que permitir que el sinfín de reporteros de todo el
Mundo presentes, matice sus crónicas con los efectos de una parálisis casi total de
la ciudad donde comenzará a rodar el balón. Aunque en una escala menor, fue
lo mismo que hizo cuando se suscitaron las protestas en torno a la celebración
de la Copa Oro y la evidencia de que a la larga nada fue resuelto, es esta
nueva ola de protestas en torno a una situación mucho más comprometedora por su
trascendencia. Me pregunto: ¿qué habrá de suceder en poco más de un año cuando
se les vengan arriba las Olimpíadas? Para los brasileños, que a pesar de
amanecer con el esférico entre los pies y acostarse con él bajo la
almohada, esto puede ser una pesadilla con el estómago vacío.
Si a todo lo anterior sumamos la
influencia de la información a la mano sobre los entretelones de los
manejos turbios de las entidades (supuestamente
organizaciones “non-profit”) como la FIFA; la gente necesita, reclama,
exige; respuestas satisfactorias. A Joseph Blatter -que ahora aspirará a un
nuevo período al frente de la entidad, ya a sus 78) nadie le pide
responsabilidad por el hecho de que el evento mundialista promete dejar al
mínimo ganancias por 4000 millones de dólares -cuatro billones- para
FIFA y el equipo que resulte campeón recibirá solamente !alrededor de 37!
y ¿qué del resto?. Si se compara el gasto estatal -costo del evento para
el país- ni siquiera el precio de una habitación de hotel tres estrellas
en Río -por ejemplo- por encima de los $1000.00 -lo cual no deja de ser abusivo-
hace que “la lista coincida con el billete” Todo el mundo sabe que es así
y que la FIFA desde ya ha vendido los derechos de auspicio y patrocinio del mundial 2022 a Qatar, rico emirato petrolero del oriente medio, pero país
sin tradición futbolística al nivel que se pretende y enclavado en medio de un
desierto donde las temperaturas alcanzan niveles por encima de los 50
grados (C) en la temporada de la realización del evento.
Hoy el inefable Dieguito, abrió la boca
en una conferencia de prensa para la cadena Telesur y dijo, usando esas
frases lapidarias (algunas buenas, otras no tanto) y que matizan la sorna de sus planteamientos, que Blatter y la FIFA
se “estaban comiendo la pelota”; tiene razón, y ¿qué con eso?; a lo
mejor se le olvida poner en recuadro el contubernio entre el gobierno
socialista del PT -sus amigos- y los corruptos de la FIFA. No voy a esperar que
Diego, digno representante de su alcurnia futbolística y su etnia, dé su brazo
a torcer, pero cada quien le escucha asimilando la parte de su discurso que se
hace manejable sobre todo sacando las cosas fuera de contexto para arrimar la sardina al bracero,
asunto en el que ese pulpo que llaman “Media” goza de gran
experticia. Pero la Copa añade otros matices que respaldan el título de éste
trabajo en lo estrictamente futbolístico; veamos que le añade más leña al
fuego.
Confieso que no soy un fanático a
tiempo completo del balompié y menos un conocedor profundo de sus
interioridades, pero me admira la ortodoxia casi religiosa y militante de los
hinchas argentinos, las torcidas brasileiras y los cabezarrapadas ingleses,
mácula de la flemática diplomacia social británica y capaces de emular a Jack el Destripador
si alguien se les interpone en el camino de sus pasiones por el esférico,
rodando entre piernas y patadas en las canchas de sus devaneos. Por dinero, y según
coinciden los expertos, los “amistosos” en fechas anteriores a la
copa -aún al momento de escribir este trabajo, a Portugal le queda uno por
celebrar antes de la gran cita- han sido más frecuentes que en ocasiones
anteriores y en cotejos, según agregan, con equipos intrascendentes que, al no
tener nada que perder se esfuerzan por conseguir al menos un empate frente a los clasificados, estos han
arriesgado a sus jugadores estelares produciéndose lamentables bajas
de algunos de ellos y a los que el público esperaba ver en acción. Lo
cierto es que aunque no siempre por la causa referida, no estarán en el Mundial
Falcao, Ribery y otros jugadores de selecciones nacionales con menores
posibilidades como en el caso de Ecuador, Chile e inclusive; Cristiano Ronaldo
no llega en plenitud de condiciones producto de algo que definen como “cansancio
muscular” en sus piernas y Messi sigue vomitando quizás a consecuencia del
estrés que le producen sus desvaríos monetarios en España, ahora incrementados
por una acusación de prestarse para lavar fuertes sumas de dinero de dudosa
procedencia utilizando el “reality” de ”Messi y sus Amigos” como
pantalla, mientras el uruguayo Luis Suárez tiene apenas tres semanas después de haberse
operado un menisco en una de sus rodillas.
¿Existe realmente la
cortesía necesaria por el gran hacedor del espectáculo? Ese que
llaman “el respetable”, compuesto por quienes malviven y llegan hasta el ayuno ocasional durante cuatro años para tratar de conseguir hospedaje y
pasaje y estar allí para vivir la epopeya sin lograr el rédito
necesario a su esfuerzo? Baste decir que los propios brasileños serán indirectamente
victimizados por el “schedulle” creado por la FIFA, que sólo le concederá
el honor a los Cariocas -la gente de Río- de ver en Maracaná a su selección
nacional si llega a la final. Todo el país espera que así sea, pero ¿y si no?;
muchos habrán enterrado su aspiración de no conformarse con menos que el
sexa-campeonato, frente a las pantallas de los televisores. La condición de
anfitriones pone una responsabilidad más sobre las ya normales que cualquier
equipo enfrenta envuelto en una competencia como esta; para el país sería un
paliativo a las heridas abiertas y una especie de necesaria pausa antes de que
la sal vuelva a caer sobre ellas en 2016. Parece que nunca antes gobierno
alguno hubo de necesitar con tanta vehemencia una victoria de sus jugadores
para contrarrestar la presión que resiste por concepto de una imagen deteriorada ante propios y
extraños.
José A. Arias.
Junio 10, 2014
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